PRE MÁNCORA
TOMA UNO
LOS DETECTIVES SALVAJES RELOADED
Cuando Arturo Belano vio los intrusos destellos del atardecer reflejándose aquel sábado en los ventanales del bar, en el Museo del Juguete, entrevió un largo viaje por la árida costa norteña del país, y al mismo tiempo creyó adivinar que todo saldría mejor de lo que él y su carnal Ulises Lima hubiesen imaginado. Ambos habían quedado en encontrarse allí, luego de separarse hacía pocos días en la capital del país.
Ese era un bar ubicado en la planta baja de una antigua casona trujillana, en cuya segunda planta un conocido pintor latinoamerikansuperrealista había fundado, emulando de seccuro costumbres de algunas ciudades europeas donde radicó varios años, un original museo del juguete. Allí había diversos muñecos, muñecas, ejércitos completos, autos, trenes, casas, instrumentos musicales y un sinfín de reproducciones del mundo real a escala infantil. Inclusive había muñecos y otra suerte de juguetes del tiempo antiguo, cuando en esas tierras las hordas españolas no habían aún llegado para acopiar a sangre y fuego el botín de la Conquista.
En suma un mundo interesante y lúdico, del cual hablaría luego con Ulises Lima. De momento decidió recorrer el bar, como se dijo, ubicado en la planta baja. Entretenerse con las muchas fotografías de escritores y artistas del país e incluso de otros lugares del mundo, algunas de las cuales eran sinceramente llamativas, sobre todo porque mostraban algún gesto o rostro desconocido de los personajes allí retratados. Y, además, por la constatación del paso del tiempo, y cómo cierta irreverencia y agresividad podían a veces congelarse en el pasado cuando uno cambia de tal modo, se acomoda, se aburguesa, o se muere, que al fin y al cabo, se dijo, viene a ser lo mismo. ¿O no?
Y entre las múltiples fotos, en ese bar todavía solitario, con una barra bien surtida de licores y ofertas cokteleras, atisbó por los ventanales para ver si ya llegaba Ulises, pero nada. Así que decidió esperar un rato más, antes de llamar al teléfono rojo. ¿Qué habría pasado? Normalmente era puntual, y aquí empezaba la larga marcha al norte ese fin de año en un país dominado por el libre mercado impostado y una democracia que hacía agua por todos lados, si consideramos, como bien había sentenciado Joaquín Font, que demos viene del griego y significa pueblo, y kratos también viene del griego y significa poder, lo que, muchachos, hablando en puro oro representa “poder popular”, y dónde o cuándo esto ha existido, se dijo frío Arturo Belano. Nunca, se respondió. O en todo caso, nunca por mucho tiempo (en ese momento se había acordado de la película Reds, que recrea los primeros tiempos de la Revolución de Octubre, desde la perspectiva del célebre periodista norteamericano John Reed, miembro del PC norteamericano y protagonista de aquella gesta roja, roja como una manzana de California a la luz de un espléndido atardecer mochica como este).
Entre las fotos en blanco y negro, sepia, a color, pegadas en la paredes, se leía algunas citas...
tomadas del ancho y ajeno mundo de la literatura universal, y Belano buscaba con acerada curiosidad, Potemkim en plena travesía, la imagen perdida de Cesárea Tinajero, o en todo caso de alguna imagen, ceniza o sombra que aclarasen mejor su paradero final, su vida, sus poemas, su sorprendente desaparición en los desiertos de Sonora.
Estaba pensando en ella cuando escuchó, trémulo, el batir de las puertas de aquel bar, como en una película de Far West, y vio entrar a una poeta con su hija, pero no era Cesárea sino Rocío y Sol, en esa puesta de sol. Se reconocieron y se abrazaron por las fiestas, el nuevo año y por todo lo demás (¿qué es todo lo demás, siempre?). Rocío había compartido diversas experiencias, época y algunas aventuras con Belano, incluso antes de que su hija Sol naciese. Era una sorpresa verlas allí, a tantos kilómetros de la ciudad-capital, donde no hacía muchos días se toparon en una calle céntrica, con Ulises además. Ellas estaban de vacaciones en una playa al lado, visitas a la familia y cosas así. Le dijo que no hacía mucho habían dejado a Ulises tomando fotos a unas ruinas pre incas construidas todas de barro, con dioses felinos y alados, una de las maravillas de la antiguedad que de manera casi mágica había sobrevivido al paso del viento, del tiempo y sobre todo de los hombres, políticos y gobernantes que depredaban este país. Así que decidieron sentarse a esperar, y cuando llevaban un buen rato de heterogénea conversa, arribó Ulises lleno de polvo y con su mochila encima. ¿No la dejaste en el hotel?, le dijo Belano. Nel, me querían cobrar demasieé.
