martes, junio 19, 2007

Las confesiones de un poeta

Reynaldo Cruz
Editor de Sala de Redacción.

El poeta convoca al poeta, escribo recordando un soneto suyo. A Dany Erick Cruz Guerrero, lo conocí cuando formamos parte de Aula 34, el taller que dictó Houdini Guerrero hace 4 años. Conversamos en mi último exilio a Lima, recorrimos la ciudad de madrugada, intercambiamos anécdotas. Ahora he contactado con él, para conversar sobre su mención especial, en poesía, en el Premio Nacional PUCP.

Su voz se escucha a través del teléfono. La poesía es una forma de vida, un ritmo de la respiración desde el cual siento el mundo, o algo así. La poesía está presente en casi todas las cosas que hago, en las que no hago también, y en las que dejo de hacer, en las que no haré nunca. Es lo primero en decirme como recordando una entrevista pasada realizada luego de la publicación de su plaqueta Desencuentro. No sólo hay que sentarse a escribir para hacer poesía, además –y sobre todo– hay que saber vivir, y eso nadie te lo enseña, lo aprendes solito, agrega.

Recuerdo que uno de mis profesores decía algo así como que la poesía es la piel de la palabra, pero considero que también puede ser los huesos y la sangre. Vallejo supo muy bien de eso, por eso sus poemas son tan directos como palabras habladas. Poesía sin oralidad es letra muerta, y no hay nada ni nadie que pueda revivirla, expresa el joven aedo quien partió a la ciudad capital a estudiar filosofía, y que en Mayo pasado, obtuvo una mención especial en poesía en el Premio Nacional PUCP 2007 con su poemario inédito La Rueca del Insomnio.

El jurado estuvo integrado por Marco Martos, Ricardo Silva Santisteban y José Watanabe. Estoy contento y un tanto desconcertado, fue una verdadera sorpresa enterarme de la mención especial. Y, bueno, siento que es un indicio de que mi camino no anda muy equivocado. Por lo demás, mi habría gustado cruzar algunas palabras con Watanabe a propósito del premio. Aunque, claro, su opinión respecto de mis poemas es muy elocuente en tanto que fue uno de los jurados que me otorgaron la mención especial. Solo una vez tuve la oportunidad de acercarme a saludarlo y darme cuenta de la persona sencilla que fue. La noticia de su muerte fue realmente inesperada, me dice recordando al gran Wata.


El libro lo componen poco más de veinte poemas, todos sonetos sobre una temática única y muy clásica, la rosa. He querido ser, como también quiso Borges, un escritor del siglo XVII español. De allí que desde el comienzo me planteé límites muy claros en cuanto a tema y forma. Pero enunciado así, todo esto no dicen nada de lo que tuve que pasar para escribir el libro, porque la rosa, finalmente, deviene en tema nominal, y eso no es poco. Creo que lo más importante está en otra parte, pero eso ya es asunto del lector y yo como autor no puedo hacer más que quedarme callado al respecto. Como dice Eco, el autor debería morir después de haber escrito su texto. Menos excesivo, menos violento y más respetuoso me parece el silencio, me dice mientras su risa se filtra por el teléfono.

Dany dice que la necesidad de límite dentro del cual ejercer su libertad lo lleva escribir sonetos. Creer que la poesía está para romper todos los límites, para transgredirlos y, finalmente, abolirlos, me da una impresión de ingenuidad aplastante. Cada cosa tiene su límite, que es lo que la define y a la vez la conserva. Los límites en el arte, en general, dependen mucho del temperamento del artista, de su proyecto y de su sensibilidad, y no tanto del canon al que pertenece o al que se afilia. En ese sentido, las palabras que escribió Vallejo cuando nadie entendió Trilce son indicadoras de la necesidad de límite que el artista siente. Lo que yo he querido hacer, por mi parte, es explorar una parte de mi sensibilidad que propendía hacia el juego con un símbolo muy transitado por la tradición universal y, por ende, muy desgastado, a ver qué tal me iba y qué tan elocuente resultaba mi catarsis.

Confidente de aventuras poéticas, Dany Erick me confiesa sus inicios en la literatura Creo que desde que empecé a comprar mis libros de segunda en el Mercado Modelo de Piura. A ese puestito de polvo y de polillas iba a parar, casi todos los meses, el dinero que me mandaban mis papas. También puede ser que en la descuidada biblioteca de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Piura, que ignoro si ahora seguirá en el olvido de autoridades y lectores. Otra posibilidad es que, sin darme cuenta, lo haya hecho la tarde que me fugué de la escuela para regresarme solo en casa revisando los libros que hacia tiempo había leído mi papá. Pero últimamente se me ocurre que acaso fue viendo a mi papá sentarse a preparar sus clases, con su taza de café, sus cigarrillos, su maquina de escribir y sus libros.

