Tú no pediste la guerra madre tierra.
Andrés Calamaro
Reynaldo Cruz
Gime. Sus manos abren la bragueta del pantalón con destreza. Afuera se escucha la música, la lluvia no ha logrado detener la celebración patronal, es la fiesta de la Mamacha Candelaria, la gente bailará hasta que el frio de la madrugada se filtre entre sus cuerpos saturados de alcohol.
Los terrucos se han aparecido cerca de las once y media de la noche, según el informe del sargento Quispe: el camarada Caín y los cinco hombres de su columna han llegado a la plaza junto a unas muchachas de Lunapampa, bajando por el Cerro Negro, han llegado entonando una canción de mierda, algo triste y en contra del Ejército. Se han unido a la celebración, con unas botellas de aguardiente, saben que los estamos vigilando, han venido a provocar, a cavar su fosa donde descansarán para siempre.
Su cuerpecito ha sido vencido por el cansancio y el alcohol, me mira con ternura, intenta susurrarme algo al oído, la verdad que no le entiendo nada, prefiero continuar con el ritual, sacar mis manos de entre sus faldas, liberarla de las ataduras de sus ropas. Ella está excitada, me mira como diciéndome que está dispuesta a dejarse hacer de todo, a entregarse por completo, no importa qué pase más tarde, ahora quiere conocer el paraíso, sentir el aliento de un hombre montándola con locura, como nadie lo ha hecho, como nadie lo hará.
De ella sabía que era la querida del Teniente Aguirre, ese infeliz que se había negado a obedecer la orden de ejecutar a los tres profesores de la Comunidad de Tacaz, que eran sospechosos de apoyar a los rebeldes, eso bastaba, no importaba si entre ellos había un inocente. En la guerra no se detiene a preguntar si eres culpable, primero disparas luego averiguas, era una de las consignadas que aprendí en el S2 (1).
Hace quince meses que me infiltré en este maldito pueblo de Alapampa, poblado pequeño sin más distracción que su placita de armas y alrededor de veinte casitas que se agrupan entre las faldas del Cerro Negro y el Cerro Protector. Todo se conoce aquí. Se sabe que los soldados se llevan a las jóvenes más bonitas a la base contrasubversiva para forzarlas, pero nadie dice nada, si lo hicieran desaparecerían, es por ello que mejor centran sus comentarios en los líos de faldas. Aquí saben con quién estuviste tirando anoche, serranos de mierda, no se pierden una.
Estaba en la puerta de su casita cuando la vi por primera vez, tenía un aire de ser niña todavía, aunque las dos pequeñas que la rodeaban eran hijas suyas. Bebimos unas botellas de primera esa noche con los comuneros. Mi nombre era Josué Alva, 25 años de edad, soltero, maestro de profesión, venía de la ciudad a ocupar el puesto vacante en la escuela de Alapampa. Todo estaba preparado, los documentos de identidad y la credencial del Ministerio de Educación. Tenía que ganarme la confianza de la gente y conocer los movimientos de los rojos en la zona.
La Virgen Calendaria es la patrona de este pueblecito, a ella le piden la gente de estos lares que la chacra produzca más que el año anterior, le piden también por las vaquitas, los jóvenes rezan para que la muchacha que los calienta no la haga tan larga para entregarles la abertura que tiene entre sus piernas. Cuando la Mamacha Candelaria no oye sus peticiones la gente recurre a pedirle a los cerros, a las lagunas, a los brujos y a sus yerbas, total la virgencita no es celosa, ella sabe entender, esta gente sólo sabe pedir, no importa a quien. El único al que no le piden nada es al gobierno, y no es porque no quieran, si no que saben que no les hará caso.
Alapampa, está a quince horas de la ciudad viajando en camión, y a 3 500 metros sobre el nivel del mar, aquí los niños parecen unos muñequitos a punto de quebrarse, con el cabello amarillento, prueba de su desnutrición. Caminan de dos a tres horas para llegar de los pueblecitos aledaños a la escuelita, llegan sin desayuno, cara con legañas.