Un abrazo rápido y ya estaban todos alrededor de una mesa empotrada en una de las paredes enchapadas de madera del bar, pidieron los primeros coktails que un joven barman empezaba a explicar y ofrecer. Este debiera dirigir el Museo del Juguete, se dijeron con las miradas todos, y de pronto ofreció un coktail: el Cesar`s Sunset, creado literalmente en su nombre porque el barman se llamaba como el emperador romano, y creaba mixturas de licores como el alquimista de El Perfume pero para saborear y beber, y pasar poco a poco de las dulces palabras a los hechos. Al rato, mientras Rocío y Sol tímidamente sorbían sus jugos naturales, Belano y Lima empezaban felices la primera ronda de esos vasos de un verde intenso, con gotas de sudor en sus bordes, hielo y cereza. Avanzaba de tal manera la tarde, probando otra ronda con otro invento del gran César, que sonreía complacido desde la barra, delante de espejos que lo multiplicaban como en una versión en miniatura (Museo del Juguete, al fin) de El resplandor, aunque bastante más amable y frágil que el atormentado Jack Torrance, en esa tierra de ruinas de barro milenario y festivales de la marinera (el baile blanco con pañuelos al viento, que imitaba la danza de los pájaros y del eros norteño), de bellas mujeres y largos, erguidos caballos de totora. Dos, tres rondas, y ambos sentían que ese largo viaje iba agarrando líquido cuerpo cuando ya la luz partía, y Rocío y Sol también dijeron hasta aquí, muchachos, debemos volver no tan tarde a la playa, la familia y todo eso (¿todo eso?), hagan una fiesta pues y nos invitan. Fotos del recuerdo, memorables, besos, despedidas, promesas de volver a verse y hasta la vista. Escríbeme. Te escribiré. En serio. En serio, pues.
Solos, Ulises y Arturo decidieron tomar el toro por las astas, y como aún quedaba más tiempo para zarpar a playas del norte, se encajaron la invención más gloriosa y excéntrica de César: el Maretazo, una combinación de vodka, ron y pisco puro, con bastante hielo, agua celeste.
Entre tanto, ya Ulises había hecho algunas fotos del lugar ahora algo más concurrido, y Belano recorría otra vez aunque de diferente modo (nadie se baña dos veces en las mismas aguas, pues, compadre) los retratos colgados en las paredes. Al volver a toparse con la foto del actual presidente del país lo volteó contra la pared y le metió un escupitajo, y al caminar un poco más allá tres lindas muchachas se aprestaban a salir, a pagar. Él las atajó y les invitó a una copa final, pero solo aceptaron conversar un rato todos juntos en la barra, tomarse unas fotos los unos a los otros e intercambiar direcciones electrónicas y promesas de comunicarse pronto. Ulises y Belano se quedaron prenda dos de la misma Helena de Troya, así que sin decírselo decidieron abandonar el antiguo juego de la seducción, por esta vez, despedirse de ellas y tomar la última copa con César antes de dejar aquel simpático rincón y partir luego en el autobús que los llevaría al corazón mismo del desierto piurano. ¿Nos vamos?, preguntó al fin Ulises. Simón, respondió en seco Arturo. Tomaron sus mochilas, se despidieron efusivos de César y salieron.
