miércoles, mayo 20, 2015

LA MARGINACIÓN POR EL IDIOMA


Teodoro Sánchez Nizama

Recuerdo siempre lo que July, una alumna ancashina, contó en una de mis clases universitarias: ella y su hermana eran abofeteadas por su madre, cada vez que las descubría hablando quechua a escondidas. La razón era tan real como dolorosa: no quería que sintieran la humillación y el desprecio que ella había sentido por ser quechuahablante; sin embargo, a pesar de las reprimendas de su madre, July supo preservar su lengua de la que se sentía orgullosa. Defendía con entusiasmo su idioma y la libertad de poder hablarlo sin sentirse menos: “Hay sentimientos que solamente puedo trasmitir en quechua, en castellano es imposible”, me decía. Definitivamente, no le faltaba razón.

El lenguaje ha sido para el hombre un factor determinante en el progreso socioeconómico y en la evolución del pensamiento, desde lo mágico hasta lo científico. A través de él, el ser humano ha desplegado el cúmulo de su experiencia colectiva a lo largo de toda su existencia. El lenguaje evidencia, en palabras y frases, el producto de la actividad del hombre; es por tanto, la envoltura de su pensamiento.

No obstante, la insurgencia ideopolítica y mágico-religiosa de los pueblos discrepantes entre sí, determinó que se crearan parámetros histórico-sociales en torno al uso libre y democrático de las lenguas. Se fijaron las facultades de uso de ciertas lenguas y la prohibición de otras.  Esta jerarquización social de unos idiomas en desmedro de otros, encontró asidero en la instrumentalización del lenguaje, que fue perdiendo su carácter expresivo y creativo y sirvió para la elaboración de clichés que fueron bloqueando el subconsciente de los más débiles, para reforzar y desencadenar el afán de dominación de los fuertes. Esta es la razón por la que, hoy, muchas lenguas permanecen en el aislamiento y quienes las hablan, en el olvido.

Así como el uso de un mismo sistema lingüístico dentro de una sociedad permite la interactuación de sus miembros, las diferencias dialectales (variantes espaciales de una lengua), acentúan la estratificación social. En el nivel lingüístico más bajo, están los hablantes inconfundiblemente rústicos o incultos que no usan en absoluto la forma estándar. La estandarización de las formas lingüísticas en cualquiera de sus niveles (fonológico, morfológico, sintáctico y léxico) obedece a la aceptación social de una manifestación lingüística y el rechazo de otras. Esto revela cómo una lengua puede ser sistema de integración social, a la vez que un elemento de segmentación y segregación.

Las diferencias idiomáticas y diatópicas existentes son una clara evidencia de la riqueza lingüística de una sociedad como la nuestra. Sin embargo, también son poderosos mecanismos de  discriminación que bloquean y eliminan la posibilidad  de comunicación entre los grupos étnicos, dificultando el intercambio de experiencias, y truncando la integración de los pueblos lejanos y de las zonas marginales, usuarios de lenguas menores o niveles no estándar. Estas barreras lingüísticas ahondan la crisis social, ya que facilitan la permanencia de grupos aislados, desintegrados e incomunicados. 

martes, mayo 19, 2015

Cosme Saavedra y “Deicidio junto a las rosas”

Cosme Saavedra, narrador piurano que está compitiendo en el XIX edición del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, en esta entrevista nos brinda detalles de su libro “Deicidio junto a las rosas”. Una novela prometedora por su técnica y por la forma de abordar la temática. Una entrevista realizada por Ricardo Ayllón en la que también habla de matemática y su pasión escritural. 


¿SATURNO DEVORADO POR SUS HIJOS?

Sobre si las máquinas amenazan a los libros

Víctor Hugo Palacios


Víctor Hugo Palacios Cruz

Fragmento de conferencia impartida en la Universidad Católica Santo Toribio de Mogrovejo de Chiclayo, el jueves 23 de abril, con ocasión de los veinte años de la declaración del Día Mundial del Libro por la UNESCO. 

