lunes, septiembre 10, 2007

Como expresión vital... Ese arte llamado poesía

Si consideramos a la poesía como un arte, es porque al igual que la pintura y la música, pero con la gran diferencia que utiliza recursos lingüísticos, es una manifestación de la actividad humana mediante la cual se expresa una visión personal y desinteresada que bien puede ser real o imaginativa. Ella es un medio incomparable para la comprensión intercultural.

Miguel Hernández Sandoval.

La palabra poesía procede de la voz griega poiesis y de la latina poésis, cuya equivalencia en castellano puede estimarse que es “creación, invención, ficción”. El diccionario de la Real Academia Española, en su acepción primera de su vigésima segunda edición, define la poesía como “manifestación de la belleza o del sentimiento estético por medio de la palabra en verso o en prosa”.La preocupación griega por fijar ideas sobre el mundo llevaría a considerarla “razón divina” (Sócrates), “entusiasmo” (Platón), “imitación de la naturaleza” (Aristóteles), conceptos que a su vez dieron origen a sucesivas políticas sin que ninguna de ellas sea totalmente exacta. Sobre tan diversas formulaciones queda establecido el hecho de que la poesía es “un arte de disponer las palabras de manera que en un espacio mínimo se obtenga la máxima intensidad de expresión” (Gran Enciclopedia Rial. Tomo XVII p.673).

En cuanto a su origen, resulta casi imposible hacer una determinación en el tiempo, pero es seguro que coincidió con las primeras manifestaciones artísticas de los seres humanos en forma de cantos tribales y folclóricos etc., cuyos vestigios se hallan en testimonios literarios de distintos pueblos y, a tal efecto, cabe recordar a Verdet: “la poesía es el mismísimo lenguaje primitivo”. Desde las antiguas Grecia y Roma el vocablo poesía (llamada también lírica, pues sus composiciones eran cantadas al son de la lira) se aplicaba para expresar lo subjetivo de la vida cotidiana. Hay quienes aceptan que después de ella apareció la épica para dar a conocer de manera objetiva, lo acontecido, y luego la dramática que vendría hacer una combinación de lo subjetivo con lo objetivo.

El poeta sevillano Gustavo Adolfo Bécquer en su rima XXI se preguntaba y respondía: -¿Qué es poesía?, dices, mientras elevas / en mi pupila tu pupila azul / ¿Qué es poesía? ¿y tú me lo preguntas? / Poesía eres tú. Y es que con la poesía el hombre y la mujer poeta pregunta y casi nadie le da una respuesta y cuando responde nadie le pregunta; ante esta situación se confronta consigo mismo, pues el mundo exterior lo atrae irresistiblemente fuera de sí. Dicho arte es como un espacio propicio para formar la sensibilidad que facilita el acercamiento a personas de diversas culturas. En la poesía se combinan tres elementos: sonido, ritmo y significado, con lo que se consigue la máxima intensidad de expresión en un mínimo espacio. Su método es indirecto y sugerente. Habla por paradojas, sugerencias e insinuaciones, y busca expresión mediante analogías metáforas y símbolos.

Para el consagrado novelista Mario Vargas Llosa -que en su juventud se soñó poeta y sólo renunció al comprender, con Jorge Luis Borges, que en poesía sólo vale la excelencia- “la poesía es el género que eleva el lenguaje a su máxima potencia expresiva porque tiene carácter de revelación y porque tiene la capacidad de reproducir belleza, estados de ánimo y los aspectos más desoladores y entrañables de la condición humana”. La poesía toma distancia y va más allá de cualquier realidad natural para condenar al poeta a la soledad y al silencio, pero con estos no corre peligro su existencia, todo lo contrario son necesarios para que el artista se ausculte sin sobresaltos y eche andar su máquina creadora. Con la poesía el vate vence sus propias angustias que lo asaltan a lo largo de su vida y sin rendirle cuentas a nadie llega a proyectarse con fuerza en la sociedad. De ahí que haya gente que admira a los grandes poetas, pues les parecen seres imbuidos en una cierta cualidad trascendente.

