Eduardo Valdivia Sanz
Este sábado 25 de mayo, a las cinco de la tarde, se juega la final del torneo descentralizado de fútbol en el José Díaz. Desde el medio día empezó a llegar gente al bar de don Pablo, escondrijo del barrio de Santa Beatriz que data de los años setenta.
Mi viejo me trajo seguido a este sucucho para que tomara Fantas y comiera mi cebiche. Hacíamos la camita antes de que entráramos al estadio para ver las eliminatorias de Argentina 78.
Papá murió pero el barcito queda. Quizá por esa razón sentimental, vengo siempre con los muchachos que alguna vez vivieron por la cuatro de la avenida Arenales para alentar a Alianza Lima, cuando me lo permite mi labor de funcionario público:
—¡Oye poeta los chanchos no vuelan! ¡Ponte un par de heladio reyes para la tegen!
Era el negro Martínez, taxista de un viejo escarabajo, que si rueda todavía por las calles de Lima es porque Dios es grande y porque la gasolina barata de Alan García permite que el negro le quede algo de dinero con que parar el caldo.
Para mala suerte de los borrachos, en estos días una botella de cerveza cuesta más que un galón de gasolina.
—Ya negro, ven y siéntate con tu choster, Marco.
Parece que fui el primero en llegar. Odio chupar solo. Los que toman solos es que ya se le vuelan los patos o andan de males de amores.
Escapábamos del trabajo y de la esposa para venir al barcito de don Pablo. En las cuatro paredes, de ese tugurio, de mala muerte, nos sentimos otra vez muchachos de barrio, sin otra preocupación que no sea el fútbol y las cervecitas de rigor.
—Ya Vallejito de las cantinas suelta uno de tus versos no aptos para señoritas.
—Je je, mis versos cuestan negro feísimo. Cuestan por lo menos otro par de cervezas.
—Ya poeta, si gana Alianza el campeonato, te pago un jonca entero.
Marcos iba a declamar su primera copla cuando irrumpen en el bar: Joselito Maldonado, Jesús Oquendo y el Pedorro Zavaleta.
El negro poniendo su cara de pendejo.
—Ahora sí que nos jodimos. Pedorro no empieces con tus caldos cuando pidamos una ronda de choritos a la chalaca.
—Pucha negro, uno recién llega y ya le cae la maleta.
—Sí Pedorro, suavena nomás con el trago—dijo Oquendo—. Qué la última vez no solo ofreciste una sinfonía de pedos sino que te buitreaste también el taxi del negro Martínez.
—Calma, calma señores, que hoy día el señor Zavaleta no se tirará pedos. Tiene puesto un corcho en el culo—dijo Joselito.
Tomada una caja de cerveza para aplacar el calor de la tarde, el grupo recuperó la calma. Entonces noté que faltaba Espinosa; el hincha: empleado del Banco de la Nación, comprador convulsivo de todos los periódicos deportivos y conocedor como pocos de la historia del club Alianza Lima.
—¿Y qué pasó con el hincha?—pregunté.
Surgió un silencio de muerte en torno a la mesa.
—Claro no sabe nada—dijo Oquendo—. Poeta no es como nosotros que no nos perdemos un partido del descentralizado.
Cuenta tú mejor Maldonado, eres el más serio para estas cosas.
Ocurrió durante el partido entre Sporting Cristal y Alianza Lima. Fue horrible chocherita, el hincha, tú sabes que muere por el fútbol. Nunca falta al estadio. Sabes que está casado con esa colorada de Loreto, Katina. Esa hembra, que es tan buena como un sanguchón de chancho con camotes fritos; no estaba contenta con el hincha.
Parece que el sueldo del marido le quedaba corto. Parece que Espinosa tiene rabo corto. El caso es que una tarde de sábado a medio camino del estadio el hincha olvidó la entrada en la mesa del comedor.
Cuando volvió por el boleto, su mujer abría las piernas, gritaba como loca, mientras que el árabe la ensartaba como anticucho. Y muchachos ustedes conocen al árabe, ese gigante, de la tienda de ropa de la avenida Gregorio Escobedo, el que tiene una fábrica de telas por Luna Pizarro.
Bueno, muchachos, sabrán que la muy pendeja cada vez que el hincha venía al estadio, ella le daba por soplarle el pito a un señor que no era su marido.
El hincha enloqueció y quiso matarlos. Pobre tipo, es un alfeñique. El árabe le desfiguró el rostro a patada limpia.
Los vecinos de Espinosa se enteraron del escándalo. Ahora ocurre que el hincha odia el fútbol y pidió su cambio de Lima. Se ha ido a Trujillo.
Cuando terminó de hablar Maldonado todos apuramos el vaso de cerveza y deseamos que no hubiera un árabe en casa.
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