PÁGINAS DE “DIARIO DE UN SURFISTA VIRTUAL” (E-MAIL DE ULISES LIMA AL PATTER FAUNO DE ESTA FIESTA. 25 FEBRERO, 2008). TOMA CUATRO, Y FINAL.
Llegar a Máncora, encontrar lo esencial del ser humano, una habitación para vivir esos días, buscándola, al fin después de vueltas una barata, increíble, 10 soles/ por persona, nada que ver con Colán. Y Máncora con su fama de pituca, de paraíso surfista. Allí fue que Ulises desenvolvió su teoría acerca de la filosofía surf, rastafri, de no poner fronteras, de vivir todos juntos en un mundo común. A Belano eso le sonó a sueño bonito, pero nada más.
Los días en el trozo de carretera, salida de Máncora, donde se arraciman bodegas, restaurantes, parrillas, acróbatas, discotecas, borrachos, camiones, autos y buses interprovinciales que entran y salen de noche y madrugada le daría la razón. Luego de instalarse en la habitación y caminar por la limpia playa de Máncora, allí encontraron un restaurante de pescados atendido por niñas y su abuela sonrientes, donde decidieron almorzar cada uno de los 5 días que allí pasaron. Les atrajo el humor, el ambiente familiar, la excelente comida, y ese plato tradicional, el ceviche, exquisitamente preparado.
Ni el restaurante naturista de Ángela, un austriaca que se había afincado en Máncora trayendo la antigua culinaria new age, sana, vegeta, que a Ulises no le llamó la atención porque le pareció que eran platos sencillos, y a un precio nada naturista, ni ese restaurante les atraparía como aquel de la playa atendido por la familia piurana más amable que hallar pudieran.
Pero Ángela había montado todo un show business en su local, pues había una biblioteca con libros viejos que estaban a la venta, tenía trípticos y diversos libros de turismo a disposición de quien quisiera consultar rutas, atractivos, precios, ofertas y más. Vendía además productos diversos, todos naturales y sanos, claro. Y las camareras atendían con una parsimonia naturalista que podría exasperar a los predispuestos al estrés, allá ellos. El márketin austriaco había acondicionado de tal modo el local que lo volvía un punto atractivo por las noches, para quienes estuviesen con deseo de refrescarse en una terraza, comiendo productos ligeros que no robasen sitio a las cervezas y tragos preparados que aguardaban agazapados en las noches mancorereñas.
En efecto, en la esquina de salida y entrada de autos y camiones, aquella donde por un designio divino aun no había muerto nadie atropellado entre las ruedas y los tragos y las drogas, allí se agolpaba cada noche en suerte de juerga interminable la gente que poblaba ese balneario en ese comienzo de año, ese verano en que Belano y Ulises deambulaban de puesto en puesto, buscando a las chilenas o la alemana que habían conocido una tarde en la playa.
Las chilenas estaban de vacaciones, como tantas otras chilenas que cruzaron esos días por allí. Una era química, la otra era sicóloga, y querían conocer gente buena, bonita, interesante. Belano y Lima estaban más bien con ganas de tragarse el mar, y sus álgidas historias por el mundo terminaron por alejar a esas nobles muchachas. Con la alemana, que también andaba de vacaciones y esperaba a una amiga peruana que debía llegar de Tumbes en cualquier momento, Ulises tuvo una obsesión por lastima no correspondida. Él creyó que había encontrado, al fin de esa larga marcha, alguien con quien entenderse en las cálidas noches piuranas. Sin embargo, por misterios de Poseydón y las estrellas, la alemana tenia otros planes, y decidió irse con su amiga peruana a dormir juntas en un hotelito de playa. Ella le dijo mirándolo fijamente a los ojos que era lesbiana, y que si eso no le molestaba. Ulises sonrió mirando el horizonte de melón derretido, sorbiendo todavía la chata del ron Cartavio con cola que con Belano tomaban y tomaban desde que pisaron Máncora: “el amigo de los niños” lo habían bautizado. Y antes de responderle creyó recordar los días invernales en el colegio jesuita de la Inmaculada cuando llegaba tarde y, en la puerta el aula, Miss Nelly lo miraba fijamente a los ojos, con severa autoridad, y le espetaba por qué llegaba tarde, otra vez tarde. Y su madre cariñosa trataba de disculparse con buenos modales. La maestra hacía como que entendía. Pero cuando la madre se iba, tranquilizándolo de lejos con la mirada, Miss Nelly cerraba la puerta del aula, en ese colegio de curas y monjas, y el patio de primaria se comprimía sobre Ulises niño, mientras toda el salón lo miraba escuchando el sermón de la montaña que la maestra les decía acerca de la puntualidad, la responsabilidad etcétera etcétera. Palabras que iban llegando con el ron la cola y el mar, y esa chica alemana que le decía que no, Ulises, no quiero ir contigo a ningún sitio, que me encantaría, pero que a mi amiga no le caen bien los hombres.
