martes, diciembre 18, 2007

La lucha contra el invierno y la dictadura de las hojas muertas

Fabián Bruno

Más que un testimonio personal me enfocaré a dar un testimonio colectivo de unos jóvenes imberbes que un día decidieron dedicarse plenamente a la escritura y “luchar contra el invierno y la dictadura de las hojas muertas”, como poetiza José María Gahona en su poemario “Transparencias”.

El año 2002, en julio, vio la luz la revista literaria Café de Artistas, revista del círculo literario homónimo. Éste estaba conformado en su totalidad por estudiantes de Lengua y Literatura de la Universidad Nacional de Piura, que buscaban un espacio dentro de ella. Fue dirigido por José Lalupú e integrado por Fernando Silva, Sophía Sánchez, José Carlos Zapata y Charles Purizaca. Y este Café de Artistas estuvo lleno de bonitos símiles, como la poesía y […] de aleccionadores, de sobrecogedores hallazgos. El café de artistas es un lugar de eterna tertulia, un nido de poetas flacos y espirituales, de editores exigentes y pintores silenciosos que aplastan las colillas contra el mármol de las mesas. Cada quien fraguando su próxima ficción. Mucha bohemia claro está, tal como apunta el editorial de la revista, en claro homenaje a Camilo José Cela.

Meses después, se unirían a este grupo Yojany Mogollón y el que redacta estas líneas, siguiendo también Dany Cruz Guerrero. Nos integramos y soñamos con la próxima edición de la revista, que aún duerme en los archivos del computador de uno de los miembros del grupo y que jamás se publicó por un sinnúmero de situaciones que aplazó indefinidamente la revista N° 2. Cabe anotar que en ésta se encontraba un trabajo de Javier Vílchez y otro de Cosme Saavedra.

Pero mucho antes, de esta revista fallida, el año 2003 se conformó en la facultad de Educación de la Universidad Nacional de Piura, un taller de literatura que estuvo dirigido por Houdini Guerrero, narrador, mago y editor de Sietevientos. El mes de setiembre de ese año se publicó el primer número (N°o) de la revista del taller, que había adoptado el nombre de Aula 34, en alusión directa al aula donde solíamos reunirnos los integrantes del taller. El Aula 34 era un nuevo espacio para la literatura y los jóvenes Sophía Sánchez, José Lalupú, Yojany Mogollón, Fernando Silva, Dany Cruz Guerrero, Charles Purizaca, Edgar Bruno (Integrantes de Café de Artistas), Reynaldo Cruz}, Henry Córdova (integrantes de Intillaqta, otro novísimo grupo literario de la UNP), Javier Vílchez, Harrinson Talledo, Antonio Navarro y otros.

La Santísima Orden 34, en noviembre del 2004 publicó su segunda revista (N° 1) con ilustraciones de Luis Ordinola; daba a conocer trabajos de Fernando Silva, Javier Vílchez, Dany Cruz Guerrero, José Lalupú, Charles Purizaca y Edgar Bruno; cerrando con esta segunda publicación una etapa fructífera y renovadora para la literatura juvenil piurana.

Este mismo mes, la consagrada revista de literatura Sietevientos, en su publicación décimo primera, daría a conocer los trabajos poéticos de Fernando Silva, Dany Cruz Guerrero[1] y Edgar Bruno, así como una pieza narrativa de Javier Vílchez. Posteriormente, en la entrega décimo segunda y décimo quinta, se publicaría las narraciones de José Lalupú.

Justamente por estos y anteriores meses del 2004, los integrantes de Café de Artistas, conocimos al colectivo artístico Los Ángeles del abismo, de Sullana y de intensa vida cultural. Nos reuníamos con Ricardo Musse, César Gutiérrez, Cosme Saavedra y Luis Ordinola y con ellos compartíamos mucha poesía y los infaltables ceviches de caballa, preparados por las poetas – musas Sophía Sánchez y Yojany Mogollón. También solíamos reunirnos con David Perea y Angel Hoyos, principales gestores de Tacreli (Taller de Creación Literaria) de la universidad de Piura y que sería el embrión mayor de Magenta, actual grupo literario de esta casa de estudios. De esos encuentros, de esas horas perduraría una amistad inigualable. Con Los Ángeles y los Tacreli[2], planeamos algunas publicaciones, pero jamás, por diferentes causas, conocieron el mundo real.

