jueves, mayo 31, 2007

Houdini Guerrero: El chismero y sus consuetudinarias chismografías

Ricardo Musse


Houdini Guerrero es un insolente provocador (su ironía escritural contribuye en este sentido también): La matriz argumental pone en primer plano a un Alejandro Taboada, sustrayéndole esa aureola personal de inmaculada epicidad, sometido a las más gozosas concupiscencias: En el lecho carnal de Natalia Montenegro donde lo encuentra finalmente el teniente Talavera. Y el otro eje de la trama: El zambito Horacio Mimbela delatando a Alejandro por despecho: La viuda Natalia Montenegro no evidencia reciprocidad a sus cortejos. En suma, la reivindicación de los Derechos de los trabajadores petroleros tiene como trasfondo trágico y determinante esas pulsiones arcaicas impresas –desde una visión etológica- en la especie humana.

Houdini Guerrero cuenta la historia al igual como se hace cuando se chismea algún acontecer cotidiano: Poniéndole énfasis a lo más primitivo y truculento (la irracionalidad de los atávicos impulsos).

La obra de Houdini Guerrero –evidentemente, entre otros rasgos estilísticos- se basa en estos enfoques de banalización narrativa donde lo más insustancial es de tal envergadura que realmente revela, de manera descarnada, –muchas veces- el pleno sentido de lo acontecido. Houdini Guerrero entonces difunde (aunque éstas sean especulaciones ficcionales) irrespetuosos rumores para meter cizaña y enojar a los que, en el imaginario popular, han paradigmatizado (entiéndase también, purificado) a Alejandro Taboada.

Estos dos fundamentales chismes y sus sucesos colaterales están encapsulados dentro de un marco técnico que dotan a la historia de una estructura interesante. Houdini Guerrero procede desplegando un conjunto de artificios: Precisas descripciones que llenan el espacio discursivo, la tercera persona que narra ve cómo (por ciertas grietas discursivas dejadas por descuido) se le inmiscuye súbitamente el hablar de un personaje, interrogaciones que pretenden responder sin solucionar absolutamente nada, mudanza de planos temporales, investigación historiográfica, noticias periodísticas, un montaje de diálogos concebido como engranaje estructurador, ludismo y sarcasmo y utilización de frases coloquiales propias de la cotidianidad oral.

Esta historia, cuya coordenada temporal está delimitada en los inicios de la década del treinta del siglo pasado (postrimerías del régimen de Augusto B. Leguía y comienzos del de Sánchez Cerro), para ser un cuento esta poblada por una veintena de personajes en un espacio textual exiguo, sin embargo este hacinamiento no conspira en las acciones desbordadas dentro de su dinámica trama.

En suma: “Alejandro” es una realización cuentística –en términos generales- eficiente, sin embargo es necesario releerla para develar, recién, el sentido y la articulación de los cuatro capítulos y configurarse plenamente el argumento de la historia.

lunes, mayo 28, 2007

Sol ardiente sobre la cabeza de unos poetas jóvenes / Piura 1974

Testimonio de Roger Santiváñez[1]

Yo empecé a escribir una buena mañana del invierno piurano de 1971. Estaba en cuarto de media en el colegio San Ignacio de Loyola y acababa de cumplir los 15 años. Lo único que recuerdo es que -de súbito– comencé a escribir unos versos en los que trataba de dar rienda suelta a la insatisfacción interior que corroía mi espíritu adolescente. Había en mí una especie de odio y rechazo al mundo. Visto a la distancia sería la clásica crisis de cualquier pubertad. En ese instante me encontraba en el salón de clase y cuando salí al recreo –tras escribir el primer poema- sentí una gran liberación y la imborrable certeza de que sería poeta, única y exclusivamente poeta. Lo curioso es que –a la sazón- yo no tenía ni la menor idea de la poesía. A mí lo que me gustaba era el fútbol, el rock and roll y las chicas lindas por mi casa. Pero algo cambió desde aquel día.

Mi único contacto con la poesía hasta el momento, había sido el haber escuchado a mi padre leyendo –al probar una grabadora nueva- el llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías de García Lorca (que a él le encantaba) y una extraña lectura de Vallejo en la edición de Moncloa, a la que acudí también por haber oído a mi padre – en una sobremesa- tocando el tema del monstruo de Santiago de Chuco. Pero ambas cosas habían tenido el efecto de bomba atómica en mi sensibilidad. Cuando ya contaba con un manojo de poemas de mi haber, descubrí –por el curso de Literatura Española del colegio- a Gustavo Adolfo Bécquer y si a esto se le suma la pasión no correspondida (o correspondida sólo en mis llamadas telefónicas) por una chica de Santa Isabel, entonces tenemos el cuadro clínico completo de una extrema desolación llamada poesía.

Refugiado entonces entre las cuatro paredes albicantes (Vallejo) de mi habitación me dediqué a escuchar rock a todo volumen y a escribir afiebradamente versos y canciones. Cuando entré a quinto de media, Santiago López de la Rasilla, un jesuita literario fue mi mentor. Con él leí a los narradores del boom y la Teología de la Liberación de Gustavo Gutiérrez, y también en su oficina me proporcionó los ejemplares de la revista del grupo Trilce de la Universidad de Piura, cuyos ideales izquierdistas habían producido un pequeño escándalo. Allí leí los textos de Sigfredo Burneo, Carlos Guevara, Héctor Castro (a quienes conocería después) y de Mito Tumi (a quien conocía del colegio y de Santa Isabel aunque era mayor que yo). En diciembre de 1972 se abrió la librería Studium de Piura y ésta fue una gran cosa par mí. Allí adquirí mis primeras lecturas modernas universales –Joyce, Camus, Brecht, verbigracia- (que no estaban en la bien nutrida – clásicos sobre todo- biblioteca de mi padre) y cosas actuales de nuestra lengua, como la Antología de la poesía hispanoamericana contemporánea de José Olivio Jiménez (donde descubrí –entre otros- a Lezama Lima) o peruanas como la novísima antología Estos 13 de JM Oviedo. Todo esto me marcó a fuego candente.

En 1973 ingresé a la Universidad de Piura y allí fui alumno de José Ramón de Dolarea y Calvar, que era poeta y enseñaba Literatura Española. Y en conversaciones aprendí no poco de César Pacheco Vélez y principalmente de Javier Cheesman Jiménez, quien había sido el primer recopilador de la obra poética de Abraham Valdelomar y alumno de Luis Alberto Sánchez en San Marcos. Estando en la Privada definí mi vocación poética. En esto tuvo que ver una visita realizada por Marco Martos a su ciudad natal (con ocasión de la muerte de su padre, el insigne Néstor Martos). El autor de "Leve Reino" tuvo bondad de leer conmigo todos mis poemas –unos 100- y comentármelos cuidadosamente: esos textos que a él le gustaron (sólo 22) conformaron mi primer poemario "Entre el paraíso y el Infierno" que obtuvo el primer premio de poesía en los IV Juegos Florales de la UDEP en diciembre de ese año. De dicho conjunto extraje el poema "Elegía" que publicó la Tortuga Ecuestre de Lima y en la revista Amigos de la Universidad salió "Mi casa" junto a una entrevista (la primera de todas) que me hizo Nelly Trelles. Estos fueron los primeros poemas que publiqué en mi vida. Y todo ocurrió en diciembre de 1973.