La calle estaba más llena de gente, era sábado por la noche, aún quedaba algo de tiempo, Arturo quiso entrar a una cabina de internet, y cuando empezaba a mirar su correo se produjo un apagón que les recordó a ambos los febriles años 80. Internet nel. Ulises se rió y le dijo que había traído la malaria a esa ciudad colonial, que eso era increíble. Y riéndose uno sobre el otro se encaminaron vagos entre la penumbra de la forzada noche hacia el terminal del autobús, presagiando un lindo año nuevo en apagón total.
MÁS CERCA. TOMA DOS. PIURA LANDSCAPE.
Fabián Junior. Caminando alrededor de la Plaza de Armas de Piura, febrero 2008.
Me contaron que dos hombres con lentes muy oscuros y pantalones recortados, vestidos de negro, llegaron a esta ciudad muy temprano, un domingo antes del último año nuevo. Eran Arturo Belano y Ulises Lima, pero obviamente nadie los conocía. Del terminal del autobús que los trajo de Trujillo, se vinieron andando con sus mochilas hasta esta misma plaza, y entraron de lo más relajados al Hotel de Turistas, donde luego de tomar el fresco de la mañana dejaron al cuidado su equipaje y salieron a dar unas vueltas. Así fue que desayunaron en uno de los pocos lugares abiertos a esa temprana hora...
y me llamaron para vernos. No pudimos encontrarnos porque yo debía cuidar un examen en la Universidad Nacional, pero sí se vieron con el escritor Julio Carmona, ex miembro del colectivo Narración y autor de varios libros de poesía y prosa breve, así como de ensayos, el último de los cuales aborda críticamente la obra literaria de Mario Vargas Llosa y las antinomias de nuestro laureado escritor: El mentiroso y el escribidor. Teoría y práctica literarias de Mario Vargas Llosa, 350 páginas.
Con él se citaron en esta plaza, se tomaron unas fotos con la cámara digital de Ulises y luego fueron los tres a comprar dos pasajes en la agencia Epo, para ir, horas después, a recibir el año nuevo en Colán. Les dio tiempo para caminar y charlar con Carmona, quien les contó acerca de esta ciudad, su gente, sus costumbres, y a propuesta de Belano encaminaron sus pasos hacia una chingana tradicional con ramada que se halla cruzando el puente de la ciudad. Allí, Carmona escucharía con atención las ideas e investigaciones en marcha de los dos amigos sobre algunos escritores y hechos de este país, y debatieron asuntos de estética.
Carmona les contó, además, su experiencia en la cárcel cuando hace ya algunos años, durante el régimen de Fujimori y Montesinos, fue acusado de senderista y encarcelado por ello. Luego de algunos meses, salió libre por falta de pruebas. Les contó acerca de cómo algunos presos se acogieron a los beneficios de la delación, y cómo de esa manera llegaron a salir en libertad o, al menos, a mejorar su temporada en prisión. Inclusive les contó la historia de un conocido artista plástico local, quien no tuvo reparos en sindicar a su pareja como senderista con tal de salir libre de polvo y paja. Es historia conocida, por lo demás, y aquel artista, para ser sinceros, y no lo digo solo yo sino incluso quienes lo conocen más tiempo, no ha vuelto a ser el mismo desde entonces, ha perdido la inocencia y fresca rebeldía en la mirada que lo caracterizaron durante los años 80. Su hermano mayor fue también un artista plástico conocido en la Escuela de Bellas Artes de Lima, y fue asesinado en la matanza de los penales por el hoy presidente constitucional Alan García.
Cosas de la vida en este pendejo país de la chingada. La mala memoria, la conciliación, la corrupción y todo eso, dijeron los tres durante aquella mañana. Una política vergonzante.
