Lúber Ipanaqué
En anterior oportunidad el poeta Ricardo Musse nos brindó su poemario “Cinematografía de una adolescencia”, en el cual nos acercaba a una poesía equilibrada entre lo lírico y lo prosaico, versos cargados de narratividad como artificio verbal para lograr lo estético en el poema, incluso es así como llega a una acendrada coloquialidad.En anterior oportunidad el poeta Ricardo Musse nos brindó su poemario “Cinematografía de una adolescencia”, en el cual nos acercaba a una poesía equilibrada entre lo lírico y lo prosaico, versos cargados de narratividad como artificio verbal para lograr lo estético en el poema, incluso es así como llega a una acendrada coloquialidad.
Se puede decir que el poeta Musse propone una especie de “verso proyectivo”, según el cual el poema va de una percepcion a otra, sin detenerse y sin seguir un desarrollo lineal. Para hacer tal poema se necesita una habilidad y amplitud verbal, además velocidad para captar una secuencia de escenas esencialmente visuales, en el cual pareciera verse imágenes a través de una cámara filmadora, emanada de la mente. Y es que el poeta Musse logra tal situación en “Cinematografía de una adolescencia”, ya sea situándonos en su remota infancia o en la mar brava o en el barrio con “la Huguito”, “Cucharita” y otros personajes poéticos. Menciono esto porque en su último libro, publicado por la editorial “Sietevientos”, acentúa tales cualidades intimistas y giratorias, “El Espíritu giratorio del viento”, que a gran diferencia del primero prevalece la lírica, rompiéndose con lo coloquial y anecdótico. Logra así envolver las diferentes situaciones metafísicas y cotidianas en metáfora, símbolo y figura, elevándolas hacia los linderos de la poesía.
En “El Espíritu Giratorio del Viento”, nos hace peregrinar por parajes internos de su melancolía, en busca de la purificación del alma, después de lavarnos en la lluvia, cuando dice en el poema I: “Que la nocturna humedad de la lluvia/ limpie la esfera azul/ porque estoy hecho un asco danzando alrededor de una fogata”. Para luego situarnos en su infancia “desnuda y descalza”, y esta evocación se hace reiterativa en el libro. Hay momentos en los que nos incita a “humedecernos los pies y seguir caminando”, es decir continuar sumergiéndonos en el recuerdo, a “diseminar nuestros rastros en los disolventes sedimentos del desierto”. Y el peregrinar al que nos invita Musse es a través del desierto, por días y noches; ese desierto no es más que la vida, circular y monótona, que con el devenir del tiempo vuelve a repetirse infinitamente, dentro de los cuales estamos condenados a repetir las huellas de nuestros antepasados. En el poema XII nos dice: “Dar marcha atrás sería el penoso recuerdo de nuestros pies lastimados por la derrota”, es decir avancemos a través de los montículos del desierto a pesar de sus obstáculos para lograr la purificacion del “espíritu giratorio del viento”, que es el alma. Aquella purificación sólo se logra con la muerte. Y es que sólo peregrinamos para que al final nos espere el abrazo maternal de tranquilidad de la muerte, así lo da a entender en el poema XXIV: “Peregrinamos para que a la hora de la muerte nos pese / solamente las quemantes arenas del sepulcro”.
El libro consta de treinta poemas que tienen un ritmo unánime hasta el poema XXIV, después del cual, en el poema XXV, hay un cambio de voz poética abrupta, pasando del “nosotros” al “yo”, lo cual deja pasmado, insatisfecho y confuso al lector. Lo cual no desamerita, a ultranza, los demás poemas que retoman el ritmo hasta el final.
Nota: En la fotografía Genaro Maza Vera y Ricardo Musse.
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