Eduardo Valdivia Sanz
Compraba
en el templo de la piratería en Perú, Polvos Azules, documentales de guerra,
series antiguas: Tierra de Gigantes, Nam, Perdidos en el espacio, cuando
mirando las bolsas con dvds y blu-rays, recuerdo que no había comprado todavía
los discos compactos de música clásica, que me había prometido de regalo a mi
hija, Ema.
Busco el
puesto de mayor tamaño:
─ ¿Quisiera
música clásica?
La
vendedora me miró como si cargara un loro en el hombro y me recomienda el
puesto de al lado, donde según ella, encontraría música clásica.
─ ¿Música
clásica?, por favor.
La
vendedora un poco más despierta.
─ Ahí,
tiene varios catálogos.
Me
muestra tres gruesos archivos de plástico.
Feliz,
hojeo el primero, pero me doy con la sorpresa de que la supuesta música
clásica, de clásica, no tiene nada. Salseros como Rubén Blades;
Oscar de León; Willie Colón, completan el archivo.
─No… Música
clásica: Bach, Mozart, Vivaldi.
La
vendedora me miró como si le insultara a su madre y a sus partes íntimas.
─Ya, le
dices clásico a esto. Busco otra cosa.
Me siguió
mirando con cara de fastidio cuando me aleje.
En el taxi, de regreso al hotel, pensé: seguiremos oyendo música clásica directamente desde el YouTube; lo siento, Ema.
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