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Portada del libro |
Ricardo Ayllón
Toda
muestra de literatura infantil debe tomar como principio la capacidad
comprensora del pequeño lector, aquel nivel de lectura que va de la mano de su
conocimiento del mundo, el cual se relaciona directamente con el que involucra
su contexto más inmediato: su comunidad y su entorno familiar. Sobre esta base,
una de las formas más efectivas de ejercitar la lectura es conduciendo al niño
hacia espacios donde distinguirá mejor los elementos que lo identifican
cultural y socialmente.
Además
de los referentes de su edad, la psicología de personajes que muestren sus
mismas inquietudes y los hechos relatados, otra manera de animarlo a
involucrarse de lleno en la lectura será mediante la cercanía con los
escenarios donde estos hechos se desarrollan y la identificación de los
personajes de quienes se relata. De aquí la pertinencia de la denominada
literatura regional, pues gracias a esta el niño tendrá una versión de primera
mano y sabrá atesorar aquella lectura como un mensaje íntimo, como la voz de su
comunidad hablando por él y para él. Es esta una de las formas en que los seres
humanos –en su condición de entes sociales– consiguen valorarse a sí mismos y
valorar el peso de su cultura: encontrando su lugar en el mundo, siendo “parte
de” o “representando a”.
En
este contexto, la literatura de la Región Piura es vasta y con una historia
propia que atesora a importantes escritores en sus páginas. El conocido poeta
Carlos Augusto Salaverry, ilustre representante del romancismo peruano en el
siglo XIX, fue natural de La Solana, en el actual distrito de Lancones,
provincia de Sullana, aunque a los cuatro años de edad su padre, el militar y
presidente del Perú Felipe Santiago Salaverry, lo llevara a vivir a Lima. La
historia resulta inversa con Enrique López Albújar, quien pese a haber nacido en Chiclayo se sintió el más oriundo de los piuranos, lo
que argumentaba inclusive por escrito tal como declara en sus Memorias: “Soy de Piura, de una ciudad pomposamente radiante y blanca como una
antigua ciudad griega…”. A estos nombres debemos incluir figuras más actuales
como las de Francisco
Vegas Seminario, Miguel Gutiérrez, Cronwell Jara Jiménez y Roger Santiváñez,
quienes han configurado muy bien la cartografía escritural de esta Región.
Es
posible, sin embargo, guardar hoy legítima esperanza respecto a la proyección y
calidad de la literatura piurana. Narradores y poetas como Sigifredo Burneo,
Alberto Alarcón, Armando Arteaga, Miguel Ángel Zapata, Luis Eduardo García,
Houdini Guerrero, Dimas Arrieta, Cosme Saavedra, Jorge Tume Quiroga, Fabián
Bruno y José Lalupú, entre muchísimos otros, erigen un edificio literario que
ha comenzado a ser identificado desde diversos rincones del mapa nacional.
Por
eso no es ninguna sorpresa conocer y hacer posible esta aproximación a Piura. Cuentos infantiles (Lima, 2009)
que, igual que los libros análogos de la colección Biblioteca Perú Infantil,
reúne el trabajo de diez narradores regionales. Los cuentos para niños aquí
esperan ser presentados “cronológicamente, no desde los autores sino desde los
lectores”, disponiendo primero cuentos en apariencia sencillos hasta los más
exigentes. Pero tal decisión (expuesta en la contratapa del volumen) no la
encontramos al internarnos en el contenido del conjunto. Creemos sinceramente
que “El asno que voló a la luna” (Jara Jiménez) es una narración completa,
acabada y que exige cierta perspicacia del pequeño lector para que comprenda en
su real dimensión el mensaje planteado por el excelente vuelo imaginativo del
autor; sin embargo, ha sido dispuesto a la entrada del libro como si se tratara
del más simple.
