lunes, abril 30, 2012

La huida y la protesta en Ciudad mutable. Canción subte para Helena



Gustavo Tapia Reyes.

A pesar de los siglos, la poesía suele ser un arte secreto y se mantiene en la misma medida de las exploraciones realizadas por uno u otro vate. Cada quien se acercó a un ideal manejando su propia óptica, aceptando o rechazando la torre de marfil, asumiendo la calle vacía o repleta de gente o guardándose entre las cuatro paredes de una habitación. Con el prólogo de Roger Santiváñez, luciendo los epígrafes de Luis Hernández, Carlos Oliva y Tomás Ruiz y, desde este mismo lado hacia el otro, mostrando un abierto desafío a la tradición encontramos a Ciudad mutable. Canción subte para Helena (2008)[1] de Reynaldo Cruz Zapata (Piura, 1983), volumen en páginas ausentes de numeración, a través de sus cuarenta y un  poemas, en su mayoría versos de arte menor, señalados en arábigos, planteando la posibilidad, acaso distante, acaso no tan absurda, de transformar a la poesía en aquella herramienta que, aún cargando sus falencias, nos sirva para afrontar el rumor del apocalipsis, miles de veces anunciado.

Desde el inicio brotan las resonancias de un tiempo ido, unos versos perteneciendo a otra parte, a un pasado remoto alcanzando materialidad dentro de un ámbito donde la inocencia y el candor formaban la base de toda orientación, no indispensablemente bíblica, aunque bastante lo parece en el tono: En un principio/ las tinieblas cubrían/ la superficie del abismo/. No hay manera de contradecir tal génesis, hasta cuando se habla de los cambios posteriores y absolutamente opuestos: La luz se hizo de repente/ y aparecieron las moles/ de la modernidad/ (poema 1), se mantiene vigente aquello, un anticipo a esas alteraciones presentándose en la medida de considerar como, nuestra civilización, desde las polis griegas del mundo antiguo evolucionó a la ciudades contaminadas de la época contemporánea: el camión de la basura/ se mezcla con olor a pan/ (poema 3). Es el mismo Cruz Zapata disponiendo de aquella voz, todavía distante de la rutina y del oprobio y, no queriendo estar solo en la referida ocasión, se inclina por hacernos partícipes del probable festín: Volveremos todos,/ algún día/ a recordar lo no vivido/ (poema 31), quedando el consabido refugio de la lectura haciendo frente a la rutina: Solíamos no aprender del profesor/ lo que aprendíamos en los libros/ (poema 7), apareciendo el miedo de estar completamente abandonados a la suerte nuestra, sea en este espacio y en todos los espacios posibles, no importa si creados por la desvergonzada poesía (postula Reynaldo Cruz) o por la praxis visceral de un Conde de Lautréamont: Deslízate bajo la sombra/ de un Dios sin nombre/ (poema 12).

Sin embargo, en este mundo inventado, donde aquella pretende encarnar con su blandura lo primigenio, surge igual el fin de la utopía, a través de una especie de cataclismo haciendo añicos los sueños y las nostalgias, el engrandecimiento del alma o la locura del cuerpo, lo sucintamente material aunado a lo espiritual: Para cuando vuelvas/ no habrá boutiques/ ni cinemas comerciales/ (poema 15). Viene a ser el claro resultado, el desgaste de cuánto, en algún momento, se aguardó cambie a más o, según se haya creído, evolucione, habiendo sucedido todo lo contrario: La ciudad nueva es una cloaca,/ con sus luces/ opacando la piel/ de las niñas./ (poema 16). De esta manera, Ciudad mutable. Canción subte para Helena adquiere un tono claramente desgarrador ante el paraíso perdido de nuestro tiempo. El poeta, si bien se aísla en dicho rol, siendo quien es, no puede abstenerse o abstraerse a la totalidad del entorno donde se desenvuelve y respira, mientras ve cundiendo el hambre, la miseria y el desencanto: Las tripas duelen/ la gente dice/ que de amor no se puede vivir/, por lo mismo, contaminándose mucho más de lo externo, tiende hacia lo magníficamente conceptual: Los niños de esta urbe parecen de papel/, haciendo sonar profundamente sarcástica, incluso una invocación de carácter religioso: Roguemos al señor/ para que la carne nos alcance/ para la cena/, llegándose a dudar de la propia democracia como sistema político: para que este gobierno/ no sea más jodido/ que el anterior/ (poema 18).

Después, el poemario se orienta hacia la etapa de lo concreto, nunca de lo posible, lamentándose al observar un presente desolador: Ahora,/ al final de los siglos/ sé que no debí/ embriagarme de ti/ (poema 21), con el extravío absoluto del ser en medio de la complejísima nada: Las plazas no conocieron/ de nosotros/ y continué esperándote/ (poema 22), enfrente de la inutilidad de tantos pasos, en la búsqueda de seguridad por miedo al otro y, al mismo tiempo, paradoja cruel, no pudiendo extraerse al afán de cuanto antes encontrarlo, derrumbando aquellas fronteras o murallas, conforme lo soñaba John Lennon: nadie debió ponerlas allí/ no hay razón para evadirse/ ni tranvía qué abordar/ (poema 23), saltando en dicha batahola la desesperante obligación de mantener apenas intactos los recuerdos o los conocimientos, siendo nuestras únicas propiedades enfrente del vacío: Éramos inocentes,/ casi ángeles,/ con ganas de incendiar/ esta ciudad de apariencias/ (poema 25), mas, habiendo acontecido muchos sucesos, paces pocas, miles de conflictos, queda la opción imposible de soslayar, no llevando hacia ninguna parte: Hay que esconderse,/ lanzarse al abismo,/ huir de todo/(poema 26), culminando en una visión atosigante como terrible, en esencia, apocalíptica por donde se le observe, procurando conservar la memoria, en la instancia final de cualquier clave: Cogí el último centavo/ con la esperanza/ de comprar un poco de papel/ (poema 27).