Sintió que había más hilos por desanudar, pero ya no quiso preguntar más, dijo algunas palabras tontas y se despidió con la imagen de ese colegio, y de la alemana que lo miraba fijamente. Cuando hubo dado unos pasos hacia la orilla, esta lo alcanzó, le dio un beso largo en la boca boa y le dijo que quizás podían verse luego, cuando la peruana se hubiera ido, que las cosas podían ser de otro modo, que sería bueno hablar. En fin. Ulises le dijo que sí, pero internamente había decidido seguir hablando con el amigo de los niños, y también con sus compañeros de primaria, esos que corrían de un lado a otro jugando a ladrones y celadores, primer patio de colegio. Y recordó, además, el ron fluía en su boca y su garganta, el día cruel que entró urgido al baño común, se ocupó en un guáter, y cuando había terminado de cagar se dio con la sorpresa que no tenía papel con que limpiarse. Empezó a sudar e imaginar que todo ese colegio lo iba a encontrar sentado con el culo lleno de mierda, y que lo iban a matar en una plaza pública, previos sermones, y que su madre se mataría tratando de explicar sus problemas, su infancia, su soledad vacuna, y en medio de esos fríos sudores y cielo en sombras Ulises, niño indefenso, vio que entraba al baño el buen Raygada, un compañero de aula que le invitaba sánguches de mantequilla que llevaba en su lonchera de metal con dibujos, en el bus de mañana del cole, que estaba lleno de granos en la cara, que era punto de burla de los demás, que no mataba a nadie, que era alguien o bueno o muy dócil, de cualquier modo, algo peligroso en un colegio de varones hambrientos, y entonces le gritó Raygada, Raygada, tráeme papel higiénico, y aunque no creyó jamás que eso ocurriera, Raygada volvió con el papel salvador, y fue entonces como que la humanidad volvía a ser buena, y que las personas existían, y que todo estaba mejor, la paz, la mierda, el culo, el guáter, el cole, Raygada, la paz, las avispas, el taco. Si tan solo pudiera escribir de forma automática en la playa, en una computadora o en una máquina Underwood, se dijo Ulises entre ron y ron, mirando el horizonte, sabiendo que la alemana se estaba marchando por la orilla al hotelito a ver a su amiga.
Pero en las noches de Máncora era “la gringa” el motivo inspirador de Ulises y Belano. La gringa en realidad era un gringo surf, pelo largo al viento, que solía lucirse muy bronceado con poca ropa, y que una noche Ulises había confundido con una mujer sentada en una vereda. Belano le insistía que no, que era un hombre. Ulises porfiaba diciendo que mire esos brazos, que era un ella y no un él. Hasta que este se paró y fue claro que la gringa era un gringo piurano. En fin, se quedó con el mote y Belano le decía riendo, siempre que lo veían deambulando, allí va tu gringa.
Una noche, luego de unos rones en la esquina del movimiento, se desató una batalla campal entre los surfistas, un pelado hooligang y los mototaxistas que pululaban por todo Máncora al acecho de clientes. Los mototaxistas no eran ninguna banda de rock, sino que eran más bien gente de tez más oscura, trabajadora, de mirada torva que hacía taxi en motos acopladas con vagoncitos. Es decir, que la filosofa surfista de Ulises no se confirmaba para nada. Y al parecer algún borracho había acosado o tocado a alguna muchacha con mini, y se le había respondido, y todos participaron en una batalla donde Ulises y Belano solo distinguieron dos bandos, el de los surfistas mancoreños y los mototaxistas: todos peleándose entre ellos, hasta que una botella de cerveza se rompió en pedazos sobre la cabeza pelada del hooligan, a quien tuvieron que pasarle la voz de que alguien le había roto la botella, y que algo de sangre caía desde sus papaya pelada para que este reparara en lo que le había sucedido. Al rato, un gordo también de tez más oscura embutía en un mototaxi al borracho que le había roto la botella al pelado, finalmente lo consiguió, el mototaxi arrancó. Al darse cuenta de todo ello, el pelado reventó a patadas la mototaxi, y Ulises comentó que la patada debía haberla tirado contra el borracho agresor, no contra la mototaxi, que había tíos que no sabían pelear.
