Julio Carmona
En un principio, la palabra crisis no aludía a una situación social, sino biológica. Antes que con la economía, estaba ligada con la medicina. Georges Duhamel –intelectual y médico francés de mediados del siglo pasado– recordaba lo siguiente: “La palabra crisis es, antes que nada, un término del lenguaje médico. Es palabra que viene del griego y significa: el fenómeno –bueno o malo– que, al sobrevenir en el curso de una enfermedad, tiene valor decisivo e inclina al observador a juzgar la coyuntura.” Y concluye Duhamel: “Nuestros viejos maestros decían, no sin optimismo, cuando un paciente llegaba a la cúspide de sus trastornos: ‘la crisis es salvadora’.” Ahora que esta palabra es usada más para referirse al cuerpo social, ojalá pudiéramos decir de esta crisis, irreversible que padecemos, que “está llegando a la cúspide”, es decir, que más allá nos espera la salvación o el fin de tanto desconcierto.
El hombre vive de esperanzas y buenos deseos. Por eso se inventó la palabra “ojalá” cuyo origen se ubica en el idioma árabe, pues es con esta expresión “Oh, Alá” que sus usuarios claman a su dios. Y es probable que sea así, porque los árabes enriquecieron al idioma español con muchos vocablos: ocho siglos de permanencia en la península no son poca cosa. Y no es de extrañar, tampoco, que los pueblos primitivos le asignaran un poder mágico a la palabra. Y la religión misma es un ejemplo de cómo con los rezos o con los ruegos se espera obtener “el pan de cada día” que, se cree, lo dará dios. Pero la ilusión se desvanece frente a la cruda realidad. Y, finalmente, es el “poderoso caballero, don dinero” el que decide si hay o no hay pan. Lo terriblemente injusto es que este caballero sea un dios manipulado por unos cuantos fariseos, dueños del mundo, que deciden la suerte, la vida y la muerte de la inmensa mayoría de pobres que en el mundo son y han sido.
Y no sólo deciden la vida de los seres humanos, sino de todos los seres vivos y del medio en que viven. A propósito, me sentí tentado en repetir la manida frase “medio ambiente”, pero recordé que ambas significan lo mismo, son vocablos sinónimos, y al usarlos juntos equivale a estar diciendo el “medio-medio”, el “ambiente-ambiente”. Pero, fuerza es decirlo, las palabras –como las monedas y como los mismos hombres– se vuelven ajenas a sí mismas. Y, obviamente, no es culpa de ellas.
En un principio, la palabra crisis no aludía a una situación social, sino biológica. Antes que con la economía, estaba ligada con la medicina. Georges Duhamel –intelectual y médico francés de mediados del siglo pasado– recordaba lo siguiente: “La palabra crisis es, antes que nada, un término del lenguaje médico. Es palabra que viene del griego y significa: el fenómeno –bueno o malo– que, al sobrevenir en el curso de una enfermedad, tiene valor decisivo e inclina al observador a juzgar la coyuntura.” Y concluye Duhamel: “Nuestros viejos maestros decían, no sin optimismo, cuando un paciente llegaba a la cúspide de sus trastornos: ‘la crisis es salvadora’.” Ahora que esta palabra es usada más para referirse al cuerpo social, ojalá pudiéramos decir de esta crisis, irreversible que padecemos, que “está llegando a la cúspide”, es decir, que más allá nos espera la salvación o el fin de tanto desconcierto.
El hombre vive de esperanzas y buenos deseos. Por eso se inventó la palabra “ojalá” cuyo origen se ubica en el idioma árabe, pues es con esta expresión “Oh, Alá” que sus usuarios claman a su dios. Y es probable que sea así, porque los árabes enriquecieron al idioma español con muchos vocablos: ocho siglos de permanencia en la península no son poca cosa. Y no es de extrañar, tampoco, que los pueblos primitivos le asignaran un poder mágico a la palabra. Y la religión misma es un ejemplo de cómo con los rezos o con los ruegos se espera obtener “el pan de cada día” que, se cree, lo dará dios. Pero la ilusión se desvanece frente a la cruda realidad. Y, finalmente, es el “poderoso caballero, don dinero” el que decide si hay o no hay pan. Lo terriblemente injusto es que este caballero sea un dios manipulado por unos cuantos fariseos, dueños del mundo, que deciden la suerte, la vida y la muerte de la inmensa mayoría de pobres que en el mundo son y han sido.
Y no sólo deciden la vida de los seres humanos, sino de todos los seres vivos y del medio en que viven. A propósito, me sentí tentado en repetir la manida frase “medio ambiente”, pero recordé que ambas significan lo mismo, son vocablos sinónimos, y al usarlos juntos equivale a estar diciendo el “medio-medio”, el “ambiente-ambiente”. Pero, fuerza es decirlo, las palabras –como las monedas y como los mismos hombres– se vuelven ajenas a sí mismas. Y, obviamente, no es culpa de ellas.
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