martes, julio 08, 2008

SOBRE ETERNIDAD DE RICARDO MUSSE

Javier Vílchez Juárez

El espíritu creador es como el chilalo,
ese animalito volador que si lo
enjaulas, muere.

A veces suelo pensar que me estoy volviendo un ser demasiado sensible o demasiado duro para serlo. Pero lo que estoy seguro, es que no he cambiado mi disposición para expresar lo que pienso sin tener que arrepentirme de ninguna de mis palabras. Es más, suelo ser mucho más directo con las personas a quienes estimo de una u otra manera.

Si bien es cierto, la experiencia te dota de herramientas que te permiten dar una crítica certera, creo, a pesar de mi juventud, que soy capaz de dar una opinión acerca de las observaciones que realizo en mis lecturas.

He terminado de leer el poemario que, de manera amable, me obsequió el poeta Ricardo Musse, el cual lleva como título eternidad, publicación a cargo de la Editorial Pluma Libre; y me he visto en la necesidad de escribir estás líneas a fin de expresar la impresión que la lectura de los poemas contenidos en éste produjeron en mí. Cabe mencionar que las apreciaciones acerca del poemario no están sujetas en ninguna forma o sentido a mi posición con respecto a la religión.

Antes de dar mis impresiones, no está de más decir que estoy de acuerdo con las palabras contenidas en los cinco primeros párrafos del prólogo realizado por José Lalupú. “Ricardo Musse en su primer libro Cinematografía de una adolescencia logró desarrollar un lenguaje en la que se da “una hermosa contradicción de lo grotesco bello, que es un signo de arte moderno”. Recuerdo que la lectura de dicho poemario me produjo un estremecimiento profundo, especialmente por la nostalgia cargada de recuerdos de la abuela y de esa adolescencia que con lentitud se va desvaneciendo, quedándonos sólo las sucesiones de imágenes vividas como cortos de cine. En cuanto al poemario El espíritu giratorio del viento, del que Lalupú se refiere “la palabra de Ricardo Musse se volvió evanescente, pasó del peso a la levedad y despegó de la tierra”, mis apreciaciones no difieren en absoluto. Si bien en Cinematografía de una adolescencia R. Musse dio muestra de ser un poeta que se esfuerza por lograr una voz propia, en este segundo libro, se puede apreciar un trabajo más concienzudo. En los libros antes mencionados se puede percibir la voz de un hombre libre, que cuenta con la única fuente que le puede llenar de gozo y que le permite ser el creador de una melodía inconfundible. Pero, como ya lo he expresado, aquella voz sólo se puede percibir en los libros anteriores.

Un poema, a mi parecer, se asemeja a una carretera sobre la que nos deslizaremos con nuestro auto (que en este caso es la mirada atenta con la que realizaremos nuestra lectura ) y depende de ésta que nuestro viaje sea o no agradable. El auto puede que encuentre un tanto viejo, pero si la carretera es lo suficientemente lisa, los únicos estremecimientos que sentiremos serán las ondulaciones de la geografía. Pero si ésta, la carretera, tiene defectos, tendremos que esforzarnos para que nuestro auto pueda evitar los golpes desagradables, y aún así no lo lograremos. En tal sentido, los buenos poemas son aquellos que se asemejan a la carretera lisa, porque que te permiten realizar la lectura sin ningún problema, dejándote una sensación de plenitud. Y las ondulaciones geográficas (altibajos que no son causa de molestias, sino de gozo) no son más que los clímax que hacen de nuestro viaje una experiencia interesante. Tomando las palabras de Lalupú, la tarea del poeta es hacer que en cada uno de los versos “no le falten [o sobren] palabras para decir todo lo que [se tiene que decir]”. De manera contraria los malos poemas están plagados de defectos (carencias de algunas palabras o de exceso de otras, muchas veces rebuscadas y nada poéticas) que lo único que logran es hacer de nuestra lectura demasiado lenta e insoportable, como sucede en el caso de la lectura de muchos versos de los poemas que contiene el libro eternidad.

Conforme ha pasado el tiempo he podido diferenciar dos tipos de poemas, aquellos que tienen la seriedad con que se aborda la verdadera literatura y que, a mi parecer, pueden ser publicables; y aquellos otros que sólo se limitan a ser un regalo halagador y “bonito” para algunas personas allegadas, y que no tienen más mérito que el que le da la intención del momento, por lo que no deberían ser publicados. En el caso de los poemas contenidos en el poemario eternidad, los puedo ubicar en este segundo caso. Cosa que me resulta triste, porque siendo producto de un poeta de la calidad de Ricardo Musse, no lograron estar a la altura del mismo.