Carmona, fino conocedor de la culinaria criolla y sobre todo de la norteña, tuvo la acertada idea de compartir con Belano y Lima una chita al ajo, que degustaron con fruición, entre las doradas y heladas cerveza Pilsen que pasaban de mano en mano. El sol, algunos jóvenes jugando alrededor y guapas y sonrientes piuranas que pasaban frente al rancho les completaron uno de los momentos más memorables de su viaje por estas costas. A Belano no le gustaba tanto desierto, pero la inteligente tertulia, los amigos y las heladas lo pusieron de muy buen humor. A Ulises, en cambio, el desierto le inspiraba, era casi una representación inmanente del alma, y una suerte de metáfora de nuestros países, desérticos, donde difíciles nacen y se reproducen ciertas flores y vidas de diferente especie. Ambos tenían noticias de algunos escritores locales, y sobre todo de una novela sesentera con título inolvidable: El viejo saurio se retira. Carmona les explicó el significado y origen de dicho título:
Lo que sé es que el editor Milla Batres le sugirió el título de El viejo saurio se retira a su autor, Miguel Gutiérrez. Y lo que yo interpreto es que la novela se ambienta en los años cincuenta, y si se sabe que por entonces no existía lo que hoy es el distrito de Castilla (en la otra margen del río), que todo era un desierto, pero que en aquella época ya despuntaban las primeras invasiones y urbanizaciones que iban acortando el desierto, por ende, las lagartijas, serpientes de toda especie, iguanas, pacazos, etcétera, que están simbolizados por el saurio (que a su vez se mimetiza en el "viejo saurio" que vendría a ser el desierto), se retiran, dejando paso a la ciudad. Más no sé, maestros. Cuando le pregunté a Miguel por el significado que él le daba, el se sonrió y me dijo: "Eso hay que averiguarlo".
Ambos quedaron vivamente interesados con la historia. A pesar de que Arturo y Ulises eran más jóvenes que Carmona establecieron buena empatía, probablemente debido a una común actitud iconoclasta o más exactamente vanguardista ante la vida y sobre todo ante el propio acto creativo, al que veían intrínsecamente unido al torrente mismo de la historia personal y colectiva. Calcularon la hora y ya debían volver al centro de la ciudad para tomar el bus en dirección a la playa de Colán. Intercambiaron algunas publicaciones, Carmona les dio su reciente opus ya citado sobre Vargas Llosa, y además otros volúmenes de cuentos de autores locales: Galletitas de limón, de Josué Aguirre; Espectador invisible, de Ángel Hoyos; Blusa roja y otros cuentos, de Gerardo Temoche, y Ciudad percutora, de José Sandoval, todos editados por “Pluma Libre editores”, joven casa editorial piurana. Ellos, a su vez, le entregaron dos ejemplares de una revista que habían fundado y que se ocupaba de la vanguardia latinoamericana, sus principales temas, debates y representantes en diferentes épocas y ciudades. Su nombre era Caborca.
Volvieron todos al Hotel de Turistas de Piura, y con autosuficiencia y seguridad pidieron sus mochilas que allí dejaron encargadas, hacía ya unas seis horas más o menos. Carmona dice que sintió un estremecimiento y pensó que les cobrarían o les dirían algo. Pero nada, los encargados de la recepción solo les devolvieron sus cosas y, eso sí, los quedaron mirando hasta que salieron de aquel hotel donde, de seguro, el novio y la novia, que la noche anterior habían organizado allí una recepción en la piscina, todavía dormían; quién sabe si también otras parejas de invitados hacían a esa hora lo mismo, unos sobre otros.
¿Qué cómo sé yo tantos detalles? Porque días después me lo contó el propio Carmona, y porque luego de varios días sí pude quedar con Arturo en esta misma plaza, y en las dos horas que anduvimos juntos, de arriba abajo por las calles, hablamos también de ese amanecer en Piura. Por mi parte también le regalé algunos fanzines de poesía que edito con algunos jóvenes amigos, y él me regaló un ejemplar de su revista y una colección de poemas que hace varios años publicó, unos poemas extensos donde se mezcla el amor, la guerra y la esperanza. No sé cómo llamar a esa poesía, quizá algo como utopista o solar. Por lástima, Ulises ya se había adelantado a Belano y estaba, aquella noche final en Piura, camino a la capital del país pues allí tenía cita con un editor para su novela. En pocos días más debían tomar el avión que lo llevaría más al norte, pero esta vez del continente.