Mientras, un gordo alto, miope y fofo seguía intentando prender una parrilla en su local; otro pelado, más pequeño y agarrado, pero que sí sabía hacer sus parrillas, y que se juntaba con los mototaxis, no se metió a defender a nadie cuando ocurrió la bronca: todos son mis clientes, dijo. Puto capitalismo. Otro hombre, gringo, alto y al que le faltaba un brazo, vendía cocktails, vodka con naranja o limón, a precio rebajado. En una pequeña bodega, una señora con su guapa hija vendían a Ulises y Belano su menú, es decir chata de ron Cartavio con cola. Y en todas las discotecas abiertas se podía entrar, divertirse y salir sin pagar nada, a diferencia del año nuevo en Colán. Así que esa juerga era permanente, pero la filosofía igualitaria del surf, según Ulises, había quedado desbaratada por los hechos concretos y bien duros.
Otra noche, en un pub musical en la carretera, una morena algo mentirosa se dio un beso con Belano, mientras este la miraba y la miraba, y le contaba historias inventadas o reales de los viajes que habían hecho con Ulises Lima. Ella le dijo que cuidara a su amigo, que estaba muy borracho. Belano escuchó y le dijo que ella nunca llegaría la Luna, y le recitó unos versos de Neruda acerca del amor, unas largas piernas desnudas y la muerte, ella escuchó todo con suma atención, le estampó otro beso y volvió a repetir a Ulises que cuidara de su amigo.
El último día en Máncora, Ulises y Belano vieron en la playa, donde acababa de terminar un campeonato de tabla, a dos jóvenes peruanos: uno recitaba un largo poema de Enrique Lihn, el otro lo grababa con una cámara digital. Se mantuvieron a distancia, porque la situación llamó poderosamente su curiosidad, pero escucharon todo ese poema que hablaba del colegio, la educación burguesa, autoritaria, y unos ex alumnos solitarios, pobres y rebeldes. Aplaudieron en silencio y a Ulises Lima una láccrima pareció caérsele de un ojo como en esa peli Cry Baby, y Belano dijo “grande Lihn”. En el silencio de Máncora, a Ulises no le quedo más que asentir.
Juntos siguieron rumbo hacia el final de la playa donde había un hotel caro y su propietario, el gringo Schuller, del cual les habían contado una historia salvaje: que hace tiempo trataba mal a los pescadores, mataba sus perros que se acercaban al hotel. Hasta que una noche de esas que andaba por la playa, los pobladores lo cercaron y le dieron tremenda paliza que le dejaron moña la columna. Desde entonces ese hombre tenía más cuidado de con quién se metía. Pero el gringo Schuler era sobre todo famoso por contar chistes; de hecho, en las paredes de su hotel había decenas de fotos y recortes periodísticos con sus presentaciones entre amigos, y fotos con famosos, como p.e. Bryce Echenique, ese narrador humorista del Perú. Ulises tuvo la buena percepción de decirle a Belano que todo eso estaba en decadencia. Belano le preguntó por qué, cómo lo sabía. Ulises le dijo, ¿te has fijado en las fechas de los recortes? El último con Schuler sonriente y bronceado era de hace 10 años. Ese hotel sobrevive por su fama, pero tarde o temprano será engullido por la competencia. Y vieron, a lo lejos, cómo crecían otros locales en Máncora. Volvieron caminando, recitando de memoria otros poemas de Enrique Lihn, mientras se cruzaban en la orilla con la morena mentirosa, la alemana y su amiga peruana, el gordo pelado de la parrilla, el calvo hooligan (con una curita en la cabeza) y, por supuesto, con “la gringa” y sus amigos. Belano le dijo a Ulises Lima que esa noche, la ultima en Máncora, no sabía si usar un color agresivo de camisa o uno suave. Ulises se rió mucho, y le dijo que para la gringa el dilema era de otra dimensión: si usar esta noche cuchillo o metralleta. Ulises estaba seguro de que más tarde, en la salida de Máncora, correría sangre después de los sucesos del día anterior.