Tiempo después, cada integrante de La santísima Orden 34 cogió nuevas rutas, sólo algunos, Los Otros, se reunían gustosos en una vieja plazuela del centro de la solar Piura. Esta plazuela no es otra que la Plazuela Merino y serviría dar un lugar en le mundo a esos poetas vagabundos, desheredados de la belleza de la cuidad, parafraseando a Carlos Oliva. Nos convertimos en un nuevo y sólido grupo literario que heredaría la tradición de los grupos literarios juveniles de estas tierras. Así nació Plazuela Merino, que lejos de ser un grupo de poetas huascas es una camaradería sui generis.

En noviembre de 2006, dos años después de la última revista de la Santísima Orden 34, se publicaría el primer número de la revista Plazuela Merino, con motivos inflamarios, antiburgueses, callejeros y, en menor grado puros. Los cómplices de este asalto son: Reynaldo Cruz, Henry Córdova, Javier Vïlchez, Dany Cruz Guerrero, Lúber Ipanaqué y Edgar Bruno; también recoge los trabajos de Teófilo Peña y Ricardo Musse (invitados para esta publicación).

Ya para esta publicación varios integrantes habían ganado juegos florales y premios literarios diversos. También se había publicado la plaqueta Desencuentro (setiembre, 2003) de Dany Cruz Guerrero; el poemario Hostia Sideral (Noviembre, 2005) y la plaqueta Epístola los transeúntes (primavera del 2005) de Lúber Ipanaqué; el libro de cuentos Sorpresa (febrero, 2006) de Javier Vïlchez; la plaqueta Suicidas Aedos (Agosto, 2005) que reúne los trabajos de Reynaldo Cruz, Jorge Dávalos y Lúber Ipanaqué; y, por último, Borgoña (octubre, 2006), plaqueta de Reynaldo Cruz.

Este es un recuento (2002 -2006) del itinerario de un grupo de jóvenes poetas que se volcaron a la ciudad, al mundo para agotar sus palabras (Javier Heraud) y llegar al mar con la sola alegría de [sus] cantos (Luis Hernández).

[1] También, un trabajo suyo aparece en Sietevientos 15.
[2] Justamente con David Perea, Angel hoyos y Eduardo Gonzales, amigo que no integraba Tacreli, preparamos la fallida publicación de la Revista Café de Artistas Nº 2.

Foto: Los Tacreli y los Cafés en la casa de Eduardo Gonzales

lunes, diciembre 10, 2007

MERCEDES... in memóriam

Lúber Ipanaqué

1

Mi madre fue campesina.
En el crepúsculo sus ojos se tornaban como las
aguas del río Ucayali.
En el ocaso amaba el vuelo de las garzas.
Nunca dio su corazón a la sonrisa de las flores.
Ni su amor a las serpientes del camino
como los hombres suelen darse a la traición y
a la barbarie.
Pero una tarde- o noche, no recuerdo-
el tiempo no hizo diferencia entre la sonrisa de sus labios
y la contaminación de su sangre derramada por su cuerpo.
Se quedó cautiva de dolor y presa de miedo como una
mariposa en las manos de un niño.

2

Mi madre también amó el crepúsculo.
Muchas veces la vi sentada en la orilla del río
y tomándome la mano me decía: “¿Ves esos pájaros? No, no.
No son garzas, es un ángel. Debes aprender a
mirar con el corazón, vida mía.”
Y amó los vientos que refrescaban su memoria.
Mas ahora que agoniza
y es como el ocaso a punto de ocultarse y
la tarde corre el peligro de morirse con ella,
debe soñar- como dices, Juan Cristóbal-
con el árbol de guanábana que plantamos en
la huerta de la casa
(antes de mi viaje hasta Piura, tenía 11 años)
para calmar la lluvia que cae en el cielo de sus hijos o
la inmensa desolación de nuestras almas.

Los "dolores morales" de Santiváñez

Javier Ágreda.
La República, Lima 02/09/06

El último poeta maldito
El escritor piurano Róger Santiváñez ha reunido toda su obra poética en el libro Dolores Morales (Ed. Hipocampo). Fue fundador y líder del polémico Movimiento Kloaka.


Sinuoso y difícil es el camino recorrido por el poeta Róger Santiváñez desde su Piura natal hasta Filadelfia (EEUU), donde actualmente reside. Entre ambos extremos está su larga permanencia en Lima, que lo convirtió en uno de los más notorios representantes de la poesía urbana, bohemia y marginal. Santiváñez acaba de publicar el libro Dolores Morales. Selección de poesía 1975-2005 (Hipocampo, 2006), en el que reúne casi todos sus poemarios completos, además de una gran cantidad de textos inéditos o recuperados de plaquetas y revistas.

