lunes, junio 30, 2014

Siete voces y la poesía (prólogo a la Antología de Poesía 'Catástasis 2013')

Portada de antología


Oscar Ramírez
Editor y antologador


I

David Lagmanovich, en el texto “Las ‘artes poéticas’ de Pablo Neruda” [1], cita de manera íntegra el poema Los poetas celestes del libro Canto general. Para muchos seudo lectores intelectuales, Neruda no es un poeta que merezca citarse; esto sucede porque en su magnífica parafernalia del conocimiento, no han pasado de leer los Veinte poemas… oCien sonetos… Quien critique la vasta obra de un autor habiendo leído solo dos o tres libros de este, es un mediocre. Volvamos.

Citaré un fragmento del poema mencionado para hacer propias las palabras: Qué hicisteis vosotros gidistas, / intelectualistas, rilkistas, / misterizantes, falsos brujos / existenciales, amapolas / surrealistas encendidas / en una tumba, europeizados / cadáveres de la moda,/ pálidas lombrices del queso / capitalista, qué hicisteis / ante el reinado de la angustia (…) Hemos de detenernos en esto. A partir de una simple pregunta (Qué hicisteis…) y el concepto del ‘reinado de la angustia’, se desencadena todo un argumento voraz: ¿En qué momento la poesía se convirtió en una serenata del ego y no en un compromiso del arte mismo como intención rebelde, como emoción de palabra que enternece el espíritu y alza espadas con la firme exclamación de los ideales en beneficio de la sociedad que no vive ni subsiste a puertas cerradas, pero en la cual el artista sí lo hace? Silencio.

Todos son culpables, menciona Lagmanovich en el texto tratando de buscar una génesis a la idea del poema, porque todos han ignorado los sufrimientos de los seres humanos concretos, de sangre y hueso. Hay una certeza inevitable en esto. El artista, el poeta que busca en sus versos no solo el artificio escapista sino también la palabra que emocione y genere identidad, ha dejado hace tiempo nuestras costas.

La poesía contemporánea peruana escrita por jóvenes ha caído, en gran parte, en un vacío total, en un nihilismo exacerbado. Hay gente que escribe, pero no hay poetas; otros con insinuaciones artísticas, mas no arte; mucha ‘pose’ que pretende argumentar una estética y poca fe con aire universal en lo que se hace. Muchas palabras que dicen, pero pocas que hacen.

II
  
En una entrevista, Rubén Albarrán, vocalista de la banda Café Tacuba, mencionó algo vital: La música es el fin, no es el medio [2]. De esta premisa, y parafraseando la música como arte, surge un comentario necesario.

Siete voces han sido reunidas en esta antología de poesía, siete voces que, en su mayoría, ven la luz por vez primera, pero que, a diferencia de lo que existe en el medio común y comercial de la literatura ‘joven’, demuestran oficio y un manejo consciente y vital de la palabra como finalidad suprema, no como artefacto para satisfacer intereses personales, sino como derrotero por el cual ventanas y puertas nos inviten a identificarnos, emocionarnos, convencernos de que las posiciones ideológicas (izquierda, centro, derecha) no existen en el arte cuando este es bueno pues lo abarca todo. ¿Cuántos seudo artistas buscan a través del espectáculo, de las ridículas ‘poses’, de los egos inconcebibles, utilizando como ‘medio’ la parafernalia de inútiles y forzados versos que creen ser revolucionarios, convertirse en el centro de atracción, en el absurdo inicio de los comentarios? ¿Cuántos creen que esas actitudes deben pesar más que el arte en sí? La pregunta queda abierta.

Aunado a esto, el artista se ha encerrado tanto en sí mismo que ya no pretende respirar el aire común, y desconoce el entorno que permite crear; el hermetismo es propio no solo de su vida, sino que también se refleja en su obra. César Vallejo escribe en el libro “El arte y la revolución” lo siguiente: El literato de puerta cerrada no sabe nada de la vida. La política, el amor, el problema económico, la refriega directa del hombre con los hombres, el drama menudo e inmediato de las fuerzas y las direcciones encontradas de la realidad social y objetiva, nada de esto llega al bufete del escritor a puerta cerrada [3]. ¿En qué momento se olvidó que el compromiso del arte y del artista no es ser un personaje alado ni vulgar, sino un ser que dice lo correcto en el momento indicado, un reflejo de la sociedad y no un personaje que se aísla de todo? Los poetas han dejado de observar el mundo para solo mirarse ante el espejo y describir su figura como un todo, cuando el todo del mundo permite configurar nuestra figura humana y social.

  
III

La Antología de Poesía ‘Catástasis 2013’ (que se realiza de manera bienal, y esta es su tercera edición) es una muestra de la nueva lírica que en silencio se desarrolla en diversas ciudades del país. Con temáticas variadas, y apropiándose lentamente de una voz singular y personal sobre todo, los autores seleccionados nos dan fe de la efervescente oleada artística que recorre las calles de lugares distantes pero al mismo tiempo unidos por los quehaceres de la creatividad.