Error. Esa sería más bien la noche de Angie Jibaja, una joven y provocadora modelo peruana llena de tatuajes, que recordaba a la portada del Tatttoo You de los Rolling, y que se enfrentaría sola, semidesnuda, contra un trailer que se atrevio a tocar la bocinaza a unos lanza fuegos que inpedian su camino. Pero todo ello ya lo ha contado alguien más.
El final de esta historia sería en el aeropuerto de Lima, antes de partir de este país y sentir debajo las faucces de una fiera, como alguna vez dijo el narrador Manuel Scorza (quien justamente murió en un accidente aéreo, junto al crítico Ángel Rama y otros escritores). Algo así recordaba Belano, y se lo dijo a Ulises mientras subían al avión que los llevaba directamente al DF. Pero Ulises no escuchaba, estaba pensando en Raygada, y en la mierda expulsada con culpa aquellos años de primaria en el colegio de curas y monjas, y por supuesto pensaba en su último año en secundaria, y que con otros amigos sacó un periódico escolar de izquierda. Pero, sobre todo, en la muchacha que conoció en el cole de mujeres, enfrente del suyo y también regentado por monjas, y cómo se enamoró perdidamente de ella haciendo el mismo periódico escolar entre estudiantes del último año de ambos colegios. Y cómo una noche que se iban juntos, solos en el asiento trasero de un auto que los recogió del camino (en esa época aún existía y funcionaba hacer autostop en las pistas), él le dijo que tenía frío, que quería su mano para abrigarse. Y la respuesta de ella fue: cuando me pasa eso pongo mis manos bajo mis axilas y así me caliento. Le dijo, además, que no podía haber nada entre ellos porque ya tenía enamorado, un chico mayor, universitario, que proyectaba películas en un conocido cine club del DF. Esa noche, en un auto desconocido, en una ruta perdida, parecida a la salida de Máncora, Ulises Lima no lo sabía aún pero su destino quedaría marcado para entregarse a la poesía, real y visceralmente.
Años después conocería a Belano y juntos harían muchos viajes, sobre todo después de que con Cesárea Tinajero encontraran los gélidos brazos de la muerte en uno de los lugares más calientes del planeta. Sonora oh Sonora, ¿volveremos a vernos? ¿Volveremos a vernos? La pregunta resonaba en el viento, cuando los motores del avión empezaron el ascenso. Belano estaba dormido en su asiento, al lado, una pálida sonrisa alumbraba su rostro con la luz crepuscular de esa tarde, abandonando el aeropuerto Jorge Chávez rumbo al norte pero esta vez del continente. Debajo, las faucces se iban cerrando con frustrada voracidad. Extraño país, musitó Ulises entre sueños. ¿Nos volveremos a ver, amor? Simón, Nel.
“A los real visceralistas nadie les da NADA. Ni becas ni espacios en sus revistas ni siquiera invitaciones para ir a presentaciones de libros o recitales.
Belano y Lima parecen dos fantasmas.
Si simón significa sí y nel significa no, ¿qué significa simonel?
Hoy no me siento muy bien”.
(poeta García Madero, 14 de diciembre, en Los detectives salvajes:113)
E L N A C I M I E N T O D E U N A N A C I Ó N
Dos cuerpos relativamente jóvenes sobresalen por
las puertas de un auto negro
Sangre, fragmentos de vidrio, un poco de humo
y polvo son la escenografía
de este pasaje en la carretera hacia el desierto
de NO
Al lado del auto destrozado /a balazos y golpes/
hay señales de otros
que rápido frenaron para acribillar a los perseguidos de la
ley
la ley la ley la ley la ley lá
Entre su castaña cabellera, sangre y
tierra aún pegadas al rostro, endureciéndose,
ella parpadea, esforzadamente
mira alrededor
nadie sino lo dicho
viento silbando entre cavernas
y huesos animales
Algo brinca entre la hierba,
ella cree que son los buenos que vuelven a
repasarlos
y sólo es un inocuo roedor
Él no dice nada pero también sobrevive
Algo dice que su pareja entiende casi
a la perfección, como si la muerte les in-
ventana un lenguaje suprahumano
“¿Ulrike?”
“Sí, sí. No te esfuerces. Cálmate”.