Ese mismo mes visité a Mito Tumi (quien volvía de vacaciones a Piura luego de su primer año en San Marcos) y estando en su casa conocí a Sigfredo Burneo. Él era prácticamente el primer poeta joven con quien tomaba contacto en Piura (en la Privada yo paraba con Federico Chalupa, poeta también, pero a quien manyaba desde la infancia por amista familiar). Fue Burneo entonces el primer poeta-poeta --digamos- con quien entablé una relación pura y absolutamente literaria. Comencé a frecuentar su casa del jirón Cuzco, cerca de la Av. Bolognesi y cuando yo llegaba, Sigfredo emergía desde el fondo del recinto –como si viniera de otro universo- y departíamos interminables horas en el cómodo sofá de su sal. Ese fue el tiempo de las preciosas revistas que hicimos en el mágico taller de Arturo Rubio en Talarita. La primera de ellas fue Sueños de Ecce Homo –número único y para coleccionistas- con poesía erótica de nosotros dos más Mito Tumi, Carlos Guevara y Laly Vallebuona. Por esos días Sigfredo me presentó a Alberto Alarcón, con quien había editado poco antes El cuchillo entre los dientes. Alarcón era un poeta conocido en la ciudad y ya desde ese tiempo Burneo lo llamaba con una sonrisa -apenas era un poco mayor que nosotros- el Patriarca de las Letras Piuranas, queriendo significar el aura simbólica que Alarcón irradiaba en tanto imagen de la poesía en Piura. Fuimos tres por un breve tiempo y lo que más recuerdo de esa época son las cerveceadas, fiestas que Alberto organizaba en su casa de Pachitea, en cuya puerta siempre estaba sentada una anciana señora de vestidos largos y negros, de abundante cabellera lacia y cana, a quien Sigfredo llamaba la personificación de Ursula Iguarán de Cien años de soledad. De esa macondiana instalación lo que guarda mi memoria es la provocativa silueta de Matilde Ordinola, célebre líder del SUTEP en los 70s, danzando en medio de la sala en ajustado pantalón lila.

Otras publicaciones fueron el número 2 de Ave Destino –que en algún sentido era la continuación poética de Trilce – (Burneo, Tumi y Guevara, estos dos últimos ya vivían en Lima). La peca de la jirafa, plaquette que hice imprimir con poesía de los patas que yo había conocido durante una breve temporada en Lima: Luis La Hoz, Armando Arteaga y Oscar Aragón. Papeles del payador que dirigía Alberto Alarcón desde la posición del Grupo Intelectual Primero de Mayo en Lima, al que él pertenecía. Y la plaquette Niebla púrpura (nombre tomado de una famosa canción de Jimy Hendrix) que circuló la noche de un recital de poesía joven piurana habido en el Club Grau, organizado por la oficina de Proyección Social de la Universidad Nacional de Piura, en setiembre de 1974 y en el que participamos Laly Vallebuona, Federico Chalupa, Sigfredo Burneo y quien redacta este testimonio. Todo esto sucedió –por confabulación de los astros- en 1974.

Pero unos meses antes ocurrió algo que nos unió como grupo. Meche Estrada tenía un espacio cultural dentro del programa noticioso "Hechos" en canal 2 de TV en Piura. Y me invitó para conversar de literatura.

Al final de su entrevista ella me preguntó acerca de la recién inaugurada filial piurana de la ANEA, que presidía Luis V. Altuna, conocido abogado de la ciudad pero en producción cero, en lo que se refería a la literatura y al arte. Eso fue lo que yo dije, y estalló la bomba. La conductora quedó estupefacta y los conductores de Hechos, Juan Silva y Renán Estrada, pusieron el grito en el cielo y me llamaron mozalbete atrevido y no sé qué más cuando yo ya había abandonado el set en compañía de Sigfredo Burneo. Como no tuve la oportunidad de refutar los ataques de Silva y Estrada -en el aire- decidimos que yo escribiría una carta pública en mi defensa. Así lo hice y la llevamos al diario La Industria que dirigía Elmer Núñez, a quién le pareció correcta, pero nos dijo:

- Esto es un anónimo –refiriéndose a que sólo iba mi firma sin libreta electoral (yo era menor de edad ya que en esos días la mayoría se alcanzaba a los 21 años y a la sazón yo tenía 18) de modo que Sigfredo Burneo y Ricardo Cevallos firmaron en representación mía, por el académico mentis recuerdo que pusieron junto a los números de sus libretas electorales. Esto fue un motivo de orgullo generacional y sendas celebraciones espirituosas en el Tres Estrellas o en el 53 de la querida Piura de ese entonces. Algo fundamental para mi escritura fue el libro con la Poesía completa de Jorge Luis Borges que Sigfredo me prestó –como un tesoro- para todo aquel alucinante 1974.

Ya para 1975 Sigfredo se había trasladado a Trujillo para seguir estudios en la universidad de dicha ciudad. Alberto Alarcón desaparecía sin dejar rastro cada cierto tiempo. Y yo también me fui a Lima para estudiar Literatura en San Marcos, donde sui amablemente acogido por Marco Martos y Mito Tumi. Allí empezaría mi historia en Lima, pero aquí –a pedido de Houdini Guerrero- lo que he querido es recordar mi estadía poética en mi ciudad natal. Aquellos días en que me sentaba con Sigfredo Burneo en el patio delantero de mi casa de Santa Isabel, a disfrutar del viento fresco de las 6 p.m. con un té y un par de sandwichs (éramos zanahorias también) leyendo juntos Charlie Melniek de Luis Hernández o divagando bajo las primeras estrellas de la noche en una banca de la Plazuela Merino, dejando que el ardiente sol piurano consumiera esas tardes infinitas que ya no volverán jamás. Y por eso he escrito esta especie de homenaje.


A orillas del río Cooper, South New Jersey, 9 de diciembre de 2005



[1] Tomado de la revista literaria Sietevientos 15, Sullana, diciembre de 2005.

domingo, mayo 27, 2007

Tradición, aportes y tareas pendientes de la nueva crítica literaria para la mejor comprensión de la poesía peruana actual (1980-2006)

Por: César Ángeles L.

Este texto es una versión ligeramente modificada de la ponencia que presenté y leí en el “Primer Congreso Internacional de Poesía Peruana (1980-2006)”, que se llevó a cabo en noviembre de 2006, en la Facultad de Filología Hispánica de la Universidad Complutense de Madrid, en España. (C.A.L.)


En cuanto a la crítica propiamente dicha, espero que los filósofos comprenderán lo que voy a decir: para ser justos, es decir, para tener su razón de ser, la crítica debe ser parcial, apasionada, política; es decir, debe ser un punto de vista exclusivo,
pero un punto de vista que abra el máximo de horizontes.
Charles Baudelaire


Es indudable que cada época genera sus propios sujetos, voces, problemáticas, preguntas y respuestas. En un país como el Perú, es más que evidente una historia signada por la violencia de diverso cuño. Hubo violencia social y política antes de las guerras de la Conquista occidental, así como durante este período y el subsiguiente de la Colonia y, por supuesto, durante la llamada Emancipación (que fue sobre todo de tipo político, ya que se pasó a depender económicamente de otros Imperios europeos), y cómo no a lo largo de los diversos regímenes durante la República, hasta hoy.

