Portada de "77+7 nanocuentos" |
Las casas camino a la ciudad de Lima se erigen en
variados espacios; desde arenales, hasta muy bien acomodados meridianos de
cemento y gravilla. Pequeños poblados nos saludan con inocencia mientras el
paso del ómnibus nos dibuja y acorta la distancia. Han puesto la misma película
de todos los viajes: una melodramática que extasía la memoria y el cariño de
las personas hasta convertirlas en un grupo informe de suspiros. La primera
parada es Lima; luego vendrá otro viaje más largo: Ayacucho. Es la primera vez
que voy a aquella ciudad que tanta historia reciente alberga y al mismo tiempo
tanto silencio. Uno lee muchas cosas que recuerdan la violencia de los días
pasados, donde solo absurdos pensamientos de un cambio a través de la sangre y
el fuego, han dejado un país que teme y se siente desposeído de sus propios
argumentos de paz. Pero el tiempo es distinto: la vida ha seguido un curso
indefinido y necesario, para muchos mejor, pero que ha llevado nuestra
solidaridad a convertirse en una burla, un individualismo vulgar. Es cotidiana
nuestra ausencia.
Pero el motivo que me lleva a tierras lejanas es otro:
un evento literario. El tema central, es muy peculiar, a pesar de ser
esencialmente poético: “Vallejo y su libro ‘Contra el secreto profesional”.
Peculiar porque abordar un texto de esa categoría, donde muchos se han
empecinado solo a descubrir lo mismo en su poesía, invita a creer que estamos
empezando a leer de otra manera lo escrito hace ya casi un siglo. No debería
generarnos sorpresa esto. Recordemos los comentarios del común denominador de
la época con la vanguardia que surgió en el Perú cuando prevalecía en aquellos
tiempos los empalagosos rezagos del modernismo: solo buscaron desacreditar la
vitalidad de lo que se empezaba a germinar en nuestro país tan vedado siempre
al arte en general. Y sucede que este libro, ‘Contra el secreto profesional’,
ya almacenaba, casi como un respiro futuro, una de las variantes narrativas más
complejas de la actualidad: la minificción, aunque no concebida desde los
manifiestos teóricos que ahora se utilizan para diversificarla con cautela,
pero que ya marcaba una nueva etapa en la experimentación literaria de principios
de siglo XX. Hay virtud en esto.
Georgette de Vallejo manifiesta que los borradores de este
libro se dieron en la década comprendida entre 1920-1930, aunque recién vieron
la luz en 1973, editado por Mosca Azul Editores. Es decir, lo que profundizaron
literariamente Monterroso, Cortázar, e incluso Borges y Casares con la
publicación en 1953 de ‘Cuentos breves y extraordinarios’, ya había sido
revisado muchas décadas antes por Vallejo, como ha sucedido con toda su obra
literaria, adelantada siempre a las convencionalidades de la época. Si bien la
minificción ha sufrido una evolución apresurada (se habla ahora de
microcuentos, microrrelatos, micronovelas, microteatro, etc.), esta se ha
fortalecido enormemente por la convicción de autores y grupos literarios que
han apostado por esta variante, hasta convertirla con seriedad en una nueva
fórmula narrativa. Y el Perú, desde Vallejo, ha manifestado una elocuente gama
de narradores; prueba de ello, en el 2012 se publicó la monumental ‘Circo de
pulgas. Antología de la minificción peruana’, elaborada por Rony Vásquez
Guevara, brillante conocedor del tema y propulsor de esta especie literaria
desde su revista ‘Plesiosaurio’. Dentro de ella se cita a innumerables
narradores, noveles y con trayectoria, los cuales viene trabajando con tesón
sus perspectivas en este campo. Uno de los que más destaca, tanto por su
peculiar forma de narrar como por su compromiso con la minificción, es William
Guillén Padilla. Que se entienda esto de compromiso no como una obligación artística,
sino como el interés de un autor por dejar en claro la vitalidad y fortaleza de
lo que escribe.
Pocos son los autores que han apostado tanto por los
textos breves. Muchos han sobrevivido solo a la publicación de un libro o dos,
y luego abordado diversos espacios ajenos a la narrativa ‘hipercorta’. Ya sea
la agilidad de nuestros días o la versatilidad de lecturas que buscamos para no
aburrir, pero los microcuentistas, a pesar de ahora ser muchos, no es
constante; es decir, no persisten. Guillén Padilla puede preciarse de ello. Sin
ser ajeno a los demás géneros literarios (ha publicado poemarios, abordado la
cuentística en extensión, proyectos futuros de novelas), se ha encaminado por
la publicación de varios libros con textos breves, y algunos de ellos son ya un
clásico enciclopédico: ‘Cuaderno de almanaquero’ (2011) es sin duda el mayor
proyecto realizado en el campo del microcuento. Esta obra recoge una
microficción por cada día del año, con su bisiesto y feriados, utilizando como
eje principal los nombres de todos aquellos que aparecen en el calendario
cotidiano: un ‘bristol’ moderno. ‘Lo que yo barman oí’ es otra joyita:
imaginemos todas las historias que escucha en lo nocturno esta persona que
atiende a parroquianos de todo tipo: bohemios, personas engañadas que buscan liberarse,
enamoradores compulsivos, etc. Pero este personaje es solo un pretexto: lo
principal son las situaciones que desbordan nuestra imaginación. Algunas de
ellas sobrenaturales, otras ilógicas, pero siempre con esa lectura ágil y atrayente.
Como el autor mismo menciona ‘no es una apología a la bebida’; el autor sale
muy bien librado de ello. Con ‘77+7 nanocuentos’ hace un vuelco y fusiona dos
especies narrativas: por un lado compila 77 microcuentos de diversas temáticas y
le agrega 7 cuentos que podríamos denominar ‘comunes’ por la extensión. Aunque
no es la primera vez que logra esta fusión (ya la había realizado al unir la
poesía de ‘Planetario astral’, con la narrativa de ‘Actos y relatos’; editados
en un formato que recuerda los textos de ‘Cara & Cruz’ de Ediciones Norma),
ya auguraba que la narrativa no le era nada ajena. Nos ha confirmado su
elocuencia literaria con la publicación de ‘Retorno en tiempo real y siete
cuentos más’ (Arsam, 2013), libro que reúne un conjunto de muy buenos textos,
algunos de ellos finalistas del Premio Internacional Copé de Cuento. En esta
nueva entrega de Guillén Padilla uno queda embelesado con el cuento ‘Los
amantes’, donde uno de los personajes, una mujer impasible que arroja al tacho
de la basura los escritos que considera ‘malos’ del esposo, nos recuerda a
todos los que escribimos esas virtudes odiosas que llegan a tener los editores.
Con ‘Historia de Noela’ y ‘Eterno amor’, ambos con temáticas y tramas muy
distintas, pero con el fantasma de la violencia subversiva entre sus líneas, el
autor nos invita a conocer un poco más de nuestra historia reciente para poder
creer hasta dónde llegaron las circunstancias y personas con sus acciones en
medio de esta guerra infinita y devastadora. ‘La maldición de los pájaros’ es
un llamado a nuestra infancia y critica aquella inconciencia que solo busca
soluciones sin medir las consecuencias. Un libro maduro y que demuestra la
buena narrativa de este autor.
La narrativa peruana está con buen auge, y con William
Guillén Padilla, en cualquiera de sus variantes’, se fortalece aún más los
criterios del arte que busca persistir.
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