Educado en un colegio jesuita en Piura, el poeta inició sus estudios de Literatura en la U. de San Marcos a mediados de los años 70. Ahí, en el taller que dirigía Marco Martos, conoció a otros jóvenes poetas (Enrique Sánchez, Luis Alberto Castillo, Edgar O'Hara) con quienes formó el grupo La Sagrada Familia (1977-79). Entonces publicó su primer libro, Antes de la muerte (1979), que contenía poemas como "Martín Adán / Oda" y "Homenaje a Ernesto Che Guevara", además de múltiples alusiones a poetas como Rimbaud y Luis Hernández (entonces sus paradigmas vitales) y versos en los que describe la ciudad: 'Centro de Lima. Sucio y maldito. Bello ritmo y pavimento / Jirones golpeados y escupidos/ ...Rabia y droga, rameras y asaltantes...'.

En los años 80, Santiváñez formó parte del resurgimiento del grupo Hora Zero, y fundó y lideró el polémico Movimiento Kloaka, conformado por Domingo de Ramos, Guillermo Gutiérrez, Mariela Dreyfus, Mary Soto y otros. La poética de Kloaka estaba basada en la radicalización del vitalismo y el coloquialismo de la poesía urbana previa, llegando al lenguaje lumpenesco. Siguen estas propuestas los libros de Santiváñez Homenaje para iniciados (1984), El chico que se declaraba con la mirada (1988) -en los que se despide de la adolescencia con poemas marcados por el erotismo y la temática amatoria-y Symbol (1991), "escrito en el idioma que se habla por las calles de Lima, después de la medianoche".

Temporada en el infierno

A inicios de los 90, la prolongada bohemia comenzó a generar una serie de problemas y sucesos extraños en la vida del poeta (se cortó las venas en la Plaza San Martín) que lo conducirían a su propia temporada en el infierno: "...he vivido un tiempo -el suficiente, el necesario- en un hospital para enfermos mentales", confiesa en Insane asylum, una plaqueta publicada en 1989 e incluida en este libro. A partir de esa experiencia, sus libros combinan lo urbano y el erotismo con símbolos de carácter religioso y místico, aunque manteniendo siempre un tono irónico e irreverente. Esa nueva etapa se inicia con Symbol y continúa con Cor Cordium (1995), Santísima Trinidad (nouvelle, 1997) y Santa María (2001).

La salida a la crisis ("Esa vida, llena de alcohol y de drogas, me estaba matando", ha declarado recientemente) se le presentó al poeta en 2001, con una beca para continuar sus estudios de Literatura en EEUU. Radicado desde entonces allí, Santiváñez ha optado por una vida más reposada y estable, y ha publicado dos nuevos libros: El corazón de zanahoria (2002) y Eucaristía (2004). A sus 50 años, está culminando su doctorado en Literatura Latinoamericana en la U. de Temple (Filadelfia) y en Dolores Morales ha reunido por primera vez el conjunto de su interesante aunque controversial obra poética.

Perfil

Nacimiento. En Piura, 1956. Estudios en la U. de Piura y en San Marcos (Lima). Desde 2001 estudia y trabaja en la U. de Temple (Filadelfia).
Obra poética. Antes de la muerte (1979), Homenaje para iniciados (1984), Symbol (1991), Cor Cordium (1995), Eucaristía (2004), entre otros.

Notas:
Foto: Róger Santiváñez
Artículo tomado de la web Libros peruanos

lunes, noviembre 19, 2007

La redentora herejía textual en "Los apóstoles de la muerte”.

Ricardo Musse

En la paródica ficción “Los apóstoles de la muerte” se juega, con autónoma herejía textual, con las nominaciones de algunos seguidores de Jesu-Christo: Juan, Lucas, Matheo, Judas, Pedro y Felipe. A éstos, despojándolos de su evolutiva pulcritud vital, se les sitúa en un imaginario profano depositado dentro de nuestras más desatadas especulaciones. No obstante, se nos engendra también la discursiva sensación que toda la historia evangélica podría ser producto de una alucinatoria y enfermiza disquisición humana.

Esta atmósfera textual, inhóspitamente irredenta, constituye la oscura emanación de la palabra, la infernal humareda de la vacuidad enunciativa: Esa sórdida excrecencia del verbo -más que primordial- ficcional.