Las oscilaciones temáticas mostradas hasta aquí en Ciudad mutable. Canción subte para Helena van más allá cuando el amor pasa a constituirse en el primer soporte, luego  de la hecatombe anunciada, debido a que logra pervivir: nos vimos fuera del Edén/ sin ropa/ sin nadie a quién temer/ (solos)/ solo con ganas de amarnos/ (poema 28), a consecuencia de aquello fluye la esperanza de recuperar lo perdido e instalar nunca lo mismo sino cuánto siempre habíamos soñado. Pero, el ser del poeta, siempre el centro de lo evolutivo, humano como es sobre este valle de lágrimas -en todos los tiempos-, si hasta en las Sagradas Escrituras se hallaba anotado, impedido de estar solo en el correspondiente periplo, brama en ataque a lo establecido: Tenías nombre de niña/ y fragancia de mujer/ (poema 6), sin obviar una pequeña dosis de erotismo, implicando el despertar sexual: El olor a virginidad/ que se mecía en tu entrepierna/ (poema 24). Pese a ello, siendo la contradicción en sí tan humana, manifestándose delante de nosotros, también es un motivo haciéndose presente dentro de la “ciudad mutable”, cambiante ciudad, planteada de este modo por Reynaldo Cruz: Te amo/ porque te aborrezco/ cuando te tengo cerca,/ y te busco/ en mis pies descalzos/ cuando te marchas/ (poema 9). Se trata de una sucesión individualista, no cuajada, insistiendo en mencionarla bajo la dimensión de ocupar el rol de inseparable compañera: Nos iremos a la puerta de la ciudad/ más allá de estas murallas/ a entonar una canción subte/ y, de hecho, cómplice decidida para afrontar la realidad tan brumosa y acuciante: Gritaremos: /”que se vayan todos/ de una vez”/ (poema 10), aunque, en seguida (lo dijimos es imposible aceptar la soledad), vuelve a señalar la ausencia de la musa de nombre Helena como aquella mítica mujer, cuyo rapto catalizó la guerra de Troya, tema central de la homérica epopeya “La Ilíada”, o sea cuánto trasciende por excelencia: Te has marchado/ dejando tus olores/ en las sábanas de mi habitación/ (poema 35).

La poesía viene a representar el segundo soporte en este poemario que, llegando hacia lo proscrito, dentro de la inagotable sensación de estar sobrando en aquella danza, quizás macabra, quizás elogiable, termina yendo en reversa a lo organizado: Con Decreto Supremo/ escribir poesía/ por posible rebrote de subversión./ (poema 11), una forma de encontrar sobre qué atenerse, considerando la persistencia del maravilloso arte de la palabra, cual aceptable salida, en ese laberinto tan próximo al del Minotauro, en suma, la eternidad de aquello, en otro momento, denominara Nietzsche como “la gaya ciencia”: Quisiera olvidarte,/ pero estos chiquillos/ famélicos de poesía/ siempre preguntan por ti./ (poema 19), siendo la oralidad puesta a un lado, reinstaurando, por vez enésima, la absoluta vigencia de la escritura, cuyo vilipendio está a cargo de quienes se dicen eminentemente “prácticos”: No se escribe en vano/ (poema 33), la misma sirviendo para combatir el olvido en un mundo repleto de valores deteriorados y costumbres desprestigiadas, enunciándose la caducidad con algo de ironía frente a aquellos especímenes, memoristas al fin, para los cuales, primero el divino Aristocles -llamado Platón debido a la anchura de sus espaldas- y después el terrenal Heberto Padilla –exiliado de Cuba a raíz de haber tenido la misma intuición[2]- exigieron el legítimo despido de la sociedad: Silencio./Han muerto todos los poetas./ (poema 27).

Empero, si creíamos hallar en este primer libro de quien estudiara Ciencias de la Comunicación en la Universidad Nacional de Piura (UNP) y es (o fuera) agente cultural por la Escuela Mayor de Gestión Municipal, un hálito, no importa si leve, de optimismo, posibilitando el sosiego en medio de tanta vorágine, nos equivocamos de extremo a extremo, nos hemos dado contra la pared sin pensarlo, pues vendrán los adioses en sucesivo orden a la fe, a la lectura, al amor en el grado último de la propia extremaunción: La ciudad no existe más,/ mis libros/ siguen bajo la cama,/ he perdido tu fotografía/ (poema 39), obteniéndose la inquietante certeza de hallarnos viviendo en los albores de esta humanidad: Ahora ya es tarde,/ el sol no volverá más/, no faltando tampoco las dudas acerca de suponer, en un futuro no tan lejano, desafortunadamente, repitiéndose la historia, se volverá a lo mismo: Mañana,/ habrá otro sueño/ sin realizar/ (poema 40). Es decir, el tono del más amargo pesimismo no se mengua y, aflorando desde las mismas entrañas con que Reynaldo Cruz Zapata cierra este libro, se dilucida, se afirma, se materializa mediante el Epitafio, un pareado tan oscuramente expresivo: Solo queda un cigarrillo,/ un viejo poema a tu cintura./.

Nótese la consignación de los versos en este ensayo se hace para entender mejor Ciudad mutable. Canción subte para Helena (en tal sentido, el término “poema” es enteramente nuestro), pero, sometiéndolos a un encuadre de conjunto denotamos la mantención de una cierta correlatividad en los mismos. Demuestra cómo Cruz Zapata ha sabido otorgarles una secuencia, de manera invisible, dividiendo al volumen de tapas negras, la portada diseñada por Pablo Palacios, en cinco partes: desde el poema 1 hasta el poema 8 está la parte introductoria en relación a su propuesta poética; desde el 9 hasta el 14 se centra en él como humano y en Dios; desde el poema 15 hasta el poema 20 salta de pronto a la ciudad donde habita o cree habitar; desde el 21 hasta el 27 efectúa una prolongada regresión hacia el pasado tan oscilante y desde el poema 28 hasta el poema 40 se evidencian las traslaciones a lo vivido y a lo evocado, adicionándose el rotundo “Epitafio” que, cual preciso corolario, a esta poesía no empantanada en la densidad de lo conceptual, evita caer en lo difuso o lo enredado de un lenguaje y opta por un coloquialismo aligerado en lo conciso y lo sugerente. “En la aparente sencillez de su estilo, –escribe Roger Santiváñez (2008)[3]- Cruz Zapata es capaz de transmitir toda la profundidad de su angustia”, subyaciendo entre la intencionada simpleza la sabiduría de lo poéticamente expresado, siempre  girando entre el amor, por un lado y, la poesía, por el otro, orillas nunca antagónicas, sino más bien prodigiosamente complementarias. 

Quizás el abuso en el tratamiento de los versos breves: Mi cuarto entiende/ que otra vez/ he soñado/ (poema 8), la desordenada enumeración de elementos, en su pretensión de describir una situación u otra: las avenidas/ los palacios sin princesas/ las madrugadas ebrias/ las musas/ (poema 36) y la involuntaria, suponemos, inclusión de rimas asonantes: ni el viento/ bajo el sol desierto/ (poema 14), resultan perjudiciales en esta poesía aunque, enfrente de lo publicado, nos conduce a abrigar las esperanzas de tener una voz nueva anhelando hacerse pronto de un lugar, bajo el mismo empeño de ir superando sus influencias más notorias, llámese, entre los peruanos, Martín Adán o entre los latinoamericanos, el mexicano José Emilio Pacheco y el chileno Oscar Hahn. Por lo demás, Ciudad mutable. Canción subte para Helena representa un grito de protesta lamentando el transcurrir, donde Reynaldo Cruz Zapata, desde su órbita, se encarga de entonar una acusación buscando restarle la modorra, tanto a la sensibilidad de los hombres lúcidos como de los estólidos hombres, que enfebrecidos por los avances de la tecnología y el desarrollo de la información, se niegan aceptar cuánto están haciendo en detrimento de ellos mismos. Estamos, se entiende, ante una era de gran dominio en los distintos ámbitos del conocimiento, no obstante, nuestra mentalidad sigue perteneciendo a la esfera de lo tribal.