Hoy, con un Estado peruano que según se dice tiene las arcas llenas, pero cuya mayoritaria base social es de masas empobrecidas que oscilan entre la miseria absoluta y los subempleos informales, precarios. Hoy, gobierna otra vez un presidente y un partido que en la segunda mitad de los años 80, y como nos consta a varios de quienes asistimos a este I Congreso Internacional de Poesía Peruana, en Madrid, propició una de las crisis más agudas y generalizadas que se recuerde del siglo XX en nuestro país. Ello tuvo como correlato una insurgencia armada (la del Partido Comunista del Perú “Sendero Luminoso”) cuyo carácter político y dimensión social sorprendió a no pocos peruanos de aquellos años. Esta historia más reciente de la violencia política en el Perú contemporáneo cobró mayores tintes dramáticos por la represión indiscriminada desde el Estado, la misma que se profundizó durante los años 90 en medio de unos niveles de degradación moral ya por todos conocidos.

Entre este amplio, largo y complejo proceso de siglos, el magma de la creación poética no ha cesado, y de algún modo u otro, diversos autores han sabido partir de esta realidad y esta historia para transmutarla en poesía, plasmándola en cantos, himnos, mitos o también poemas y literatura escrita, como se suele entender a “la literatura”, de modo restringido, identificándola con los libros y autores personalizados. Pero la literatura peruana, como bien acotó el recordado Antonio Cornejo Polar –siguiendo en buena medida la senda de uno de los primeros sistematizadores de nuestra historia (no sólo) literaria: José Carlos Mariátegui-, es una totalidad múltiple y contradictoria, sin un carácter orgánicamente nacional. El magisterio de Mariátegui ha sido decisivo en los estudiosos de nuestros procesos culturales y sociales, pero también para los propios creadores y artistas empezando por esa pléyade de poetas coetáneos del Amauta entre quienes destaca con luz propia César Vallejo, alguien tan esencial como hombre y poeta en la historia española y europea de principios del siglo XX. En su sétimo ensayo, Mariátegui señaló algunas características centrales de nuestra literatura, que luego aprovecharon otros intelectuales como Cornejo Polar para precisar que en el Perú conviven diversos “sistemas literarios”, cada uno con diferentes cursos, representantes, objetivos y tradiciones.

Por otro lado, si se revisa los trabajos más serios de crítica literaria en nuestro país, correspondientes a las últimas dos o tres décadas, estos alcances teóricos y metodológicos son varias veces utilizados y citados. En la base de todo ello, se reconoce la praxis crítica desde una metodología interdisciplinaria que integra los aportes desde las Ciencias Sociales, la historiografía literaria y otras disciplinas humanistas, integrando también la perspectiva crítica marxista y su activa fe en la transformación de la realidad en abierto diálogo con otras líneas de análisis y acción contemporáneas.

He querido empezar así esta suerte de ponencia y testimonio personal, porque aunque considero que toda labor crítica, y más aun en torno al arte y la literatura, debe hacerse desde la sensibilidad a flor de piel, ello no significa descuidar la propia formación metodológica, política y teórica. La crítica literaria procura revelar asuntos de esa tecnología que es el lenguaje humano, en la parcela de la fantasía y creatividad verbales; pero nada atrapará el profundo sentido de las obras si se descuida la sensibilidad. Creo que ello es parte del magisterio de los autores que he mencionado, y podría citar varios más pero no es imprescindible.

El presente coloquio se centra en los últimos 26 años de “poesía peruana”, según dice el título del congreso que nos convoca en la patria de una de nuestras lenguas maternas. Tan sólo la pregunta de ¿qué se debe o puede entender por “literatura peruana”? nos tomaría, si somos rigurosos, muchas horas y días de exposiciones y debates. No es mi propósito impulsar semejante hazaña, pero confieso que no puedo partir de una posición neutral pues yo mismo he compartido, hasta hoy, vida y obra con varios de quienes publicaron sus primeros libros durante los años 80 y 90. En todos estos años (a veces añicos) que incluyen la formación universitaria, trabajos y empresas comunes, cada quien ha ido decantando una manera de ser y situarse en el universo de la creación y la crítica. Todo ha sido inevitablemente cargado de pasión y no pocas veces de radicalidad en un medio como el Perú, que como dije porta una historia de violencia en sus diferentes formas y manifestaciones.

Uno de los mayores retos que debe afrontar alguien que se decida a emprender la crítica literaria entre nosotros es, como queda dicho, la multiplicidad de nuestra literatura, sus diversas tradiciones y sistemas verbales. Esa literatura peruana y aun latinoamericana que ha sido nombrada de diversos modos por conocidos autores: “heterogénea”, por Cornejo Polar; “transcultural”, según Ángel Rama; “diglósica”, por Enrique Ballón; “alternativa”, por Martin Lienhard, o “híbrida”, según García Canclini. Con lo cual se remite a una multiplicidad contradictoria de voces y poéticas que son un amplio torrente de aguas encontradas en territorios nacionales o regionales, donde diversos “flujos” de diversas canteras literarias e históricas contienden por la hegemonía, enriqueciendo a la vez que complejizando el ámbito de lo que se llama “literatura latinoamericana”, y más específicamente “literatura peruana”. Así que quien se aproxime a este cuerpo en movimiento deberá sobre todo tomar conciencia de su peculiar realidad contradictoria, y premunirse de las experiencias y conocimientos necesarios para rendir cuenta del verdadero carácter del sector o ámbitos de la literatura que haya decidido penetrar.

En este sentido, uno de los trabajos de investigación más ambiciosos hasta hoy es el libro Poéticas del flujo/ migración y violencia verbales en el Perú de los 80 (Lima, 2002), de José Antonio Mazzotti. En medio de las ideas, posiciones y polémicas expuestas en este volumen, y con las que se puede o no estar siempre de acuerdo, se plantea una estructura y metodología de análisis que bien refleja las búsquedas comunes a otros autores coetáneos del propio Mazzotti, entre quienes nos contamos varios de los aquí presentes. Quiero destacar el primer capítulo, dedicado a la poesía quechua, y todo lo que allí se sintetiza y abre para aprehender el verdadero sentido y espíritu de la literatura en el Perú. Uno de los factores que potencian el desempeño crítico de este autor es su vasto conocimiento de la literatura colonial y, por ende, de las variantes en torno a esas dos patrias, para decirlo fácil: la andina y la occidental, que desde los tiempos del dominio español conviven y contienden en nuestra historia. Junto a ello, la familiaridad de José Antonio con las propuestas contraculturales de los años 80, así como su labor periodística en aquel período con mayor conciencia y radicalidad políticas, le ha permitido proyectar con provecho su conocimiento del pasado a nuestras obras literarias contemporáneas. Así, dedica otro capítulo a las poetas mujeres quienes conformaron un nuevo horizonte creativo a fines del siglo pasado (no sólo) en el Perú, y en especial se ocupa, además, de una línea de poesía (la del Movimiento Kloaka) cuya radicalidad anarca, de lenguaje fragmentado, al ritmo de un país cada vez más roto y desgarrado, fue mal recibida por el sector academicista de la escena cultural y periodística en el país. Con el paso del tiempo y de las aguas, no siempre cristalinas, dicha línea ha sido reconocida en su pertinencia como cáustica expresión del verdadero Perú (oficial), y dos de sus exponentes más conspicuos participan en este Congreso: Domingo de Ramos y Róger Santiváñez[1]. Este volumen de Flujos, dicho no tan de paso, muestra además variados referentes bibliográficos que testimonian el manejo de un amplio espectro teórico, crítico, historiográfico, así como de la misma obra de varios poetas del Perú y otras latitudes, lo cual muestra el sentido interdisciplinario y universal que también anima la labor crítica y creativa de otros nuevos autores en los últimos años.