Jóvenes voces que emiten a través de la palabra sus ideales y concepciones poéticas. Jóvenes voces como J. Estiven Medina Ortiz (Chincheros, 1995) quien nos demuestra que la poesía es un viaje interior en el cuerpo de otros para criticar nuestros propios miedos, y la de Joe Guzmán (Trujillo, 1991) que, con un toque filosófico muy sutil, genera una reflexión sobre el ser de manera muy acertada. En Claudia Jimena Arévalo Santa María (Trujillo, 1993) evocamos la nostalgia de lo perdido no como tristeza, sino como ausencia, como añoranza infinita y tierna; algo semejante a los textos de Erick M. Fiestas Sorogastúa (Trujillo, 1988), textos donde la contraposición de personajes invitan a elaborar juicios sobre las intenciones emocionales de cada lado de lo filial. En los poemas de Edgar Fabián Bruno Remigio (Piura, 1983), tal vez el más redondo del conjunto en cuanto a temática y elaboración textual, uno se enfrenta al cómo elaborar de situaciones ajenas y violentas un espacio certeramente literario, utilizando nuestro pasado reciente como eje primario, natural. Mariana Cristina Hidalgo Mouchard (Lima, 1986) nos devuelve la belleza de la palabra desde las perspectivas personales y recurriendo al verso corto y preciso, mientras José Alberto Taipe Agreda (Lima, 1994) hace de lo coloquial el eje de sus poemas, creando un diálogo común que no pierde ningún filamento poético.

La buena poesía está habitando espacios inesperados, no páginas de diarios ni elocuente comercialidad; hay que observar con cuidado, no mirar con simpleza. Este cúmulo de voces es parte esencial de nuevas ideas que flotan y esperan ser analizadas. Una poesía con intención, no con vagos argumentos de popularidad, irrumpe. Esperemos los mejores resultados de ello. El trabajo literario es arduo; aquí vemos buenos y jóvenes frutos.





[1] Espéculo, N° 28. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid, 2004.
[2] Emitida en el programa ‘Cinescape’ de América Televisión (16/07/2009).
[3] Edición de la Asociación Centenario César Vallejo. Trujillo, octubre de 1991. Pág. 62

Poeta

Óleo de Jesús Guzmán Heredia

Eduardo Valdivia Sanz

Desconfío de las letras
de los poetas revolucionarios
y de las gafas oscuras:
me dan miedo los melenudos  (sentados en la Bohemia)
que otean a la nada con un café sobre la mesa;
me dan miedo sus libros raros,
sus tratados de filología
y sus verbos abstractos;
gastan tiempo como inmortales,
como ricos que pisan cucarachas,
como niños de la Sorbona
que buscan en latín a los versos de Virgilio;
qué miedo,
cómo se pasa la vida y ellos esperando,
esperando ¿qué?
que venga el hada de las flores
y que regale galletitas de jengibre;
cuando reaccionen será tarde, quizá tarde,
uno persevera en el miedo,
en la estupidez de que se levanta cada mañana
y toma un café:
luego cruzas los dedos porque el sol ha salido…

Prisión

Dibujo del autor

Tadeo Palacios Valverde

No sé por cuánto tiempo he permanecido en este vacío absoluto y, por extraño que parezca, tampoco albergo ningún recuerdo anterior al del instante en que me supe en medio de su espesa oscuridad.

Siento un profundo terror a causa de la ignorancia que impregna todo y cuanto se relaciona a mi actual estado. Temo, y eso me ha empujado a ser víctima recurrente de ataques neuróticos al pensar en lo incognoscible del destino que me aguarda. A pesar de ello, sé muy bien que mi existencia no se halla en tela de juicio, pues, aunque la designase blanco de mil cuestionamientos, con ello no conseguiría sino comprobar y reafirmar su veracidad. Existo. Así lo percibo, así lo entiendo. El verdadero problema es que desconozco el instante y el espacio en que mi ser, mi todo, toma tiempo y lugar para hacerlo, para existir.

Por mucho, y contra mi voluntad, he mantenido mi cuerpo estático en la infinita penumbra del vacío en el que floto, tratando sin frutos tanto de moverme como de idear cualquier tipo de razonamiento que pudiera resultar coherente para explicarme, a mí mismo, la naturaleza de mi paradero y el porqué de mi condición. ¡¿Es que jamás obtendré una respuesta que dé fin a esta creciente desesperación?! ¿Es mi existir algo corpóreo o es que solo soy el producto enfermizo de una ensoñación ajena a todo intento de comprensión? Pareciera que de lo único que tengo real certeza es del vaivén sinfín que caracteriza a la bruma casi líquida que me envuelve al compás de sonidos cual si de voces lejanas se tratasen ¿Qué es ese ruido? ¿De dónde vienen aquellas vibraciones? Algo, alguien, me llama cada vez con más fuerza, como si desease tenerme entre sus garras o quizá en el interior de sus fauces. Lo desconcertante de todo esto, es que, en cierta forma, los raros sonidos que solo hasta hace poco he podido captar, merman, rompen, y soslayan momentáneamente el pavor que me aqueja con resistencia.

