sábado, julio 31, 2010

Walac, la primera novela publicada de Cosme Saavedra


Walac es la primera novela publicada de Cosme Saavedra. Fue presentada en la I Feria Internacional del Libro de Piura. En la contraportada se apunta lo siguiente:

Piura, tierra de Miguel Gutiérrez, Marco Martos o Cronwell Jara Jiménez, entre muchos otros, nos sorprende ahora con el narrador Cosme Saavedra cuyo talento lo ha encumbrado como una de sus plumas más destacadas. Lo dicho lo Confirma Walac, su primera novela juvenil en la que acude elmito tallán para entregarnos una historia que nos pone frente al escritor atento al fortalecimiento de los valores como meta suprema para la convivencia. Únase al grupo de estos tres simpáticos personajes y acompáñelos en esta aventura que lo mantendrá en suspenso a medida que vaya pasando página tras página. Walac es la primera entrega de una serie que sabemos lo mantendrá alerta a la producción de Cosme Saavedra.

Sin duda, esta novela reafirma el talento de Cosme Saavedra, una de las voces más talentosas de la Tercera Generación de narradores piuranos.

Julio Carmona entrevistado por Rosina Valcárcel


Un diálogo a la distancia entre Rosina Valcárcel y Julio Carmona, trata sobre la vida, la amistad y el amor

Plática con Rosina Valcárcel

De niños soñábamos tener una patria llena de amigas y amigos. Hoy, bajo la frialdad absoluta de Lima, evoco a un escritor de los años ’70, cuando primaban el fuego, la esperanza y algunos dogmatismos políticos. Nos tocó compartir el primer premio de poesía José María Arguedas (APJP 1974). Ambos colaboramos con Redacción Popular, revista democrática a cargo de Raúl Isman, agudo hermano argentino (desde el 2006). Hago un viaje imaginario. Nos abrazamos como dos sobrevivientes, ya sin ocultar nuestro aprecio amical fortalecido durante los últimos diez años. Julio, el de los ojos obsidiana, la sonrisa franca y las manos cálidas me recibe en Piura (la tierra de mi madre), me invita un vaso de chicha y unos tamalitos verdes. Platico con él. Julio es parte de mis referentes afectivos tanto por su identificación con los pueblos, su rebeldía, espíritu solidario, como por su ritmo, ingenio singular, lealtad y ternura constante por la humanidad.

Rosina Valcárcel

INFANCIA

"Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla", decía don Antonio Machado. Yo también puedo expresar lo mismo, pero cambiando Sevilla por Chiclayo (que es como –según expresión de Eleodoro Vargas Vicuña– comparar un desnudo griego con un cholo calato). Pero son recuerdos, pues. Y, en efecto, la infancia es la etapa más feliz de la vida. Ahora que yo era un jodido (desde chiquito: “genio y figura”), eso sí debo reconocerlo; especialmente en las comidas. No me gustaba la sopa con verduras, éstas eran “disparates” para mí. Que la carne está dura o está gorda o que esa menestra no me gusta (sin haberla probado). Ya, hijito, entonces te hago un huevito frito –mamá. Así cualquiera, pues. Infancia feliz. Ahora te diré que eso me sirvió para dejar de comer grasas y carnes rojas, es decir me auto-obligué a “comer sano”; resultado: cuerpo sano y mente sana: mismo griego. Y, bueno, los amores infantiles: tal vez los más apabullantes, por las sensaciones misteriosas que traían aparejadas. Además, obligado a enamorarme de la maestra (no defraudé a Freud). La rememoro en la nebulosa de la nostalgia: una belleza (un tanto difuminada, pero belleza al fin). Y luego que me deshago de esa visión, me digo: ahora debe ser una ancianita (o tal vez ha muerto), si yo mismo estoy jugando entre esas dos opciones. ¿Te imaginas? Pero todo paraíso tiene su final. Y hay que enfrentarse a la vida brava. La maestra vida, camará. Y cuando uno ha sido buen alumno continúa aprendiendo en ella, para bien. Más aún si ya desde entonces iba creciendo el bichito de la creatividad. Todo eso mirado en retrospectiva es genial. Por eso, gracias, Rosi, por esta plática, resucitadora de ese mundo refundido en los meandros de la memoria.

RELACIÓN CON LA MADRE

Algo que me viene a la memoria, en relación con mi madre, es que en 1956 la acompañé a votar para las presidenciales, pues en esa oportunidad se concedió el voto a las mujeres. Era el fin de la dictadura de Odría. Mamá creo que votó por Manuel Prado. Ella no sabía nada de política. Pero siempre la escuchaba decir que para ella el mejor presidente había sido Leguía. Era evidente que lo decía influida por comentarios de mi abuelo quien era un tanto conservador. Imposible que él hubiera sido socialista si hasta medio potentado era. Pero toda su fortuna se hizo humo. Y el destino lo reivindicó con un nieto comunista. Yo no conocí al abuelo. Pero vi muchas fotos suyas: de grandes bigotes a la usanza de la época. Era aficionado a la fotografía. Y hasta medio inventor era, o como le llamaban entonces "curioso". Importaba artefactos un tanto raros. Hasta muy avanzada mi juventud se conservaba en casa uno de esos que le había servido para curar -decía mi madre- casos de locura. Se trataba de un pequeño aparato para aplicar electroshock. Él mismo era medio loco. Ninguno de sus hijos salió como él. Aunque todos fueron buenas personas (lo digo por referencias de mi madre). De todos -algo así como cinco- conocí al mayor. Él y mi madre sobrevivieron a los otros. Mi tío dejó muchos hijos, en varias “esposas”. Era un don Juan (precisamente, se llamaba Juan, Juan Carmona). Había otro, Moisés, que murió joven, y dibujaba y escribía poemas (llegué a ver algunos de sus dibujos y un poema suyo publicado en un diario de Chiclayo, pero nada de ello se conserva). Seguro por ahí me viene lo del dibujo, la escultura y la literatura. Pero quien influyó decisivamente en mi inclinación por la poesía fue mi madre. De profesión ama de casa, realizaba todas sus tareas domésticas cantando tristes, valses, yaravíes (tenía un cuaderno lleno de ellos: por allí creo que lo tengo entreverado entre tanta papelería en el "cuarto de los Buendía"). Hubiera sido imposible que ese repertorio de letras populares no influyera en mi espíritu. Por eso adopté el apellido de ella para firmar mis trabajos poéticos. Habría sido injusto firmarlos con mi apellido paterno (Fernández), pues de mi padre no recuerdo que hubiera hablado de poesía. Y, en todo caso habría dicho: "Podrá no haber poetas / pero siempre habrá policía". Lo vi muy poco en casa. Por razones de trabajo (y de otra familia) no estaba en Chiclayo. Después, definitivamente dejó de venir a nuestra casa. Y no lo volví a ver más. O cuando ocurrió llegué a percibir que yo no le inspiraba mucho afecto. Peor para él. Es justo, pues, que, si de algo sirve mi trabajo creador, vaya acompañado con el apellido de mi madre. Justo homenaje a una gran mujer.