[1] CRUZ, Reynaldo Ciudad mutable. Canción subte para Helena, Luna Negra Editores, Piura, agosto del 2008. En esta edición nos hemos fundamentado para obtener las citas de nuestro ensayo.
[2] Nos referimos indudablemente a los versos: ¡Al poeta, despídanlo!/ Ese no tiene aquí nada que hacer/, pertenecientes al libro Fuera del juego (1968), origen del posterior escándalo internacional denominado “Caso Padilla”.
[3] SANTIVÁÑEZ, Roger Viaje en torno a la ciudad que no conocimos, prólogo a Ciudad mutable. Canción subte para Helena, p. s/n.

La Sexta lámpara, de Pablo de Santis



Josué Aguirre

Admito que a veces compro libros por el diseño de la portada. Lo hago porque creo que es una forma de no abrir completamente al azar un libro del que no tengo mayor referencia. Y esto me ha sido útil, por ejemplo, para degustar “El sueño del caimán”, de Antonio Soler o “El día de los inocentes” de Josip Novakovich. Con la portada de “La sexta lámpara” creí no equivocarme, puesto que el diseño me transmitía un aura de suspenso difícil de rechazar. El título lo anunciaba. La descripción de la contratapa, lo confirmaba:

Silvio Balestri un arquitecto italiano llega a Nueva York en 1915 con el sueno de trabajar en el proyecto de su vida: Zigurat un rascacielos destinado a reunir las grandes alturas de las torres de Manhtatan(…) La ambición de Balestri por dar una respuesta arquitectónica al mito de la torre de Babel choca con los planes del Club de las Seis Lámparas: una secta de constructores de rascacielos que aspira a gobernar todas las alturas. Mientras tanto en Europa con el ascenso de los fascismos triunfa la arquitectura del significado. Balestri entonces se convierte a su pesar gracias a sus escritos teóricos y a sus proyectos futuros en un cómplice de los arquitectos del III Reich.

Entonces empecé a leer el libro. Hice mi prueba de las diez páginas, las que coincidieron con la narración de los primeros años de vida del protagonista, cosa que no me entusiasmó demasiado. Pero vamos, dije, se trata de un libro de suspenso. Lo mejor está por venir. Al menos eso fue lo que creí. Y, así, erróneamente esperé un desenlace sorpresivo, un giro narrativo audaz. Pero a la mitad del libro me encontré inmerso en una trama plana, carente de recursos, lenta, plagada de trivialidades y situaciones cliché. Abandoné mis ilusiones, pero no la lectura.

Una acotación…


Disculpen si escribo está crítica como si leer un libro fuese una epopeya. Sin embargo, cuando la obra es tan mala, uno se siente protagonista de una proeza, ya que sólo queda salvar el honor de acabar con lo empezado, al menos para poder hacer un comentario digno.


En fin…


La mención al Club de las Seis Lámparas, la organización que concede el nombre al libro, viene de la mano con la vergonzosa irrupción de uno de los personajes menos coherentes que haya leído. Se trata del mensajero “Jack, el Deshollinador” que, por su descripción, no podía ser otro que el vagabundo de Mary Poppins. Hablamos de un personaje al que el autor le confía la importante tarea de encarnar a una poderosa sociedad secreta, a la cual, muy por el contrario, minimiza y ridiculiza. Díganme ustedes: ¿Cómo es posible que una comunidad que domine todas las alturas de Manhattan, al punto de protagonizar los mayores proyectos arquitectónicos del siglo XX, se reúna en un sótano tupido de telarañas y deba su nombre a una lámpara de querosene averiada? Si no es una sátira no me lo creo.


De todas formas, personajes como Jack el Deshollinador aparecen por todos lados, como el ingeniero obsesionado con hacer el hueco más grande del mundo o el coleccionista de proyectos irrealizados, o el estudiante pelirrojo que le pregunta a Balestri si es que ya recibió la visita del mensajero (bah, a este no me lo trago ni con agua).


En resumen…


Flojos personajes, una trama poco audaz (que abre con una injustificada regresión) y un desenlace a todas luces predecible. Todo esto me hace pensar que el autor no escribió para ser leído en un libro, ni si quiera para ver su obra en el cine. Para mí, Pablo de Santis escribió tentando un guión para cómic; un cómic de baja reputación, vale decir.

BANDOLERO RETIRAU: Un dolerazazazo



Homenaje a un libro pirata



Ricardo Ayllón

Aún me acompañas, amigo, integrando la columna de literatura universal en la parte más alta de mi biblioteca, flanqueado por “Ivanhoe” y “Moby Dick”, anónimo entre el resto de tus compañeros, asaltado por mis dedos cada vez que me visita la nostalgia y vuelvo a ti para hojearte con ternura, recordar que fuiste el primero y repetirte que jamás dejaste de ser especial.

Te llamas “Los tigres de Mompracem” y fuiste el regalo navideño de mi padre cuando yo tenía siete años. Ahora estás muy gastado porque me fascinaste tanto que te recomendé y presté con gusto a mis camaradas de infancia, y aunque siempre me aseguré de que me fueras devuelto, no todos tuvieron el mismo cuidado que yo te prodigué: algunos te traían con la pasta desgarrada; otros, con manchas de comida en tu interior, y la mayoría, con “orejas” en la esquinas de tus hojas. Es que ellos te leían con el mismo deslumbramiento que yo, hablábamos mucho de ti e inventábamos juegos a partir de tus historias donde lo más difícil era elegir quién sería Sandokán, el protagonista de ellas.

Aquí estás ahora, junto a mí. Te he bajado a mi escritorio para que inspires estas líneas y me concedas la fidelidad que necesito en esta confesión de amistad tantas veces postergada. En pésima caligrafía, tu tercera página lleva mi nombre y el año en que llegaste a mis manos: 1976. Papel tipo cebolla, tipografía de grandes caracteres, ilustraciones en tonos sepia. Tu olor a nuevo se fue con el tiempo y sin embargo aún sigue impregnado en mis narices como un adalid de la memoria.