***

El tiempo avanza lento e inexorable, y aunque soy incapaz de llevarle el paso con exactitud, mi instinto me ha dicho cómo el lugar, e incluso, mi propio yo, han empezado a cambiar vertiginosamente. El espacio que recuerdo haber distinguido durante un inexplicable y profundo periodo plagado de limitaciones sensoriales, resultábame una negra e inhóspita zona sin borde aparente, infinita a mi juicio. Aquel paraje era la causa de mis horrores. Ahora, en cambio, por insólito que fuese, una suerte de seguridad me invade al sentir que aquel horrendo “vacío”  ha sido cercado por irregulares e indefinidas formas que constriñen y enclaustran, opresoras, los músculos y miembros que de momento luchan enérgicos contra aquellos límites, dejando atrás su otrora inmovilidad cuyo efecto me  había llevado incluso a creer que carecía de todo órgano motor.

De cuando en cuando mis ojos pueden percibir rojizos destellos que irrumpen en la penumbra por medio de una de las paredes frontales del lugar, y junto a dicho resplandor, tanto los ruidos como las constantes presiones que mi cuerpo sufre, aquí y allá, se han hecho más fuertes y frecuentes. He llegado a pensar fehacientemente que es muy probable que yo no sea un ente condenado a permanecer en medio de la nada absoluta como solía profesar, sino que hay alguna fuerza exterior jugando conmigo, manteniéndome contra mis propias carnes en esta rudimentaria cámara. Mientras más lo pienso, más seguridad tengo en que este cautiverio responde a las intenciones del mismo ser que me tiene anclado por la cintura a esta burbuja que empequeñece a medida que escucho los ecos de un mundo extraño con mayor claridad.

***

La presión es insoportable y dudo que mi cráneo pueda seguir resistiendo sin antes partirse en dos. Mis manos y piernas han cobrado inusitada fortaleza, la suficiente para propinar certeros golpes a las paredes de mi celda en un intento por liberarme de ella, aunque éstos resultasen totalmente inútiles frente a su elasticidad.  Me desquician las voces y gritos del exterior pero esta vez hay algo diferente en ellas, son fruto de un dolor y sufrimientos únicos pero a la vez se hallan diluidos en un tono de alegría curiosa, de conmoción…

Repentinamente, en lo que lucho por expandir mi apretujado cuerpo con cada extremidad a mi disposición, un temblor sacude la cámara membranosa de arriba hacia abajo, de izquierda a derecha. Las partículas que flotan en la bruma hierven como alborotadas por un violento fragor venido desde el interior. Brilla un rojo fulgor en la pared frontal del calabozo y es cuando me percato, por medio de mis ojos inyectados de adrenalina, que el cuarto, otrora objeto de mis anteriores miedos, dista mucho de ser infinito o de siquiera empequeñecerse.

El cuarto, la zona, el vacío, la “nada”, el calabozo, la cámara, o como quiera que le llamase a este espacio padre de crisis y miedos, de dudas y hasta de un extraño consuelo, resulta ser una cápsula hecha de carne y fibras de líneas azules, rojas y verdes a la que una gruesa vena me une por el abdomen, pues se origina de este mismo…

Resuenan las membranas y se quiebran parte de sus muros en múltiples convulsiones. Es mi oportunidad ¡Al fin, desde que tengo uso de razón, saldré de este hoyo y podré ser libre!

Veo un hilo de luz tenue allá al final del túnel que los violentos temblores han abierto en un recodo del claustro. Aumentan los gritos del exterior. La luz se hace más y más profusa y el miedo comienza nuevamente a inundar mi cavilar. ¿Y si al salir de aquí un destino incluso peor que el encierro vivido me espera? ¿Y si el mundo externo a este resulta ser peor? ¡Qué clase de criaturas harán presa de mí de ponerme sus garras encima! ¡No! ¡No! ¡No!

Me aferro al muro de sangre. La cobardía ha supera- do por completo mis ansias de libertad… ¡Maldición! ¡Algo me ha tomado por la cabeza! Dos palmas gigantes y blancas me halan hacía el final del túnel. Ya no puedo sostener mi agarre y comienzo a ceder. Una orden resuena seguida de alaridos —¡Puje! ¡Puje!—  Siento como mi cráneo es sacado del túnel a tirones seguido por el resto de mi anatomía. Seres cubiertos de blanco me toman entre sus brazos, me golpean el rostro y los muslos. Grito con sumo espanto pero nadie responde a mis súplicas de socorro —Felicitaciones  señora, es una niña sana y hermosa—   La luz blanca me ciega y yo sigo desgarrando mi garganta después de que las criaturas cortasen mi soga de carne e introdujeran en mi nariz algo para sorber el resto de bruma que en mi interior quedaba.