El uso desmedido de adjetivos para crear epítetos, como en los casos siguientes que se pueden encontrar en los poema I y X¸ (sin que esto implique que en los otros no se dé) sirven para dar ejemplos concretos a lo expresado líneas arriba: “frágiles palabras”, “insondables silencios”, “atávicos cánticos”, “consoladora eternidad” “compasiva omnipotencia”, “inconmensurables corazones”, “silentes aflicciones”; además de palabras poéticamente inaceptables como “jaculatorias”, “responsos”; sin mencionar palabras extensas y que demandan de una pronunciación lenta como: “enmudeciéndome”, “clamorosamente” , “omnipotencia”, “inconmensurables”.

Por otro lado, aunque sin temor a equivocarme, me atreveré a realizar observaciones con respecto a la nueva postura que ostenta el poeta y que de una u otra manera ha repercutido en su escritura. En primer lugar, considero que una de los rasgos que caracterizan a los buenos artistas es la búsqueda constante -a parte de los temas- del lenguaje que servirá de base para edificar su obra; es por ello que muchas veces los artistas que han logrado tener (en el caso de los escritores) una voz propia y que sólo se contentan con mantenerla, terminan siendo los plagiadores de sí mismos; caso concreto que ha sucedido con el poeta Ricardo Musse. Si bien es cierto, lo que acabo de decir traerá inmediatamente la respuesta de quienes aseguran que esto no es válido, porque –algo recurrente en los narradores-escritores de la talla de Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, por ejemplo, han escrito la mayoría de sus obras utilizando el mismo lenguaje –posición que considero aceptable-; pero que, si nos ponemos a analizar, no han ofrecido otra propuesta innovadora que responda a la altura de sus ingenios, como lo hizo por ejemplo el poeta Cesar Vallejo, en el que vemos formas diferentes desde Los Helados Negros hasta llegar a Trilce. No pongo en duda que la forma de escribir de los dos primeros escritores son buenas propuestas, pero lo único que han hecho de ellas es acentuarla como su molde constante. Como ellos casi lo mismo ha sucedido con la escritura de Ricardo Musse; pero en el caso de éste, logra darle una forma depurada en su segundo poemario, El espíritu giratorio del viento, y en el último, eternidad -en el que se esmera por seguir con el mismo estilo, pero un tanto recargado-, lo único que logra es deformarla.

En segundo lugar, cabe recordar que Ricardo Musse perteneció al grupo denominado “Ángeles del abismo”, que reunía a un grupo de escritores jóvenes con alma rebelde, que les permitió desarrollar un tipo de literatura explosiva. Tal vez la misma rebeldía, esa ausencia de paz interior le permitía dar a su literatura ese toque especial; el espíritu que se niega a aceptar una sola verdad era la base de su arte. Para quienes estamos inmersos en este mundo literario sabemos que cuando el artista no posee una paz interior o por lo menos está en busca de ella; mientras se encuentra en esta situación de delirio espiritual su arte se muestra más expresivo y libre. Pero cuando éste, el artista, ha encontrado aquello que le da lo que busca, entonces quien pierde es la literatura, pues ella se verá sujeta a los parámetros de aquello que ha encontrado, sin darle otra salida.

Sin el ánimo de colocarme en una postura recriminatoria –pues soy partidario del libre pensamiento y creencia-, cabe decir que aunque la religión (cualquiera que sea) resulta indispensable para muchas personas que no encuentran su realización personal alejados de ella. Para los artistas que se ven sumergidos en esta, no les queda otro remedio que adaptar su producción a los parámetros de la misma, por lo que muchas veces la religión resulta nociva para su arte. Soy conciente también que lo dicho puede que encuentre su refutación con el sustento de variados ejemplos de muchos personajes, del mundo literario a través de la historia, que han profesado su fe religiosa sin que ello haya repercutido en la creación de su obra; pero puedo decir casi en su totalidad que ellos ya profesaban aquella fe, a diferencia de R. Musse, quien no lo ha profesado sino hasta hace muy poco, siendo antes de espíritu libre y rebelde. En tal sentido, el escritor –así como el resto de artistas ostentan esta postura- debe lograr hallar el medio adecuado para evitar que su postura religiosa no afecte su libre creación del arte. Si bien resulta agradable que Ricardo Musse por fin haya encontrado la paz interior que tanto buscaba, a través de la religión que profesa, de manera particular espero, que su próxima entrega siga conteniendo el mismo espíritu creador que caracterizó sus primeros poemarios.

1 comentario:

Josué Aguirre dijo...

Pero bueno, yo creo que cada en libro, Ricardo le va siendo más fiel a sí mismo. El hecho de que ahora haya escrito sobre religión no le quita "lo sentido". Además, con "Eterenidad" (y no con "Cinematografía" ni con "El Espíritu") Musse tiene el mérito de alejarse de las influencias setenteras (hoy por hoy tan arraigadas en los jóvenes) y arriesgarse por una fórmula distinta. Al menos así lo veo yo.