Jesús (el hijo de la omnipotente podredumbre) es un ladrón, drogadicto y omnipotente sexual que sólo halla adictiva plenitud durante los precarios coitos con la pérfida María Magdalena. Mientras sus seguidores despliegan una liturgia de la obscenidad: Este Juan, paródicamente, es un afeminado que se prostituye mientras el de los Evangelios permaneció, hasta su muerte, virgen; saliendo remozado y vigoroso después de haber sido echado dentro de una caldera de aceite hirviendo. El traicionero y enfermo Lucas que muere de un tiro en la cabeza; se contrapone al que, siendo médico, sufrió redentor martirio cristiano. El pérfido Mateo, ahorcado con un Rosario dialoga, en clave irónica, con el sacrosanto y leal (ex-cobrador de impuestos) Matheo que fue el que inauguró los Santos Evangelios. Judas es el último sobreviviente y patológico desdoblamiento de Jesús; el beodo e inconsistente Pedro es la literaria versión de la inconmovible Roca Apostólica del Catolicismo y Felipe, una difuminada entidad pálidamente enunciada.

Esta trama (sostenida sobre la fatal recurrencia de infames asesinatos), desde un punto de vista técnico, se va estructurando dentro de secuencias discontinuas que paulatinamente, convergen hacia un sorpresivo desenlace. Además, está contada por un tolerante y omnisciente narrador que permite, infiltrándosele dentro de su verbal respiración enunciativa, el fónico protagonismo de los personajes.

Debiendo solventar -sin embargo- ciertos intersticios sintácticos y temporales de las acciones narradas, pero constituyendo la primera obra dentro de este género; consideramos que el autor aprueba las exigencias formales del relato. En consecuencia, Luber Ipanaqué con “Los apóstoles de la muerte” se condena a redimirse dentro del plan salvífico que le tiene destinado, indefectiblemente, la reveladora y misericordiosa palabra de su expiadora literatura.

Notas:
foto: Lúber Ipanaqué.
Portada del libro "Los apóstoles de la muerte"

No Descansada Vida de Víctor Mazzi . LA OTRA POESÍA DE UN AEDODIDACTA

Roque Ramírez Cueva

Leer la poesía de Víctor Mazzi Trujillo (1925-1989), obrero autodidacta o mejor aedodidacta, nos traslada a ámbitos no comunes y, desde luego, al corazón de otra palabra. Digo otra, porque la de V. Mazzi tiene sus propios sones. Él tenía la virtud de volver dinámicas, mutables, vanguardistas a las voces y expresiones conservadoras o herméticas. Acerca de las alusiones cristianas en la poesía de Vallejo, decía que éste daba vuelta a las acepciones religiosas del dogma católico, por ejemplo para el poeta de dados eternos, “el Dios es él” [el hombre]

Peculiaridad de estilo que Víctor Mazzi la asumió desde su mirada en la segunda mitad de la centuria veinte, justamente en una de sus líneas verso blanco arremanga uno de Fray Luís de León: “¡Qué descansada vida!” Y lo transforma, escribiendo “oh la no descansada vida” de los hombres del trabajo que forma callos y da fibra al cuerpo, argumento éste que se desprende tras la simbología del verso.

A propósito, el mencionado verso de Mazzi Trujillo ha sido tomado por los herederos del poeta para dar título a su libro póstumo No descansada vida (Lima, Arteidea editores, 2006, 74 pp.). Conjunto que reúne su poesía edita e inédita, e incluye una autobiografía del poeta. Los poemas editados han sido seleccionados de sus poemarios: Reflejos de carbón, 1947; A lengua viva, 1975; Poemas de vecindad, 1975; Guirnaldas de canciones a Chosica, 1976; Memorial de un tiempo a otro, 1978. Los poemas inéditos confirman la solidez de la antología.

Antes de continuar se hace necesario mencionar que la obra de Víctor Mazzi, en particular el libro publicado, presenta exigencias para leerlos, por lo mismo, las presentes líneas solamente cumplen la intención de apuntes críticos no eslabonados que puedan servir para motivar la lectura y el estudio de su poesía.

Desde el primer poema, con pregunta retórica averiguando por la luz que disipa oscuras y profundas oquedades marinas, por la flecha portadora de innombrables fatalidades, por lo festivo y mágico de la Música, se perciben las imágenes disímiles que de fondo sustentan el armazón poético del citado libro No descansada vida.

En varios poemas nos ofrece esta percepción semántica de la luz o de las claridades imponiendo o extendiéndose sobre oscuridades abisales, dualidad disturbadora de los opuestos propia de la poesía de V. Mazzi. Desde luego no son claridades místicas ni iluminadas sino que enarbolan su humanismo, distinguiendo entre la mera bella palabra y la estética de la otra manera, a la manera proletaria que además de bella extrapola los puntos de vista de la lironda y monda vida de amos y plebeyos, de reinas y obreras.