En el terminal del bus Línea con que retornaba Arturo a la capital (previa escala en el puerto de Chimbote, donde debía ver a alguien: no me dijo a quién, ni se lo pregunté, claro) nos alcanzó Carmona. La despedida fue breve y desordenada porque Arturo quería viajar con toda su mochila en la parte superior, no confiaba en las paradas durante el trayecto. Al final, la muchacha que atendía en la recepción no solo le permitió que viajara con su bulto a cuestas sino que le dio un número telefónico por si otra vez volvía por esta ciudad. Entre sonrisas y manos al viento lo vimos zambullirse en el último bus que iba para el sur, y ya no supe más de él hasta ahora que lo recuerdo, no sé por qué, de esta manera tan veloz.
El sol abrasador de Colán, mototaxis y combis que iban y venían locos por dos largos caminos de tierra: un brazo para entrar desde la Panamericana Norte, otro que surcaba entre casas, restaurantes y las pocas bodegas de aquel otrora balneario de la gente-bien, léase hacendados o descendientes de hacendados en Piura. Es la historia del norte agroexportador, aquel donde de tanto indio muerto o fugado, en la primera mitad del pasado siglo, se tuvo que importar chinos esclavos, léase coolíes, para trabajar en las grandes haciendas norteñas, algunas cubrían Costa, Sierra y Selva, legendarias familias de hacendados.
Colán fue uno de sus balnearios predilectos, la niña de sus ojos, y lo fue también para los nuevos ricos de Piura y alrededores, quienes con el paso del tiempo, la migración interna, las mezclas odiosas y todo aquello abandonaron esa playa y fundaron otras, años después, como la exclusiva Asia en el kilómetro 97, al sur de Lima limón.
Pero esa tarde del último 31 de diciembre, cuando los dos ideólogos del realismo visceralista aterrizaron sus largas humanidades y bártulos en estos 2 caminos de tierra, en Colán, estaba todo tan lleno, tan rápido, tan ruidoso que era como llegar al mismo mar de los sargazos pero más revuelto que nunca, y pensaron que quizás no había sido una feliz idea venir a esa playa donde al parecer no había dónde sentarse ni dónde pasar la noche ni dónde tomar tranquilo un fresco aire marino al margen del Se Vende Compre Esto y Aquello Consuma Aquí Aquí No Venga Pase Tome su Vuelto Apúrese Que Otro Se Quiere Sentar Tragar Chupar Pagar Seguir...
Felipe de las Heras y Demás Hierbas le espetó un seco “No” sin mirar a Belano cuando este asomó su peluda cabeza en la entrada del alojamiento y preguntó al propietario si quedaba alguna habitación libre para dos, y al mismo tiempo del monosílabo el buen Felipe lustraba mentalmente sus ganancias en esos días de fiesta con su hotel de marras, y atendía a los señores que se abanicaban sobre unas poltronas playeras cerca pero no tanto del gentío en ese 31 de diciembre en Colán. “Nos jodimos” pensó Belano, y sin esperar otra palabra Ulises preguntó en voz alta “¿A dónde vamos?”, y seguían pasando locos mototaxis y pequeños jeeps playeros tirándoles todo el polvo de ese camino paralelo a la playa que nunca nadie ni los ricos ni los pobres, viejos o nuevos, habían intentado pavimentar. Así que como si no puedes con tu enemigo únete a él, se les ocurrió preguntar a un mototaxista dónde podrían hallar hospedaje bueno y barato, este les respondió que a la entrada de Colán los pescadores alquilaban habitaciones baratas. Allí los llevó por la módica suma de dos soles, y en la entrada de una simple casa de una sola planta la familia se apuraba en la limpieza porque era 31 de diciembre y todos llegaban a esa playa. Carlos Chauca los recibió con una sonrisa tranquila, les dijo las condiciones, sobre todo les mostró una habitación simple con dos camas paralelas que la llenaban casi por completo, baño común (con su cucarachita de yapa) y familia Chauca incluida, todo por 100 soles la noche/ por persona, precio que no les pareció ni playero ni popular pero vistas las condiciones en la lejanía de la Panamericana no les quedó más que tomarlo con buen humor, pensando en la noche de año nuevo y la playa diaria de la que disfrutarían desde temprano, a tiro de piedra.