DE BARRIOS Y PALOMILLADAS

Esa es una de mis falencias: no tuve un barrio estable y duradero. Cuando ya estaba haciendo amigos y agarrando ambiente, mamá nos decía (a mi hermana y a mí): "Llegó la hora de partir". Los primeros años de mi niñez transcurrieron en Chiclayo en una casa enorme, herencia de mi abuelo (y en la que lo mataron para robarle, pero éste es otro cuento). Qué digo, allí habré estado hasta los nueve años. Luego fuimos a vivir a Lima (allí fue cuando acompañé a mi madre a votar): la estadía en Lima duró unos tres años. Luego regresamos a Ferreñafe, al campo. En mi caso ocurrió lo contrario de la guerra popular, pues fui de la ciudad al campo. Fue la etapa bucólica de mi vida: entre pájaros y árboles. Mis amigos eran los hijos de los campesinos. Y estudié primaria hasta los quince años. Luego fui a Chiclayo a estudiar secundaria en el Colegio San José, y como fui becado al terminar primaria, allí pasé cinco años en el internado: otra experiencia maravillosa, etapa en la que hice algunos amigos, pero que después cuando terminan los estudios ya no se vuelven a ver más. Para entonces mi hermana se portó como un padre (única hermana, por eso digo: soy huérfano de hermana y madre). Ella era mayor que yo por dos años. Viajó a Lima con mi madre, y empezó a trabajar. Me ayudó hasta que acabé la secundaria. Y en cada período de vacaciones del colegio iba a Lima. Pero, en ese plan, nunca hice collera. Y, más bien, desde secundaria forjé amistad con personas mayores que yo (algún profesor: el poeta Alfredo José Delgado Bravo, por ejemplo: grandes reuniones “etilíricas”). Luego, al terminar secundaria, fui a Lima a reunirme con mi madre y hermana. Allí creció mi grupo de amigos mayores: Óscar Allaín, Manuel Acosta, la gente del Grupo Primero de Mayo (Víctor Mazzi, Jorge Bacacorzo, Eduardo Ibarra, Néstor Espinoza, Rosa del Carpio, Gladys Basagoitia... y tantos otros). Esta fue una etapa de bohemia, pero fecunda. En secundaria había escrito tres poemarios: uno que titulé "Enjambre" (recopilación de mis primeros poemas, que por ahí anda buscándome entre la papelería de aquel "cuarto de los Buendía"), los otros: "La crecida del alba" y "Raíz del vuelo" un tanto más orgánicos, pero también inéditos y escondidos (igual los aprecio). En Lima preparé mi primer poemario "oficial", digamos, el que me inicia incluso con el apellido de mi madre: MAR REVUELTA (1970), luego vino A NIVEL DE LA ARCILLA en 1972 (con prólogo de Víctor Mazzi, para entonces ya era miembro del GIPM, en este libro hay un poema a mi tío Juan Carmona).

CINE, DIRECTORES, PELÍCULAS

Con ese recorrido de mi infancia trashumante, juventud en el campo y en el internado, mi relación con el cine en esa época es casi nula, muy esporádica, o sólo para ver mexicanadas. Ya en San Marcos la cosa cambió. Pero nunca me he considerado un cinéfilo. Me gusta el cine. Sé apreciarlo. Mas no le pongo énfasis en aprenderme el nombre de los directores ni de los actores o actrices, salvo los que marcan. Por ejemplo, hubo una época (y de esto debe acordarse Manuel Pásara), en que no nos perdíamos ninguna película de Lina Weismuller (una buena directora, aunque un tanto relegada). “Pascualino siete bellezas”, por ejemplo. Quien debe acordarse con más detalles debe ser Manuel. Y bueno, las clásicas: 900, La clase obrera va al paraíso, Nos habíamos amado tanto, El acorazado Potemkin, una sobre Goya (coproducción checo-española): muy buena, la fuimos a ver con Pancho Izquierdo y Ana María Mur: grandes amigos. Y, bueno, así por el estilo.