Mi hermano y yo compartíamos en la habitación una misma mesa de noche, y allí te conservé al principio, seguro entre las canicas y los álbumes temáticos que coleccionábamos en ese tiempo. De ese modo aprendí a amarte, a conferirte un lugar especial, llevarte como un talismán en todas mis mudanzas y designarte Quijote entre los libros de cada biblioteca nueva.

Fui niño, adolescente y luego adulto; pasé de ser colegial a universitario, luego me casé y tuve hijos, y jamás desistí de tu hermandad. He retornado a Lima hace tres meses, y sigues junto a mí, camarada, flanqueándome en esta serie de vivencias del mismo modo en que tú fuiste concebido; porque Emilio Salgari, tu autor, te escribió como parte de esa estupenda serie bibliográfica llamada “Piratas del sudeste asiático”, una colección que nunca pude completar y que ahora sé –gracias a la Internet– que se compone de once títulos. Solo llegué a cuatro y fueron suficientes, porque lo que en realidad hiciste conmigo, compadrito de mi alma, fue provocarme el primer y más grande vicio en esta vida: el de la lectura. Y te agradezco sinceramente por ello, pues leer fue el inicio de mi razón de ser en este mundo, las respuestas a casi todas las preguntas y el percutor de las más importantes interrogaciones.

Te sujeto ahora con mis dedos adultos, y me parece escuchar el dulce ronroneo de tu lomo felino y remoto, la voz silente de tus preceptos imborrables. Porque eres animal sabio, porque eres el rugido del discernimiento, la aventura y el ensueño, y porque en ti encuentro la fortaleza y el descanso cada minuto de mi vida, doy las gracias en tu nombre a todas las lecturas que pasaron por mi vida, querido libro amigo.

UN ARRIERO POÉTICO: El volumen de vida de Bethoven Medina

Róger Lázaro, Luis Flores Prado, Bethoven Medina, Teodoro Alzamora,
Robert Jara, Jorge Tume y César Castillo. Foto: Infolectura

Oscar Ramírez

En cierta oportunidad, junto con Gonzalo Del Rosario y Ricardo Calderón Inca, visitamos a un poeta de muchos años y prestigio en la ciudad de Trujillo: Juan Paredes Carbonell. Mientras conversábamos, nos preguntó cómo llegaron a juntarse, y solo atinamos a responder que mediante una revista, formada en un grupo literario al cual pertenecíamos mientras estudiábamos en la universidad; que a pesar de las edades, y las promociones un poco dispares, compartíamos ese alterado placer por la literatura, por la escritura en sí. Eso sucede, nos dijo, los artistas suelen juntarse sin importar las diferencias, ya sea de edad o ideología, siempre hallan momentos para compartir. Puede que a sus años una persona pueda desvariar, pero casi siempre dice la verdad.

Posteriormente, y como suele ocurrir el primer contacto literario con un autor: la lectura, conocí a Bethoven Medina (Trujillo, 1960) por comentarios de amigos lectores, y por un curso universitario (dictado de manera ridícula, con absurda pedagogía y nada de pasión), donde investigábamos y leíamos la literatura que se desarrollaba en la región. Los comentarios vinieron luego. En el sílabo se mencionaban una buena cantidad de libros de poesía y narrativa liberteña. Fui de frente a la poesía. Desfilaron interesantes autores como Santiago Merino, Luis Eduardo García, Lizardo Cruzado, David Novoa (aún no entiendo por qué no figuraba José Watanabe; según las ‘fuentes’ catedráticas, y que por momentos juzgo apropiada, fue “porque Watanabe está ya en un nivel muy superior como para enmarcarlo solamente en el ámbito regional”; dejo a ustedes ese juicio), entre otros. Recuerdo que Bethoven Medina fue también uno de ellos.

Asomas a la ventana,
Vida,
y tiemblo como palabra no creada.

(de Volumen de vida)

 Esto de la literatura te abre puertas y permite que conozcas gente interesante y, en algunos casos, paradigmática. Empecé a leer más vivamente poesía de la región. Aunque muy interesado por la europea (sobre todo francesa y rusa), japonesa y alguno que otro autor suelto por ahí, la poesía me mostraba otros senderos, otros caminos que iniciaba recorrer. No suelo leer un poemario, a menos que sea orgánico, de manera lineal. Recuerdo que conseguí una edición del libro Volumen de vida. Por el momento era el que más fácil podía llegar a mis manos, porque fotocopiar un libro de poesía no es mi estilo. Abro una de las páginas y caigo en este verso:

He caminado lo suficiente como para ser un puerto

Lo que hubiera iniciado como un simple trabajo de estudio para aprobar un mediocre curso, se convirtió en un gusto sustancial y armonioso ante un entorno desconocido hasta el momento. Se abrió ante mí un poemario con una visión del mundo poco común, distinta, versátil y social en su raíz más etimológica, pero sin caer en la argucia de avivar masas insensatas, sino invitando a la reflexión, al salobre requerimiento del intelecto.

Descubrí un poeta no convencional. Y que se entienda esto no en la temática, sino en la forma, en estilos y figuras. Si bien el juego verbal que se requiere en la poética es el de la indirección, este no tiene por qué ser tan hermético; se puede crear estados y momentos atípicos sin necesidad de que las imágenes broten a raudales incomprensibles. Beethoven Medina mide las palabras, las trabaja, las juzga necesarias e incorrectas, las contrae, las vierte en lápidas o flores, en estática o rebeldía. La poesía debe decir mucho en pocas palabras, y descubrí que muchas veces se necesita del corazón para ser entendida:

Cansado de seguirte Vida me emociono entre alamedas de eucaliptos 
Encerrado de mi mismo aleteo
Sobre un caballo plomizo acomodándome el pelo
siento que alguien jala mis dientes y se nubla la tarde

Muchos de los que argumentan ser poetas en esta parte del país, someten la creación a modelos tradicionales y ortodoxos, a creer que solo de tradiciones se puede hablar, buscando irónicamente la restitución histórica de la simplicidad. Nada más falso. La poesía es buscar nuevos medios para hablar de lo antiguo, o volver al origen para crear la novedad; originalidad que le dicen. Otros creen que la primera imagen, tal y como nace, sin orden o coherencia, es poesía. ¿Cómo haría un escultor sino figura la piedra, sino le da forma, sino la pule para darle vida? El poeta es artesano: busca una forma ideal para lo que escribe, aplica análisis, intelecto, razón. La poesía nace del inconsciente, de los intrincados pasadizos de la mente ambigua y voraz, pero es labor creadora brindarle un espacio, una lógica, un sentido. Es labor del poeta reestructurar sus imágenes, hilvanar los caminos, fructificar la esencia del poema hasta sentirlo libre y exacto. Es un proceso difícil, pero vital.