Elena Panduro Chacaltana, esposa de don Chauca, les pidió que se dieran una vueltecita, que dejaran nomás allí sus cosas, porque quería poner a punto la limpieza. Que en breve llegarían además unas chicas muy lindas que también habían separado habitación. Así que ambos aceptaron la propuesta de doña Elena, y aunque todo estuvo bien después, esas chicas lindas nunca llegaron. Misterios de la palabra norteña.
En Colán, en esa habitación, estuvieron tres días, recibieron el 1ro de enero de una manera muy peculiar, compartiendo una botella de ron Medellín y en medio de un apagón total propiciado por el encuentro de la poesía y los deseos de ambos, en la mesa de un pequeño negocio, al lado de un restaurante muy bullicioso que también quedó súbitamente en silencio, como todo Colán, y todos mirándose las caras peladas o lo que quedaba de ellas y de las palabras entre la oscuridad inesperada
Mucha gente, sobre todo jóvenes, iban de un lado a otro celebrando desconcertadamente el año nuevo como en una película de los años 80 que empezaba en apagón o siniestro. Los anticuchos y diversas parrillas seguían ofreciéndose, así como alguna que otra música desde los autos estacionados, cientos de latas de cerveza destapándose, pero era evidente la confusión en esa mezcla de voces al fin humanas y luces de velas o lamparillas. Como en el primer día de la creación: Jonás en la panza de la ballena.
Hasta que la energía eléctrica se restableció carajo y todo volvió a la normalidad, menos para Ulises Lima y Arturo Belano que habían parlamentado durante un buen rato con Baudelaire, su gato y los simbolistas franceses, con Oquendo de Amat y la vanguardia de principios del 20, con Martín Adán, Vallejo, Miguel Hernández, Lorca, Bertolt Brecht, John Reed, Marx, Engels, Italo Calvino, Walter Benjamin, David Bowie y, en fin, una larga legión de real visceralistas durante esa media hora en la que todo para ellos fue tan normal, una vida sin tarifas pre pago, ni celulares constantes, ni obsesiones por comunicarse a toda hora, ni ruidos o luces embrutecedoras que impedían articular cualquier pensamiento o hasta el mismo corazón del silencio: poesía no dice nada, se está callada escuchando su propia voz. Ello harían luego cada noche que pasaron en Colán, y en la madrugada del 1ro de enero salieron borrachos por detrás de las casas que daban al camino de tierra, y bordearon la playa saludando a hombres y mujeres desconocidos que por primera vez mostraban una sonrisa, un timbre amable en la voz, efecto del año nuevo, del alcol, de la noche fresca, la compañía del mar y las estrellas, o lo que sea, pero eso era así de feliz. Caminaron por la estrecha orilla, sorteando amontonamientos de rocas y los soportes de madera que elevaban prudentemente las casas de playa, hasta que llegaron a un territorio no ocupado donde continuaron con el ron y la cola y el diálogo con todos los amigos y amigas muertos, y a la vez vivos, en ese 1ro de enero en ese mar sereno de la costa norte del Perú.
Allí fue que leyeron, cara a las olas, el bucólico poema que Fabián Junior, joven poeta de Piura, les había enviado por internet. La única cabina y locutorio en todo Colán estaban administrados por un tal Iván Sthays, descendiente de alemanes, y que debió haber sido el único que abrió su tienda ese 31 de diciembre y el 1ro de enero desde muy temprano. Belano leyó el poema de Fab. Junior esa madrugada con Ulises, en la larga playa de Colán:
Vallejo y Colán
Vallejo ven para tomarnos unas chelas con toda la Mancha,
bajo un cobertizo de palmas en Colán,
frente a la mar,
mirar a los botes que esperan el amanecer,
leer tus poemas y dolernos mucho más de todo lo que nos circunda,
porque tienen miradas de siglos,
siglos que turbaron el paraíso.
En esta playa se puede andar descalzo,
recoger la arena y hacerla del viento marítimo.
Se vive tranquilo y te puedes acostar a recordar a Mirtho.