Él imagina a su familia entre
el enemigo: su madre, su padre, algún hermano,
algún pariente
y no es verdad; es mero efecto del dolor
y de las balas
Ahora ella repta difícil
bajo el pesado sol
amazona, aparta a su compañero
del auto
Llegar a Máncora, encontrar lo esencial del ser humano, una habitación para vivir esos días, buscándola, al fin después de vueltas una barata, increíble, 10 soles/ por persona, nada que ver con Colán. Y Máncora con su fama de pituca, de paraíso surfista. Allí fue que Ulises desenvolvió su teoría acerca de la filosofía surf, rastafri, de no poner fronteras, de vivir todos juntos en un mundo común. A Belano eso le sonó a sueño bonito, pero nada más.
Los días en el trozo de carretera, salida de Máncora, donde se arraciman bodegas, restaurantes, parrillas, acróbatas, discotecas, borrachos, camiones, autos y buses interprovinciales que entran y salen de noche y madrugada le daría la razón. Luego de instalarse en la habitación y caminar por la limpia playa de Máncora, allí encontraron un restaurante de pescados atendido por niñas y su abuela sonrientes, donde decidieron almorzar cada uno de los 5 días que allí pasaron. Les atrajo el humor, el ambiente familiar, la excelente comida, y ese plato tradicional, el ceviche, exquisitamente preparado.
Ni el restaurante naturista de Ángela, un austriaca que se había afincado en Máncora trayendo la antigua culinaria new age, sana, vegeta, que a Ulises no le llamó la atención porque le pareció que eran platos sencillos, y a un precio nada naturista, ni ese restaurante les atraparía como aquel de la playa atendido por la familia piurana más amable que hallar pudieran.
Pero Ángela había montado todo un show business en su local, pues había una biblioteca con libros viejos que estaban a la venta, tenía trípticos y diversos libros de turismo a disposición de quien quisiera consultar rutas, atractivos, precios, ofertas y más. Vendía además productos diversos, todos naturales y sanos, claro. Y las camareras atendían con una parsimonia naturalista que podría exasperar a los predispuestos al estrés, allá ellos. El márketin austriaco había acondicionado de tal modo el local que lo volvía un punto atractivo por las noches, para quienes estuviesen con deseo de refrescarse en una terraza, comiendo productos ligeros que no robasen sitio a las cervezas y tragos preparados que aguardaban agazapados en las noches mancorereñas.
En efecto, en la esquina de salida y entrada de autos y camiones, aquella donde por un designio divino aun no había muerto nadie atropellado entre las ruedas y los tragos y las drogas, allí se agolpaba cada noche en suerte de juerga interminable la gente que poblaba ese balneario en ese comienzo de año, ese verano en que Belano y Ulises deambulaban de puesto en puesto, buscando a las chilenas o la alemana que habían conocido una tarde en la playa.
Las chilenas estaban de vacaciones, como tantas otras chilenas que cruzaron esos días por allí. Una era química, la otra era sicóloga, y querían conocer gente buena, bonita, interesante. Belano y Lima estaban más bien con ganas de tragarse el mar, y sus álgidas historias por el mundo terminaron por alejar a esas nobles muchachas. Con la alemana, que también andaba de vacaciones y esperaba a una amiga peruana que debía llegar de Tumbes en cualquier momento, Ulises tuvo una obsesión por lastima no correspondida. Él creyó que había encontrado, al fin de esa larga marcha, alguien con quien entenderse en las cálidas noches piuranas. Sin embargo, por misterios de Poseydón y las estrellas, la alemana tenia otros planes, y decidió irse con su amiga peruana a dormir juntas en un hotelito de playa. Ella le dijo mirándolo fijamente a los ojos que era lesbiana, y que si eso no le molestaba. Ulises sonrió mirando el horizonte de melón derretido, sorbiendo todavía la chata del ron Cartavio con cola que con Belano tomaban y tomaban desde que pisaron Máncora: “el amigo de los niños” lo habían bautizado. Y antes de responderle creyó recordar los días invernales en el colegio jesuita de la Inmaculada cuando llegaba tarde y, en la puerta el aula, Miss Nelly lo miraba fijamente a los ojos, con severa autoridad, y le espetaba por qué llegaba tarde, otra vez tarde. Y su madre cariñosa trataba de disculparse con buenos modales. La maestra hacía como que entendía. Pero cuando la madre se iba, tranquilizándolo de lejos con la mirada, Miss Nelly cerraba la puerta del aula, en ese colegio de curas y monjas, y el patio de primaria se comprimía sobre Ulises niño, mientras toda el salón lo miraba escuchando el sermón de la montaña que la maestra les decía acerca de la puntualidad, la responsabilidad etcétera etcétera. Palabras que iban llegando con el ron la cola y el mar, y esa chica alemana que le decía que no, Ulises, no quiero ir contigo a ningún sitio, que me encantaría, pero que a mi amiga no le caen bien los hombres.