He observado en los textos de Bethoven ojo curioso, analítico, agresor. Un hombre que viaja y conoce el camino, cuando el movimiento no es necesario:

Sucede que recorro la ciudad sin moverme

porque la mirada transita por siempre aquello que solo una vez estuvo cuando la observamos con interés, con precisión.

Bethoven transita las calles siendo partícipe, no centro. La humildad como parte de un todo que nos permite ser algo, pero al que siempre podemos volver el rostro de manera irascible, se descubre en su poesía sin apuros. Esto lo menciono porque muchos creen que el lenguaje debe ser un interminable monólogo del ego. Argumentan que la poesía es un medio de liberación, y por lo cual un pretexto para ser ellos y no el arte, espacio para la burla, la vulgaridad, para buscar una intimidad que solo promociona el desencanto y la figuración, convirtiendo en espectáculo marketero lo que debe ser reflexión. Eso se denota en cualquier lado, en cualquier espacio frívolo e intolerante. Solo algo más: cuando hablemos de lenguaje, olvidemos los elementos de vanguardia que giran alrededor de imágenes sin sentido, vayamos al eje mismo de la poesía: la palabra.

Hemos nacido para ser más que cuerpo y normas que nos circundan

(de Volumen de vida)

El mérito del poeta no está en recrear, sino en crear; ya sea algo conocido o mera invención, pero al mismo tiempo confesarse y reaccionar, buscar el medio vital de la criticidad, ser un prototipo de inconformidad. El artista observa, analiza, planea y fecunda. Un artista sin motivación es un hombre hueco (dixi T. S. Eliot). El arte sin vida es solo una maqueta superficial; y sin intención, innecesario. Beethoven Medina ha sabido conjugar ambas cosas con precisión.

Compadécete de los vivos que lloran mientras subo las escaleras

(de Volumen de vida)

La primera vez que conocí a Bethoven Medina, conocí también al ser humano sin estereotipos ni poses que bien podría tener alguien con su talento y trayectoria. Dueño de varios premios y reconocimientos internacionales por su obra poética (y alguna narrativa, aunque él no quiera hablar de ello), me mostró cómo realmente debería ser un artista: humilde y respetuoso. Lastimosamente, en todo medio, endiosan la parafernalia, se olvidan totalmente del arte en sí. Se articulan pretextos para crear espacios donde una obra se juzga no por su contenido sino por cuántas ridiculeces haya hecho el creador. Por suerte, aún existen artistas.

El 2009, se realizaba la última Feria Internacional del Libro de Trujillo. Los organizadores permitieron que presentara mi primer libro de poesía, junto con los libros de otros amigos más. La emoción se nubló con la realidad: ¿quién tomaría en cuenta a un muchacho que se anima a publicar un poemario, sin ser meramente conocido en el medio cultural? Sin mucho análisis, descubrimos que por ese motivo buscamos siempre una persona que sirva de apoyo con su trayectoria. Ingenuamente le escribí a Bethoven, y fue más por respeto que por cualquier ánimo incluyente. Sin trabas ni miramientos, accedió, presentamos el libro, compartimos opiniones e iniciamos una amistad fortalecida en el arte y los proyectos.

Tengo pena de morir
porque sólo poseo este cuerpo devorado por los años pirañas de los años

(de Volumen de vida)

Que se entienda que este no es un estudio paralingüístico, protoplasmático, neoestructuralista; no. Es un viaje por nombres y memoria, palabras tratando decir algo sobre el trabajo de jardinero de alguien. La poesía no debería ser analizada por métodos y fórmulas temáticas que enarbolan el irrisorio argumento de la sapiencia; la poesía es espíritu y sentimiento, análisis y raciocinio, imagen e indirección, y desde este conflicto verbal debe ser visto.

No podría desmembrar un poema como si fuera una rana (incluso, no concibo la idea de desmembrar una); lo único que podemos y poseemos es nuestra capacidad para conmovernos, y ese debe ser nuestro único medio deliberante.

Un buen poema es aquel que te hace estremecer, mencionaba el genial Dylan Thomas, que a pesar de su hermetismo poético, destilaba emoción y vitalidad. Y pocas veces uno logra hallar esos textos, aquellos poemas que desnudan al ser y nos conmueven hasta los tuétanos. Esto me ha sucedido con poemas enteros, o versos solamente. Recuerdo la primera lectura de Y la muerte no tendrá dominio, volviendo a mencionar a Dylan: contundente; me conmoví leyendo Junto al cristal de Klaus Rifbjerg; volví a la soledad en el poema XVIII del Trilce vallejiano; quedé en ruinas con La ciudad de la muerte de Justo Jorge Padrón; me envolví en este verso de César Moro: El humo vuelve y se acumula para crear representaciones tangibles de tu presencia sin retorno. Y luego de todo, la humanidad vuelve a su curso. Digo esto, porque si me debiera quedar con un grupo de versos de Bethoven, serían estos, extraídos del poemario Cerrito del amanecer:

Niño:
en la sierra,
cuando te quemen la yema de tus dedos
y estremecido dictes una lágrima
desde tu profundidad,
comprende que la vida
es breve estación en la tierra.

Y es que Beethoven Medina no es solo un libro: es el trabajo paciente de una vida repartida en textos que son carne y aire girando alrededor de nosotros.

La poesía flota, hay que respirarla.

El Rey de California


Eduardo Valdivia Sanz

En uno de esos raros respiros que me concede mi hija recién nacida, pude sentarme a ver la tele por la noche y oh sorpresa, veo a Michael Douglas con barba copiosa, en el papel de Charlie, y a la chica guapa que salía en el film independiente, A los 13, Evan Rachel Wood, en el papel Miranda; en una comedia dramática; el Rey de California.

El film estaba empezado cuando encendí la tele pero rápido me enganché a la trama de la búsqueda de un tesoro de doblones españoles del siglo XVI en medio del cemento de un suburbio californiano. La trama corría ligera, fácil de digerir, sin grandes aspavientos cinematográficos y construida con planos sencillos y una fotografía urbana apenas sugerida, lo importante era mostrar la relación algo inusual entre un progenitor soñador y una adolescente que lleva una vida de hongo, por trabajar en un Mc Donadl’s, vestir una camisa roja y una corbata de payaso, supongo, con la intensión de agradar a comensales mal encarados y a un supervisor psicópata, de origen hispano, que revisa hasta debajo de las uñas de Miranda para sentirse quizá superior a la anglosajona que trabaja doble turno y aguanta los delirios de Charlie, que cree a pie juntillas que el mundo es un lugar diseñado para la diversión de las especies conscientes.