A partir del segundo poema se percibe la sencillez de la palabra, palabra llana por efecto de decantamiento, es decir, la voz se eleva por digresiones que, al contrario del pensamiento cartesiano, hacen fluir sencilla y puntual la voz poética de nuestro aedodidacta: “existo de natural manera, / susténtome, trabajo, trabajo, canto”. Dimensionalidad de altura que es visible en toda la extensión del conjunto: “golpe a golpe va creciendo / el ritmo de mi canción. / No tengo otro medio / de lograr comunicación” (p. 25), “He aquí el papel / el lápiz y el sonido del río / despertando de pronto / a los dormidos” (p. 53), “una palabra que sepa a buenos días lo mismo / que un clavel abierto al mañana” (p. 71). Para el caso sirven también algunos versos transcritos más adelante.

En No descansada vida los versos son hechura de un comportamiento de vida, son expresión de vivencias cotidianas y sueños de lo mejor del enjambre humano. Imágenes visuales que muestran lo tangible e intangible de la existencia y subsistencia de los hombres situados en comunidades sociales, si están del mismo lado o entre clases cuando no hay comunión de intereses. Por cierto, esta realidad no es sólo percibida en la imaginación del creador, está compuesta ante todo del raciocinio de la voz poética que esculca un real desnaturalizado y un utópico mundo.

Continuando con los versos de Víctor Mazzi, el poeta sabe bien que no basta estar comprometido con las ideas y acciones sino que, al decir de Alfonso Reyes (1), en el campo de la creación: “la poesía es un combate con el lenguaje”. Por ello, y como parte de esa hechura de actitud de vida (ver líneas atrás) Mazzi le confiere autoridad ética y, por supuesto, estética a las palabras: “Necesariamente / palabra de hombre / no solamente tuya y mía / sino propiamente del acento colectivo” (p.44); “apilaré palabras / de las que se piensan / y no se dicen / de las que se dicen / sin pensarlo / de las que saben / a padre y madre / y / ahora son / vástagos de contexto” (p.59); “mirad este canto sobre la albura / del papel nato. Es un canto obrero / de mano y obra limpia y dura,” (p.63).

No obstante, si alguna palabra suya expresa el ego, el yo narciso, debemos aclarar que en el caso de nuestro aedodidacta, ese YO “es tan indispensable como honesto y probo” fraseando a Victoria Ocampo, (2). Leamos, en la p. 29 se lee: “Según va explicando Hugo Strasser / con el cromo de su saxo alto / y/o con su oscuro clarinete / en tanto YO / suspendido en el andamio / cumplo peligrosamente con ganarme el pan”, y en la p. 31: “y soy testimonio de un tiempo / con el cuchillo entre los dientes”.

Víctor Mazzi Trujillo es un poeta obrero, no cualquier obrero, con un punto de vista zagaz en ristre, es cierto, con una concepción que no es sólo suya, lo sabemos los lectores, porque el sueño de un país que curse utopías socialistas es de millones. Por tanto, en contraste, hay múltiples ojos que lo leen con intención áspera y prejuiciosa, sin someter a estudio su poesía y más bien, sí, su ubicación social, lo vetan porque imaginan reflejada su simpatía política, sin comprobarlo en el rigor de la creación. Ya, el lúcido narrador y crítico que es Miguel Gutiérrez Correa, desmintiendo supuestas carencias, ha sustentado el ascendente desarrollo formal en la poesía de Mazzi. (3).

Si leemos (de entender), él no predica porque quien da fe de lo que vivencia en sí mismo, ofrece un testimonio y no una prédica: “¡Morococha! Yo te grito, / aunque me duela hacerlo / con los dientes mayúsculos del hambre / y con la nieve de mis huesos; / me duele gritarte ahora, / en esta hora, que tu afecto / tiene de rodillas de tiempo hincado”. Claro, hablo de un testimonio poético por si lo dudan.

Incluso, si se le encontrara un verso donde haya “prédica” concuerdo con Martín Heidegger (4): “Pero un poeta que predica es un mal poeta: a menos que comprendamos el verbo ‘predicar’ en un sentido más profundo. Predicar es el ‘predicare’ latino, lo que quiere decir predecir algo, y de ese modo proclamarlo, elogiarlo, y hacer aparecer lo que tiene que decir en todo su esplendor”. Este ‘predicare’ latino es lo sustancial en la poesía de Mazzi Trujillo.

Pruebas al canto, dicen los obreros de la construcción. Aparte de los versos ya vistos: en la p. 20 se lee, “Si tiembla la raíz de mis alas / es porque tarda en su advenimiento / la estrella del próximo amanecer”; en la p. 35, “Hermoso tema el de la lluvia / cuando no llueve ni usted se llama María Antonieta / ni su marido sabe que se prepara el diluvio”; en la p. 45, “pasarán los ogros, pasarán los lobos / y la sombra de los cuervos, / ¿por qué temerlos, mi pequeña? / Sí tú eres el mañana vestida de esperanzas / que trae en sus manitas un cesto de cerezas”.