Me envuelven entre trapos. Supongo que a los gigantes les agrada escuchar lo fuerte que resuena mi llanto, están satisfechos. De pronto escucho una voz familiar — ¡Amor, mira, mira! Es mi princesa, nuestra princesita, ¡Por fin en mis brazos!—. Es la misma que en forma de murmullo me acompañase desde que surgiera mi conciencia. Reconozco su olor, ella fue mi captora y carcelera, ella, su cuerpo, fue mi prisión.


SPRING 13... Poemas de Roger Santiváñez

Roger Santiváñez

Primavera triunfante
-Arturo Corcuera-

0
Así como el pájaro de súbito vuela al cielo
La luz desaparece para luego volver invicta
& ser la belleza dorada del jardín junto

Al destello del río siempre vibrando en la
Superficie acuática que no cesa de brillar
Sería lindo si tú & yo camináramos sobre

Estos bordes perfectos como la canción tan
Brotada de tus labios sólo para mis oídos tal
Vez reclinados a la grama del césped &

Ceñidos en tu estilo besando tus espaldas
Hasta la divina cadera aposentada en la
Pelvis del deseo entonces yo vería

Llovería la fina garúa de Lima en estas
Landas primavera de purísimas mañanas
Recordando el amor que no se extingue

A pesar de tu silencio dormido igual a
La rosa que solita abre sus pétalos
Azules & se guarda en el cofre labrado

Del poema que yo escribo para despertar
Tu amor & revivir la canción que gustabas
Decirme sólo a mí escuchándola eterna


              Sin principio ni final


4

Qué dicen los árboles cuando suenan arriba
Qué dirán quiero saber el gran susurro
Del bosque el viento al chocar con

Las doradas hojas que el sol pervierte
Toda la realidad se queda quieta prendada
Del tan bello sonido que limpia nuestras

Almas cuando las nubes también ponen lo
Suyo viajando por el azul como lentas
Formas inquietantes & a esta hora no

Hay nada que se parezca a la muerte
Mañana lloverá me pregunto ante ciertos
Nubarrones a lo lejos pero no me res

Ponden sino los pájaros del día con sus
Finos oídos chalchaleros chapoteando con
Dulzura exquisita en un concierto

Feliz posado en lo más hondo de mi
Pena redimida sin embargo mediante
La oración que rezo en estos versos

El sol se va por instantes como ahorita
Mas la sombra es suave con quien canta
O vuela hasta la nube más divina

& estampa allí la última línea del poema

Un problema de semántica



Eduardo Valdivia Sanz

Compraba en el templo de la piratería en Perú, Polvos Azules, documentales de guerra, series antiguas: Tierra de Gigantes, Nam, Perdidos en el espacio, cuando mirando las bolsas con dvds y blu-rays, recuerdo que no había comprado todavía los discos compactos de música clásica, que me había prometido de regalo a mi hija, Ema.

Busco el puesto de mayor tamaño:

─ ¿Quisiera música clásica?

La vendedora me miró como si cargara un loro en el hombro y me recomienda el puesto de al lado, donde según ella, encontraría música clásica.

─ ¿Música clásica?, por favor.

La vendedora un poco más despierta.

─ Ahí, tiene varios catálogos.

Me muestra tres gruesos archivos de plástico.

Feliz, hojeo el primero, pero me doy con la sorpresa de que la supuesta música clásica,  de clásica, no tiene nada. Salseros como Rubén Blades; Oscar de León; Willie Colón, completan el archivo.

─No…  Música clásica: Bach, Mozart, Vivaldi.

La vendedora me miró como si le insultara a su madre y a sus partes íntimas.

─Ya, le dices clásico a esto. Busco otra cosa.

Me siguió mirando con cara de fastidio cuando me aleje.

En el taxi, de regreso al hotel, pensé: seguiremos oyendo música clásica directamente desde el YouTube; lo siento, Ema.  

Ramones for ever

The Ramones

Eduardo Valdivia Sanz

A pesar de que tengo cuarenta y cuatro años  y muchas canas en el cabello; cuando escucho la banda punk rock neoyorquina The Ramones, siento la misma descarga de adrenalina y de euforia que cuando la escuché por primera vez en playa de Colán, por el año 1984.

Estaba en la tienda de La Macaria, y Robert Reusche, conocido que vivía en Lima, puso un casete en el que había recopilado algunos grupos de rock subterráneo peruano y otras tantas  bandas de rock extranjeras, como Anti Nowhere League, Devo, Siouxie and the Banshees  y, claro está, The Ramones. 