Es tiempo de despedirse. Al otro lado del hilo telefónico, en la ciudad gris, Dany dice que quiere seguir estudiando y escribiendo, como hasta ahora, y en algún momento publicar un libro con los poemas que ha escrito en los últimos tres o cuatro años, pero antes promete la publicación del libro premiado para el presente año. El poeta regresara pronto, entonces habrá un borgoña esperando y la tertulia será en una plazuela de la ciudad.

Dany Erick Cruz Guerrero.- Desencuentro (Piura, 2003), Colán y los despistados (Lima, 2006), poemas suyos han aparecido en las revistas Aula 34, Sietevientos y Plazuela Merino.

miércoles, junio 13, 2007

Los sueños del alfil rojo

Ricardo Musse

A propósito del libro "Los sueños del alfil rojo" de Eduardo Valdivia Sanz.

En la prosa de Eduardo Valdivia concurren “frases hispanistas”, una manera de construir castizas sintaxis, con inusuales términos que –sin lugar a dudas- son de una manifiesta medievalización enunciativa. Y esta perplejidad semántica se agudiza cuando se introducen palabras como: Alíbayabar, Luxor, Kenyo Takawue, Timothy Leary, Bakunin, Antoine, Sacha Anurei, Joâo Prego, Gautama, Moloc, Faliscos, Cosroes, Abdiel, Belcebú, Samsara, Marseillaise, Mara, Sefer ha – zohar, Bonnard, Van Aeken, Transgénico, Utukhegal, Sheitan, Supercúmulo, mutantes, humorín, Orixás, Hamsum, Aracena, Baxeiras, Umbanda, anfisbenas, basiliscos, fasmidópteros, Ergotamina, Prozac, Psilocybin, Fluoxetina, y Asdrúbal; suscitándose la emergencia de una autósfera ficcional donde el universo literario pareciera no estar inmerso dentro de la facticidad de lo real.

La mayoría de las historias refieren o se desenvuelven en lugares europeos, extraños, remotos y fuera de los entornos regionales (renegando, en consecuencia, de ese nativismo canónico de los Víctor Borrero, los Javier Vílchez y los Elber Agurto): Madrid, Salamanca, Murcia, Carrascosa, Barcelona, Córdoba, Toledo, Peña Fuerte, San Jacinto, Montilla, Tarragona, Sarracena, las zonas: gallegas, gitanas, riojanas, catalanas y andaluzas; Inglaterra, París, Suiza, Noruega, Holanda, Ucrania, Oceanía, Polinesia, Los Ángeles, Río de Janeiro, Copacabana, Cuba, Puerto Rico, Venezuela, Lima, Cañete, Surquillo, Paso Blanco, Coral, Tokio, Marsella, Venecia, Damasco, Palestina, Getsemaní, Siria, La Meca, Magreb, África, Gerona, Sangonia, Guadiaro, Liechtenstein, Orión, Villa Agramunt, La Kaaba, Arakan, Myanmar, Micomicón, entre otros. Así como también transitan personajes de alcurnia: Luisa González de los Fresnos, La Marquesa Pompadour, El Rey Felipe II, Rodrigo Santaroma, Rodrigo Ruesta, El Conde Calella, El Marqués de Santillana, El terrateniente e hidalgo Miguel Mendoza, etcétera.

Otro rasgo estilístico es el que configura una futurista atmósfera donde se engendran islas artificiales, naves siderales, planetas asimovianos, agujeros de gusano, civilizaciones alienígenas y neo-humanos con latidos virtuales que trascienden la muerte después de más de dos siglos.

De los cuentos más sobresalientes -si no el mejor- tenemos a “Los adoradores del carnero”: Por la paródica apropiación de los referentes bíblicos-apocalípticos, por la verosimilitud y tensión descriptiva de los acontecimientos, por la magistral inmanencia textual y por lo sorprendente que resulta saber –finalmente- quién dirigía la expedición de reconquista del reino de los Micomicones.

“Cuando se envejece” resalta, desde el punto de vista técnico, por la impostación de la voz verbal (un decrépito homosexual cuenta la historia), por la dubitativa resonancia discursiva y su eficiente oralidad.

El cuento “De seis a diez” desarrolla, con orgásmica solvencia, el tema del lesbianismo: Estas mujeres malditas Mari Carmen y Pachu (las mujeres condenadas: Delfina e Hipólita de Charles Baudelaire) en su libertina y gozosa entrega, “Lejos de toda vida, errantes, condenadas, a través del desierto como lobos fugáis; cumplid vuestro destino, almas desordenadas, y huid del infinito que en vosotros portáis!”.