Yendo a otro asunto, en la poesía reunida de No descansada vida, de una creación a otra, hay una sonoridad verbal donde se aprecian diversos sones: ecos de la rima de los poetas españoles de la guerra civil, preferentemente Miguel Hernández, a veces Lorca; los ritmos jazzísticos de Miles Davis, Dizzy Guillespie, el tono del tango lunfardo, también de percusionistas afros. Son ritmos que subyacen en la construcción de su poesía, los versos han sido trabajados al ritmo de las asonancias españolas o al ritmo cadencioso del jazz y el tango; en particular hizo suya la función de juglaría que cumplieron los cultivadores del soul en tiempos del apartheid. Para ello no se necesita evocar como argumento la adicción (en sano sentido) por el jazz y la música varia con la que enfrentaban su tarea estética, además del propio Mazzi, los poetas del grupo Primero de Mayo, por los años 60 – 70. (5)

En cuanto a su temática, V. Mazzi T. asume confrontar variedad de la misma, desde lo universal a lo latinoamericano, como el amor, el trabajo, la vida, los hombres, la destrucción, las batallas, los tiempos, las revoluciones, etc., con la peculiaridad que los argumenta desde sus colisiones no estáticas: la luz disipa la oscuridad (ya se dijo), se muere para vivir, lo individual forma colectivos, el sueño utópico de uno lo comparten varios, con la lluvia no todos se mojan, en fin es sólo un resumen de lo más que se puede afirmar respecto de la obra completa del poeta, pendiente de editarse.

Por cierto, Víctor Mazzi, el viejo, era muy humano, no concebía lo infalible, conocía muy bien de la ciencia y su principio de falibilidad. Entonces, sí, su poesía que, sin duda alguna, estaba dirigida, particularmente a los obreros y a los trabajadores, a las mujeres y varones del pueblo, está compuesta en algunos versos con símbolos difíciles de decodificar. Tal vez respondan a una codificación muy personal y cerrada a dichos lectores (efecto del celo puesto en su autoformación cultural y académica, la cual era de rigor, que no se dude): “azules mandatos de lluvia”, “Golpeo el canto y lato”, “en la estrechez de este baluarte socio-económico-verbal”, “No estamos solos. Nos asisten voces / de envenenados pinos y penas sin memoria”, “promuevo la mecánica / diferencial de los ruidos”.

Ahora bien, sobre lo anterior no nos atrevemos a decir explícitamente si los significados son los adecuados o no, porque, considerando el principio esencial acerca de que al pueblo debe ofrecérsele lo mejor, cabe preguntarse ¿se trata de códigos personales arcanos o de límites de lectorías con los cuales no debe transar un creador salido del seno del pueblo? Interrogación para una argumentación exclusiva que debe y merece exponerse con mayor detenimiento en otra página y oportunidad.

Concluyendo, debemos no olvidar que Víctor Mazzi T. ingresa al llamado parnaso nacional en los años cincuenta y le da otro matiz, le pone su tono de contrastes. Como ya escribimos, en un diario capitalino (6), él formó parte de aquella hornada de “intelectuales obreros (¡qué osadía!) de esencia [aedodidacta] irrigados por su ideología clasista [que] se ubicaban al margen de las tendencias tradicionales existentes [de los escritores] ‘puros’ y ‘sociales’”. De esta manera fue su ingreso a los sacros claustros literarios, “pero es una permanencia [donde se] brega insolente, conquistando autonomía frente a la élite de la cultura oficial y académica”.

Sin embargo, el poeta Mazzi, inicialmente incursó en la tradición poética del momento, ya los especialistas han señalado la admiración de los poetas de la Generación del 50 (a la cual pertenece Mazzi), por la poesía de los juglares españoles, Generación del 27, de la cual sacian su fe poética, por una parte, Pero, por otra parte, él y los demás miembros del Primero de Mayo, inician para el Perú, y la continúan para el mundo, otra tradición: la poesía universal proletaria, impregnados de la herencia poética del Vallejo de Poemas Humanos y España, aparta de mí este cáliz.

Tradición que se remonta a los tiempos de barricadas por la Comuna de París, con Eugene Poittier y Jules Vallès y se extiende a Jiri Wolker (Polonia), a los escritores de la Revolución Mexicana de 1910; los poetas de la Revolución de Octubre de 1917; al grupo Boedo (Argentina); a los poetas de la Guerra Civil española; a Jacques Prévert (Francia); al grupo literario El Ladrillo, con Oscar Raúl Fernando García y Adrián Desiderio; en Paraguay con Elvio Romero, etc., entre cientos de poetas que se quedan en el tintero por razones obvias de espacio. A leer los versos, de un no descanso a otro.

