jueves, noviembre 07, 2013

Hallazgos y extravíos en Piura. Cuentos infantiles

Portada del libro

Ricardo Ayllón

Toda muestra de literatura infantil debe tomar como principio la capacidad comprensora del pequeño lector, aquel nivel de lectura que va de la mano de su conocimiento del mundo, el cual se relaciona directamente con el que involucra su contexto más inmediato: su comunidad y su entorno familiar. Sobre esta base, una de las formas más efectivas de ejercitar la lectura es conduciendo al niño hacia espacios donde distinguirá mejor los elementos que lo identifican cultural y socialmente.

Además de los referentes de su edad, la psicología de personajes que muestren sus mismas inquietudes y los hechos relatados, otra manera de animarlo a involucrarse de lleno en la lectura será mediante la cercanía con los escenarios donde estos hechos se desarrollan y la identificación de los personajes de quienes se relata. De aquí la pertinencia de la denominada literatura regional, pues gracias a esta el niño tendrá una versión de primera mano y sabrá atesorar aquella lectura como un mensaje íntimo, como la voz de su comunidad hablando por él y para él. Es esta una de las formas en que los seres humanos –en su condición de entes sociales– consiguen valorarse a sí mismos y valorar el peso de su cultura: encontrando su lugar en el mundo, siendo “parte de” o “representando a”.

En este contexto, la literatura de la Región Piura es vasta y con una historia propia que atesora a importantes escritores en sus páginas. El conocido poeta Carlos Augusto Salaverry, ilustre representante del romancismo peruano en el siglo XIX, fue natural de La Solana, en el actual distrito de Lancones, provincia de Sullana, aunque a los cuatro años de edad su padre, el militar y presidente del Perú Felipe Santiago Salaverry, lo llevara a vivir a Lima. La historia resulta inversa con Enrique López Albújar, quien pese a haber nacido en Chiclayo se sintió el más oriundo de los piuranos, lo que argumentaba inclusive por escrito tal como declara en sus Memorias: “Soy de Piura, de una ciudad pomposamente radiante y blanca como una antigua ciudad griega…”. A estos nombres debemos incluir figuras más actuales como las de Francisco Vegas Seminario, Miguel Gutiérrez, Cronwell Jara Jiménez y Roger Santiváñez, quienes han configurado muy bien la cartografía escritural de esta Región.

Es posible, sin embargo, guardar hoy legítima esperanza respecto a la proyección y calidad de la literatura piurana. Narradores y poetas como Sigifredo Burneo, Alberto Alarcón, Armando Arteaga, Miguel Ángel Zapata, Luis Eduardo García, Houdini Guerrero, Dimas Arrieta, Cosme Saavedra, Jorge Tume Quiroga, Fabián Bruno y José Lalupú, entre muchísimos otros, erigen un edificio literario que ha comenzado a ser identificado desde diversos rincones del mapa nacional.

Por eso no es ninguna sorpresa conocer y hacer posible esta aproximación a Piura. Cuentos infantiles (Lima, 2009) que, igual que los libros análogos de la colección Biblioteca Perú Infantil, reúne el trabajo de diez narradores regionales. Los cuentos para niños aquí esperan ser presentados “cronológicamente, no desde los autores sino desde los lectores”, disponiendo primero cuentos en apariencia sencillos hasta los más exigentes. Pero tal decisión (expuesta en la contratapa del volumen) no la encontramos al internarnos en el contenido del conjunto. Creemos sinceramente que “El asno que voló a la luna” (Jara Jiménez) es una narración completa, acabada y que exige cierta perspicacia del pequeño lector para que comprenda en su real dimensión el mensaje planteado por el excelente vuelo imaginativo del autor; sin embargo, ha sido dispuesto a la entrada del libro como si se tratara del más simple.