Sintió que había más hilos por desanudar, pero ya no quiso preguntar más, dijo algunas palabras tontas y se despidió con la imagen de ese colegio, y de la alemana que lo miraba fijamente. Cuando hubo dado unos pasos hacia la orilla, esta lo alcanzó, le dio un beso largo en la boca boa y le dijo que quizás podían verse luego, cuando la peruana se hubiera ido, que las cosas podían ser de otro modo, que sería bueno hablar. En fin. Ulises le dijo que sí, pero internamente había decidido seguir hablando con el amigo de los niños, y también con sus compañeros de primaria, esos que corrían de un lado a otro jugando a ladrones y celadores, primer patio de colegio. Y recordó, además, el ron fluía en su boca y su garganta, el día cruel que entró urgido al baño común, se ocupó en un guáter, y cuando había terminado de cagar se dio con la sorpresa que no tenía papel con que limpiarse. Empezó a sudar e imaginar que todo ese colegio lo iba a encontrar sentado con el culo lleno de mierda, y que lo iban a matar en una plaza pública, previos sermones, y que su madre se mataría tratando de explicar sus problemas, su infancia, su soledad vacuna, y en medio de esos fríos sudores y cielo en sombras Ulises, niño indefenso, vio que entraba al baño el buen Raygada, un compañero de aula que le invitaba sánguches de mantequilla que llevaba en su lonchera de metal con dibujos, en el bus de mañana del cole, que estaba lleno de granos en la cara, que era punto de burla de los demás, que no mataba a nadie, que era alguien o bueno o muy dócil, de cualquier modo, algo peligroso en un colegio de varones hambrientos, y entonces le gritó Raygada, Raygada, tráeme papel higiénico, y aunque no creyó jamás que eso ocurriera, Raygada volvió con el papel salvador, y fue entonces como que la humanidad volvía a ser buena, y que las personas existían, y que todo estaba mejor, la paz, la mierda, el culo, el guáter, el cole, Raygada, la paz, las avispas, el taco. Si tan solo pudiera escribir de forma automática en la playa, en una computadora o en una máquina Underwood, se dijo Ulises entre ron y ron, mirando el horizonte, sabiendo que la alemana se estaba marchando por la orilla al hotelito a ver a su amiga.
Pero en las noches de Máncora era “la gringa” el motivo inspirador de Ulises y Belano. La gringa en realidad era un gringo surf, pelo largo al viento, que solía lucirse muy bronceado con poca ropa, y que una noche Ulises había confundido con una mujer sentada en una vereda. Belano le insistía que no, que era un hombre. Ulises porfiaba diciendo que mire esos brazos, que era un ella y no un él. Hasta que este se paró y fue claro que la gringa era un gringo piurano. En fin, se quedó con el mote y Belano le decía riendo, siempre que lo veían deambulando, allí va tu gringa.
Una noche, luego de unos rones en la esquina del movimiento, se desató una batalla campal entre los surfistas, un pelado hooligang y los mototaxistas que pululaban por todo Máncora al acecho de clientes. Los mototaxistas no eran ninguna banda de rock, sino que eran más bien gente de tez más oscura, trabajadora, de mirada torva que hacía taxi en motos acopladas con vagoncitos. Es decir, que la filosofa surfista de Ulises no se confirmaba para nada. Y al parecer algún borracho había acosado o tocado a alguna muchacha con mini, y se le había respondido, y todos participaron en una batalla donde Ulises y Belano solo distinguieron dos bandos, el de los surfistas mancoreños y los mototaxistas: todos peleándose entre ellos, hasta que una botella de cerveza se rompió en pedazos sobre la cabeza pelada del hooligan, a quien tuvieron que pasarle la voz de que alguien le había roto la botella, y que algo de sangre caía desde sus papaya pelada para que este reparara en lo que le había sucedido. Al rato, un gordo también de tez más oscura embutía en un mototaxi al borracho que le había roto la botella al pelado, finalmente lo consiguió, el mototaxi arrancó. Al darse cuenta de todo ello, el pelado reventó a patadas la mototaxi, y Ulises comentó que la patada debía haberla tirado contra el borracho agresor, no contra la mototaxi, que había tíos que no sabían pelear.