Cuando el Teniente Aguirre se fue de Alapampa, ella me miró con recelo, sospechaba que se debía a una acción mía. Aguirre, el muy cabrón nos estaba haciendo perder terreno en Alapampa, se había encariñado con la gente, sobre todo con la Antonina, serrana bonita, de estatura media, ojos claros y achinados, dieciséis años y dos niñas sin padre. Decían entre susurros que las criaturas eran hijas de Rodolfo Campos, aunque nadie podía probarlo, nadie le había conocido pretendiente alguno, y a los catorce años concibió su primogénita, un año después llegaría la segunda, como por obra y gracia del espíritu santo.
Su vientre se pega al mío, parece que ya olvidó a Aguirre, ahora es mía, aunque siento que aún me odia, lo sé porque me suenan falsos sus gemidos, pero no me importa, mañana ya no pensará en él, ni tendrá rencor para mí, y no es porque mañana desaparece para siempre de este pueblo de mierda, sólo que todo está consumado.
Cuando Aguirre fue designado a Alapampa, tierra con poco desarrollo ganadero y agrícola, ésta ya era zona roja, debido a la ausencia del Estado. Seis meses después de la primera incursión de los subversivos, Aguirre y cuarenta y cinco hombres ingresaron a la ciudad, tenían que conformar grupos de autodefensa con los lugareños; pues la mayoría de los campesinos de las rondas habían sido absorbidos por las ideas comunistas voluntariamente o bajo amenaza. A la semana siguiente, la respuesta fue el asesinato de siete campesinos de la Comunidad de Tacaz, vecina a Alapampa, que habían oído de la presencia militar y pensaban unirse al Ejército, pero para desgracia suya, alguien le avisó a Rodolfo Campos, camarada Caín.
Boca de lobo, así le nombramos en el G2 a la zona conformada por Alapampa, Tacaz, Lunapampa, Yerbabuena y Santa Eulalia, debido a que luego la matanza de Tacaz, siguieron asesinatos de campesinos en los pueblos vecinos antes mencionados que geográficamente parecen dibujar la imagen de un lobo, en total sumaron cuarenta y cuatro muertos, cuarenta y cuartro campesinos que sirvieron de mensaje de retirada de los rebeldes, los que sobrevivieron fueron llevados a la ceja de selva, nuevo bastión, donde recibieron adoctrinamiento, las mujeres bonitas saciaron la sed de su lujuria, y los bebes fueron asesinados para evitar que sus llantos atrajeran a las fuerzas contrasubversivas que patrullaban la zona.
Cuarenta y cuatro muertos, eso no se puede quedar así pienso, y ella sigue fingiendo gozar la despedida. Dentro de dos horas todo respiro humano será neutralizado, no debe quedar rastro alguno de Alapampa, de Caín y sus hombres, ni de la mujer de Aguirre, ni de sus hijas, ni del profesor Josué Alva. El polvo al polvo, los muertos a la tierra, y se acaba el problema.
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Alapampa, Colina de Guerreros, dice el letrero al ingreso del pueblo. Alapampa Colina de muertos, les digo a los soldados, y ordeno quitarlo, miramos hacia atrás, hacia el pueblo fantasma, ningún grito pide venganza, no hay más llantos rogando piedad, nadie escribirá la historia de Alapampa, donde sobre los cebadales se amaron Aguirre y Antonina, donde Caín inició la lucha armada que desangra al país.
Los ochenta y siete pobladores yacen bajo tierra, en el olvido, nadie los sacará de allí, ni siquiera la comisión de reconciliación que de seguro conformaran cuando todo esto pase, cuando de seguro ganemos la guerra, y los políticos que hoy se esconde vuelvan a hablar de democracia y derechos humanos. Es una huevada ¿y nosotros qué? Nadie nos levantara un monumento, ni nos dará una medalla, nadie conoce de la existencia del S2, ni los soldados a quienes dimos ordenes nos recordarán, para ello les lavaremos el cerebro, y luego jalaremos del gatillo sobre nuestras cabezas, no quedara huella de nosotros. Así somos los G2, tenemos que sacrificarnos por el país, esa es nuestra misión, nuestra tarea divina que nos ha encomendado el Señor.
(1) S2.- grupo de inteligencia ultra secreto, personal más selecto que sólo obedecía órdenes de la Central de Inteligencia. Los S2 tenían influencia para remover personal. En su mayoría eran civiles que eran reportados como desaparecidos, pero en realidad su tarea era desaparecer todo rastro de presuntos terroristas, aunque ello signifique daños colaterales.
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