DIBUJO, PINTURA Y ESCULTURA

Desde niño me apasionó el dibujo. Aprendí a dibujar calcando los dibujos de los “Chistes” (historietas). Lo hacía con una insistencia propia de los predestinados. Por eso cuando postulé a Bellas Artes, ingresé con el primer puesto en dibujo. Y me metí a escultura porque también desde la infancia (en el campo) había manoseado el barro tratando de hacer figuras, las que sin técnica terminaban en mera frustración. Pero también lo hice porque en esa época (1969, año en que también ingresé a San Marcos) en la Escuela daban todos los materiales para escultura: arcilla, fierro para las estructuras, yute y yeso para los moldes y vaciados, además las estecas y demás herramientas se las fabricaba uno mismo. Mientras que en pintura se tenía que comprar: bastidores, telas, óleos, pinceles, todo, y era carísimo. Y por entonces yo era recontrapobre, al extremo que debí abandonar la Escuela, porque –ese era su lado limitante– se tenía que asistir mañana, tarde y noche: taller de escultura, clases teóricas y taller de dibujo, respectivamente. No existía ningún resquicio para poder trabajar y estudiar. Así que dejé la Escuela. Y me quedé en San Marcos, a donde –como dije– ingresé el mismo año (1969), y ahí sí se podía trabajar de día y estudiar de noche. Una muestra de mi trabajo como escultor se encuentra en el patio de Letras de San Marcos: el rostro de Mariátegui emergiendo de una montaña; también el retrato de Luis de La Puente Uceda emergiendo de la pared del patio de Derecho, en cuya entrada erigimos una estatua del Che (trabajado al “alimón” con el escultor, de mi promoción en Bellas Artes, Aníbal Agüero: él sí concluyó los estudios de escultura), estatua con la que la policía se ensañó atentando contra ella en varias oportunidades hasta que, finalmente, la derribaron… ¡mas, no podrán matarlo! Y hasta ahora sigo dibujando y esculpiendo, no con la misma asiduidad primigenia, pero con mucho agrado.

MÚSICA, GÉNEROS, AUTORES

También quise ser músico. Mi hermana me regaló una guitarra, que hasta ahora conservo como adorno en el “cuarto de los Buendía”, y de la que hablo en mi poema a Javier Heraud: “… te siento en mi guitarra / siento que me impones su silencio / desgarrado, y una ganas enormes de seguirte…”. Pero la música no quiso saber nada conmigo. A pesar de que en mi época de bohemia (contagiado por la dinámica fertilidad de Manuel Acosta Ojeda) llegué a componer algunos valses, huaynos y mulisas, que tengo por ahí grabados en casettes y en algún disco de esos de 33 y 45 revoluciones. La música popular es mi fuerte (pero no la pop ni la chicha). Con una buena salsa me vuelvo trompo. Pero cuando el vendaval amaina recurro a mis clásicos: Beethoven, Chopin, Brahms, Liszt, el mismo Wagner, Tchaikovsky… sí, la música es lo máximo (junto con la poesía), lo demás es silencio…

SAN MARCOS Y SU INFLUENCIA

San Marcos. Nuestra querida universidad San Marcos. Era todo un mundo. El país en pequeño. Cuántas cosas hubiera dejado de aprender si no hubiera estado allí. Cuánta gente valiosa (y de la otra también: de los profesores negativos también se aprende) hubiera dejado de conocer. Pero estuve y viví allí los mejores años de mi juventud. A mucha honra fui comensal de la “Muerte Lenta” e inquilino de la Vivienda (tan manoseadas y vilipendiadas hogaño). Yo estuve el día (o, mejor, la noche) en que una bomba molotov fue arrojada al cielo raso del patio de Letras y hasta hoy, creo, se ve la mancha dejada por el fuego (fue mi bautismo de fuego, pues no hacía mucho que había ingresado). Eran tiempos de fuego y pasión nunca más reeditados. Todo sanmarquino auténtico no se reconoce a sí mismo por el cartón del grado o la licenciatura, sino por la marca indeleble que lleva en el alma hasta la muerte. Es lo que hace que uno -sin saberlo y sin proponérselo- siga produciendo como aprendió a hacerlo en esas gloriosas aulas en las que no había competencia por las mejores notas sino emulación para ser cada vez mejor.

PROFESORES Y MAESTROS

No quisiera hacer mención de maestros específicos, porque puedo olvidarme de alguno valioso, e incurriría en injusticia involuntaria. Creo que de todos los maestros se aprende algo (especialmente en San Marcos de esa época: los maravillosos años setenta). Pero sí puedo mencionar a tres –emblemáticos, sin duda–, ya fallecidos: Washington Delgado, Paco Carrillo y Antonio Cornejo Polar. Tres fuera de serie. Recuerdo siempre que un semestre me matriculé en un curso de Literatura Española, con el tema específico del romanticismo. Cuando llegué al aula asignada (una de las pequeñas que había en Letras) ya estaba allí, esperando parado en la puerta, Washington Delgado, con la mirada perdida a lo largo del pasadizo, con su parsimonia proverbial. Luego del saludo de rigor ingresamos al aula. Yo era el único alumno (ninguno más de los -seguramente- inscritos se hizo presente). Y esto fue así durante todo el ciclo. Pero Washington no dejó de dictar su clase con este único y solitario alumno. Me vi obligado a ser puntual. Yo que también abandonaba la mayoría de cursos para recursearme la sobrevivencia. En esa oportunidad personifiqué a la puntualidad. Fue, además, un privilegio. Yo lo escuchaba con suma atención. Y en un determinado momento lo escucho hablar de un romántico alemán que él llamó Van Kla (o algo así). Guarda, dije yo. Que nombrecito para raro. Entonces lo interrumpí. Cómo se escribe el nombre del autor que acaba de mencionar… Federico Von Kleist, escribió en la pizarra. Sorpresas te da la vida, camará (de ese autor tenía referencias porque ya había leído La lucha con el demonio, de Stefan Zweig).

AMISTADES

RV: Sabemos que conociste a Pancho Izquierdo, a Juan Cristóbal, Ana María Mur, Manuel Pásara. En qué circunstancia ocurrió, qué valoraste (y valoras) de cada uno. Bruno Portugués, Fanny Palacios, Raúl Isman, Analissa Melandri, Cristina Castello ¿qué representan?