Le pregunté con asombro a Robert: cómo se llama esa canción del casete, y con su acento atropellado de Lima dijo: Howling at the moon, me lo repitió tres veces y, al final, con cadencia de aburrimiento, dijo: Sha la la.

Quise una grabación del tema, pero en esos días de verano no había Internet, MP3 o discos láser, y si alguien deseaba un casete con música caleta o tenías grabadora doble casetera o te fregabas. No hubo grabadora doble casetera en la playa, y me quedé soñando con la música de The Ramones.

Transcurrieron unos años y llegó al colegio Santa Rosa de Sullana, el gordo Muro, un pata que venía de Huaraz; el punto era que Muro tenía dos casetes de Ramones, mal grabados, pero Ramones, a fin de cuentas.

Habré grabado los mismos casetes no sé cuántas otras veces más, los habré escuchado mil veces más en el carro del gordo Muro, en los tonos de la villa Militar de Sullana, en mi walkman, mientras caminaba por el techo de mi casa. En fin, mil historias más puedo enlazar con la música de Ramones.

Ramones es el soundtrack de mi vida de muchos momentos, algunos buenos, otros malos, pero si no hubiera sido por Joey, que ahora, por cierto, está muerto, mucha de la magia de vivir no se hubiera concretado, pues que hay más intenso que en el calor de la madrugada de una noche cualquiera de febrero, aceleres tu carro por la autopista de Piura-Sullana,  mientras que en los parlantes de tu estéreo las guitarras y la batería de Ramones te cuenta que con la goma de mascar tú llevas el ritmo y que el pinchador de discos en la radio aplasta una y otra vez el mismo tema.

No lo duden, Dios es un punk rocker.  Mientras tanto no lo olviden bird is word, bird, bird, bird…  Surfing bird… memeao memeao pa pa.

martes, junio 17, 2014

¿Por qué escribo?

Tadeo Palacios

Tadeo Palacios Valverde

A propósito de la publicación del libro Susurros del abismo, la opera prima de Tadeo Palacios Valverde


Escribo porque olvidé como toser. Escribo porque no sé hacer otra cosa además de perennizar los miedos y someter al servicio de terceros los demonios que habitan, socavan, mi prosa y guardo en la pluma. Escribo porque reír me queda corto, porque el sol ha de apagarse al escuchar mis palabras y los mares, han de retorcerse placenteros al contemplar semejante blasfemia.

Escribo porque haciéndolo es que amo, odio, siento, porque así mato lo eterno, diamantizo lo frágil y eternizo lo efímero. Escribo porque no vivo sino la historia que otro cuenta y no hago más que luchar contra sus hilos, reescribiendo mi camino al tejer los míos en una batalla que tendrá como final el ultrajar a aquello que los hombres llaman realidad, la suprema vampira de ilusiones, asesina de pasiones.

Escribo porque soy creador de mundos y asesino de universos, porque de mi dependen los seres que alumbré, formé y vitalicé, porque no son nada sin mi complacencia y yo soy nadie sin ellos. Escribo porque el alcohol es demasiado suave y no me cabe en los alvéolos otro humo que no sea producto de pesadillas y deseos.

Escribo porque no hay pavor más hondo y antiguo que el ser triturado por las muelas del olvido, y yo, amigos míos, me niego a tal destino. Escribo porque puedo respirar y aun privándome de ello, moriría porque puedo escribir. Escribo porque escribiendo o purgo la suprema condena atribuida al alma hueca o gozo, en cambio, de la gloria destinada al bien nutrido espíritu. Al final, yo decido. 

lunes, junio 09, 2014

Ratas

Malecón de Chimbote

Ricardo Ayllón

Por el chat de Facebook converso con Marilú Ayala, una vieja amiga del colegio que hace más de quince años se fue a vivir a Miami con un gringo: “Extraño tanto Chimbote, Ricardo…”, me dice, y la imagino dando un profundo suspiro, diciendo luego con melancolía: “Extraño hasta a las ratas que se metían en mi casa”.

Siento mucho no compartir el modo en que mi amiga expresa su nostalgia, estoy seguro que si yo viviera fuera del Perú no echaría de menos a esos repugnantes animales. En Chimbote, el puerto donde nací y al que visito con frecuencia, debe haberlos por millones; las cifras calculan que el número de ratas es tal que a cada persona le atañen nueve de ellas. Si multiplicamos por nueve los cerca de 400 mil habitantes, la población de ratas en Chimbote debe rebasar los tres millones. Es por eso que todo chimbotano se ha encontrado con su horripilante presencia más de una vez en la vida.