(1) Cobo Borda. Revista Eco, Nº 249-julio 1982; en “Taller de Octavio Paz”.
(2) OCAMPO, Victoria. T.E. Lawrence, Bs. As., edit. “Sur”. 1963.
(3) Diario El Nacional. Lima, 25 de Marzo de 1990. La cita fue tomada de su libro La Generación del 50: Un mundo dividido.
(4) HEIDEGGER, Martín. Revista Eco, Nº 249-julio 1982; en “Hebel el amigo de la casa”.
(5) Por esas décadas, aparte del autor reseñado, integraron el Primero de Mayo: Algemiro Pérez C., Jorge Bacacorzo, Rosa del Carpio, Artidoro Velapatiño, Julio Carmona, Alberto Alarcón, Raúl Soto, Néstor Espinoza, entre muchos más.
(6) En el Diario El Nacional. Lima, 25 de Marzo de 1990. Suplemento Cara & Sello; en “Poeta obrero de la generación del ‘50”.

Tanta vida y siempre, siempre, siempre

Henry Córdova Bran

Hace aproximadamente 70 años César Abraham Vallejo Mendoza dejaba de existir en un hospital de París, exhalando agónicamente sus últimas palabras “Me voy a España”. “César vallejo ha muerto/ le pegaban todos sin que él les haga nada…” y sin embargo, desde entonces, cuan vivo se nos presentaba a todos nosotros. Con Vallejo uno puede decir esto de para vivir eternamente murió aquél día.

Y es que Vallejo ya nos lo había advertido en sus Poemas Humanos “hoy me gusta la vida mucho menos/ pero siempre me gusta vivir: ya lo decía” y el poeta tenía entonces tanta vida que una sola muerte física –así de simple, cosa de mortales- no podría ser su muerte definitiva “¡Tanta vida y jamás me falla la tonada!”

Cómo iba a estar muerto. Vallejo no podía morir solo para morir y acabar “¿es para eso que morimos tanto?/ ¿para sólo morir,/ tenemos que morir a cada instante?” la muerte representada así por el poeta parece cosa simple, el poeta puede vencer la muerte. Vallejo no murió para sólo morir, murió para vivir. Sucede que el aedo santiaguino ya había dicho antes “sólo para morir hemos nacido” bien se podría decir entonces y bajo esa lógica poética sólo para vivir hemos muerto.

Y el poeta vence a la muerte como el combatiente de su España. Para vencerla necesita de “un ruego común: “Quédate hermano!””. Un ruego común de todos los hombres de la tierra. Vencer la muerte amando tanto, tal la lección del poeta. En Masa todos los hombres de la tierra aman tanto al combatiente que éste emocionado incorporóse lentamente y echa a andar. Vallejo en cambio ama a todos los hombres de la tierra y echa a nadar.

Porque para Vallejo era el hombre el fin supremo “pelear por todos y pelear/ para que el individuo sea un hombre, /para que los señores sean hombres/ para que todo el mundo sea un hombre/…”

Cómo iba pues a morir este hombre a quien le pegamos todos sin que él nos haga nada. Quizá por esta razón Juan Gonzalo Rose se refirió en alguna oportunidad al poeta como “César Vallejo el crístico” haciendo clara referencia a Cristo, a la condición de Cristo. Entonces, vivir como un cristo, morir como un cristo, resucitar como un cristo.

César Vallejo ha muerto. Se nos dice en este poema que Vallejo sólo muere si está solo “Jueves será, porque hoy, jueves, que proso / estos versos, los húmeros me he puesto/ a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto, con todo mi camino, a verme solo”. Sin embargo estamos todos aquí rodeados de Vallejo, cielo Vallejo aire Vallejo, sierra y agua Vallejo. Cómo iba a morir pues, este hombre, si está viviendo, desde luego, con su muerte querida y su café…

“Me gustará vivir siempre, así fuese de barriga, /porque, como iba diciendo y lo repito, / ¡tanta vida y jamás! ¡Y tántos años,/ y siempre, mucho siempre, siempre siempre!

Foto: César Vallejo, Paris 1926

miércoles, octubre 24, 2007

Cita con el perro

César Ángeles L.