--Todos esos nombres materializan en mi recuerdo a grandes amigos, todos de la misma talla porque –como diría Brecht– todos están parados a la misma altura. Cada cual mejor, según su especialidad y originalidad. Pero todos grandes creadores de vida. Pancho Izquierdo era un genio, pero -como todos los genios- era absolutamente indiferente de su genialidad. Él solo se ninguneaba. Pero qué gran dibujante era. Además un singular poeta (llegó a publicar un libro de poemas). Con Ana María Mur hicieron una pareja excepcional (a ambos les dediqué un poema en mi libro TUN TUN QUIÉN ES de 1982, titulado “Por qué dejé la Escuela”, me refiero a la de Bellas Artes). Eran igual de geniales, ambos. Y, tú sabes, polos iguales se repelen. Anita tenía (o tiene: hace muchos años que no la veo) una gran sensibilidad y un don especial para detectar “por dónde salta la liebre” de lo artístico al momento de valorar a la gente de la tribu. Bueno, Juan Cristóbal, un gran poeta, aunque por su personalidad bulliciosa (especialmente cuando estaba ebrio, hoy creo que ya no bebe o muy poco) se ganaba censores negativos, a veces gratuitos e injustos. En realidad es una gran persona (como todo gran artista). Manuel Pásara es uno de mis amigos de San Marcos, también poseedor de una gran sensibilidad, aunque renuente a publicar sus escritos. Estudiábamos Literatura, y coincidimos en algunos cursos (a pesar de que éramos de distintas promociones). Llegamos a hacer una gran amistad, de la que de modo alguno puedo excluir a Verónica Polak, su compañera de toda la vida. Y, por asociación, debo mencionar a José Antonio Pásara y a su compañera Tania Otoya (viven actualmente en EEUU). Lo mismo puedo decir de Bruno Portuguez y de Fanny Palacios, pintores de un talento enorme, y de una personalidad muy singular, dentro de la modestia que caracteriza a toda la gente de valor. Y aquí es pertinente recordar a algunos amigos conocidos en la Red Internacional: Raúl Isman un incansable luchador argentino, profesor universitario y escritor de quilates, la revista digital REDACCIÓN POPULAR que dirige es realmente excepcional; Annalisa Melandri en Italia es una amiga que la tecnología mediática me ha regalado: con un espíritu solidario inigualable y un gran amor por Nuestramérica, es realmente un orgullo intercambiar comunicaciones con ella; y, por último, Cristina Castello, argentina de nacimiento y francesa de corazón (comparte domicilio en ambas naciones), una poeta valiosa y luchadora por las causas nobles del mundo. En todos ellos es admirable su vitalidad y capacidad para la recepción, difusión y defensa de los más disímiles reclamos de los pobres del mundo. A todos les reservo un lugar muy especial en el sitio donde pervive el cariño. También hay otros amigos entrañables (y que me disculpen los que omito): Vilma Aguilar, Oswaldo Reynoso, Roberto Reyes y María Ramos, Winston Orrillo, Jorge Luis Roncal, Felipe Torres y Mery Zúñiga, Tito Oyague y Naty Flores (radican en España), Tulio Ozejo y Zenobia Lapa, Ever Arrascue y Sonia Estrada, Carlos Ostolaza, Rosina Valcárcel… Lo malo de vivir en provincias es que te alejas de las grandes amistades que, por lo común, hay que decirlo, viven en Lima. Por eso procuro ir periódicamente, para capitalizarme y desprovincianizarme.

DEL AMOR REAL Y DEL PLATÓNICO

Hoy, la amada real que llena todos mis días con su apabullante dedicación a lo nuestro es Teresa Yenque Coico, mi compañera de las dos últimas décadas (y hasta que la muerte nos separe, porque ni las peleas domésticas lo lograrán). Y en este rubro de los amores reales debo mencionar a mis dos sobrinos, Rodolfo y Milagros Berrospi Fernández: representantes de mi hermana en la Tierra, y escribo Tierra con mayúscula porque sus embajadas están en Chipre y en Miami, respectivamente. Mis amores platónicos son todas las mujeres de mis amigos a quienes, sin embargo, nunca he tocado ni tocaré con el pétalo de una rosa. Decir esto es un homenaje a ellas por bellas y valiosas como ellas solas. Las de carne y hueso, aquellas que estas manos acostumbradas a doblar fierros y amasar arcillas, a estrujar papeles ásperos y teclear letras sin cuento, tuvieron la dicha de recorrer sus diáfanas latitudes, no tienen nombres publicables. Sería pecar de vanidoso o de infidente. Y aunque no han sido muchas, las pocas que tuvieron la generosidad de permitirme ser su habitante insomne bien pueden estar seguras de que en ese instante supremo las amé como a ninguna otra. Porque cada quien tenía su propio fuego. Ahora en este invierno de los años y los daños, su cálida añoranza me sirve de rescoldo. Nada más.

Lima- Piura 13 julio de 2010.

La literatura en 3D: las tres dimensiones


Este artículo fue publicado por primera vez en el blog El verduguillo del narrador piurano Josue Aguirre.


Josué Aguirre Alvarado

Los seres humanos están compuestos, antropológicamente, por cuerpo, voluntad e intelecto. Según la teoría motivacional de Pérez López, cada uno de estos elementos actúa en diferentes planos: el cuerpo, en el ámbito material; la voluntad, en el desiderativo; y el intelecto, en el racional. Por consiguiente, señala Pérez López, estos tres elementos operan en base a sendas motivaciones: las extrínsecas (corpóreas), las trascendentes (volitivas) y las intrínsecas (intelectuales).

Ahora bien, ¿por qué me distiendo en esta acotación? Porque en base a estos tres componentes del ser humano y sus móviles, he creído posible definir la literatura. Por tanto, a continuación planteo no uno, sino tres axiomas complementarios que he denominado dimensiones. Entiéndase, entonces, la definición del arte de la palabra como oficio, atendiendo al elemento corpóreo de la persona; como pasión, aludiendo al factor volitivo; y como obra racional, en correlación al componente intelectual del ser humano.

Como oficio: porque la literatura está ligada al trabajo físico. El arte de la palabra requiere de un esfuerzo, un empuje que involucra al cuerpo: ojos, manos o una voz para dirigirse a un auditorio. Por eso, también implica un agotamiento. Y en este punto vale decir que no todos los mortales están dispuestos a asumir las consecuencias de amanecerse escribiendo o corrigiendo cientos de veces una obra. Un libro puede tomar mucho tiempo en concretarse; meses, años e incluso décadas.