No es ningún deporte el ponerse a mirar ratas, pero si alguien amanece un día con ganas de ver unas, no tendrá que esforzarse mucho. Ratas grandes y plomizas hay por cientos en el roquedal que refrena las aguas de la bahía. Todo es cuestión de llegar hasta el Malecón Grau, pararse sobre las enormes piedras, estirar el cuello y, junto a las viejas y oxidadas tuberías por donde descarga con furia el desagüe de la ciudad, uno las verá refocilándose a su gusto, peleando con los gigantescos gatos que –para su mal– comparten el mismo hábitat, o sintiendo el frescor de la contaminada brisa en esa parte lamentable del litoral.

Aunque son los mercados sus lugares predilectos. Están en todos, sin excepción. Las he visto escalar agazapadas los sacos de papas y cebollas en el mercado Modelo; intentar beber la sangre de los pollos muertos en la paradita del Progreso; rodear ávidamente el enorme basural que se forma a veces frente al mercado Buenos Aires, correr por las terrosas callecitas del reciente y enorme mercado Dos de Mayo y, hace poco, he advertido unas desgreñadas y ventrudas a la altura del ingreso de la pescadería “La Sirena”. Cada vez que salgo de mi visita obligada al Centro Cultural Centenario, las veo entrar y salir por debajo de esa gran puerta de latón aprovechando el arribo de la noche, burlando al viejo y agotado vigilante que debe andar aburrido de contemplarlas a diario.

Se sienten tan cómodas entre nosotros, que muchas parecen haber perdido el sentido de la supervivencia. Hace poco distinguí a una muy temprano avanzando de lo más campante por las calles de Laderas del Norte. Pero la gracia no le duró mucho. Un perro vago acabó con ella de un hábil mordisco en la cabeza que la pobre devolvió tarde con un débil rasguño, antes de que el perro le asestara la segunda y letal dentellada en plena panza.  

Ratas hay en todo sitio. A una vecina, hace pocos días, vino a visitarla una asomándose por el excusado el instante mismo en que hacía el dos. Vaya caprichosa. Menos mal que mi pobre vecina sintió a tiempo a la asquerosa y salió corriendo, pues se sabe que –haciendo de su cuerpo un alfeñique– consiguen meterse por la vagina, las muy desgraciadas.

Yo he lidiado con más de una. Pero de la que tengo el más nítido recuerdo es de la infeliz que se metió a la casa un fin de semana en que me quedé solo. El asunto está narrado en uno de mis libros y, quien quiera enterarse, sabrá cómo acabé con ella solo después de vencer mi propio miedo y repugnancia. Les juro que todo lo que está contado allí es la pura verdad.

Hay gente que para anticiparse a sus visitas, pone raticidas en la casa, pero eso no ayuda gran cosa. Las ladinas hace tiempo que aprendieron a reconocer el veneno. Carlitos Rivera, un amigo que estudiaba en la Universidad San Pedro y vivía solo en un cuarto alquilado, salió de viaje y abandonó el recinto por una semana. ¿Para qué hizo eso? Pese a que dejó puñaditos de “Campeón” en las esquinas del cuartucho, al volver encontró a toda la familia Ratatouille instalada en el centro mismo del colchón de su cama. Con la ayuda del perro de un vecino las desalojó rápidamente. Ese mismo día Carlitos se mudó a un lugar más grande y limpio, y no olvidó comprar un perro.

Ahora mismo, en plena madrugada y mientras termino estas líneas en la vieja habitación que abrazó mi niñez chimbotana, escucho patitas menudas corriendo por el techo. Dejo de teclear y allí están, avanzan y se detienen; avanzan y se detienen. Acuden al techo buscando algo que roer entre los cachivaches que mi madre arroja a veces al olvido.

No es una manada, calculo que son solo dos o tres. De vez en cuando asoma una por la ventana del cuarto como atreviéndose a mirar qué hay más allá de ese techo que es dominio suyo. Probablemente la luz de la habitación las desanima de seguir husmeando, de persistir en su acecho. Pero el solo presentir su presencia hace que me ponga alerta y me disponga a enfrentarlas. ¡Son unas dañinas!


Aún no he visto ninguna, pero no deben tardar. Aquí las espero. ¡Atrévanse malditas, y verán lo que les pasa! Yo no soy indulgente como la boba de mi amiga Marilú Ayala que las echa de menos. ¡Yo las aborrezco y las repudio con todas las fuerzas de mi corazón!

lunes, junio 02, 2014

Una estación en Mundo Cachina

Portada del libro

Reynaldo Cruz Zapata

Conozco a Augusto Rubio,  gracias a dos pasiones que compartimos: el periodismo y la literatura. Conozco a Augusto Rubio, gracias a esta conexión mundial de información llamada internet. Si la memoria no me falla esta es la tercera vez que nos reencontramos en persona, desde que nos contactamos a través de los blogs, y del desaparecido Messenger.

