viernes, abril 30, 2010

Del poemario inédito "El viento de las heridas" de Ricardo Musse Carrasco


VI

Sobre las piedras impregnada nuestra sangre primigenia,
endurecida y coagulada nuestra infancia:
El viento de las heridas esparce, en todas direcciones,
nuestras lágrimas que plenamente desfallecen sólo
cuando, en su humedad, se laceran sobre una pedregosa soledad.


VIII

Maldito vidrio. Sácaselo, pero con cuidado. Suscitan un profundo temor estas piedras. Hazle entender que no pare por allí. Vulnerables desplazamientos. Es que son sus primeros pasos. De todos modos todo es inevitable. Sólo te queda arrullar sus heridas. Pues, la sangre (con sus oscuras elegías y por sus propios impulsos) seguirá extintamente diseminándose.


XIV

Éramos una festiva comarca:
El alba se escanciaba sobre la noche
embriagados de alegría y poseídos por el designio
de nuestros ancestros seguíamos danzando:
Seguro que la montaña nos protegería (éramos los hijos
de su terrestre esperma),
pero algo tuvo que pasar para que sucediera todo esto,
por eso hemos escrito nuestra voz no para clamar venganza,
sólo para que la sangre de nuestros comuneros fluya
eternamente en la memoria de este poema…


XVIII

“Será, pues, vuestro distintivo la sangre
en las casas de vuestra morada”.

Éxodo 12, 13.


Como todo esto contribuye a su purificación,
la sangre que circunda sus venas es la que sobre los dinteles esparcirán,
ayunando el tiempo necesario para una profunda cicatrización,
sólo esto constantemente reparará su precaria naturaleza,
mientras todo esto acontezca beberán de su propia y copiosa melancolía,
entonces a la medianoche (cuando lancen al viento sus alaridos más hirientes) exterminaré a los que no me consagraron, humildemente, a sus primogénitos y no rociaron su oscura sangre sobre sus vulnerables puertas.

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