Desde hace siglos la poesía es un recurso de la belleza que ha aprendido a valerse por sí misma. Ella es un universo ordenado por la palabra en el que cualquier afirmación es verdadera y cualquier comunicación es información, porque no está para descubrir la verdad sino para hacerla más evidente y eterna, pues creación es eternidad. Escribir poesía no es un acto extraño sin embargo “con ella se alcanza una intensidad a través de las palabras que llega a expresar estados de conciencia que la prosa no alcanza jamás. Eso hace que se asocie a la magia porque la mejor poesía es una forma de espiritualidad que no pertenece a este mundo”, dice Vargas Llosa.

Hay poetas y poetas

Los de noches borrascosas, de depresiones y de insomnios que terminan en la desgracia. Hay los soñadores, es decir, los amorosos y aéreos que paran más en la Luna. Y hay los civiles y domésticos, esos a los que la poesía no les lleva la vida ni viven todo el tiempo en poeta, porque dejar de escribir no les quita el sueño. Quizá estos últimos disfruten más del arte de poetizar y desarrollen mejor su vocación ya que tienen los pies bien puestos en la Tierra, siendo concientes del cumplimiento de sus obligaciones como toda persona normal. Ciertamente y, como dijo Juan Ramón Jiménez “ser poeta es difícil; querer serlo, más difícil todavía; saber serlo dificilísimo”.

Ocurre a veces que con la poesía no se llega a comunicar algo, simplemente se escribe por un problema hermético de comunicación, prevaleciendo en el poema la forma y no el fondo. La poesía es una fuente de catarsis, cuando la vida se lleva al filo de un cuchillo, entonces el poeta se traslada animoso y decidido por las fuentes mínimas y máximas del lenguaje hacia lo más hondo de su ego y hacia lo exterior de alter ego para ser la voz de los desposeídos y excluidos. El poeta no intenta ni quiere demostrar algo; él interviene en la vida comunitaria y se empareja con las otras actividades públicas de los individuos, reclamando, por lo tanto, una consideración social.

Aquellos que se dedican a la poesía (hombres y mujeres) ven al mundo de modo distinto que sus contemporáneos. Además, la mayoría son bastante identificables dado que no tienen por ejemplo, la musculatura de un atleta, la fuerza de un camionero, la voz ramplona de un ingeniero o la audacia verbal que ostentan algunos abogados. Pero no todo el que escribe unos versos es poeta en todo el sentido de la palabra. Seguro lo es en potencia por ese artista que todos llevamos dentro acosado, muchas veces, por los sentimientos más sublimes y descabellados.

Con el transcurrir de los años los poetas se convierten en críticos duros de su propia obra reduciendo su producción, cosa que no sucede con los narradores. A diferencia de éstos aquellos son seres precoces para la poesía, empezando desde que tienen uso de razón y ya de adultos no pueden diferenciar el acto de haber aprendido a escribir y el acto de escribir poesía. El mismo Vargas Llosa admite que “en todo novelista hay un envidioso del poeta. Éste nace y es elegido por los dioses, no se hace, como aquél”. Pero si bien los poetas se inician a corta edad se van extinguiendo relativamente pronto. Y si no desaparecen, escriben cada vez menos. Los verdaderos vates hurgan dentro de sí mismos, para dar testimonio de lo que son, alcanzado una perfección estética imposible en otros géneros. La poesía siempre es un hervor en su sangre y no les cansa estar creando con el empleo del lenguaje. Tarea ardua de indesmallables artesanos de la palabra que suelen alejarse de lo banal y callar ante los mezquinos, ante aquellos infectados de incultura ante los que sólo conocen lo sucedido en lo ordinario, imposibilitados de imaginar lo increíble, condenados a la simpleza y a la rutina.

¿Para qué poetas?

Pero “¿Para qué poetas en tiempos de penuria?” –se preguntaba el filósofo alemán Martin Heidegger. Para que el mundo sea más humano, pues mientras exista vida en nuestro planeta alguien tendrá que poetizar partiendo de un hecho auténtico o inventando situaciones, para deleite de los otros, porque la poesía es una necesidad física y concreta como comer o dormir y una necesidad espiritual y racional como rezar o meditar. Antonio Cisneros reconocido vate nacional dice que “el poeta no inventa nada. El poeta habla de lo que todos saben, sienten y ven. Todas las palabras que usa están en el diccionario. Sólo que aquello que dice lo dice de una manera tal de modo que el lector, tocado por la revelación, pueda decir: Ah caramba, esto es lo que yo quería expresar pero no sabía cómo”.