Augusto es un poeta, un artista, y por lo tanto un ser humano que se conmueve de la realidad, aquella que lo cuestiona, que lo motiva a escribir versos y crónicas, para este instante y también para cuando ya no estemos más físicamente; como buen lector, conocedor del universo interno, Augusto, se adentra en la pasión del periodismo y de la literatura que se unen en un mar de desencuentros, en sus crónicas de este “Mundo Cachina”.

Este Mundo Cachina es el lugar donde encontramos todo aquellos escritos envejecidos por el tiempo, olvidados en el instante que creímos haber madurado, crecido, logrado nuestros objetivos. En estos textos, la letra viva y el instante lingüístico confluyen en un testimonio personal, del poeta plasmando personajes sociales de su natal Chimbote como “La tía Sara” y su identificación con la lucha sindical en el Puerto.

Esta entrega de crónicas desarrolla temas como el feminismo posero, vacío, sin otro mérito que la protesta por la protesta, tal como la apreciamos en “Give me the power”. Como expresa Augusto, ha querido escribir de la puta mare, un texto que vacile, que conecte a la gente, ustedes manyan, se tratan de unas crónicas para saborear a la hora de la cena con la televisión apagada y una lata de cerveza.

Puedo apreciar en “Mundo Cachina”, una nostalgia, por el Puerto, por el tiempo ido, por la infancia, por los familiares y los amigos, por este país jodido, por los poetas y el arte, por el silencio, que ahora reina en esta sala. Hay una nostalgia también por esa reconciliación que aún no llega, que aún esperamos.

Algunas de las crónicas se plasman en las horas más esperadas: La nochevieja y el primer día del año. Fechas propicias para replantearnos la vida, para decir aquí bajo, voy a cambiar de ruta en la combi. Hay una visión urbana, que nos guía por Chimbote, por las mudanzas de casa y las mudanzas de urbe, como queriendo recoger los recuerdos que uno decide dejar de lado porque cree que ya no sirven para nada, como cuando dejamos las cosas inservibles en el mundo entrañable de la Cachina.

Y la Cachina es ese mundo que se encarga de darle vida a aquello que desechamos, aquello que hemos desgastado con el tiempo y que creemos que ya debemos dejarlo atrás. Igual sucede con estos textos: son textos del recuerdo que adquieren una nueva vida en este libro, que se convierten en relatos valiosos gracias a la prosa poética de Augusto Rubio, que a través de un lenguaje filudo y coloquial nos atrapa desde el título.

Augusto Rubio

Y en estas páginas el autor se confiesa, se mira al espejo, nos mira al rostro, nos convida su talento lirico, su pasión por Alianza Lima, su amor y desamor por la rutina de las salas de redacción, la búsqueda de la libertad en las calles de Chimbote. Esa angustia de ser poeta y sentir el dolor del mundo reciclado en recuerdos y despedidas.

Así es la vida en este Mundo Cachina, hay que seguir escribiendo, recordando, visitando la biblioteca. Así es la vida en la que a veces ganamos y otras perdemos con la ayuda de alguien allá arriba. No queda de otra, Augusto, estamos condenados a escribir hasta que llegue la cuenta regresiva de la eterna nochevieja, que nos regale la sonrisa de las chicas bonitas que nos mueven el piso, mientras terminamos la última cerveza.

domingo, junio 01, 2014

Con Javier Heraud entre los ríos

Portada del libro

Henry Córdova Bran

En un país como el Perú, cargado de desigualdades, injusticias y viejos vicios entre su clase política y su medio social, la presencia del eternamente joven Javier Heraud sigue latente. Quizás por eso la reciente publicación del Libro “Entre los Ríos Javier Heraud (1942-1963)”, escrito por su hermana Cecilia, sea una ocasión para el reencuentro con el poeta.

El miércoles 23 de abril se presentó este libro en el Centro Cultural de la Pontificia Universidad Católica del Perú. El auditorio del piso cinco estaba abarrotado muchos minutos antes del inicio. No era para menos, el libro que se presentaba constituye un documento de primera mano para quienes están interesados por acercarse al nervio más íntimo del poeta guerrillero que un 15 de mayo de 1963, cuando contaba con apenas 21 años, fue asesinado en medio de las aguas del río Madre de Dios.

En los minutos previos a la presentación, se percibía en la sala un ambiente de especial añoranza, parecía como si cada asistente tratara de vivir a su modo y en modo colectivo a la vez su relación con Javier Heraud. Entre los jóvenes, que a pesar de no haberlo conocido lo hemos leído con fervor de militante, siempre nos mereció el fraterno afecto, la admiración y el respeto. Estando allí recordé los versos de Manuel Scorza en un poema dedicado a César Calvo “El Che llevaba en su mochila acribillados versos de León Felipe/ y Javier Heraud llevaba una carta tuya en su chaqueta./ El impiadoso río Madre de Dios arrastró su cuerpo,/ tu cuerpo, mi cuerpo, nuestra acribillada juventud, todo./ Pero la vida fluye más rápido que el río Madre de Dios…”. Y la velada del 23 de abril parecía demostrar esto precisamente, que la vida fluye más rápido que el río Madre de Dios, que 51 años después Javier se sentaba entre nosotros de la mano de su hermana Cecilia.