Los
organizadores de esta selección, los escritores Willy del Pozo y Harold Alva,
plantean como derrotero estructural
avanzar desde lo sencillo hasta lo intrincado. Obedeciendo este planteamiento,
consideramos que el texto que debió abrir la muestra es “Historia de un árbol
feliz” (Burneo), seguido de “Ánder, el pececito” (D’Garay) y después, por su
brevedad, la leyenda “Y Dios creó al chilalo”
(Arrese). A partir de aquí, existe un grupo de textos de mediana
dificultad como “Cubi” (Guerrero), “Tito Marchán, el mago” (Robles Prieto) y
“El discurso de la historia” (Meza Chunga), coronados, ahora sí, por “El asno
que voló a la luna”. De aquí en adelante, involucran una notoria presencia de
sucesos reales (con sus respectivas cuotas de drama, misterio y humor, aparte
de mayor extensión) historias como “Ña Pancha” (Tume), la excelente “Leyenda
del chuque” (Alarcón) y la crónica o estampa (no cuento, a entender nuestro)
“La malarrabia” (Arrieta).
Desde
otra perspectiva, cabe anotar la presencia contundente de elementos de la
naturaleza: la mayoría de historias involucra en su constitución a animales y
plantas, ya sea desde una motivación educacional o buscando reforzar el plano
fantástico de la construcción temática, con la ventajosa excepción, sin
embargo, que en las dos leyendas incluidas en el conjunto confluyen ambas
intenciones: la educacional y la fantástica.
El
desbalance de los textos, no obstante, es patente a la hora de sopesar el
conjunto desde niveles como el lingüístico, el técnico y el artístico. Se nota
claramente cómo algunos escritores manejan muy bien su historia sin que esta
decaiga en ninguno de los planos mencionados; mas no sucede lo mismo con otros
que transparentan escasez de recursos idiomáticos, falta de verosimilitud y un
alcance estético que se queda algunas veces en la buena intención. Esto ocurre
con frecuencia en la narrativa infantil por la idea equivocada de que el niño
no merece una lectura complicada; mas se confunde lo poco complicado con lo
intrascendente, con lo impreciso, y
entonces empiezan los problemas.
Hay
que tener cuidado siempre a la hora de elegir textos para niños, quienes son
muy suspicaces y jamás se han manifestado públicamente reclamando cuentos de
poca dificultad. Al contrario, mientras más les proporcionemos lecturas donde
los niveles de comprensión, estimulación lingüística y atractivo estilístico
alcanzan un considerable desarrollo, estaremos ofreciendo aquellos retos
necesarios para su progreso intelectual; y si no les ocultamos los dramas de la
vida, los conflictos que deberán enfrentar en su paso por el mundo, y con ello
hacemos un oportuno contrapunto con textos festivos, divertidos y fantásticos,
iniciaremos entonces la forja de personalidades plenas y robustecidas
anímicamente.
El
logro de este libro sería en todo caso (sobre la base de lo anotado al
principio de este comentario) su intención de llevar al novel lector hacia los
personajes, espacios y elementos culturales propios de su entorno. No hay mejor
manera de estimular la lectura en los niños que poniéndolos ante aquello en lo
que se identifique, y las dos leyendas consignadas en Piura. Cuentos infantiles están aquí muy bien dispuestas, lo mismo
que la anécdota pueblerina trabajada acertadamente –por ejemplo– en textos como
“Ña Pancha” o “La malarrabia”. Modismos propios del lugar, personajes que
reconocemos rápidamente (por sus apellidos originarios) como verdaderos
habitantes del norte peruano, o costumbres oriundas, constituyen referentes
para estar seguros de que lo narrado tiene el sello de una región tan
entrañable como Piura.
Para
seguir el rastro de la literatura piurana con muestras similares a la que aquí
comentamos, puede servirle muy bien al lector la presencia de libros análogos
publicados por la misma editorial. Las selecciones Algarrobitos del arenal. Narrativa infantil piurana y Piura. Antología de narrativa piurana
cierran transitoriamente el círculo del interés de Altazor por proyectarse en
lo posible hacia la cultura literaria de esta Región, un espacio creativo que
aún tiene mucho que ofrecer si tomamos en cuenta el excelente despegue (y
despliegue) que muestra en estos días la literatura del interior peruano.