Por su parte Rocío Silva-Santiesteban, poeta de la generación del 80 afirma que el poeta es el vigía que se da cuenta del témpano y puede gritar a tiempo para poder virar la nave. El problema del poeta, en estos tiempos, es que nadie le cree y la colisión, a pesar de los lamentos desgarrados que hacen feroces y apretados en la garganta, se vuelve inminente”.

Stéphane Mallarmé poeta francés decía que “no hay poemas terminados sino abandonados”. Pero abandonados en el tiempo. Este va de la mano con la poesía y a veces lo ha llegado a capturar para bien del arte. A través de los poemas (lo más noble que el ser humano puede ofrecer a los demás) “queda suspendido el tiempo o tenemos la sensación de que ha quedado suspendido. Esta cualidad que de vez en cuando tiene el poema podría señalarse como su mejor y mayor cualidad si no como la exclusiva”, escribió Emilio Adolfo Westphalen. Se sabe que un poema es un objeto hecho de palabras y dotado de determinada carga afectiva (de intensidad variable). Dada la diversa constitución de las personas es dudoso que las reacciones sean similares o aproximadas.

Un conjunto de poemas publicados nunca proporciona jugosos dividendos. Escribirlos es inevitable, y el poeta para su felicidad ha de perseverar, pues la poesía no es una profesión sino una actividad en la que uno nunca sabe si vale algo lo que hace. En una sociedad son los poetas quienes consiguen dar forma concreta a sus aspiraciones comunes y a sus sueños más íntimos. Por eso se dice que en ellos es donde se reconoce a una cultura. La poesía al igual que la pintura escultura, música y cine, es un arte y es un medio incomparable para la comprensión intercultural. Ella hace patente una actitud del hombre ante el mundo en el cual nos movemos. Por último y como dijo Baltazar Núñez de Arce, “la poesía, para ser grande y apreciada debe pensar y sentir reflejar las ideas y pasiones dolores y alegrías de la sociedad en que vive; no cantar como el pájaro en la selva, extraño a cuanto le rodea, y siempre lo mismo”.

jueves, septiembre 06, 2007

La lluvia terminó

José Lalupú

Existen dos tipos de historias que exigen dos maneras distintas de ser contadas: la primera es la del cuento como círculo. A lo largo del relato el autor nos va entregando una serie de pistas que sólo en la escena final se arman como un rompecabezas maravilloso. Julio Cortázar en “La noche boca arriba” nos plantea la historia de un hombre que intenta sin éxito despertar de una horrible pesadilla, para, en la escena final, revelarnos que no podrá despertar jamás porque lo que era realidad resulta ser sueño; y lo que era sueño termina por ser la terrible realidad: un cuchillo que cae sobre él. Esa última escena es el puñetazo final con el que el cuentista gana por nock out; La segunda es la del cuento como fotografía, como retazo de vida que no necesita argumento ni final sorpresivo para ser una gran historia. La descripción de ambientes, personajes, el encadenamiento de los diálogos son suficientes para crear una obra maestra. Antón Chejov, el maestro ruso, era un gran cultor de este tipo de historias, Ribeyro también.

Cosme Saavedra Apón (Sullana 1977) acaba de publicar “Ya no llovería para julio” una serie de seis relatos en los que apuesta por el cuento fotografía. Tal vez la mejor muestra de ello sea el relato que da título al libro, relato con el cual Cosme ganó el segundo puesto en el Concurso nacional de cuentos organizado por la librería Crisol el año 2002.

Cosme construye una apasionada historia de desamor entre Sigmund y Mariana y le pone como telón de fondo los aguaceros de 1983. Una historia que es pura dermis, puro desenfreno adolescente en una edad en la que, según el autor, “La palabra amor parecía un estorbo porque más importaba vivir...” Desde las primeras líneas Cosme nos planta, con una soltura digna de narrador experimentado, ante una historia cuya mayor virtud es precisamente esa fidelidad para retratar las sensaciones, de manera que los lectores no podemos sino recrearlas con un tufillo de ajena nostalgia: “Mariana dio un brinquito delante de mí (...) se aproximó tanto que ya tenía sus menudos pechos rozando levemente mi nariz; eran duros, virginales y olían a caramelos...”

