Ricardo Ayllón
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Me acuerdo que cuando mamá armaba el Nacimiento de la casa, siempre le faltaban
animalitos, y San José, la Virgen María y los Reyes Magos me parecían cada año
más viejitos.
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Me acuerdo que la cena navideña era con pavo criado en el corral de la casa,
aquel pavo grandote y orgulloso que matábamos a traición embriagándolo con
pisco.
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Me acuerdo que papá compraba el panetón en cajas de media docena, y que solo
había dos marcas: “Motta” y “D’onofrio”.
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Me acuerdo que con mi hermano integrábamos el coro infantil de la parroquia de
Laderas del Norte en Chimbote, íbamos a cantar villancicos a los hospitales, y
siempre empezábamos con “Somos los niños cantores, que vamos a pregonar…”.
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Me acuerdo que el único gran almacén en Chimbote era el Súper Mercado
Cooperativo, en la avenida Gálvez, y que era allí donde mi padre canjeaba nuestros
regalos por vales que recibía de Siderperú.
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Me acuerdo que la noche del 24 salíamos en patota con la mancha del barrio para
aventar cohetecillos encendidos en los patios de las casas vecinas.
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Me acuerdo que escuchaba a cada rato “Ven a mi casa esta Navidad” entonado por
el grupo Parchís y, años después, cuando se lo escuché al argentino Luis
Aguilé, pensé que era un copión.
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Me acuerdo del inmenso camión de plástico marca Basa que un año me regaló mi
padrino, y que destrocé sin el menor remordimiento el mismo 25 de diciembre.
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Me acuerdo de “Me he comprado una zambomba, un pandero y un tambor…”.
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Me acuerdo del Chepenano y su insoportable “¡¡Tuqui, tuqui, tuqui, tuqui… Tuqui,
tuqui, tuquitaaaá…!!”.
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Me acuerdo que el chocolate para taza tenía que ser marca “Mayascon” o “Cusco”,
no había otro.
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Me acuerdo que con mis vecinos, una noche, encendimos una avellana, pero
segundos antes de que esta levantara vuelo, se cayó y fue a reventar debajo de
un automóvil estacionado frente a mi casa. No explosionó de milagro.
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Me acuerdo que me gustó descubrir en la disquera personal de mi tío Beto
Cabrejos el disco “Asalto navideño” de Héctor Lavoe y Willie Colón. Desde entonces
entendí que la Navidad tenía también sabor y sandunga.
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Me acuerdo que la marca de champagne para la cena navideña siempre era “La
Fourie”, y que en casa solo lo tomaba mi papá porque a nadie le gustaba.
- Me acuerdo que la única vez que fui a la Misa
del Gallo (y supe de su existencia), fue el año en que conformé el coro de la
iglesia.
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Me acuerdo que si en el barrio veíamos a alguien encendiendo lucecitas de
bengala, lo abollábamos por mongo.
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Me acuerdo que cuando le escuché su conocido tema navideño a José Feliciano, me
decepcionó. Él era para cantar boleros y no otros ritmos.
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Me acuerdo todavía del aroma de la yerba de romero que mi mamá le ponía al
pavo. Mamá no lo horneaba entero, sino en presas, y cuando lo sacaba del horno
me gustaba robar las hojitas de romero y aspirarlas hasta la hora en que servía
la cena.
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Me acuerdo de “Rueda rueda por la montaña, blanca luz del sol…”.
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Me acuerdo que el perímetro del Mercado Modelo de Chimbote se volvía
intransitable con tantos vendedores ambulantes que aparecían no sé de dónde.
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Me acuerdo que mis tíos nos llevaban el mismo 24 a mi hermano y a mí a comprar
nuestros cohetones, cohetecillos y avellanas, advirtiéndonos severamente que
debían durarnos hasta el Año Nuevo.
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Me acuerdo de las enormes colas que daban la vuelta a la manzana para recibir
juguetes en el local del Partido Aprista.
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Me acuerdo que las luces navideñas eran multicolores como ahora, pero sin
sonido.
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Me acuerdo que un año pusimos en la sala un arbolito de Navidad de pino
verdadero (traído del Vivero Forestal), pero a los cinco días se nos marchitó
todito.
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Me acuerdo que mamá armaba el Nacimiento solo unos días antes de la Noche Buena
(no como ahora que lo hacen desde que empieza el mes de diciembre), y mantenía
al Niño Dios cubierto con una mantita hasta que ‘nacía’ (lo destapaba) el 24 a
las 12 en puntito.
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Me acuerdo que a mi hermano Hernán le gustaba más el pavo calentado al día
siguiente, el 25 de diciembre por la mañana, con el desayuno.
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Me acuerdo que nunca creí en Papá Noel, y que una vez llegó a vivir a nuestro
barrio un niño limeño convencido de que en Navidad lo que se celebraba era el
cumpleaños del gordo pascuero.
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Me acuerdo que los adornos y guirnaldas de Navidad los comprábamos en la
Librería “La Estrella”, de la tercera cuadra de Manuel Ruiz, en el centro de
Chimbote.
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Me acuerdo que algunas tarjetas navideñas nos llegaban vía Correos del Perú.
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Me acuerdo que todos los años bebían los peces en el río, y que esa sopa que le
dieron al Niño nunca se la iba a tomar, era lógico, no ven que era tan dulce.
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Me acuerdo que una de mis hermanas se emborrachó una Navidad tomándose las
sobras de las copas de champagne.
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Me acuerdo que mi papá no solo nos deseaba Feliz Navidad, sino que con el
abrazo de las 12 entregaba el paquete completo (por si acaso): “Feliz Navidad,
Feliz Año Nuevo, Felices Fiestas Patrias y Feliz Cumpleaños”.
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Me acuerdo que una tía que era empleada del Seguro Social, me mandaba a escoger
mi regalo a Bazar “Mechita” (del Mercado Modelo), donde tenía crédito todo el
año.
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