Como se dijo antes, a nuevos lectores nuevos autores. La estrechez del sms o Twitter no ahoga sino que abre nuevas formas de poesía. Aunque hay que decir que el haiku japonés se adelantó por unos siglos. Lo nuevo es la reformulación o tal vez la disolución del autor. Por ejemplo, los fanfictions, o relatos construidos a varias manos por internautas. Los soportes en línea y sus interacciones crearán inéditas estructuras narrativas. De momento, dice Lorenzo Soccavo, “son aún difíciles de discernir, pero creo que pueden vislumbrarse en el universo de los videojuegos multijugador y en los universos en 3D del tipo Second life”. La edición digital seguirá la narrativa transmedia del relato “globalizado”.

Sin duda, la digitalización favorece unos géneros y perjudica otros. Las ediciones de material fragmentable –diccionarios, enciclopedias, atlas, gramáticas– se adaptan sin resistencia a esta inmersión de textos en masas de unidades que se leen de manera incompleta y discontinua. Estos son los primeros libros que sin remedio dejarán de imprimirse. Influidos por los blogs, diarios, redes sociales y otros medios, son cada vez menos, en cambio, los que se avienen a leer de largo ensayos y novelas, los formatos más vulnerables en la era de lo virtual.

Por último, las nuevas generaciones leen y a la vez escuchan música o tienen una red social abierta. Lo que obliga a los escritores como a cualquier creador audiovisual, a puntuar sus obras de segmentos separables y sobresaltos calculados para aumentar el interés. No se piensa más en un lector fiel y paciente, sino en un receptor con cada una de cuyos estímulos circundantes es inevitable competir. La prosa virará hacia lo llamativo, breve e inconexo.

Y mientras la nueva literatura se toma su tiempo, la industria editorial no cesa de poner en el mercado más títulos cada año. La predicción de Bill Gates está lejos de cumplirse. Recordemos que el rollo coexistió con el códice hasta el siglo X. Por cierto, la imputación que se hace a los libros de deforestar la Tierra al usar papel fabricado con celulosa es en parte injusta e interesada: cada vez se emplean más insumos reciclados. Por el contrario, la sospechosa obsolescencia de los aparatos electrónicos levanta montañas de chatarra cuyos metales calcinan el aire y los suelos.

Una curiosidad. El fin del libro no es un debate exclusivo de este tiempo. En 1831 Alphonse Lamartine escribía: “el pensamiento se expandirá por el mundo a la velocidad de la luz, concebido al instante, instantáneamente escrito, entendido de inmediato. Cubrirá la Tierra de un polo al otro: súbito, instantáneo, inflamado del fervor del alma que lo alumbró. Será el reino de la palabra humana en toda su plenitud. El pensamiento no tendrá tiempo de madurar, acumularse en la forma, morosa y tardía, de un libro. Hoy el único libro posible es un periódico”. En 1889, tras el invento del fonógrafo por Thomas Edison, Philip Hubert anunciaba que “muchos libros y relatos no se darán nunca a la imprenta, sino que llegarán a manos de los lectores –mejor dicho, los oyentes– en forma de fonogramas”. Las fonotecas reemplazarían a las librerías y los narradores orales ocuparían el lugar de los escritores. “Las damas –decía Uzanne– ya no dirán, al hablar de un autor de éxito: ‘¡Qué gran escritor!’, sino que temblando de emoción suspirarán: ‘¡Qué voz tan seductora y emocionante tiene este narrador!’” Sin embargo, el libro sobrevivió al periódico y al fonógrafo, y posteriormente al cine y la televisión.