Esto mismo marca una diferencia sustancial con la promoción de los años 70, cuyos miembros, especialmente aquéllos del sector más provocador y radicalizado en los inicios de dicha década (me refiero al Movimiento Hora Zero), carecieron de una formación universitaria, lo cual puede explicar en parte sus pocos aportes teóricos o críticos sobre la literatura. A menos que consideremos que la propia praxis literaria, y la dinámica de la agitación y propaganda mediante manifiestos, poemas y recitales colectivos haya sido una manera particular de exponer planteamientos desde y acerca del lenguaje de la poesía. Por eso, no llama la atención que dos de los ensayos más lúcidos y documentados sobre Hora Zero correspondan a quienes hoy comparten esta mesa conmigo: Paolo de Lima y Luis Fernando Chueca. Ambos trabajos fueron publicados, respectivamente, en los números 3 y 4 de la revista Intermezzo Tropical que desde este año nosotros coeditamos junto a la poeta Victoria Guerrero (también presente aquí mediante la ponencia que ha enviado por correo electrónico). Sin embargo, como es fácil apreciar –espero- estos dos autores no son cronológicamente “del 70” sino más bien “del 90”.

Por cierto, de Lima y, más recientemente, Chueca son exponentes de una línea de crítica que incide en la interacción entre violencia política y la poesía actual, en el Perú. Al respecto, hay varios otros autores indagando en esta temática, como la mencionada Victoria Guerrero, Juan Zevallos Aguilar, José Antonio Mazzotti y yo mismo, con diversas búsquedas y resultados (Ver Bibliografía).

En los últimos años, se trata ya de una ola por ocuparse de estos asuntos (incluso en otras artes y textos literarios), por lo que llamo la atención sobre que toda investigación o antología se realiza desde alguna u otra posición determinada, que puede ir desde la domesticación de experiencias creativas inicialmente demoledoras del orden establecido, hasta otra actitud que promueva los flancos y aspectos renovadores de los autores y obras elegidos. En este sentido, una tarea pendiente es el trabajo con un corpus paralelo al del canon culto de la poesía peruana: la poesía de Edith Lagos y Jovaldo, miembros de Sendero Luminoso, o las canciones, teatro, himnos e incluso testimonios de esta organización, y de sus prisioneros políticos en las cárceles[2], son muestra de una poesía nada convencional, militante y partidaria que representa todo un reto para la crítica interesada en los trasvases entre el ámbito político y el específicamente literario-cultural.

Así pues, en la aventura de la crítica literaria más reciente, ya existe un corpus crítico (que no siempre es igual a un corpus christi) por lo demás en aumento, así como una promoción de escritores que van afinando sus sensibilidades y herramientas intelectuales para dar cuenta de los retos que plantean la poesía y la realidad peruanas. Esta historia data, en verdad, desde fines de los 70. Agotado ya en buena medida el inicial impulso reformista, de corte populista-burgués, de la dictadura militar presidida por el General Juan Velasco, otros sectores de poetas y artistas iniciaron un camino diferente al de Hora Zero y sus actitudes parricidas. Me refiero al grupo La Sagrada Familia, por ejemplo, y a otros escritores que rescataron la tradición poética peruana buscando, no sin fisuras y contradicciones, otras alternativas más individuales desde el lenguaje. Todo ello, durante un curso político que ya se enrumbaba hacia la ola neoliberal de los años 80 y sobre todo los 90.

Como bien se apunta en el amplio e incitante trabajo de Carlos López Degregori (quien también participó del mencionado grupo La Sagrada Familia), “Antes del fin/ Un acercamiento a la poesía peruana 1975-1994”, lo anterior desembocaría, a inicios de los 80, en la fundación de uno de los últimos grupos de literatura que merecen este nombre en el Perú, de actitud epatante: el mencionado Movimiento Kloaka. Pero este curso de transición entre dos décadas, en más de un sentido cualitativa y radicalmente diferentes, evidenció aun mejor sus características en la caliente polémica que sostuvieron Mario Montalbetti, Róger Santiváñez (Kloaka), Enrique Verástegui (Hora Zero) y Oscar Malca (Ómnibus), en 1983, en la revista de creación y crítica Hueso Húmero.

Otra propuesta temprana sobre la nueva poesía peruana de los años 80 apareció también en esta publicación, pero de la mano de Mirko Lauer, un escritor de la promoción del 60 por lo general atento a los vaivenes vanguardistas o protovanguardistas del arte y la literatura (no sólo) en el Perú.

Algo importante en los trabajos que voy citando es que lo nuevo se ha percibido al interior de una tradición poética que ya tiene varios representantes y obras de innegable perdurabilidad, y que por razones de marketing su viaje hacia otras latitudes aún tarda. Los merecidos homenajes a Carlos Germán Belli, y al apreciado amigo y poeta Pablo Guevara, son apenas una muestra de lo que falta hacer para que las cimas de la poesía peruana alcancen mayores ojos y oídos en el concierto internacional.

Asimismo, en los trabajos que comento y, en general, en los que revisé días anteriores, es recurrente la crítica que hacen sus autores acerca de la escasa, cuando no pobre, masa crítica para la mejor comprensión de los nuevos lenguajes y procesos poéticos. Aunque ello ha ido cambiando, para ser justos, sobre todo hacia fines de la década anterior. Otro de los hechos saltantes de estas últimas dos décadas es que la mayoría de la crítica literaria la han hecho los propios autores, los propios poetas[3]. Una de las tempranas muestras de este aserto fue el libro, ahora inhallable, que en su momento provocó agudo escozor en quienes se sintieron excluidos (algo que no cesa incluso hoy: escritores que denigran estudios, antologías y a sus autores por sectarios o incapaces, pero trasluciendo un reprimido deseo ser parte de dichas obras). Me refiero a la selección de poesía peruana La Última Cena (Lima, 1987), con doce jóvenes poetas de los años 80. La historia en torno a esta selección (no se presentó como antología) es larga y rica en anécdotas, pero ello le dio una celebridad que no exagero si afirmo que todavía conserva; quizá también por las voces allí representadas, y por el prólogo firmado crípticamente por AACC, donde se plasmó uno de los primeros alcances sobre la nueva poesía en el Perú. Por lo demás, si la promoción del 60 tuvo en el crítico Leonidas Cevallos al autor de la mítica antología Los nuevos, y los del 70 tuvieron en el crítico de moda, José Miguel Oviedo, al autor de la antología Estos 13 (número pagano), los años 80, en consonancia quizás con el desencanto de muchos jóvenes sobre la cuestionada praxis política de sus mayores, tuvieron en sus novísimos poetas a los propios hacedores de esta selección y del mentado estudio introductorio[4].