Mientras, un gordo alto, miope y fofo seguía intentando prender una parrilla en su local; otro pelado, más pequeño y agarrado, pero que sí sabía hacer sus parrillas, y que se juntaba con los mototaxis, no se metió a defender a nadie cuando ocurrió la bronca: todos son mis clientes, dijo. Puto capitalismo. Otro hombre, gringo, alto y al que le faltaba un brazo, vendía cocktails, vodka con naranja o limón, a precio rebajado. En una pequeña bodega, una señora con su guapa hija vendían a Ulises y Belano su menú, es decir chata de ron Cartavio con cola. Y en todas las discotecas abiertas se podía entrar, divertirse y salir sin pagar nada, a diferencia del año nuevo en Colán. Así que esa juerga era permanente, pero la filosofía igualitaria del surf, según Ulises, había quedado desbaratada por los hechos concretos y bien duros.
Otra noche, en un pub musical en la carretera, una morena algo mentirosa se dio un beso con Belano, mientras este la miraba y la miraba, y le contaba historias inventadas o reales de los viajes que habían hecho con Ulises Lima. Ella le dijo que cuidara a su amigo, que estaba muy borracho. Belano escuchó y le dijo que ella nunca llegaría la Luna, y le recitó unos versos de Neruda acerca del amor, unas largas piernas desnudas y la muerte, ella escuchó todo con suma atención, le estampó otro beso y volvió a repetir a Ulises que cuidara de su amigo.
El último día en Máncora, Ulises y Belano vieron en la playa, donde acababa de terminar un campeonato de tabla, a dos jóvenes peruanos: uno recitaba un largo poema de Enrique Lihn, el otro lo grababa con una cámara digital. Se mantuvieron a distancia, porque la situación llamó poderosamente su curiosidad, pero escucharon todo ese poema que hablaba del colegio, la educación burguesa, autoritaria, y unos ex alumnos solitarios, pobres y rebeldes. Aplaudieron en silencio y a Ulises Lima una láccrima pareció caérsele de un ojo como en esa peli Cry Baby, y Belano dijo “grande Lihn”. En el silencio de Máncora, a Ulises no le quedo más que asentir.
Juntos siguieron rumbo hacia el final de la playa donde había un hotel caro y su propietario, el gringo Schuller, del cual les habían contado una historia salvaje: que hace tiempo trataba mal a los pescadores, mataba sus perros que se acercaban al hotel. Hasta que una noche de esas que andaba por la playa, los pobladores lo cercaron y le dieron tremenda paliza que le dejaron moña la columna. Desde entonces ese hombre tenía más cuidado de con quién se metía. Pero el gringo Schuler era sobre todo famoso por contar chistes; de hecho, en las paredes de su hotel había decenas de fotos y recortes periodísticos con sus presentaciones entre amigos, y fotos con famosos, como p.e. Bryce Echenique, ese narrador humorista del Perú. Ulises tuvo la buena percepción de decirle a Belano que todo eso estaba en decadencia. Belano le preguntó por qué, cómo lo sabía. Ulises le dijo, ¿te has fijado en las fechas de los recortes? El último con Schuler sonriente y bronceado era de hace 10 años. Ese hotel sobrevive por su fama, pero tarde o temprano será engullido por la competencia. Y vieron, a lo lejos, cómo crecían otros locales en Máncora. Volvieron caminando, recitando de memoria otros poemas de Enrique Lihn, mientras se cruzaban en la orilla con la morena mentirosa, la alemana y su amiga peruana, el gordo pelado de la parrilla, el calvo hooligan (con una curita en la cabeza) y, por supuesto, con “la gringa” y sus amigos. Belano le dijo a Ulises Lima que esa noche, la ultima en Máncora, no sabía si usar un color agresivo de camisa o uno suave. Ulises se rió mucho, y le dijo que para la gringa el dilema era de otra dimensión: si usar esta noche cuchillo o metralleta. Ulises estaba seguro de que más tarde, en la salida de Máncora, correría sangre después de los sucesos del día anterior.