Pienso que un criterio útil para entrever el futuro es discernir entre el libro como objeto encuadernado, y el acto de leer. Seguiremos leyendo, sin duda, aunque el acto de leer se deshilache en incontenibles pulsiones cognitivas o sensitivas. La cuestión es si el significado intelectual y emocional del libro será suficiente para justificar, primero, la conservación de los que ya existen, y segundo, la producción y compra de nuevas unidades. Desde luego, su desaparición no es inminente, pero tampoco totalmente imposible.

Escribe Julio Ramón Ribeyro: “el amante de los libros no aspira solamente a la lectura sino a la propiedad. Y esta propiedad necesita observar todas las solemnidades, cumplir todos los ritos que la hagan incontestable. El amor a los libros se patentiza en el momento mismo de su adquisición. El verdadero amante de los libros no tolera que el expendedor se los envuelva. Necesita llevarlos desnudos en sus manos, irlos hojeando por el camino, meter los pies en un charco de agua, sufrir todos los trastornos de un primer encantamiento. Llegando a su casa, lo primero que hará será grabar en la página inicial su nombre y la fecha del suceso, porque para él toda adquisición es una peripecia que luego será necesario conmemorar. Con el tiempo dirá: 'Hace tantos años y tantos que compré este libro', como se dice: 'Hace tanto tiempo que conocí a esta mujer'”.

Sigue Ribeyro: “el amante de los libros no puede frecuentar las bibliotecas públicas. El acto le parecerá tan humillante y pernicioso como visitar las casas de tolerancia. Los libros puestos a disposición de la comunidad son libros indiferentes, son libros fríos con los cuales no nace un acto de verdadero amor, no se crea una relación de confianza. […] Hay gente, sin embargo, que solo lee en las bibliotecas públicas y esto revela, en el fondo, una profunda incapacidad para amar. Un libro leído y amado es un bien irreemplazable. [...] Cada libro es una amistad con todas sus grandezas y sus miserias, sus disputas y sus reconciliaciones, sus diálogos y sus silencios. Al releer estos libros –el amante es sobre todo un relector– irá reconociendo sus horas perdidas, sus viejos entusiasmos, sus dudas inútiles. Un libro amado es un fragmento de la vida. Perdido el libro queda un vacío en la memoria que nada podrá reemplazar”. Finalmente, “un libro, para ser amado, necesita poseer otras y más delicadas cualidades. Necesita, en realidad, un mínimo de decoro, de gusto, de misterio, de proporción; en suma aquellas cualidades que podemos exigir, discretamente, en una mujer. Por esta razón es que entre las mujeres y los libros existen tantas secretas correspondencias. Hay libros que terminan su vida solitarios, que jamás encuentran un lector. Hay lectores que jamás encuentran su libro”.

Creo que el libro seguirá existiendo en tanto sigamos apreciando ciertas condiciones que no son exclusivas de los libros. En particular, la identidad y la índole irrepetible de las personas y las cosas. No es casual la reacción de varias editoriales al rivalizar con el formato digital acentuando las propiedades sensibles del producto: la superficie del papel, el aspecto rústico o artístico, la calidad de sus imágenes, la portada acariciable. En una feria del libro en Londres en 2013, Neil Gaiman declaró que “una de las cosas que deberíamos hacer es libros más hermosos, más delicados”. Deberíamos “transformar los objetos en fetiches, dar a la gente una razón para comprar objetos, no solo contenido”.

Pienso que para que un ejemplar sea atesorable no hace falta que sea adrede ornamentado. Hace falta que se introduzca en nuestra rutina de seres sensibles a las señales de semejantes que nos hablan desde otros lados; hace falta que aún queramos descubrir nuestra propia voz. Que un volumen arraigue en la memoria y la intimidad nunca obedecerá a una prescripción industrial. Quizá su apariencia atractiva sea un inicio. Pero nada lo hará más humano que su envejecimiento junto a nosotros. Hasta la imperfección del subrayado que revela una circunstancia –el trazo violento de la euforia, la línea torcida por la marcha del bus– hacen del impreso más humilde un monumento personal. Las máquinas se malogran o caducan y sus datos migran a otros receptáculos; nos aterra aun el llegar a perderlos por un desperfecto, un virus o una incompatibilidad de software. El libro es diferente, como lo es un suceso, una experiencia. Como todo lo que ocurre solo una vez.