El oficio literario, por otra parte, induce a considerar una obra como un producto. Dicho de un mejor modo; publicar un libro es un bien al que le asignamos un valor. Así, aunque la mayoría de escritores no pensamos en ganar una fortuna con una obra impresa, siempre buscamos un estímulo que recompense el sudor en la frente; por ejemplo, recuperar el capital invertido en la publicación y ganar un poco (poquito) más.

Ahora bien, la satisfacción no sólo está en lo material, también la hallamos en cosas simples como en leer nuestros trabajos impresos en papel, encontrar nuestros libros en la vitrina de alguna buena librería o, simplemente, en los buenos comentarios de los lectores.

Para terminar con este punto, sólo faltaría apuntar que el esfuerzo físico, aunque importante, no acaba por determinar la creación literaria. Aún falta hablar de dos factores que definiré a continuación. Sin embargo, del esfuerzo y la constancia depende que el arte no se convierta en un simple pasatiempo. Ser oficioso con la literatura diferencia a un escritor de un aficionado.

Como pasión: porque la literatura, como todas las artes, necesariamente está ligada a los afectos.

En esta dimensión, la literatura es un medio de expresión del alma. Y es que escribir es el arte de agrupar y transmitir en letras sentimientos, vivencias y reflexiones. Gabriel García Márquez decía que su niñez y su juventud eran la cantera literaria de la cual se inspiraba para escribir. Asimismo, Rainer Maria Rilke recomendaba en “Cartas a un Joven Poeta” que para ser un buen escritor uno debía alejarse de los asuntos de índole general y adentrarse en los que ofrece la vida misma.

Ser apasionado equivale a transmitir todo lo que uno tiene acumulado en el alma. Así, un escritor busca que sus lectores sufran con lo que él ha sufrido, que rían con lo que él ha reído (o entremezcla sentimientos para que rían con lo que ha sufrido o viceversa). Hay muchas explicaciones para justificar este móvil, pero quizá la más definitiva sea la de celebrar la humanidad; afirmar y reafirmar nuestra condición de seres únicos e irrepetibles en un mundo que nos hiere, nos tumba a carcajadas y, a veces, nos es indiferente.

Esta acumulación de percepciones (o afectos), no obstante, salvo que adopte la forma de algún apunte autobiográfico, rara vez aparece sobre el papel tal cual el autor la ha adquirido. Por lo general, se lee transformada, maquillada, mutilada o exagerada. ¿Por qué? Porque el escritor es un engañador y miente, incluso, mientras describe una realidad. Engañar. Existen infinitas formas de hacerlo. Sin embargo, ello no depende tanto de la pasión como del siguiente elemento que detallaré a continuación.

Como obra racional: porque la literatura está ligada a estructuras mentales. Para entender esto, es necesario considerar que una obra literaria es algo premeditado. Nadie escribe como si tropezara con una piedra; es decir, nadie escribe por azar. En primer lugar, uno se lo propone. En segundo lugar, uno planea, hace bocetos, arma estructuras (principios, conflictos, desenlaces, personajes, historias secundarias). En tercer lugar, uno escribe. Y, en cuarto lugar, uno corrige.

La literatura exige el conocimiento y dominio del idioma y las técnicas literarias. Ahora bien, en este punto tengo en consideración que algunos movimientos contemporáneos proponen que el arte es mera destrucción, caos o insurrección. Sin embargo, lo cierto es que para echar abajo algo, primero hay que tener un entendimiento de lo que se pretende atacar. En otras palabras: hay que conocer las reglas para romperlas.

Romper lo preestablecido de una forma conciente y racional decanta en el estilo (o el “jondo”, como me he atrevido a denominar en anteriores trabajos). Sin el estilo, la literatura, o el arte en general, equivaldría a un puñetazo; un acto pasional que implica esfuerzo pero que bien podría darse en cualquier género animal.

En definitiva, cuando me refiero a la literatura en la dimensión de obra racional, hago alusión a la conciencia. Y es que no se puede ser un genio sin saber lo que se hace. Los locos no hacen literatura, la literatura hace locos.

Vicios

La carencia de los elementos mencionados, da pie a tres argumentos omnipresentes en la crítica literaria académica. En este trabajo, no obstante, he preferido referirme a ellos como “vicios literarios” que se oponen directamente a las tres dimensiones que he señalado con anterioridad:

Falta de oficio: En todos los encuentros de escritores a los que he asistido, he escuchado mucho que “la literatura es una pasión indescriptible”, “algo que llama” o, incluso, “una maldición”. Sin embargo, casi nadie se atreve a decir en público que la literatura es, además, un bien material. Poquísimos escritores se atreven a decir que han escrito para cierto público, que han planeado una carátula para causar un determinado impacto o que, simplemente, quieren satisfacer a sus lectores. Por el contrario, hay un exceso de ensimismamiento. Prima el “yo, yo, yo”, acompañado por comentarios lisonjeros de amigos que sólo consiguen que el escritor se duerma en sus laureles y descuide su oficio. Y no hace falta ahondar mucho en este tema, cuando la realidad nos muestra constantemente revistas literarias que mueren en su primer o segundo número, literatos que pasan más tiempo en un bar que escribiendo y corrigiéndose; o figuretis que viven jamoneándose de sus “obras inéditas” que nadie ha leído salvo ellos mismos.

La solución a este vicio es la disciplina. La literatura, más que bohemios, necesita obreros. Hay que organizar el trabajo; destinar horarios a escribir y a leer, trazar metas y mantener una producción constante. Básicamente, hay que trabajar mucho. Es muy difícil que haya calidad sin cantidad.