Es de admirar como cuando se concede libertad al director de plasmar sus ideas sin las interferencias de los focus group y todas esas chorradas de los estudios de mercado; se obtiene un cine íntimo, humano y sin todo ese plástico de las películas hollywoodenses.

Busquen la ‘peli’, no la pasarán mal y, por qué no, la felicidad tal vez si se encuentra justo al final del arco iris. No dudemos en alcanzar nuestros sueños; los sueños en los que no terminemos jodiendo a los demás, claro está, ni en los que habitemos en little pink houses en la tierra de los hombres donde casi son libres, como bien reza la letra de un tema de John Cougar Mellencamp.


jueves, abril 19, 2012

AL ESTE DEL PARAÍSO: Nueva exposición individual de Christian Bendayán

‘El curandero del amor’ (óleo-detalle)

César Ángeles L.

De niño las cosas se me habían puesto fáciles para apreciar
 la naturaleza. Tenía mucho tiempo para alejarme de la ciudad y
de mi círculo social. Y apreciar qué era lo que quería.
Por parte de mis padres nunca tuve censura ni prohibiciones de nada.
Lo mejor fue estar en la selva misma, apreciar la ciudad de
forma diferente, con cierta distancia…
 
¿Qué imagen más remota y hermosa de tu niñez viene en este momento? 

Una hermosa imagen: que desde la ventana de mi habitación,
cuando era niño, podía ver a las casas de vecinas que se bañaban al aire libre.

Christian Bendayán entrevistado por Luis Oropo, en:


Lo que hace Christian Bendayán (1973, Iquitos) tiene la relevancia de acopiar ideas, sensaciones, fosforescencia, vibración, creatividad, restos –despojos– culturales, y una serie de elementos de la tradición y cultura amazónicas (dicho esto en términos muy generales, lo sé, y no obviando que su eje familiar y cultural es principalmente la ciudad de Iquitos: capital de la amazonia peruana), y con todo ese bagaje gatilla su imaginación hacia lograr diversas obras plásticas de envergadura, así como volcándose en proyectos de carácter social. En esta última exposición, ‘El paraíso del diablo’ (curada por David Flores-Hora), por ejemplo, utiliza claramente, más que en otras ocasiones, su compromiso cívico y político con la historia y actualidad de Iquitos y la Amazonía en general. De ahí que la imagen que abría su reciente muestra fuese una impresionante foto-mural –y muy reveladora– acerca de la agresión política que representa el Estado peruano y sus aparatos (otrosí digo: gobiernos municipales, regionales, entre otros),  no solo contra la memoria de cada región, ciudad o pueblo de este país, sino, a la vez, contra todo proyecto de vida, individual y colectiva, signado por una dinámica interrelación entre pasado, presente y futuro. Dicha foto testimonia la destrucción –por Salomón Abensur, alcalde de Maynas, obviando las protestas colectivas y la  desautorización del Instituto Nacional de Cultura– del Palacio Municipal de Maynas (Plaza de Armas de Iquitos) y, consiguientemente, del histórico mural que allí realizara el pintor amazónico César Calvo de Araujo (padre del poeta César Calvo), “El Encuentro del Amazonas” (1963). Todo lo anterior pone en primera línea de debate (y de fuego) cuáles intereses y cuál proyecto de vida y sociedad se imponen desde el poder oficial en un país como este. Donde predomina la usura inmobiliaria o cualquier otro interés vinculado a las ganancias del gran capital, sobre cualquier tipo de consideraciones diferentes de memoria histórica, y de quienes formamos el verdadero Perú (como dijo el maestro González Prada).


‘El descubrimiento del amazonas’ (óleo-detalle)

Se trata también, quizá a la manera de José María Arguedas, de un testimonio desencantado del paso fugaz de este notable y joven artista peruano por compromisos administrativos y de gestión cultural, los que, de forma semejante al autor de la magistral novela El zorro de arriba y el zorro de abajo, lo llevaron a asumir la dirección del Instituto Nacional de Cultura (INC) en Iquitos. Una responsabilidad que, al parecer, al igual que a Arguedas y su paso por el Ministerio de Educación, o por la dirección de la Casa de la Cultura (1963-64) y del Museo Nacional de Historia (1964-66), le hizo constatar in situ la gran brecha y antagonismo entre los deseos y objetivos colectivos, que el propio Bendayán asume, y la grisura-ambiente que predomina entre pasillos, escritorios y cortinas del poder en el Perú: de espaldas a todo proyecto  realmente modernizador y democrático, con base social, como significa el origen de ambos términos en la tradición occidental. De ahí también la secuencia explicativa de fotos acerca de la torpe e indolente demolición del referido mural de César Calvo de Araujo, en el Palacio Municipal de Maynas, y que el artista salva, a  su manera, recreando aquel mural con el lenguaje pictórico que lo caracteriza. En su ‘El encuentro del Amazonas’ (2011), todo se carga de voluptuosidad y sensualidad plásticas, de la mano de la luz y motivos selváticos diversos, intensos, atravesados siempre por cierto drama y patetismo. Bendayán parte de dicho mural, en ruinas, reciclando los personajes y motivos originales, actualizándolos, con ironía crítica: por ejemplo, acerca del rol de las fuerzas militares, la religión cristina (y sus variantes evangélicas que dominan en la selva), la ambigüedad sexual, la naturaleza selvática, y otros elementos que el propio autor se encargó de enumerar y explicar en uno de los textos que acompañaban esta muestra.


  ‘Fila india’ (óleo)

Asimismo, en otro óleo de gran formato, ‘Fila india’ (2012), que en palabras del artista constituye la "representación contemporánea de la mujer amazónica" (entrevista en El Peruano), utilizó sendas imágenes de la historia amazónica: un paisaje que pintara el alemán Otto Michell de la capital loretana, con puerto, muelle, riqueza residencial en las orillas fluviales, así como una famosa fotografía de Rodríguez Lira de mujeres esclavizadas de la etnia Bora. En el cuadro de Bendayán, el paisaje de fondo se ha llenado de colores, yuxtaponiéndose aquellas dos imágenes. Sobre dicha parodia y mixtura, en suerte de ironía y celebración (o al revés), resalta claramente la fila de indias, pero que se ha trocado en una columna de jóvenes mujeres amazónicas, mestizas y citadinas, que mezclan maquillaje y vestuario a la occidental manera, en gesto y actitud sensuales, lúdicamente mirando a la cámara, y luciendo minifaldas que dejan ver, en sus muslos, los mismos tatuajes de la foto original de Rodríguez Lira. La historia de Iquitos (y por qué no del paisaje urbano peruano, Lima incluida) fue por este rumbo, parece decirnos este cuadro: suerte de mestizaje chirriante, de modernidad parcial y dependiente. 