Un e-reader puede ser cualquier publicación, género o información; cualquier libro, bueno o no, bello o útil, nuevo o viejo, favorito o no; un diario, un mapa, un cuento. Pero para que sea todo ello es necesario que en principio no sea absolutamente nada. En cambio, un libro impreso solo puede ser lo que es y nunca nada más. He ahí su valor: su naturaleza única e intransferible. En un universo de neurótica mudabilidad en que la intermitencia, la renovación y el estreno –rasgos de la sociedad de consumo– permean nuestras vidas –por ejemplo, a través de la adicción a las cirugías estéticas–, lo persistente se vuelve cálido y fiable en el seno de una sociedad líquida, como diría Zygmunt Bauman.

La virtualidad es inasible e ilimitada. Como lo es el espíritu. Por ello, nada como él necesita dramáticamente de una superficie o raíz que lo implante en el mundo dotándolo de la irrefutable materialidad. También los recuerdos exigen huellas, cofres, símbolos. Sin asideros que se aferran, erramos como un puñado de bits rumbo a la papelera o la chatarra.

lunes, mayo 04, 2015

PEQUEÑA MUESTRA DE FAUNARIO GENERAL



Cosme Saavedra


Lagartija Sol

REPTIL DE OBLONGO LINAJE. El desierto escarcha la escafandra de la vida. Pone huevos frágiles en los montículos del abandono. No es una rama dorada que se arrastra bajo el sol, simplemente corre y se enfrenta a la hostilidad del verano. Garras enhiestas, cabeza de lanza y la lengua siempre bípeda, musical, como una lámpara en un océano terroso. Bruja bella que vuela en los escombros arrastrando la cola cenital. Siempre verde, anaranjada, pétrea. No se desnuda como serpiente si tiene buenos brazos para hacerlo con estilo, las escamas corren como un río de esmeraldas. Larga, tan larga y extrema al sol, no es una simple baratija de los arenales. Es un dinosaurio desquiciado. Se avienta de los árboles, corre a través de las cuevas. Quiere acabar con la camisa de fuerza que no la deja hacerse dueña del mundo. No es una larga escalera imbricada de gruñidos. Es una aborigen que construye su palacio de arcilla en el corazón del estío.


Chununa Apu

SIRENA DE AGUA DULCE, así con tu cabello blondo, con tus poderes mágicos, hundiéndote en los puquios, en las altas desolaciones. Maternal, adoptando animales desamparados. Bello ser que teje su tristeza con las algas y el fitoplancton de las bocanas nocturnas. Guardiana del tesoro de los gentiles, de los palacios perdidos entre los alisos y los arrayanes. A orillas de los arroyuelos, lava sus cabellos bruñidos repletos de caracolas como cornamentas de nácar. Busca el amor en los ojos de los matorrales, en las cascadas de hielo. Quiere vivir en la luna, se arrastra hasta los árboles y besa las hojas como si fueran las manos de un viejo amor. Ah, Chununa, sirena atrapada en los andenes, eternamente triste, bella como una princesa antigua disputada por los quechuas, que prefirió hacerse pez que traicionar su linaje púrpura. Hermosa criatura tallán que juega con las almas del limbo, hermana de la lluvia y de las estrellas fugaces que caen en el corazón de la neblina.

lunes, abril 27, 2015

EL DILUVIO DE ROSAURA ALBINA

Portada de la novela

Ricardo Ayllón

Si hiciéramos un rápido cálculo cronológico, podríamos decir que Fernando Cueto (Chimbote, 1964) se inició tarde en la literatura; su primer libro, el poemario “Labra palabra”, apareció en 1999, cuando el escritor frisaba ya los 35 años, edad que resulta en apariencia extemporánea para comenzar a publicar. Pero afirmamos con justicia que lo es en apariencia, pues a la hora de aquilatar su obra no hay duda de que Cueto hizo bien en esperar, y que los inicios literarios no requieren de reglas ni cuantificaciones.