Saltando algunos años, nos topamos con la trunca polémica que sostuvieron Rodrigo Quijano y Peter Elmore en Hueso Húmero, en los dos números de diciembre de 1999 y julio del 2000, respectivamente. En ella, los argumentos del primero quedan más en la memoria porque, aunque con un tono objetivo y desapasionado, se sitúa dentro de los lineamientos ya expuestos respecto de la nueva crítica de la poesía peruana, y plantea una tesis cáustica: que las humanidades y la “ciudad letrada” (parafraseando a Ángel Rama) se repliegan, desde los años 60, ante el avance de la cultura oral y visual de los medios de comunicación. Quijano ubica lo anterior en relación con la migración masiva desde las provincias andinas hacia algunas urbes del Perú.

Otro texto central es “Consagración de lo diverso. Una lectura de la poesía peruana de los noventa” (Lima, 2001), del poeta Luis Fernando Chueca, quien por razones que él sabrá explicar mejor que yo incursionó en el ensayo, dando a luz este aporte para la comprensión del último tramo de nuestra poesía culta escrita en castellano. No abriré aquí las páginas de este amplio y documentado trabajo, lleno de ideas sugerentes, pero remarco que al igual que en otros textos comentados ni la crítica literaria ni la poesía se aprecian al margen de los procesos sociales en el Perú y el mundo. Este trabajo de Chueca es un verdadero mapa respecto de las poéticas de los 90, y donde, con honestidad a imitar, confiesa su limitación (compartida, de seguro, por todos nosotros) de basarse sobre todo en lo que más conoce: Lima contemporánea. Sin embargo, declara su fe en que el vasto corpus de lo leído le permita acertar en sus apreciaciones, algo de lo que no cabe duda, a pesar de cierta generosidad cuando caracteriza las zonas y obras que delinea.

En el libro de factura colectiva, En la comarca oscura. Lima en la poesía peruana 1950-2000 (Lima, Universidad de Lima, 2006), destacan los ensayos del propio Luis Chueca sobre la obra de Domingo de Ramos, y el de Carlos López sobre Róger Santiváñez. Se trata de artículos que establecen vasos comunicantes con otras aproximaciones críticas en torno a estas poéticas, respectivamente fragmentada y esquizoide, de los últimos años en nuestra poesía[5]. Asimismo, en este libro, López Degregori publica uno de los pocos trabajos críticos serios sobre la poesía de Monserrat Álvarez, una de las voces y gritos más representativos de la promoción 90, en el cual se evita la complacencia con la escritura de esta autora (y que no pocas veces acompañó las reseñas de su libro Zona Dark). Allí anota un rasgo central, compartido por otros autores del periodo, en esta poética: el escepticismo militante ante posibles transformaciones sociales, o en todo caso la apuesta por una violencia (verbal) irracional, anarca, sin mayores certezas, dentro de una “Babel postmoderna”[6] como dice López Degregori.

El último trabajo que deseo mencionar es “Literaturas periféricas y crítica literaria en el Perú”, del ensayista y catedrático puneño Dorián Espezúa, publicado en la revista Ajos y Zafiros (2002), la cual posee una tendencia poco confrontacional aunque cuenta también con una ganada presencia en el ámbito cultural peruano. Mucho se dice en este ambicioso trabajo de Espezúa, pero ya su título nos orienta de qué trata y qué reclama en los estudios críticos actuales: mayor amplitud y sensibilidad hacia esas otras literaturas peruanas. Al mismo tiempo, se remonta hasta la fundación de los estudios críticos de literatura en nuestro país, con la mención de Riva Agüero, Luis Alberto Sánchez y Mariátegui, pasando revisión a diversas promociones de escritores posteriores que han seguido y desarrollado, desde diferentes perspectivas, las líneas matrices marcadas por dichos fundadores a comienzos del siglo XX. Al saludar el balance ofrecido por el artículo “El Perú crítico: utopía y realidad” hecho por Jesús Días, Camilo Fernández Cozman, Carlos García Bedoya y Miguel Ángel Huamán (publicado en la revista que fundó Antonio Cornejo Polar, la Revista de Crítica Literaria Latinoamericana), Espezúa resalta algunos cuestionamientos que espero haber rebatido, al menos en parte, en mi intervención. Cito:


allí se señalan las carencias y deficiencias [que debió superar la crítica peruana para no convertirse en una crítica mediocre] como son: la escasez de ediciones críticas confiables, falta de estudios monográficos sobre textos canónicos, debilidad en el trabajo filológico, miopía en la institucionalidad literaria reducida a espacios mínimos de trabajo intelectual cuyos integrantes trabajan de manera aislada, derrochando tiempo y esfuerzos que bien pueden ser colectivos, la escasez de conceptos e ideas teóricas que nos permitan avanzar en la transformación y constitución de nuestra nacionalidad y que den cuenta de nuestra pluralidad discursiva, y la necesidad de la crítica literaria de integrar a las disciplinas sociales para dar cuenta de las prácticas discursivas pertenecientes a otros sistemas literarios difíciles de penetrar desde un centro y una academia metropolitana, centralista y segregacionista” (103).

En este marco, se entiende su desconfianza hacia los estudios culturales, tan en boga en la academia norteamericana, siguiendo la línea de los aportes de Fredric Jameson como su volumen Estudios Culturales. Reflexiones sobre el multiculturalismo, escrito en colaboración con Salvoj Zizek. El muy útil artículo de Espezúa adolece, sin embargo, de cierto populismo cuando demanda, por ejemplo, que la crítica literaria peruana debe hacerse desde el Perú. No creo que necesariamente estar físicamente en un territorio propicie una identificación o claridad con su propia realidad. Pensar así es algo mecánico. Asimismo, yerra cuando critica a ciertos intelectuales por su extracción de clase alta o media-alta, cuando es la posición de clase lo que en última instancia determina la opción elitista o democrática de cualquier sujeto, intelectual o no. En este sentido, sus argumentos recuerdan a veces esa polémica entre “andinos” y “criollos” que aquí tuvo lugar en el pasado encuentro de narradores peruanos (y que al parecer aún provoca urticaria en algunos de sus presuntos implicados). Quizá el punto mas flojo aparece hacia el final de este trabajo, cuando luego de una encendida y en general justa demanda por una crítica literaria no cerrada en sí misma, a favor de otra que salga del gabinete e interactúe con la realidad concreta, aboga Espezúa por una “tolerancia” entre los diferentes sistemas literarios; con lo cual, cabe entender, entre diferentes tradiciones culturales, diferentes clases sociales, diferentes posiciones. No lo veo así. Tolerar al otro suele ser una máscara populista para la pasividad, cuando no para la conciliación, ante la misma segregación que se dice combatir.
Al respecto son útiles para nosotros unas palabras de Bertolt Brecht:

Los fascistas, viejos embadurnadores de paredes ellos, tienen la costumbre de pintar al diablo en la pared que pudiera resultarle perniciosa. Pues bien, puesto que resulta bueno serles pernicioso, pienso yo que deberíamos ser justamente ese diablo (...). Muchos miramos a la pared y descubrimos la imagen de la bestia inteligente y decimos: Claro, es la inteligencia lo que no quieren, y con razón; es la inteligencia lo que debe movilizarse contra ellos. (...) Pero ¿cree alguien que puede uno combatir la barbarie haciéndose el inofensivo? Esto equivaldría a atajar el golpe de una espada con la arteria. Hemos de aprender a hacernos la idea de que la bondad también hiere. Hiere al salvajismo. La escoria comete asesinatos, pero sólo se la puede inducir a abandonar el mundo con el asesinato. (...) ¿Cómo podemos los escritores escribir mortalmente? Sabemos que alrededor de los estados fascistas se levanta un muro enorme y sólido, hecho de charlatanería, de mamarrachadas, de filosofía estadiza, detrás del cual se hacen los negocios. Este muro gaseoso es un prodigio de la técnica del enmascaramiento con nubes de gas. Muchos de los nuestros están actualmente ocupados en comprobar el carácter gaseoso, la inconsistencia, etcétera, de este muro. Me temo que esto no tiene nada de mortal. Sería un golpe mortal suministrar información sobre los asuntos que se perpetran detrás. Esto requiere algo más de trabajo y de estudio, cae fuera de nuestro dominio, no entendemos mucho de ello, es algo práctico, pero mortal. (1934-1938, “Arte y Política”, en El compromiso en literatura y arte: 178-179).

Creo que esta larga cita nos exime de mayores comentarios. Hay muchas cosas que se quedan por decir, pero ya el tiempo ha corrido y no quiero que me corten la cabeza. Excúsenme por las limitaciones inevitables, y tengamos en cuenta que una autocrítica sincera y radical en cada uno de nosotros siempre nos posibilitará distinguir los diversos tipos de crítica y creación, así como su real densidad y carácter ideológicos desde el propio lenguaje. Para esta tarea, nada nos hace mejor que continuar nuestro diálogo fecundo como ahora mismo lo hemos venido haciendo en Madrid, en el Perú, en el mundo todo. De esta manera, laborando conjuntamente en una suerte de mancomunado taller virtual, consolidaremos y abriremos nuevos espacios. Hay que afinar nuestro instrumental quirúrgico, para abrir los hechos y su sentido en su real y profunda dimensión. Nunca snobs, ni diletantes, ni oportunistas, ni conciliadores, ni tampoco elitistas, con vocación de cófrades. Debemos ser siempre abiertos a la verdad y a los aires renovadores que existen y surgen por doquier. He ahí nuestro mayor reto, y el pasaporte seguro para la higiene espiritual, la salud intelectual y la revolución. Gracias.


Lima, noviembre de 2006
Última revisión: Madrid, febrero de 2007



[1] Acerca del retorno al régimen constitucional, en el Perú de los 80, su (anti) recepción en algún circuito urbano de jóvenes radicalizados y anarcos de clase media, y la relación de todo ello con el espectro “subte” y el grupo Kloaka, véase el libro de Juan Zevallos Aguilar citado en la bibliografía. El artículo “Digamos que el flamante tren se detuvo sin aviso” en Los largos oficios inservibles (2004), de Eduardo Chirinos, y mi texto “22 años del Movimiento Kloaka”, en la revista Ciberayllu, también dialogan con lo aquí mencionado.
[2] Algo de ello puede apreciarse en el libro La voluntad encarcelada/ Las’luminosas trincheras de combate’ de Sendero Luminoso (Lima: IEP, 2003), del historiador José Luis Rénique.
[3] Una posición más bien contraria y escéptica (a ratos desinformada) de todo ello es la de Mirko Lauer en Ajos y Zafiros 3/4 (135-136), donde también ofrece una visión sesentera de la crítica literaria y el “debate nacional” poniendo como paradigma la labor periodística de José Miguel Oviedo en aquellos años.
[4] Tan es así, que inicialmente este texto tenía un título más breve, puntual y directo: “Crítica desde la creación”, o también “Poetas y valoraciones críticas desde los 80 y 90”.
[5] Véanse, por ejemplo, mis ensayos sobre los dos poetas mencionados, en Ciberayllu. A propósito de esta revista electrónica, se trata de un apreciado espacio que desde hace diez años sostiene una amplia cobertura para la divulgación, entre otros asuntos, de no pocos trabajos y autores aquí mencionados. En esta misma línea se halla Letras.s5, una revista virtual chilena más reciente.
[6] Sobre la “postmodernidad” siempre será refrescante volver al libro de Fredric Jameson (1991).

BIBLIOGRAFÍA

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________________ “La poesía de Domingo de Ramos y Pastor de perros”. Ciberayllu (31 de marzo, 2001)

_________________ “Aproximación a la poesía peruana de los 80. Punto de partida: la poesía de Róger Santiváñez”. Ciberayllu (12 de agosto, 2001).

_________________ “22 años del Movimiento Kloaka”. Ciberayllu (31 de mayo, 2003).

Brecht Bertolt. El compromiso en literatura y arte. Barcelona: Edicions 62, 1984.


Chueca, Luis Fernando; Güich, José, y López Degregori, Carlos. En la comarca oscura. Lima en la poesía peruana 1950-2000. Lima: Universidad de Lima, 2006.

Chueca, Luis Fernando. “Consagración de lo diverso. Una lectura de la poesía peruana de los noventa”. Lienzo 22 (2001): 61-132.

___________________ “Alcances y límites del proyecto vanguardista de Hora Zero”. Intermezzo Tropical 4 (2006): 29-45.


De Lima, Paolo. “Violencia y ´otredad` en el Perú de los 80: de la globalización a la ´Kloaka`”. Revista de Crítica Literaria Latinoamericana 58 (2do semestre de 2003): 275-301.

_______________ “La violencia política en el Perú: globalización y poesía de los 80 en los ‘tres tristes tigres’ de la Universidad Católica”. Ciberayllu (27 de noviembre, 2005).

_______________ “La Universidad de San Marcos, la Revolución y la «involución» ideológica del Movimiento «Hora Zero». A veinticinco años de «Palabras urgentes (2)» de Juan Ramírez Ruiz”. Ciberayllu (27 de diciembre, 2005).

Espezúa, Dorián. “Literaturas periféricas y crítica literaria en el Perú”. Ajos y Zafiros 3-4 (2002): 97-115.

Elmore, Peter. “El poeta como desplazado: las palabras a la intemperie”. Hueso Húmero 36 (julio, 2000): 147-155.

Jameson, Fredric. "El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado". Barcelona: Paidós,1991.

Lauer, Mirko. “Hacia una generación poética del ochenta”. Hueso Húmero 1 (abril-junio 1979): 69-79.

López Degregori, Carlos. “Antes del fin. Un acercamiento a la poesía peruana 1975-1994”. Humanitas 31 (julio-diciembre 1994): 15-51.

Mariátegui, José Carlos. 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana. Lima: Ediciones Amauta.

Mazzotti, José Antonio. Poéticas del flujo/ migración y violencia verbales en el Perú de los 80. Lima: Fondo Editorial del Congreso del Perú, 2002.

Medo, Mauricio. “El origen de lo diverso en la generación del 80”. Revista Peruana de Literatura 1 (mayo-junio 2004): 40-42.

Quijano, Rodrigo. “El poeta como desplazado: palabras, plegarias y precariedad desde los márgenes”. Hueso Húmero 35 (diciembre, 1999): 34-57.

Varios. “Sobre la poesía peruana última. Una conversación”. Hueso Húmero 17 (abril-junio 1983): 26-48.