El sueño’ (óleo)
Otros cuadros completan esta muestra, como aquel donde resalta un muchacho recorriendo un paisaje boscoso, con varios tonos de negro, entre  la contaminación proliferante de los ríos y tierras selváticos; o la del joven que dormita echado sobre unos precarios cartones, a pleno suelo, en ‘El sueño’ (2012); o aquel del shamán en diálogo con un personaje endemoniado o poseído, en ‘El curandero del amor’ (2012). Lo que permite dar cuenta de que en la obra de este autor se manifiesta una posición que oscila, hasta hoy con inteligente equilibrio, entre dos vectores. Primero, una mirada cómplice con los rasgos no siempre felices de una modernidad capitalista dependiente y parcial, en una ciudad como Iquitos, y su voluptuosidad ambivalente, de provocación y desborde sensorial y cromático; que se constituyen como rasgos arquetípicos del carácter de esta ciudad y del entorno amazónico en general. De forma contrapuesta, y complementariamente a ello, expresa la obra de Bendayán (y, como dije, también su trayectoria como activista cultural) una denuncia y crítica abiertas de algunos problemas sociales antiguos que se vinculan con el despojo, la discriminación, el maltrato, o simplemente el olvido de pueblos que, como los de la Amazonía, no han sido centrales en los retaceados proyectos modernizantes del Estado peruano, cuando hubo algo más que políticas extractivistas, como sucede hasta la actualidad: viejo síndrome de El Dorado reloaded. De ahí, también, el nombre y el texto central de esta exposición: ‘El paraíso del diablo’, tomado del libro con igual título, escrito por Roger Casement, uno de los primeros documentos que muestran la barbarie que se daba en la Amazonía durante la época del caucho).
Otras exposiciones suyas también han remarcado este movimiento entre ambas orillas, como su extraordinaria retrospectiva (e introspectiva) ‘Cristiano 1997-2004’, donde se apreciaba escenas familiares, muchas de ellas con aura de religiosidad, así como espacios de seres urbano marginales como travestis y enfermos de sida. Al respecto, en la entrevista citada del epígrafe, ha comentado Bendayán:
¿Qué pasó cuando pintaste ese cuadro de una madre con su hijo enfermo de Sida?
El chico murió al día siguiente. Estaba agonizando en ese momento. Ese cuadro estaba planeado para una serie, pero a mí me resultó la sesión de fotos muy dura y no pude continuarlo.
Para un público –y una crítica– ingenuo, una obra y un artista como Christian Bendayán podrían simplemente querer reproducir algo como la ‘marca-Perú’, en su variante amazónica-loretana, a nivel de la plástica. Tal perspectiva sería limitar y recortar este trabajo en sus rasgos más notorios, para un público no acostumbrado al ritmo ni paisaje de las ciudades y pueblos de la Amazonía. Sería también empobrecer la heterogénea propuesta de  Christian Bendayán y arrinconarla en una esquina pintoresca, que dista mucho de la riqueza de su obra y trayectoria. Sería como caracterizarlo en suerte del chef ‘gastón acurio’ de la plástica y la selva peruanas; o encasillarlo en un neocostumbrismo,[1] a la usanza de Ricardo Palma, quien –con todo su indiscutible genio– evitó expresar, en sus hilarantes y agudas tradiciones peruanas (más que nada limeñas y de la época colonial, en verdad), las diversas batallas y guerras que atraviesan la historia del Perú, que queda lejos del mito criollo-patriotero de ‘país pacífico y reconciliado’, como tantos intelectuales y políticos, con buena o mala fe, han querido imponer en el imaginario popular. El propio pintor lo ha precisado públicamente así, en la entrevista anterior:
No me gusta la obra de [Fernado de] Szyzlo. Es una obra de muy mal gusto, creo que no había tocado ese tema. Bien feo es tener un Szyzlo. Qué aburrido debe ser entrar a una muestra de Szyzlo. Aparte estamos en otra cosa. La gente que reflexiona en el Perú ya no son estos intelectuales de clase alta, que es lo que sucedía en los setentas; ahora somos los peruanos de todas las clases, los que nos damos cuenta y no tenemos esta mirada exótica del Perú antiguo. El Perú es más que eso. El Perú es más que agarrar lo andino precolombino y darle un corte europeo en la pintura.
Es cierto que la obra de Christian Bendayán muestra, con su refinada formación autodidacta como artista, la opción de nutrirse constante y apasionadamente de lo que su propio pueblo, y el entorno de Iquitos y la Amazonía, le han venido dando desde el primer día. De esto es bastante consciente Bendayán, como se lee aquí:
¿Tienes alguna frase en especial de guía?
“Más vale tarde que nunca”. Tal vez sea una forma de justificar mi producción artística, que a veces la siento muy anticuada. Siento que soy una especie de pintor clásico con la onda popular.
¿Tú un pintor clásico
Sí. Creo que el arte clásico es más popular que el arte pop. Querer ser populares mediante el pop es un poco absurdo.
Es cierto también que esta línea, en algunos, ha podido derivar en pop(ulismo), cuando se ha impuesto un gusto complaciente, que no mueve una fibra contra el poder, ni contra los valores y estéticas hegemónicas; y a pesar de que tantos puedan llenarse la boca (y el estómago) con afirmaciones sobre ‘la peruanidad’ o ‘lo andino popular’, mientras que evitan hacerse cargo, en los hechos, de las necesidades reales y urgentes de los pueblos del país: las mismas que explican las mil y un batallas contra la exclusión y un orden político aberrante en todos sus aspectos, en pleno siglo XXI. Lo cual, dicho sea de paso, puede naturalmente extenderse a otras semejantes batallas que libran los pueblos de todo el mundo, como él mismo da a entender aquí:

Hablaba con un amigo ayer y me decía: “La última vez que conversamos me dijiste que estabas harto de la Amazonía y que no ibas a pintar nada más, y ahora sientes que has hecho tu exposición más amazónica”. (Risas) Por ahora estoy con esto, no sé qué va a pasar pero no tengo la intención de abrirme mucho. Cada vez me queda más claro que mientras más hablas de ti o más te acercas a hablar de ti de una manera muy clara y objetiva, estás hablando de tu mundo y de tu tiempo. Creo que hablar de la Amazonía, de algún modo, es hablar del mundo entero en mi obra.