Luego de ese primer libro, su trayectoria no ha podido ir mejor: en 2001 publica el poemario “Raro oficio”, pero es en la narrativa donde revela mejores aptitudes artísticas; luego de dos buenas novelas inaugurales, “Lancha varada” (2005) y “Llora corazón” (2006), obtiene el segundo lugar en el Concurso de Novela Política Premio Pasacalle con “Días de fuego” (2008), y gana contundencia cuando en el 2011 triunfa en la Bienal de Novela Premio Copé con “Ese camino existe”, publicada un año después. 

Luego de la breve “Los Chuchan Boys” (2012), su más reciente libro es la voluminosa novela “El diluvio de Rosaura Albina” (Santuario – Municipalidad de Nuevo Chimbote, 2014) que, según nuestra apuesta, es su más lograda arquitectura narrativa. Quizá algunos estén en desacuerdo con lo dicho debido a que el contenido resulta ‘menos serio’ respecto de la ‘importancia’ de un tema político como el tratado en “Ese camino existe”; pero es imposible negar que el vuelo técnico y el resultado artístico son realmente superiores.

Lo afirmamos porque lo primero que resulta difícil en un proyecto de tan ambicioso volumen (597 páginas) es mantener en vilo al lector, y el tratamiento de esta historia definitivamente lo logra. Además de resultar llamativo y provocador con el tema planteado, el manejo es de una destreza tal que uno avanza con gusto en los entresijos de las vidas de sus personajes. Junto a ello, es admirable la pertinencia de la riqueza verbal, el léxico y los nombres sonoros, la adjetivación constante y audaz, las imágenes ocurrentes y la preferencia por la hipérbole, aquella figura literaria que permite alcanzar mejores efectos cuando (como aquí) es correctamente usada.

No pocas de estas características son particularidades estilísticas del realismo mágico (forma de escritura en la cual se ha insistido en contextualizar a la novela), pero si insistiéramos en ubicar el libro en ese parámetro, seríamos injustos pues olvidamos que su propuesta trae la novedad de un lenguaje más fresco y actual, permitiendo que nos compenetremos con el contenido como si nos estuvieran narrando (oralmente) la historia e invisibilizando al escritor, arte difícil de alcanzar. Para ello el autor ha hecho gala de todas las armas técnicas posibles: frecuentes mudas espaciales y temporales, saltos cualitativos, subtramas de apoyo, etc., práctica que ya había mostrado en “Días de fuego” y que aquí ofrece con mayor sutileza.

La protagonista de la historia es Remedios Beteta Coralillo, una muchacha que –perdidamente enamorada– huye de su casa a los 15 años y asume su condición de prostituta con valentía, en una correntada de tropiezos y logros que le permiten madurar y aceptar con orgullo sus designios; sucesos estos que forman parte de un contexto mucho mayor, el de la actividad de prostitutas de talla mayor (Rosaura Albina, la Huaracina; Altisidora Bustillos, la Española; Gioconda Espejo, la Jorobada; Magnolia Aparecida, la Cubana), madamas fundadoras de los primeros burdeles de Chimbote, cuyas enlazadas existencias ocasionan un verdadero ‘diluvio’, arrastrando consigo las intensas vidas de esos magníficos antagonistas que son el doctor Serafín Beteta y Angustia Remolinos, y de aquellos entrañables personajes secundarios como la Paloma, la Sabihonda o la Koki. Con tan inquietante argumento y ese mítico paisaje chimbotano salido del estupendo pulso de Cueto, “El diluvio de Rosaura Albina” quedará en el escaparate de lo mejor de la narrativa nacional.