“El castillo de la mora” representa, concebido como recreación histórica, la lucha contra los moros: La recuperación de la fortaleza de Córdoba en manos del mozárabe Abben-Aboó, sofocándose entonces la rebelión de Alpujarras, lográndose esto por la acción intrépida de un cusqueño (hijo de un capitán español con una mujer de linaje inca) integrante de las tropas del Marqués de Mondéjar. Es preciso hacer notar que el Premio Copé de Oro de la XIV Bienal de Cuento lleva el título de “El mestizo de las Alpujarras”, extraordinario relato del joven escritor Selenco Vega Jácome.

Ya era hora –finalmente- que aparezca en la región una voz literaria que represente –y redima- a esta indolente burguesía provinciana sin sensibilidad estética, atávicamente discriminatoria, mercantilista, inculta humanísticamente (y elitista, por cierto) que siempre se ha querido erigir como modelo social a seguir. El escritor Eduardo Valdivia erige unos personajes posesos de lo oscuro, idólatras de las apariencias, compulsivos por las disfunciones familiares, autistas sociales (la invisibilidad de los otros) y la fetidez moral de unos irredentos narcisistas: Todos los burgueses deben agradecerle, públicamente y por todo lo que le resta de vida, a Eduardo Valdivia por mostrarlos, con destreza y ética literaria, tal y como realmente son en verdad.

Personajes:
1. Don Quijote: Miguel Mendoza, Ruiz y el Hidalgo Rodrigo Ruesta.
2. Sancho Panza: Saturnino y Bonifacio Aldana.


Foto: Ricardo Musse y Eduardo Valdivia.

martes, junio 12, 2007

Lo que Aula 34 nos dejó

Reynaldo Cruz

La literatura es una de aquellas bienaventuradas maldiciones que si tuviéramos que elegir no lo haríamos ninguna vez. El amor a las letras nace cuando nace nuestra primera ilusión, crece con nuestros paseos por las bibliotecas y librerías de enésima mano, se nutren de las tertulias en un café y las esperanzas de los amigos nuestros.

Decidirse a formar parte de la atmósfera que comparten aquellos seres quiméricos que llaman poetas y/o escritores es una cuestión inexplicable para quienes trazan letras curvas sobre el papel. Piura tiene una tradición literaria que se resiste a perecer, desde Carlos Augusto Salaverry hasta nuestros días los algarrobos de la cálida ciudad siguen sirviendo para refrescar las creaciones de jóvenes amantes de la pluma.

Houdini Guerrero, forjó hace 3 años una prole de noveles escritores, en el Taller de Literatura de la Facultad de Ciencias Sociales y Educación de la Universidad Nacional de Piura, que adoptó la denominación del aula que los albergo: AULA 34. Esta iniciativa sirvió para reunir a Café de Artistas e Intillaqta, dos grupos que tenían perspectiva propia, con jóvenes que no conformaban ningún Círculo Cultural.

Como resultado de esta experiencia apareció la revista N° 0 que llevaba el nombre del Taller, y un año después el N° 1. Así el lirismo de Fernando Silva, Johany Mogollón, Edgar Bruno y Danny Cruz, junto a la prosa de José Lalupú, Sofia Sánchez Charles Purizaca y Javier Vílchez, encontrarían la primera ocasión para plasmar su lapicero en una revista. Luego vendría la inclusión de algunos de ellos en Sietevientos y la Revista Cultural Umbral N° 15 dedicada a Piura.

En agosto del año pasado, Suicidas Aedos, tuvo un fugaz destello entre los estudiantes de Derecho y Comunicación de la UNP. La inclusión de un agrio manifiesto, resaltaba la influencia setentera (generación del 70’) de esta revista. 2 meses después su 2° número no se acercaría a los 500 ejemplares de la primera entrega. En ambos números, Aula 34 marcaba presencia una vez más: Percy Ipanaqué, Jorge Dávalos, Henry Córdova, Reynaldo Cruz y Otto Quezada, incursionaban literariamente más maduros.

De este grupo resaltan: Danny Cruz con las plaquetas "Desencuentro" (Piura, 2003) y "Colán y los despistados" (Lima, 2006), además de poseer una mención especial, en poesía, en el Premio Nacional PUCP 2007, Percy Ipanaqué ha publicado el poemario "Hostia Sideral" y el relato "Los Apóstoles de la Muerte", Javier Vílchez se ha unido con su libro de cuentos "Sorpresa".

Edgar Bruno edita el blog de literatura contemporánea Estirpe Púrpura y ha sido antologado en
Urbanotopia. Henry Córdova y quien escribe esta nota, no cesan de corregir escritos, aunque muchas, veces terminen las hojas en el fuego. De la revista "Plazuela Merino" quedan recuerdos y un pronto regreso. En mi papel de escritor por equivocación no me queda más que escribir: Salud Houdini!, los que vienen te saludan.


Nota: El autor de este artículo edita de Sala de Redacción.
Foto: En la presentación de la revista "Plazuela Merino": José María Gahona, Henry Cordova, Lúber Ipanaqué, Edgar Bruno, Reynaldo Cruz, Javier Vílchez y Ricardo Musse.