Las olas llegarán espumosas a tu cuerpo y aliviarán tu cansancio
En esa playa se quedaron un par de horas hasta que agotaron el trago. Cuando volvieron al pueblo intentaron sin éxito hallar alguna fiesta entretenida, pero o la música que ponían no les divertía o los guardianes cobraban demasiado dinero para una simple fiesta de fin de año en una playa. En un club exclusivo dieron el nombre del amigo de un amigo, un tal Dr. Eró de los Ríos, y aunque los policías y guardianes privados rodeaban ese club como a la niña de sus ojos, Belano, con su calavera mejor vestida que nunca y su sonrisa congelada en una mueca misteriosa, de alguna forma consiguió que uno de esos guardianes matones se largase a buscar a dicho Dr. de gran talante y alcurnia, socio piurano de tal club, aunque la mala noticia fue que no lo encontró entre tanta linda pareja bailando. En fin. Ambos pensaron en trepar el cerco, pero ya les pareció demasiado, y además el apagón, su amigo secreto, su arma secreta convocada, ya se había marchado y no era la mejor idea saltar muros privados con tanta luz y seccurité alquilada alrededor.
Carlos Bacacorzo estaba friendo unas carnes en su pequeño restaurante familiar y allí recalaron ambos para tomarse unas últimas cervezas al amanecer. Con él hablaron largo de Colán, las familias, sus historias, inclusive los anhelos y utopías del propio Bacacorzo, hasta que de pronto Belano le soltó a bocajarro la pregunta de si alguna vez alguien había muerto en sus brazos, porque sino no sabía aún lo que era vivir. El buen Carlos Bacacorzo lo pensó un momento, y ante la insistencia de Belano le dijo a Ulises Lima que no, y preguntó que si eso era malo, entonces Belano jaló del brazo a Ulises y se marcharon a dormir al cuarto de los 200 soles.
Aunque los días de playa estuvieron soleados y simpáticos, empezaron a aburrirse a medida que se alejaba el 1ro de enero y con él se iba la gente de vuelta a sus ciudades, oficinas, hogares y demás cubículos personales. El orden llama, como dicen.
Así que caminando en busca de una diva peruana, la hermana de un poeta piurano amigo, dieron con la casa de su familia, y aunque ella no estaba ni había venido todavía (aunque en dos bodegas les dijeron que sí había estado allí de compras el día anterior), hablaron con su sobrino Pedro Digerido del Mar, que los recibió algo cansado, también casado con hijos pequeños, y con cierto malestar por tanto trago, y entre sonrisas piuranas les contó de Máncora, de cuando él iba joven y soltero a esa juerga permanente, de cómo ya no iba porque se sentía mal de ver la diversión en la otra orilla, casado al fin, y les habló del turismo, la playa, las hermosas mujeres, y entonces se despidieron con una frase que cambiaría sus vidas, Pedro les espetó que Colán era para las familias, y Máncora para divertirse a lo lindo. Caminando entre el polvo, al regreso hacia el alojamiento, Ulises interpretó, o masticó, filosóficamente esas palabras y anunció con solemnidad su decisión de volver a Máncora, aunque sea solo, un día próximo.
Conversaron, vieron horarios de viaje, dinero y todo eso, y entonces Belano le gritó que se iban juntos carajo a Máncora y ya mismo. Ulises sonrió de oreja a oreja, y le confesó que hasta el cansancio se le había pasado. Así que llegaron prestos a la casita de los Chauca y Panduro, quienes los recibieron como a dos héroes, con una sonrisa amigable como diciendo a qué hora nos pagan, buenos chicos, pero grande fue su asombro cuando los 2 inquilinos del cuarto de al lado entraron y al rato salieron con sus mochilas, se despidieron de la mejor manera sin medias tintas, y tomaron el primer auto que los llevó a Piura de donde salían todos los EPPO a Máncora Beach. En el camino pensaron que al fin se ahorraban dinero y que las últimas balas de plata se dispararían más al norte. En la despedida de Colán y ya en el terminal del EPPO tomaron unas últimas cervezas heladas, y creyeron percibir que otra vez la gente sonreía más fluidamente y mejor. “¿Así que Máncora es la tos?” “Simón”.
2 comentarios:
Cesar! hace años q no se de tiii! por donde andas?? Paola
el camarada Cèsar anda por el mundo, alli pertenece
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