Un narrador no puede convencer a sus lectores de que sus personajes están realmente vivos o existieron alguna vez, pero puede inventarnos esa ilusión, hacerla creíble mostrándonos sus tribulaciones y alegrías con fidelidad ( algo que Cosme logra limpiamente). Tarea difícil por lo demás, porque las sensaciones son inasibles, aun si se pretende atraparlas entre palabras (y ése, tal vez, sea el mayor acierto de Cosme Saavedra). Ese afán realista se vuelve entonces doble recreación: el autor concibe una historia que contará buscando las palabras exactas. Primero deberá creérsela él, para luego engañar a los lectores. El engaño será total si logra despertar en ellos los mismos sentimientos y sensaciones que él vive, y que, tal vez, irónicamente, nunca vivió en la realidad: “la piel empezaba a encogérseme (...) hasta que sus labios fueron perdiendo frigidez (los de Mariana) y se tornaron como dos mariposas ardientes que se soterraban y quebraban sus alas contra mi pecho y esa furia semiangelical fue despertando la mía, fue removiendo esos inmundos esqueletos de murciélagos y gatos que tenía represados y que fueron encarnándose en mi boca y en mis manos como ciegos...” Nótese el acertado uso de los símiles y las metáforas con los que, a lo largo de todo el libro, Cosme se nos presenta como un narrador que ha madurado y que sigue madurando en la búsqueda de la palabra exacta que nos devuelva frases nuevas, recién inventadas.

Mariana tiene 14 años, una niña - mujer (nínfula en palabras de Nabokov) que Cosme describe como la personificación del fruto prohibido, la tentación que despierta el Eros. Es el gran personaje del libro (Cosme nos encomienda la tarea de reconstruirla, al igual que a otros personajes entrañables del libro, a lo largo de varios relatos en los que aparece como una presencia nítida o como una sombra). “Hasta la palabrita Dios entre sus labios quedaba vibrando como cualquier suculencia, como decir patata o mermelada”.

El único relato en el que Cosme se despoja del realismo que recubre el libro es “La cueva del Egipan”. Se trata de un inquietante relato lleno de símbolos: un chivato se lamenta en la oscuridad de una cueva. Es el ser marginal en el que creemos ver una representación kafkiana de la soledad y la marginación humanas. El chivato, descrito a sí mismo como hijo de mujer casta y de chivato desgraciado, es una especie de ángel caído: “Abajo está el despojo (él), el único ser que escapó de los planes de perfección de las criaturas”. No sería gratuita la referencia a “La casa de Asterión” de Jorge Luis Borges porque el mismo Cosme menciona el laberinto comparándolo con la cueva en que vive el chivato jugando al otro yo: “... ensayo con mis cuernos, embestir a mi propio yo (...) He leído una historia similar a la mía, pero lo mío no es un laberinto, sino una grosera cueva”.

Aunque la calidad de los relatos pueda parecer irregular (Nos sorprende que no haya incluido en el volumen algunos relatos muy buenos que hemos leído en revistas y folletines: “Mariana, su cuerpo en otros cielos” o “El abrazo del monstruo”), Cosme ha construido un universo creíble en el que el amor es imposible (“esa palabra parecía un estorbo”). Nadie le puede regatear, tampoco, el hecho de haber recreado un retrato fiel de la vida misma en el que nada es seguro, ni siquiera la satisfacción del fuego adolescente. Todo está sujeto, como en nuestras vidas, al azar y las circunstancias. La felicidad es efímera, Mariana y Efraín lo saben, por eso la aprovechan mientras pueden, porque acabadas las lluvias ya no tendrán excusa para encontrarse en la casa de ella, a fingir que desaguan la azotea. Ya no llovería para julio, la lluvia se terminará, y compartimos con Sigmund – Cosme la futura nostalgia por Mariana.