Los organizadores de esta selección, los escritores Willy del Pozo y Harold Alva, plantean como derrotero estructural avanzar desde lo sencillo hasta lo intrincado. Obedeciendo este planteamiento, consideramos que el texto que debió abrir la muestra es “Historia de un árbol feliz” (Burneo), seguido de “Ánder, el pececito” (D’Garay) y después, por su brevedad, la leyenda “Y Dios creó al chilalo”  (Arrese). A partir de aquí, existe un grupo de textos de mediana dificultad como “Cubi” (Guerrero), “Tito Marchán, el mago” (Robles Prieto) y “El discurso de la historia” (Meza Chunga), coronados, ahora sí, por “El asno que voló a la luna”. De aquí en adelante, involucran una notoria presencia de sucesos reales (con sus respectivas cuotas de drama, misterio y humor, aparte de mayor extensión) historias como “Ña Pancha” (Tume), la excelente “Leyenda del chuque” (Alarcón) y la crónica o estampa (no cuento, a entender nuestro) “La malarrabia” (Arrieta).

Desde otra perspectiva, cabe anotar la presencia contundente de elementos de la naturaleza: la mayoría de historias involucra en su constitución a animales y plantas, ya sea desde una motivación educacional o buscando reforzar el plano fantástico de la construcción temática, con la ventajosa excepción, sin embargo, que en las dos leyendas incluidas en el conjunto confluyen ambas intenciones: la educacional y la fantástica.

El desbalance de los textos, no obstante, es patente a la hora de sopesar el conjunto desde niveles como el lingüístico, el técnico y el artístico. Se nota claramente cómo algunos escritores manejan muy bien su historia sin que esta decaiga en ninguno de los planos mencionados; mas no sucede lo mismo con otros que transparentan escasez de recursos idiomáticos, falta de verosimilitud y un alcance estético que se queda algunas veces en la buena intención. Esto ocurre con frecuencia en la narrativa infantil por la idea equivocada de que el niño no merece una lectura complicada; mas se confunde lo poco complicado con lo intrascendente, con lo impreciso, y  entonces empiezan los problemas.

Hay que tener cuidado siempre a la hora de elegir textos para niños, quienes son muy suspicaces y jamás se han manifestado públicamente reclamando cuentos de poca dificultad. Al contrario, mientras más les proporcionemos lecturas donde los niveles de comprensión, estimulación lingüística y atractivo estilístico alcanzan un considerable desarrollo, estaremos ofreciendo aquellos retos necesarios para su progreso intelectual; y si no les ocultamos los dramas de la vida, los conflictos que deberán enfrentar en su paso por el mundo, y con ello hacemos un oportuno contrapunto con textos festivos, divertidos y fantásticos, iniciaremos entonces la forja de personalidades plenas y robustecidas anímicamente.

El logro de este libro sería en todo caso (sobre la base de lo anotado al principio de este comentario) su intención de llevar al novel lector hacia los personajes, espacios y elementos culturales propios de su entorno. No hay mejor manera de estimular la lectura en los niños que poniéndolos ante aquello en lo que se identifique, y las dos leyendas consignadas en Piura. Cuentos infantiles están aquí muy bien dispuestas, lo mismo que la anécdota pueblerina trabajada acertadamente –por ejemplo– en textos como “Ña Pancha” o “La malarrabia”. Modismos propios del lugar, personajes que reconocemos rápidamente (por sus apellidos originarios) como verdaderos habitantes del norte peruano, o costumbres oriundas, constituyen referentes para estar seguros de que lo narrado tiene el sello de una región tan entrañable como Piura.

Para seguir el rastro de la literatura piurana con muestras similares a la que aquí comentamos, puede servirle muy bien al lector la presencia de libros análogos publicados por la misma editorial. Las selecciones Algarrobitos del arenal. Narrativa infantil piurana y Piura. Antología de narrativa piurana cierran transitoriamente el círculo del interés de Altazor por proyectarse en lo posible hacia la cultura literaria de esta Región, un espacio creativo que aún tiene mucho que ofrecer si tomamos en cuenta el excelente despegue (y despliegue) que muestra en estos días la literatura del interior peruano.


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