Yauri, Marcos. “Crisis de la crítica literaria”. Kordillera 20 (2006): 3.

Zevallos, Juan. Kloaka: 20 años después. Cultura juvenil urbana de la postmodernidad periférica. Lima: Ojo de Agua, 2002.

martes, mayo 22, 2007

El suicidio de la nostalgia

Reynaldo Cruz

a propósito de Hostia Sideral, poemario de Lúber Ipanaqué.

Las palabras son vitales para seguir creyendo que existimos. Surgen tímidas para plasmar tristezas, alegrías, odios, miedos, caricias y otros demonios de nuestra vida, aunque a veces permanecen cautivas de nuestra divina soledad esperando el momento preciso para filtrarse entre las diáfanas estrellas del rostro. Los poetas se nutren de esta situación buscando perennizar su incomprendida existencia, por ello se enfrentan a la escalofriante hoja en blanco para cantarle al amor, a la angustia, a sus musas y a su incomprensión misma.

Alberto Alarcón dice que la poesía esta puesta sobre la tierra, para producirnos una recóndita sensación de poder tocar los límites, los primeros y los últimos, para hacernos sentir que habitamos un vientre seguro, y que la noche, la soledad y la muerte están del otro lado, ajenas y distantes de nosotros, cuando sabemos que nos aguardan porque nuestra carne y nuestra alma les pertenecen. ( Sietevientos N° 13 ). Por esta razón quizá, Luber Ipanaqué se acerca a brindarnos su primera producción poética, “Hostia Sideral”, denominada asi en son de elogio a la luna, inspiración primigenia y eterna de los aedos.

La trova de Luber nos lleva por parajes internos, desde la evasión de los retazos del pasado, la confusión humana, el adiós, la búsqueda de nuevos firmamentos hasta tenebrosos abismos como la muerte a quien alude en varios de sus versos, la amante traicionera de la vida, la llama en Batallas, pero en otros es más directo y utiliza su nombre propio o al suicidio, su mas leal compañero. Sin embargo, a pesar de esta gris temática, Hostia Sideral no se convierte en una loa a lo melodramático, pues el poeta matiza su obra con el canto a aquella esfinge que llamamos mujer e imágenes cargadas de un erotismo que suele manifestarse incluso en un acto de onanismo.

El primer poema nos acoge con una agreste soledad hurtada del amor que agoniza por voluntad del poeta y su amada. El poeta busca crear una musa con rasgos parecidos a la anterior como escape de los recuerdos que no fueron construidos, pero finalmente se resigna al reconocer que esta ruptura significa un nuevo inicio. De otro lado, Danza de la muerte, abandonada el hilo común de lo nostálgico, erótico y romántico que tiene el poemario para protestar por la indiferencia del hombre hacia el hombre, incluso en temas humanamente preocupantes como la guerra que se origina por el afán de más riquezas ( El mundo gira al compás de las metralletas/ Treintaitrés trillones trescientos treinta/ Y tres mil tiros al corazón de un niño/ Y el monstruo festejando orgías de paz).

Soledades de Ultratumba es la culminación de este canto a la melancólica vida del poeta, quien se interroga sin hallar ninguna respuesta para justificar sus extraviados días en este edén de cemento, ni siquiera su musa puede darle solución a ese conflicto eterno, llegando a jugar al suicida que termina desposando a la tristeza, pues sabe que ella no se marchara antes del fin de sus huesos ( Tristeza, te amo, tristeza/ Porque brindas gotas de miel/ en mi recuerdo/ Porque estás a la altura de/ mi muerte/ Tristeza, te amo, tristeza/ Te amo tiernamente/ Porque siempre me regalarás/ flores/ y prenderás velas en mi tumba ).

Hostia Sideral significa para este muchacho pucallpeño con corazón de algarrobo, la realización de un sueño que nació con la publicación de pequeñas plaquetas ( “Transmutación”, “Epístola a los transeúntes”, “Suicidas Aedos” ) que distribuía entre compañeros de la Universidad Nacional de Piura y poetas y escritores amigos, pero sobre todo es una muestra de que existe una cantera de jóvenes aedos con la propuesta, para regocijo de los bibliófilos que aún sobreviven, de mantener vivo el amor hacia la belleza estética de las palabras.

La Sorpresa de Jalevi

Reynaldo Cruz

Una insolencia total a la muerte, malos entendidos, amor, fantasía, creencias populares se unen en “Sorpresa y otros cuentos”, la primera entrega literaria de Javier Leonec Vílchez Juárez, un joven escritor que da sus primeros pasos en la narrativa piurana, con el anhelo de encontrar un eco a sus trazos en el papel.

10 cuentos breves que se inician con el texto que presta el nombre al libro. Con un lenguaje sencillo nos transmite la esencia de un amante de la literatura y el interés por las vivencias populares que se mezclan con escenas no enmarcadas de la realidad. Javier L. Vílchez Juárez estudió Lengua y Literatura en la Universidad Nacional de Piura, formó parte del taller de creación literaria que dirigió Houdini Guerrero, ha publicado en las revistas literarias: Aula 34 y Sietevientos.

En Sorpresa, nos muestra una muerte de rasgos masculinos que busca a su escurridiza víctima (Jalevi), quien logra burlarla por enésima vez. Dejándola en una incomoda y vergonzosa situación. Camita de Palos desarrolla la historia de Lucho, que llega hasta un pueblito de la sierra en búsqueda de Dionisia, avivando el fuego del deseo y la pasión con la venida de la noche, pasión que se convierte en tragedia cuando son sorprendidos por el esposo de esta.

Espantajos, un extraño animal convive con la gente de un apacible pueblo encargándose de eliminar todas las alimañas, hasta que estas se acaban y empieza a devorar a los perros, ¿Qué pasará cuando se acaben los animales?, Es la interrogante de todos. ¿ Pueden nuestros ojos equivocarse?, ¿Existe realmente lo que observamos? Son las preguntas que uno se hace luego de leer Ilusión de una mañana: dos mozuelos en una excursión al campo se separan de su grupo y descubren una hermosa nínfula, que se diluye de su cabeza al descubrir que no era lo que parecía.

Complot, narra el final del amor en un matrimonio en el que se entremezclan un accidente, una infidelidad y la esperanza en una imposible muerte. En El secreto del látigo, una extraña sombra promete un tesoro a una anciana. La intervención de un Chamán aleja la incomoda presencia. He visto a los diablos, muestra el ingenio de unos campesinos que cansados de la explotación del patrón deciden hurtar parte de la cosecha de algodón y ante el peligro de ser descubiertos por el capataz, no dudan en despojarse de sus vestimentas y fingir de seres diabólicos.

En La huachatuca, una bella mujer encanta a un hombre, quien vaga por los alrededores de la loma de Cucungará en busca de un despistado transeúnte a quien cederle su maldición. Ocaso, es la continuación de Sorpresa. Esta vez la muerte ha sido sustituido por un joven aspirante que tiene como misión vengar la burla de Jalevi. Y finalmente, Encuentro, es la historia de tres personas, un amor, un despecho, una muerte, una venganza y la existencia de un sentimiento más allá de este mundo. En definitiva un libro interesante para leer.

