Cosme Saavedra Apón
Inexplicablemente la poesía es el único saurio milenario que ha resistido a una posible extinción (es delirantemente conjeturable que aún existan animales prehistóricos involucionados en los corrales domésticos) y como única en su especie está destinada a ocupar un lugar especial, no exactamente en un museo interior sino, en la propia cotidianidad.
Como enfatiza Javier Arango, escritor colombiano, "hay cien modos de escribir bien, pero la sola manera de escribir mal es la de escribir como todos" y la preocupación, justamente, del poeta Ricardo Musse es la de escribir con un estilo muy propio. Hacer de la cotidianidad un manantial de reminiscencias en el cual las imágenes vayan fluyendo y en algunos recodos, se arremolinen y venzan la inexorabilidad del tiempo, en una batalla meramente subjetiva.
"Cinematografía de una adolescencia" poetiza no sólo la movilidad de los tiempos vividos junto a "la mar brava" de la ciudad dejada atrás por el poeta, sino, también esas estelas que inventa la embarcación ya desanclada y los fantasmales tripulantes de los cuales quedan sólo los nombres comunes, algunos propios o los extravagantes apelativos: "Abuela", "Lorena", "Rosita", "Carmen", "Martín", "Doña Tolola", "Chuli", "Mamá Alicia", "La Huguito", "La Pamela", "Papá pelón", "Celeste" o el de "Figurita".
"La contundente resistencia contra la niebla" de la que nos hace confidentes el poeta Ricardo Musse Carrasco no es acaso mirarnos a través de "empolvados espejos" y descubrir que "las furiosas pedradas son tan inútiles para reventar" esa imagen del sujeto que desembarca el navío de la pubertad y sólo le quedan unas obsoletas cartografías y sus adminículos ce marinero.
Es frecuente encontrar entramadas, en los versos musseanos, estas vestiduras de sus salobres peripecias por el Callao que, finalmente, patentan la resistencia emotiva a dejar por completo la adolescencia. Creo firmemente que bitácoras como: "Manoseándonos", "gramputeándonos", "trompearse" o "sacarse a patadas la mierda", son los implementos que han sobrevivido indemnemente al pavoroso naufragio del tiempo. Después el poeta tuvo que moverse en otro medio, en otro orden de cosas y sujetos que probablemente han llenado otros vacíos, pero no la garganta insospechada de donde brotan estos desenfadados poemas que dan la apariencia de un filme en el que algunas imágenes pasan rápidamente y otras se quedan arañando o desbordando la pantalla interna como los poemas dedicados a la abuela, a su encierro y "sus pesadas soledades".
El poeta evoca, además, los interrogantes que no pudo ni podría resolverle la adolescencia, "¿acaso nuestro temor a la oscuridad será para siempre?". Otra interrogante muy propia al descubrimiento psicofisiológico es metaforizada y resuelta en "el espumoso esperma que se vierte sobre aquellas islas/ que se encuentran muy distantes de las azules costas/ de la felicidad", ya no por el adolescente sino por el poeta reposado que recurre a los espejos a evocar y tomar posesión de sus renuentes y, en cierto modo, entrañables fantasmas.
En el poema XXVIII se percibe una limpieza y un desenfado para entretejer el despunte de un tema tan acariciado y poblado de un misterioso hálito matemático, "pero las corrientes de aire desplazan una coordenada oscura/ y recta/ porque la muerte sopla con una letal insipidez/ hundiéndonos", da la impresión que la muerte, para el poeta, no es precisamente el paso a la inercia absoluta sino a unos "… angostos y absorbentes dominios…", donde tal vez, en el futuro, esos viejos cadáveres sepultados en el pecho tengan algo que decir por nosotros y lo hagan en el momento preciso.
El último poema, de estos treinta, denota una melancolía existencial, que sólo atañe a las criaturas que tienen la sensibilidad de mirar a los cuatro ejes, desde el punto de origen a donde llegan infinitamente las reminiscencias y deben continuar fluyendo. El poeta lejos de ser un doloroso confidente de la notable incompatibilidad acerca de lo que buscan los miembros de la familia, audazmente poetizados, con lo que busca él, "ese otro y distinto horizonte", prefiere entonces iluminarlos, llevarlos consigo a cubierta porque los que quedan, finalmente, son los que sobrevivieron al naufragio y llevan un mástil viejo y un puerto atravesados en la memoria y unos cuantos caracoles que deben llegar a la ciudad de exilio alojados en los bolsillos secretos de los que nadie abandonaría al partir.
Las intensas caminatas o los fabulosos periplos en el navío "Ángeles del abismo" me han permitido conocer fidedignamente al Ricardo Musse poeta y compartir junto a José Díaz, César Gutiérrez, Luis Ordinola, Elber Agurto, Antonio Peralta y Lelis Rebolledo sus desvaríos cotidianos, sus excentricidades y, sobre todo, su compromiso leal para con la literatura. Por cuota de este iconoclasta, mordaz y, muy interiormente, sensible forjador de este poemario es que a partir del alumbramiento del mismo la poesía angelabísmika se despoja de genéricos y platónicos trajes para introducirse en un par de zapatos abarquillados y una camisa apolillada y visitar, como es de hacerlo, con el ritual menos ritual, al empolvado "corazón del mundo".