“Entre los ríos”

Cecilia Heraud Pérez tenía 20 años cuando supo que su hermano había muerto en la selva peruana. Desde entonces vio como su padre, Jorge Heraud Cricet, se dedicó a mantener viva la imagen de Javier, empezando por aquella emotiva carta que escribió al diario La Prensa en la que afirmó enfáticamente que “para nuestra familia, sin distingos, nuestro Javier es el símbolo de la pureza y del sacrificio”. Al morir su padre, cuenta Cecilia en el prólogo del libro, la tarea de continuar con esa tarea le quedó encomendada.

El primer comentario sobre el libro estuvo a cargo del escritor Jorge Eslava, quien empezó confesando el temor que sintió al ser invitado a presentar este libro “vacilé por temor a quebrarme”, luego contó que el año 1978 visitó el cementerio en Puerto Maldonado donde todavía descansaban los restos de Javier Heraud y que en ese viaje tuvo un pequeño accidente de moto que le dejó una cicatriz que lleva hasta ahora. Eslava afirma sentirse muy próximo a Javier, no sólo por vivir cerca a la casa en que el poeta vivió en Miraflores y recorrer las calles que él recorría cuando niño y adolescente, sino también por haber conocido a la familia de Javier, amigos, maestros y porque recuerda el día en que vio a su padre consternarse con la noticia de que un joven poeta había sido asesinado en aquel lejano mayo de 1963.

Eslava comenta que a veces es difícil entender porqué Javier Heraud abrazó la causa de la lucha guerrillera. Si se afirma que toda lucha es violenta y la violencia es mala y por tanto una revolución violenta puede ser contraria a la búsqueda de la paz en la sociedad. Eslava afirma que en la respuesta a esa cuestión radica la razón para entender al Javier Heraud guerrillero y revolucionario “la revolución no crea la violencia, la violencia está en el mundo, abrimos un libro de historia y reconocemos un mundo violento a causa de las desigualdades y las injusticias”.

El escritor que en el año 1980 ganó el premio poeta joven del Perú y el premio Javier Heraud finaliza su intervención diciendo que “la trascendencia de su acto radica entre lo poético y valiente, fue el fuego incandescente de toda su generación”.

El otro invitado de Cecilia para comentar el libro es el psicoanalista Eduardo Montagne, quien nos invita a preguntarnos ¿cuál fue la trayectoria interna emocional de un joven que a los 16 años ingresa a la universidad y a los 21 muere abaleado como miembro de una guerrilla en la selva? Montagne se remite a la carta que Heraud escribe a su madre y deja en Cuba encargada con la instrucción de que la hagan llegar a su madre en caso él muriera “yo hubiera querido vivir para agradecerte todo lo que has hecho por mí, pero no podría vivir sin servir a mi pueblo y a mi patria. Eso tú bien lo sabes, tú me criaste honrado, justo, amante de la verdad de la justicia”. Montagne nos dice que hay que recordar que en la generación de Javier “se vivía una militancia casi mística y Javier vivió eso de manera muy personal”. En un rápido análisis de algunos de sus poemas y cartas, concluye que “en el joven Javier confluyen un impulso inmenso de deseos de vivir y a la vez un impulso grande que lo acerca a la muerte”

Cuando Cecilia Heraud, hermana del poeta, toma la palabra hace una pausa para contener la emoción. Nos dice que este libro surgió como una necesidad, primero de enterrar nuevamente a su hermano cuya presencia ha estado muy presente en ella y su familia durante todos estos años, casi como si siguiera con vida; en segundo lugar, la necesidad de dar respuesta a muchos jóvenes que siempre buscaban a su padre primero y a ella después para conocer más sobre la vida de Javier.

Entre los Ríos es un libro que bien vale la pena leerse. Concentra en él un mundo íntimo del poeta al que no siempre se tiene acceso y que complementa otras ediciones que ya nutren los estudios y biografías sobre Javier.

Antes de finalizar, Cecilia nos tiene reservada una sorpresa. Presenta un audio que su hermano grabó en una vieja grabadora en los lejanos inicios de los años 60. Se trata de una entrevista que Mario Vargas Llosa le hace a Javier Heraud en París. Los dos jóvenes escritores de aquellos años hablan sobre literatura peruana contemporánea y finalmente a pedido de Vargas Llosa lee el poema “Mi Casa Muerta” la voz potente de Javier Heraud, que escucho por primera vez, inunda la sala y todos entonces nos empezamos a sentir entre ríos, árboles y pájaros.