El desencuentro del poeta

Reynaldo Cruz

Una entrevista a Dany Cruz Guerrerro, uno de los ganadores del Premio Nacional PUCP 2007 con su poemario “ Rueca del insomnio". El jurado estuvo integrado por los reconocidos escritores Marco Martos, Ricardo Silva Santisteban y José Watanabe.

Su espíritu poético lo ha llevado a radicar en la Lima horrible y fea. Su inconformismo hizo que abandonara sus estudios de Derecho y Ciencias Políticas en nuestra Universidad por una formación menos materialista como la Filosofía en una Universidad de Jesuitas. Me refiero a Danny Erick Cruz Guerrero, quien a principios de año regreso para compartir un café en “La Rosita”, unas platicas junto al monumento de Merino, una noche de critica cítrica a mis incipientes creaciones, disfrutar de una espumosa champaña. Y se despidió sin un adiós. Recordándome aquel descuidado interrogatorio que le hice simulando de periodista cultural, a propósito de “Desencuentro”, su primera plaquette.

Entrevista:

Danny Cruz no se considera un poeta, para él es una cuestión de aprendizaje, de ir descubriendo cosas nuevas, de sensibilizarse y canalizar esa sensibilidad de alguna manera en aras de la poesía.

¿Desde cuándo escribes?

Podría decir que desde siempre, podría decir que desde ayer, es una cuestión bastante relativa; es el paso del tiempo lo que va haciendo darte cuenta del momento en que decidiste escribir de verdad... Sientes que hay un quiebre en tu vida y decir: “ A partir de aquí escribo”, este quiebre en tu vida te hace darte cuenta de que en realidad lo único que quieres en tu vida es escribir.

Se dice que aquel que escribe es por que busca algo que no puede encontrar en esta realidad, para este joven aedo escribir representa una necesidad:
Es lo que te hace feliz, es cambiar el mundo a través de la literatura, de asimilar de nuevo todo, de mezclarte, de descubrirte, de existir.

¿Qué es un poeta para la sociedad?

Para la sociedad el poeta es un ser que se excluye. Un ser que en algunos casos le alaban su excluirse y en otros casos se le reprocha; en general para la sociedad el poeta es un artista que se frustra en cuestiones que para el común de la gente serían cuestiones de trabajo, sentimentales o de ese tipo. El poeta es el ser que no tiene estas cosas y por eso intenta llenar esos vacíos a través de la poesía.

Cuando uno se encuentra con alguien que escribe lo primero que se le ocurre preguntarle es ¿en quién se inspira? o ¿Quién es la musa de sus versos?. Danny nos habla de una sensibilidad en vez de inspiración.

... Es solamente el medio, estás en un parquecito donde hay un árbol, sientes la presencia del árbol, sientes que la presencia del árbol te apabulla, y entonces quieres escribir, y salir corriendo, perderte por entre medio de la gente, entre gente desconocida, tratando de encontrarte como en un poema de Martín Adán: “Cargo conmigo mismo buscándome...” o algo asi.

¿Cómo defines la presencia de la mujer en tu poesía?

Fundamental, básica e imprescindible. La mujer simboliza muchas cosas. Estar rodeado de mujeres todo el tiempo aunque no lo parezca. Siempre va haber la presencia de alguna mujer que de alguna manera va a tutelar tu camino.

¿Estamos en tiempos de escribir poesía?

Pienso que siempre va a ser tiempo de escribir poesía, siempre dadas las circunstancias, sea que te favorezcan, sea que no. Siempre por lo mismo que el poeta es un inconformista, un eterno rebelde, siempre va a tener la necesidad de escribir, pase lo que pase, vaya contra quien vaya.

sábado, mayo 05, 2007

Ricardo Musse y su linaje púrpura

Edgar Bruno

El trabajo poético es un trabajo de alfarero, como lo poetiza Javier Heraud en su hermoso poema “Arte Poética”. Requiere de una dedicación exclusiva, porque representa una lucha encarnizada; no sólo es un oficio, sino una auténtica forma de vivir, una visión especial del mundo. El poeta pertenece a una “estirpe condenada”, al “linaje púrpura” y sólo le queda recorrer los caminos, aunque terminen “en una negra desembocadura”, llenar sus mochilas trashumantes y revelarnos los más íntimos sueños y experiencias que marcan el itinerario del hombre.

A este “linaje púrpura” pertenece Ricardo Musse, una de las voces más fecundas de nuestras tierras solares. Perteneció a la iconoclasta agrupación literaria ”Ángeles del abismo”, que sentó sus bases en Sullana. Cuenta con cuatro poemarios y un número mayor de premios literarios y menciones honoríficas. Sus tres primeros poemarios son: “Sirodima”, “Cinematografía de una adolescencia” y “El espíritu giratorio del viento”. Su cuarto poemario que nos entrega es “El viento de las heridas".

“El viento de las heridas” constituye un poemario bien estructurado, donde cada verso y cada poema se comunica e interrelaciona íntimamente con los demás, a través de una temática central y predominante; lo que no quiere decir que no dé cabida a otros temas, sino que éstos guardan relación directa con el núcleo poético.

Los versos de Musse nos internan en una vorágine interminable, y nos arrastran hacia la inmersión de uno mismo, quitándonos las atavíos y hundiendo las navajas para conocer plenamente la materia de la que estamos hechos: nuestras oscuridades y transparencias; revelándonos que, a pesar de los avatares y dificultades de la existencia, todo fluye y se incorpora al hombre para, de una u otra forma, enseñarnos que la vida es un cambio eterno y una constante batalla en la que la sangre, eje temático del poemario, es el elemento primordial, porque representa nuestra corporeidad y la búsqueda intensa de la paz y la oculta claridad. Surgiendo, como contraposición, la oscuridad, la noche que nos invade como plaga de langostas, y se apodera de nuestro ser, creciendo geométricamente; y ante ella, el tiempo es la única esperanza que nos queda para cicatrizar la más profunda soledad que “el viento de las heridas” nos esparció por cada uno de los rincones de nuestro ser, comprendiendo que el dolor no acabará totalmente, sino que aumentará en grado sumo. También nos recuerdan que el hombre no puede borrar totalmente las cicatrices de una dura existencia, sino que éstas le deben servir para construirse como un verdadero ser humano, siempre en búsqueda de la claridad y comprendiendo, en cada instante, que estamos hechos de una sangre metafísica que nos redimirá.

El viento de las heridas” no sólo nos hace comprender la vitalidad que ha tenido la sangre desde los primeros tiempos, en que la salvación se alcanzaba manchando las puertas de las casas donde se vivía, sino que nos arrastra a profundizar en su verdadero significado: exterminio y salvación, muerte y eternidad, claridad y opacidad; y el viento arrecia más fuertemente y lleva hacia nuestras mentes las voces olvidadas de los pueblos americanos que han sufrido un sinnúmero de convulsiones; surgiendo, de esta manera, un grito perpetuo que reclama no la venganza, sino la redención. Encontrando en el poema un instrumento mágico en el que fluye la sangre derramada de nuestra gente. Y allí se encuentra la voz estentórea de Ricardo Musse, que nos demuestra que en él mora la poesía y que se ha instalado para no salir jamás, revelándole sus más íntimos y milenarios secretos.


Nota: En la foto Ricardo Musse y Lelis Rebolledo