Sullana, junio de 2002.
Inexplicablemente la poesía es el único saurio milenario que ha resistido a una posible extinción (es delirantemente conjeturable que aún existan animales prehistóricos involucionados en los corrales domésticos) y como única en su especie está destinada a ocupar un lugar especial, no exactamente en un museo interior sino, en la propia cotidianidad.
Como enfatiza Javier Arango, escritor colombiano, "hay cien modos de escribir bien, pero la sola manera de escribir mal es la de escribir como todos" y la preocupación, justamente, del poeta Ricardo Musse es la de escribir con un estilo muy propio. Hacer de la cotidianidad un manantial de reminiscencias en el cual las imágenes vayan fluyendo y en algunos recodos, se arremolinen y venzan la inexorabilidad del tiempo, en una batalla meramente subjetiva.
"Cinematografía de una adolescencia" poetiza no sólo la movilidad de los tiempos vividos junto a "la mar brava" de la ciudad dejada atrás por el poeta, sino, también esas estelas que inventa la embarcación ya desanclada y los fantasmales tripulantes de los cuales quedan sólo los nombres comunes, algunos propios o los extravagantes apelativos: "Abuela", "Lorena", "Rosita", "Carmen", "Martín", "Doña Tolola", "Chuli", "Mamá Alicia", "La Huguito", "La Pamela", "Papá pelón", "Celeste" o el de "Figurita".
"La contundente resistencia contra la niebla" de la que nos hace confidentes el poeta Ricardo Musse Carrasco no es acaso mirarnos a través de "empolvados espejos" y descubrir que "las furiosas pedradas son tan inútiles para reventar" esa imagen del sujeto que desembarca el navío de la pubertad y sólo le quedan unas obsoletas cartografías y sus adminículos ce marinero.
Es frecuente encontrar entramadas, en los versos musseanos, estas vestiduras de sus salobres peripecias por el Callao que, finalmente, patentan la resistencia emotiva a dejar por completo la adolescencia. Creo firmemente que bitácoras como: "Manoseándonos", "gramputeándonos", "trompearse" o "sacarse a patadas la mierda", son los implementos que han sobrevivido indemnemente al pavoroso naufragio del tiempo. Después el poeta tuvo que moverse en otro medio, en otro orden de cosas y sujetos que probablemente han llenado otros vacíos, pero no la garganta insospechada de donde brotan estos desenfadados poemas que dan la apariencia de un filme en el que algunas imágenes pasan rápidamente y otras se quedan arañando o desbordando la pantalla interna como los poemas dedicados a la abuela, a su encierro y "sus pesadas soledades".
El poeta evoca, además, los interrogantes que no pudo ni podría resolverle la adolescencia, "¿acaso nuestro temor a la oscuridad será para siempre?". Otra interrogante muy propia al descubrimiento psicofisiológico es metaforizada y resuelta en "el espumoso esperma que se vierte sobre aquellas islas/ que se encuentran muy distantes de las azules costas/ de la felicidad", ya no por el adolescente sino por el poeta reposado que recurre a los espejos a evocar y tomar posesión de sus renuentes y, en cierto modo, entrañables fantasmas.
En el poema XXVIII se percibe una limpieza y un desenfado para entretejer el despunte de un tema tan acariciado y poblado de un misterioso hálito matemático, "pero las corrientes de aire desplazan una coordenada oscura/ y recta/ porque la muerte sopla con una letal insipidez/ hundiéndonos", da la impresión que la muerte, para el poeta, no es precisamente el paso a la inercia absoluta sino a unos "… angostos y absorbentes dominios…", donde tal vez, en el futuro, esos viejos cadáveres sepultados en el pecho tengan algo que decir por nosotros y lo hagan en el momento preciso.
El último poema, de estos treinta, denota una melancolía existencial, que sólo atañe a las criaturas que tienen la sensibilidad de mirar a los cuatro ejes, desde el punto de origen a donde llegan infinitamente las reminiscencias y deben continuar fluyendo. El poeta lejos de ser un doloroso confidente de la notable incompatibilidad acerca de lo que buscan los miembros de la familia, audazmente poetizados, con lo que busca él, "ese otro y distinto horizonte", prefiere entonces iluminarlos, llevarlos consigo a cubierta porque los que quedan, finalmente, son los que sobrevivieron al naufragio y llevan un mástil viejo y un puerto atravesados en la memoria y unos cuantos caracoles que deben llegar a la ciudad de exilio alojados en los bolsillos secretos de los que nadie abandonaría al partir.
Las intensas caminatas o los fabulosos periplos en el navío "Ángeles del abismo" me han permitido conocer fidedignamente al Ricardo Musse poeta y compartir junto a José Díaz, César Gutiérrez, Luis Ordinola, Elber Agurto, Antonio Peralta y Lelis Rebolledo sus desvaríos cotidianos, sus excentricidades y, sobre todo, su compromiso leal para con la literatura. Por cuota de este iconoclasta, mordaz y, muy interiormente, sensible forjador de este poemario es que a partir del alumbramiento del mismo la poesía angelabísmika se despoja de genéricos y platónicos trajes para introducirse en un par de zapatos abarquillados y una camisa apolillada y visitar, como es de hacerlo, con el ritual menos ritual, al empolvado "corazón del mundo".
Sullana, junio de 2002.
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