Entrevistado por Tilsa Otta, en:

Hasta ahora, Christian Bendayán ha sabido moverse entre las dos líneas de su trabajo, como se ha explicado antes. Un artículo como este solo pretende aplaudirlo, ubicarse de parte de sus ideales y objetivos transformadores, a la vez que contribuir a resaltar su fuerza y poder imaginativos que, siendo originalmente verdes, tiene(n) toda la capacidad y condiciones para agitar otros colores de la paleta de su imaginación cuando sea el caso. Así parece entreverlo el propio artista en estas declaraciones: ‘Tengo una tabla pequeña de palo sangre, una madera roja, que tiene en bajo relieve mi nombre. Me la regaló mi madre cuando era niño. Creo que representa muy bien mi personalidad’ (en De boca, En boca: Lima, 2012). Todo dependerá de su proceso ideológico, su práctica cotidiana, y su revolución personal, de la mano de aquellas mayorías que lo nutren y, de algún modo u otro, lo acompañan, lo que orientará sus creaciones, las muchas por venir, en tiempos convulsos como los que vivimos. Donde los colores han de ser cada vez más importantes y definidos, y algunos también perseguidos, qué duda cabe.

Christian Bendayán. Representó al Perú en la Bienal de Mercosur 2001 en Porto Alegre, Brasil, también en la Bienal de Sao Paulo-Valencia, en España  el 2007 y en la Trienal de Chile se presentó una retrospectiva de su obra en el Museo de Arte Contemporáneo de Santiago en el 2009, y el 2011 en la Bienal de Curitiba en Brasil. En el año 2004, su obra formó parte de la muestra Pintura Peruana Contemporánea del Siglo XX, en Sevilla, España, y en Resistencias en la Casa de América de Madrid en el 2001. El año 2000, obtuvo el Primer Premio en el concurso nacional de arte Pasaporte para un Artista otorgado por la Embajada de Francia en el Perú. El año 2004, el Museo de Arte del Centro Cultural de San Marcos realizó una muestra retrospectiva de su obra,  y en el 2010 le encargaron realizar murales de gran formato para el aeropuerto de la ciudad de Iquitos. Asimismo, destaca su labor curatorial en las exposiciones ‘La Soga de los Muertos’ y ‘Poder verde’ I y II, que nos permitieron conocer el trabajo de artistas urbanos de la selva como LU.CU.MA, Brus Rubio, Ashuco o el colectivo La Restinga, y destacar el arte del maestro Pablo Amaringo.


ENLACES RECOMENDADOS:


[1] Tal si fuese una especie más de aquella ‘versión tan básica del optimismo nacional construida desde la filosofía del Perú como marca, no como nación’. Es decir, de un optimismo epidérmico, según comenta críticamente Juan de la Puente, en su artículo “Muere Vallejo, muere” (La República: 15 de marzo de 2012), a propósito del dislate de Diego de la Torre, articulista de El Comercio, cuando, a propósito del aniversario 120 del nacimiento de César Vallejo, publicó que este ‘influyó de manera negativa en el subconsciente colectivo de los peruanos. Por ejemplo, uno de sus famosos poemas empieza con la frase ‘yo nací un día en que Dios estuvo enfermo’” (en “Vallejo, Ribeyro y Montaigne”: marzo 2012). Son cosas de las mal llamadas élites en el Perú, y sus impresentables intelectuales orgánicos.

lunes, abril 16, 2012

Piura, la Ciudad Pollería


Inauguración de Crisol en Piura; diciembre de 2007. Fotografía: Josué Aguirre

Josué Aguirre

Mientras unos celebran el boom comercial de la ciudad[1], algunos pocos echamos de menos las otras maneras. Está bien; tenemos cuatro centros comerciales inmensos, pero en ellos no se ve otra cosa que no tenga ya la avenida Grau. Y hasta parece mentira que hace unos cinco años la librería Crisol abrió sus puertas en Piura (a cuya inauguración asistió hasta el obispo). Cuando cerró, nadie la extrañó.

Así, pues, el desarrollo económico de Piura opacó rotundamente al desarrollo cultural. Cinco años atrás, en el 2007, vivíamos un periodo de boom cultural con la “guerra de las editoriales”, con más de treinta libros presentados; cuatro revistas literarias derrochando periodicidad e  instituciones privadas que no dudaban en comprometerse con la cultura. Pero duró poco. Para el 2008 todo se vendría abajo. El año arrancaría en tragedia cuando se incendió un espacio de reunión cultural llamado “Art Rock” (¡jamás se recuperó!). Luego, la Orquesta Sinfónica de Piura se declaró en quiebra, el Banco Continental cerraría su galería de arte para construir más oficinas. La Municipalidad clausuró la sala de exposiciones del Museo Vicús  para convertirla en un centro de atención al cliente. La construcción de la pinacoteca se estancó. Las editoriales no hicieron sombra de lo editado el año anterior y las publicaciones literarias empezaron a desaparecer.

El panorama cultural se mantuvo estático desde entonces. A fines de 2010 celebrábamos el merecido premio Nobel que nos trajo Vargas Llosa y por ahí alguien[2] se animó a publicar un libro de citas del autor sobre Piura. Sin embargo, en la Ciudad del Eterno Calor, ni de casualidad se abrió una librería nueva. Por el contrario, la novísima pollería Las Canastas enloquecía a los piuranos en el recientemente inaugurado Open Plaza. Tiempo después de abrió Real Plaza y, al año siguiente, Plaza de la Luna. Pero en su lista de franquicias no apareció ningún comercio de libros. Por otro lado, en los últimos meses se presentó dos obras de teatro de excelente factura, pero el público fue escaso en comparación con el que abarrotó los conciertos de Adolescentes y Wachituros.

La botica Felicidad ahora abre un nuevo local frente a otra botica Felicidad, que queda al costado de Inkafarma, al ladito de boticas Arcángel, atrás de BTL, cerca de Fasa y MiFarma y Boticas y Salud. Caray, puede que no sea culpa de los boticarios que en Piura haya tantos enfermos; como tampoco es culpa de los vendedores de motos que Piura necesite más motos y mototaxis; o de los que administran las ópticas, porque necesitamos más locales la avenida Sánchez Cerro, sobre todo uno al costadito de otro, porque capaz que somos tan cegatones que si nos ponen una óptica en la calle Libertad nunca la veríamos.

Pero, repito, no es pecado que los comerciantes atiendan al público en su salsa. Lo que sí debería condenarse es que entre todos estos negocios de república bananera no haya ni si quiera una sola alternativa cultural alturada.

Se dice comúnmente que somos creativos y, si lo demostramos con combinaciones tan maravillosas como pollería + televisor 52’/ moto + delivery de farmacia / farmacia + rifa de televisor, ¿Por qué no somos capaces de combinar la cultura con el comercio? 


[1] O también Ciudad Botica y Óptica y Tienda de motos.
[2] Víctor H. Palacios Piura en Mario Vargas Llosa y su obra Pluma Libre, 2011.