Falta de pasión: A diferencia del caso anterior, el escritor desapasionado es menos común pero, aún así, se le puede encontrar entre los que le dan demasiada importancia a su oficio. El autor sin pasión, por lo general, es ambicioso. De ese modo, suele cometer el error de ocultar su intimidad y enredarse en temas con “pegada” por el mero hecho de complacer a un auditorio. Muchos best sellers son redactados por escritores desapasionados y, por lo general, evidencian mucho sus carencias.

Por otro lado, la falta de pasión también se percibe entre los que sólo les interesa alardear de sus técnicas. Generalmente, a los escritores con este vicio se les describe como “pirotécnicos”, pues sus páginas son tan truculentas y sobrecargadas de figuras retóricas; que no dan cabida a los afectos. Las obras de un desapasionado lucen tan vacías que no invitan a seguir leyendo. ¿Quién no se ha dicho para sí mismo “este libro no me dice nada”?

En resumen, un escritor sin pasión es igual que un burócrata; mucho papel y poco contenido. La solución para esto es simplemente redescubrirse a uno mismo, dejar de lado la vanidad y los temas generales (de lo que tanto se ha escrito ya) y ser un poco más “yo” y menos “ello”. No hay que buscar agradar al lector, hay que buscar intimar con él.

Falta de conciencia: Si el escritor sin oficio es el pan de cada día y el escritor sin pasión es poco común; el escritor sin conciencia es el más raro de los tres. Pero, de todas formas, este espécimen existe, generalmente, entre los novatos o los poco peritos.

Del escritor inconciente se podría decir que le falta capacidad expresiva. Y es que, aunque sus textos a menudo denotan una intrigante interioridad, sus limitaciones para expresarse sobre el papel son evidentes.

De una forma brusca, al escritor inconciente se le puede tildar de ignorante. Su remedio, sin embargo, no es nada del otro mundo. Tiene que pulirse. Necesita conocer y practicar técnicas literarias; descubrir formulas para crear; leer libros y personas (relacionarse más con el mundo y descubrir sus códigos). Pero no todo se soluciona con un poco más de kilometraje en las letras. También es necesario someterse a la crítica y escucharla. Siempre se aprende más de los fracasos que de los halagos.

Conclusión

Las tres dimensiones de la literatura son elementos complementarios. Por tanto, la carencia (o el descuido) de uno, cualquiera que sea, lleva a las disfunciones que ya he definido como vicios.

Lo ideal, entonces, es un estado de equilibrio entre oficio, pasión y racionalidad. No hay que establecer una jerarquía. Esto sería igual de absurdo que afirmar que, en el ser humano, lo más importante es el cuerpo, la voluntad o la mente.

martes, julio 27, 2010

¿Por qué nos gusta tanto oír historias, pero cada vez se las lee menos?


José Lalupú

A todos nos gusta oír historias. Es un instinto natural. Basta con que una persona diga “No te imaginas lo que me pasó ayer” o “Te cuento que…” para que inmediatamente se active en nosotros un resorte, un mecanismo natural hecho de expectación y deseo que se echa a andar despertado por esas palabras y que no se detendrá hasta que hayamos saciado nuestra curiosidad. Es cierto que la célebre frase “Había una vez…” ha sido reemplazada por otras más triviales, pero el instinto es el mismo: sentimos que ya no podemos seguir adelante, que nos falta algo, si no nos enteramos de toda la historia.

Este instinto está en nuestra propia naturaleza: el ser humano, desde que apareció sobre la tierra ha debido ir respondiendo todas las incógnitas que poblaban el mundo. El ser humano desea saberlo todo, conocerlo hasta agotarlo. Aquello que le es desconocido lo atrae poderosamente, lo fascina, aunque al mismo tiempo pudiera despertar sus miedos. Es por eso que expresiones como “No te he contado…” son una invitación, una puerta hacia un mundo distinto.

El gusto por oír historias es algo que yo mismo he comprobado en mi labor docente. No importa la edad de los alumnos, no importa la carrera que hayan emprendido, una buena historia, es capaz de mantener fascinados a todos. ¿Por qué? ¿Por qué a las personas les gusta tanto oír historias?

He aquí algunas posibles respuestas:

Los seres humanos tenemos una especie de memoria afectiva, es decir, nos gusta y queremos oír en los labios de los seres que nos son queridos, por eso su voz es capaz de despertar poderosamente nuestra atención. Cuando se nos cuenta una historia, ya no es sólo una simple historia: es una voz que nos es familiar la que nos va delineando el carácter y los rasgos de los personajes, es una voz conocida la que nos va describiendo la acción.

El narrador es un filtro: Intuitivamente sabemos que si alguien va a contarnos una historia es porque esa historia merece ser contada. De antemano sabemos que es una buena historia, y es así, porque sólo contamos aquello que nos gusta, de modo que los demás, los que nos cuentan las historias, funcionan como filtros que ya han desechado las malas historias.


Porque la fantasía nos atrae irrefrenablemente. El lógico – matemático hombre del siglo XXI no puede ser siempre racional (que se apueste miles de dólares basado en lo que “dijo” un pulpo es un claro ejemplo). De modo que la fantasía es una fuga. Todaa fantasía literaria es un sueño infantil prolongado en el mundo de los adultos. Soñamos despiertos, nos gusta recrear, imaginar.

Estas son sólo algunas de las razones por las cuales nos gusta tanto escuchar historias. Sin embargo ¿Por qué parece más atractivo escuchar que leer? ¿Por qué leer se ha vuelto un acto tan impopular? ¿Por qué nos gusta tanto oír historias, pero cada vez se las lee menos? ¿Por qué, si a la gente le gustan tanto las historias bien contadas, no las busca en los libros?

La respuesta, en mi opinión, es muy simple: por pereza. Pereza intelectual.