Error. Esa sería más bien la noche de Angie Jibaja, una joven y provocadora modelo peruana llena de tatuajes, que recordaba a la portada del Tatttoo You de los Rolling, y que se enfrentaría sola, semidesnuda, contra un trailer que se atrevio a tocar la bocinaza a unos lanza fuegos que inpedian su camino. Pero todo ello ya lo ha contado alguien más.
El final de esta historia sería en el aeropuerto de Lima, antes de partir de este país y sentir debajo las faucces de una fiera, como alguna vez dijo el narrador Manuel Scorza (quien justamente murió en un accidente aéreo, junto al crítico Ángel Rama y otros escritores). Algo así recordaba Belano, y se lo dijo a Ulises mientras subían al avión que los llevaba directamente al DF. Pero Ulises no escuchaba, estaba pensando en Raygada, y en la mierda expulsada con culpa aquellos años de primaria en el colegio de curas y monjas, y por supuesto pensaba en su último año en secundaria, y que con otros amigos sacó un periódico escolar de izquierda. Pero, sobre todo, en la muchacha que conoció en el cole de mujeres, enfrente del suyo y también regentado por monjas, y cómo se enamoró perdidamente de ella haciendo el mismo periódico escolar entre estudiantes del último año de ambos colegios. Y cómo una noche que se iban juntos, solos en el asiento trasero de un auto que los recogió del camino (en esa época aún existía y funcionaba hacer autostop en las pistas), él le dijo que tenía frío, que quería su mano para abrigarse. Y la respuesta de ella fue: cuando me pasa eso pongo mis manos bajo mis axilas y así me caliento. Le dijo, además, que no podía haber nada entre ellos porque ya tenía enamorado, un chico mayor, universitario, que proyectaba películas en un conocido cine club del DF. Esa noche, en un auto desconocido, en una ruta perdida, parecida a la salida de Máncora, Ulises Lima no lo sabía aún pero su destino quedaría marcado para entregarse a la poesía, real y visceralmente.
Años después conocería a Belano y juntos harían muchos viajes, sobre todo después de que con Cesárea Tinajero encontraran los gélidos brazos de la muerte en uno de los lugares más calientes del planeta. Sonora oh Sonora, ¿volveremos a vernos? ¿Volveremos a vernos? La pregunta resonaba en el viento, cuando los motores del avión empezaron el ascenso. Belano estaba dormido en su asiento, al lado, una pálida sonrisa alumbraba su rostro con la luz crepuscular de esa tarde, abandonando el aeropuerto Jorge Chávez rumbo al norte pero esta vez del continente. Debajo, las faucces se iban cerrando con frustrada voracidad. Extraño país, musitó Ulises entre sueños. ¿Nos volveremos a ver, amor? Simón, Nel.
“A los real visceralistas nadie les da NADA. Ni becas ni espacios en sus revistas ni siquiera invitaciones para ir a presentaciones de libros o recitales.
Belano y Lima parecen dos fantasmas.
Si simón significa sí y nel significa no, ¿qué significa simonel?
Hoy no me siento muy bien”.
(poeta García Madero, 14 de diciembre, en Los detectives salvajes:113)
E L N A C I M I E N T O D E U N A N A C I Ó N
Dos cuerpos relativamente jóvenes sobresalen por
las puertas de un auto negro
Sangre, fragmentos de vidrio, un poco de humo
y polvo son la escenografía
de este pasaje en la carretera hacia el desierto
de NO
Al lado del auto destrozado /a balazos y golpes/
hay señales de otros
que rápido frenaron para acribillar a los perseguidos de la
ley
la ley la ley la ley la ley lá
Entre su castaña cabellera, sangre y
tierra aún pegadas al rostro, endureciéndose,
ella parpadea, esforzadamente
mira alrededor
nadie sino lo dicho
viento silbando entre cavernas
y huesos animales
Algo brinca entre la hierba,
ella cree que son los buenos que vuelven a
repasarlos
y sólo es un inocuo roedor
Él no dice nada pero también sobrevive
Algo dice que su pareja entiende casi
a la perfección, como si la muerte les in-
ventana un lenguaje suprahumano
“¿Ulrike?”
“Sí, sí. No te esfuerces. Cálmate”.
Él imagina a su familia entre
el enemigo: su madre, su padre, algún hermano,
algún pariente
y no es verdad; es mero efecto del dolor
y de las balas
Ahora ella repta difícil
bajo el pesado sol
amazona, aparta a su compañero
del auto
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