La cultura contemporánea lo ha automatizado todo. Somos la cultura del botón que es su máximo símbolo. Y todo lo queremos resolver presionando uno. La tecnología nos ha facilitado la vida, pero en esa facilidad algo hemos perdido. Hoy por ejemplo tenemos una tecnología extraordinaria de correo electrónico que nos permite enviar mensajes, a cualquier parte del mundo de modo instantáneo. Tecnología que ha dejado obsoleto al antiguo cartero al que había que esperar días o semanas para que llegara con la correspondencia; el cambio está muy bien, porque ha automatizado el sistema de correspondencia, pero ya no habrá muchachas esperando a la puerta, la llegada del cartero; y, como decía el premio nobel portugués José Saramago, recientemente fallecido: “Nunca una lágrima caerá sobre un correo electrónico”. Entonces hemos ganado mucho en tecnología, pero algo hemos perdido, algo que se encuentra en esa porción de la vida que nos hace más humanos.

Somos la cultura de la inmediatez. La tecnología de la internet, esa máquina increíble de contener datos, esa especie de Aleph moderno, contiene toda la información que uno desee, en la mayoría de los casos seriada y clasificada. Disponible en un instante sólo apretando un botón; y eso es bueno, pero en términos de trabajo intelectual tiene algunas desventajas, porque en tanto que antes había que buscar la información, hacer resúmenes, hoy sólo hay que copiarla. Así, me ha ocurrido a mí haber dejado a ciertos alumnos la tarea de que escribieran un artículo breve, muy breve, pero escrito con sus propias ideas, y al leerlo y confrontarlo en internet, buscando el plagio, encontrarme con que tenía de alumnos a Umberto Eco, Sinesio López o Marta Híldebrant.

Un amigo mío, catedrático de cálculo, me contaba alguna vez que en su clase había excelentes alumnos, capaces de resolver los ejercicios más complejos, pero que alguna vez los retó a sacar una raíz cuadrada con lápiz y papel y la mayoría de ellos no sabían cómo hacerlo. Eso es porque el botón nos lleva al destino, pero no nos enseña el camino.

No es que pretenda satanizar la tecnología. Creo que hacerlo sería absurdo y retrógrado, pero también hay que señalar que todos estos cambios han traído como un lastre inevitable cierta pereza intelectual, cierto adormecimiento y trivialización de la inteligencia que se expresa, por ejemplo, en que los diarios o revistas con mucho texto han pasado de moda, la gente quiere encontrar toda la información en un par de patadas y abundantemente ilustrada. Los textos les aburren.

Vivimos la época de la imagen y ésta va desplazando a la palabra escrita. Se dice que una imagen vale más que mil palabras, pero en realidad esas mil palabras podrían generar millones de imágenes.

Leer aburre, porque obliga al hombre a pensar y al hombre de hoy no le gusta pensar, prefiere que otros piensen por él..

Si uno le presenta a los alumnos la posibilidad de elegir entre leer el poema épico de La Ilíada o ver una película sobre él, el alumno elegirá, con toda seguridad, ver la película, porque bastará entonces con presionar un botón para ahorrarse el trabajo de pensar y dejaremos que otros piensen por nosotros, nos volveremos consumidores pasivos. Y es así, cuando uno ve una película sobre la Guerra de Troya, lo que en realidad está viendo es aquello que el director de la película imaginó, el rostro de Aquiles, Héctor o Helena es el que el director imaginó; Pero cuando uno, piensa por sí mismo y lee tendrá toda la libertad de imaginar a los personajes como a uno le dé la gana, y ya no será un consumidor pasivo, sino un creador como lo es siempre un buen lector.

Esta es la gran era de la información, pero también es la de la pereza intelectual: no se piensa, no se reacciona, no se critica, sólo se presiona un botón.

El progreso tecnológico no siempre va de la mano del progreso social, no todo progreso tecnológico es un avance. No perdamos la capacidad de concentrarnos, de estar con nosotros mismos. A veces nos hace falta un poco de silencio. Estamos en una crisis de silencio. El vacío nos aterra. Pero entre el play station, la música ensordecedora, la televisión; a los jóvenes les resulta casi imposible estar con ellos mismos y en silencio, por eso hace tanta falta crearles espacios. Y esa es una labor que empieza en el hogar y continúa en la escuela, nunca al revés.

Es cierto, como dije antes, que nos encantan las historias de boca de nuestros seres queridos, pero los grandes escritores también podrían llegar a serlo. Y de hecho, para los lectores empedernidos existe un fuerte lazo amical con sus autores favoritos, esos que cuando se abren los libros le crean al que lee la sensación de estar entre amigos. Si uno se hace amigo, por ejemplo de García Márquez, aprenderá también a percibir su “voz” en aquello que lee y podrá reconocerla entre otras.

Es cierto que cuando nos cuentan historias el que narra funciona como un filtro que sólo nos contará las buenas historias, pero ir a buscarlas en los libros (o en las modernas fuentes de información) también puede constituir una aventura y una fuente de emoción.

Quiero terminar mi participación agregando que debemos leer porque leer proporciona un placer estético incomparable, que nos confrota con nuestra propia humanidad; que debemos leer porque todo buen lector es también un creador en la medida en que él también inventa un universo, el que él quiere oír en la voz del escritor, y por último, debemos leer, porque una sociedad inculta, sin formación es pasto fácil de la corrupción, contra la cual siempre hay que estar atentos. La democracia sólo puede funcionar bien si el pueblo, ése que toma las decisiones, está preparado para hacerlo.

miércoles, julio 21, 2010

Inauguración de I Feria Internacional del Libro de Piura


Mañana jueves 22 de julio, a las 5 p.m., se inaugura la I FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO DE PIURA, organizada por el Instituto para la formación de la lectura en el Perú (INFOLECTURA); la misma que se desarrollará hasta el 25 de julio en la Plazuela Merino de Piura.

Los invitados de honor de este evento cultural son los escritores Oliverio Coelho (Argentina), Claudia Apablaza (Chile), Jorge Enrique Lage (Cuba), Pedro Peña (Uruguay), Juan Ramírez Biedermann (Paraguay), Beto Ortiz (Perú), Oswaldo Reynoso (Arequipa), Dante Castro (Callao), Ricardo Ayllón (Chimbote), Alberto Alarcón y Juan Félix Cortés (Piura).

Serán cuatro intensos días de actividades culturales en los que se ofrecerán presentaciones de libros, ofertas editoriales, promociones del plan lector, conferencias magistrales, talleres, actividades infantiles, así como espectáculos musicales.

Se espera a todos para hacer de Piura una ciudad que ama los libros y la lectura.

Programa de la I Feria Internacional del Libro de Piura


PROGRAMA GENERAL

JUEVES 22

05:00 p.m.
Ceremonia de apertura
Bienvenida a los escritores extranjeros.

06:00 p.m. Conferencia Magistral:
Panorama de la nueva narrativa latinoamericana.
A cargo de los escritores Claudia Apablaza (Chile) y Pedro Peña (Uruguay).

07:00 p.m. Conferencia Magistral:
“Mis libros de toda la vida”.
A cargo del periodista Miguel Godos Curay (Piura).

08:00 p.m.
Presentación de la novela “La noche que no se repite”, del escritor Pedro Peña (Uruguay).

VIERNES 23

09:00 a.m. Presentación de las Revistas:
- “Alborada Internacional”, a cargo del escritor Ricardo Ayllón (Chimbote).
- “Inn Cultural”, a cargo del escritor Reynaldo Cruz (Piura).

10:00 a.m. Presentación de los libros:
- “El sendero luminoso del placer”, del escritor Willy del Pozo (Ayacucho).
- “Burdel”, del escritor Harold Alva (Piura).

11:00 a.m. Presentación del libro:
- “El caballero de los mares: vida pasión y eternidad”, del escritor José Enrique Briceño (Piura).
Comentaros: Juan Paz Velásquez, Juan Félix Cortés y Armando Arteaga.

12:00 m. Conferencia y recital:
La poesía de Carlos Germán Belli.
A cargo del escritor Marco Martos, Presidente de la Academia Peruana de la lengua.

01:00 p.m.
Espectáculo artístico.

05:00 p.m.
Propuesta de Plan Lector para Piura: “Colección Walac” y Literatura infantil y juvenil piurana, de Ediciones Altazor, con la presentación de las novelas:
- “Froilán Alama, la leyenda”, del escritor Teodoro Alzamora (Piura).
- “El cenizo y otros cuentos”, del escritor Jorge Arévalo (Piura).

06:00 p.m.
Presentación de los libros:
- “Las preguntas del Ornitorrinco”, del escritor Ricardo Ayllón (Chimbote).
- “Jeremiadas”, del escritor César Olivares (Trujillo).
Propuesta de Plan Lector de Ornitorrinco Editores.

07:00 p.m. Presentación de las novelas:
- “Carbono 14” del escritor Jorge Enrique Lage (Cuba).
- “El fondo de nadie”, del escritor Juan Ramírez Biedermann (Paraguay).

08:00 p.m. Recital: POESÍA DE MIÉRCOLES.
- Ricardo Ayllón (Chimbote), Stanley Vega (Cajamarca), Cronwell Castillo (Chiclayo) y Lelis Rebolledo (Piura).
- Performance poética, a cargo de David Novoa (Trujillo), premio Poeta Joven del Perú.

SÁBADO 24

09:00 a.m. Presentación de las novelas:
- “EME/A”, de la escritora Claudia Apablaza (Chile).
- “Borneo”, del escritor Oliverio Coelho (Argentina).

10:00 a.m. Conferencia:
¿Por qué nos gusta tanto oír historias, pero cada vez se las lee menos?
A cargo del escritor piurano José Lalupú.
Presentación del libro:
“Los majoteros y otras historias gastronómicas”, del escritor piurano Dimas Arrieta.

11:00 a.m. Conversatorio:
Tradicionismo y modernidad en la literatura piurana.
A cargo de los escritores piuranos Alberto Alarcón, Juan Félix Cortés y Sigfredo Burneo.

12:00 m. Conferencia:
Vigencia de la literatura social en el Perú.
A cargo del escritor Dante Castro (Callao), Premio Casa de las Américas.

01:00 p.m.
Espectáculo artístico.

05:00 p.m. Presentación de los libros:
- “Walac”, del escritor Cosme Saavedra (Piura).
- “Cuentista del desierto”, del escritor Jorge Tume (Piura).

06:00 p.m. Conferencia:
La novela posmoderna en el Perú.
A cargo del escritor Oswaldo Reynoso

07:00 p.m. Recital: POESÍA DE MIÉRCOLES.
- Primera parte:
Grupo “Plazuela Merino”: Fabián Bruno, Javier Vílchez y Henry Córdova (Piura).
- Segunda parte:
Primera Mesa: Bethoven Medina (Trujillo), David Novoa (Trujillo), Jonathan Chacón (Cusco),
Segunda Mesa: Armando Arteaga, Ricardo Musse y Mario Morquencho (Piura).

08:00 p.m. Conferencia:
Periodismo y literatura: una necesidad.
A cargo del periodista y escritor Beto Ortiz (Lima).

DOMINGO 25

09:00 a.m. Show Infantil
A cargo de los “Comediantes Itinerantes”.

10:00 a.m. Teatro
A cargo de los “Comediantes Itinerantes”.

11:00 a.m. Conversatorio:
Hacia un Plan Lector concertado.
A cargo de los escritores Alberto Alarcón, Bethoven Medina y Ricardo Ayllón.

12:00 m. Conferencia:
Realidad y perspectivas de la literatura infantil y juvenil en el aula.
A cargo de los escritores Oswaldo Reynoso (Lima) y Dante Castro (Callao).

01:00 p.m.
Espectáculo artístico.

05:00 p.m. Conferencia – Testimonio:
“La literatura y yo”.
A cargo del periodista y escritor Beto Ortiz (Lima).

06:00 p.m.
Clausura de la I Feria Internacional del Libro de Piura.