"Si el infierno es una casa, la casa de Hades, es natural que un perro la guarde... Según los textos más antiguos, el Cancerbero saluda con el rabo (que es una serpiente) a los que entran al Infierno, y devora a los que procuran salir." (Jorge Luis Borges con Margarita Guerrero: De El Libro de los Seres Imaginarios)

La mañana que cogí el arma, el cielo estaba cerrado. Palpé su frialdad, odié el mundo, recordaba el romántico vaivén del mar pero ni eso me devolvía la paz por siempre anhelada.

Esa mañana era tal una extensa plancha de acero, y yo estaba en su centro, aguardando que fuese la hora convenida para ir directamente al punto. El teléfono había sonado muy temprano, pero cuando descolgué un terco silencio me informó que nadie diría nada. Leve temblor recorrió mi cuerpo. ¿Nos habían descubierto?

El peso del revolver en mi mano era poco. Y su dimensión cabía perfectamente en la palma con mis dedos extendidos. Casi podría decir que tenía un ave prisionera de mis dedos. Poseer un arma otorga cierta sensación de poder. La capacidad de conceder vidas o cancelarlas.

Pero, ¿quién? ¿A quién uno elige finalmente para decidir sobre su vida?

Me volví a la ventana, y vi el humo de las chimeneas copando el pobre cielo de invierno. Algunos obreros recorrían al pie en dirección a la fábrica O. Sus rostros me eran conocidos, a pesar del poco tiempo transcurrido. Llevaba cerca de un mes en este apartamento, mas mis constantes paseos al borde del río Prod me proporcionaban buena visión panorámica del vecindario. De sus calles, rincones, costumbres y personajes.

La vieja Adelia, artrítica y viciosa del cigarro, instalaba a esta hora su puesto de bebidas calientes en la esquina de Url y Lian. El abuelo Arturo abría su kiosko, con la misma parsimonia de alguien que hace cola para cobrar una magra pensión y no tiene otro remedio que entablar pobres conversaciones con los vecinos. En buena cuenta, el barrio se desperezaba, y yo era mudo testigo tras mi ventana.

El teléfono volvió a sonar. Esperé aún a la cuarta timbrada. Presentí el diálogo.

—¿Hola?
—¿Tiene todo?
—Sí. Ahí nos vemos.
—Bien. Hace frío, ¿no?
—Sí, un poco. Así están los días.
—Adiós.
—Adiós.

Guardé el arma en mi abrigo, apagué la luz (en esas mañanas, es necesaria la luz eléctrica por lo cerrado del cielo), cerré la puerta con doble llave y bajé a paso normal las escaleras. Vivía en un cuarto piso, y la madera crujía un tanto con mis pisadas. Abrí la puerta de la calle en el rellano y salí directamente al aire frío. Tomé Lian y, al cabo de cinco calles, doblé por Zur, hasta bordear el río Prod. Una vez allí me detuve para contemplar unos segundos sus aguas semi heladas. Había una atmósfera fantasmal que me sentó bien: a los solitarios el paisaje sin artificios nos produce bienestar, es como si el entorno nos hiciese compañía y comprendiese.

En ese momento, volví a asegurarme de que llevaba el arma conmigo. Sentí nuevamente su textura al fondo del bolsillo. Pensé en la sangre, pero inmediatamente distraje el pensamiento. Lo peor cuando alguien va a morir es anticipar la escena. Así se paraliza todo. El temor a la muerte suele ser más fuerte que la razón y las convicciones.

Retomé la marcha pegado al curso del río. Era un camino con bancas y arbustos, diseñado para parejas o familias que suelen venir a pasar la tarde o los domingos. El sendero junto al Prod era una larga avenida con apenas algunas curvas, que nunca se alejaban tanto como para perder la visión del río.
Para suerte mía, en el trayecto (duró cerca de veinte minutos o más) no tropecé con nadie conocido. Odio las conversaciones rutinarias. Odio dar o recibir los buenos días. Prefiero mil veces el aislamiento, el silencio. Estoy convencido de que es fruto de mi carcelería durante el primer levantamiento.

Al pie de la bodega antigua, me espera Q. Fuma un cigarro y, además de un abrigo grueso, tiene una bufanda negra enrollada al cuello. Q tiene experiencia en estas acciones. Aún recuerdo la primera vez que lo vi: me alargó cordialmente la mano preguntándome si ya había asistido a otro congreso del Partido. Al saber que era mi primera vez, se interesó por mis ideas y por mis puntos de vista —críticos o dubitativos— en torno a la práctica o la teoría revolucionarias.

Ahora ya había transcurrido un año de eso, y era la tercera acción conjunta de la que participábamos.

—¿Todo bien? —le dije al llegar.
—Sí. Hace frío, ¿no? —contestó con su ancha sonrisa algo cubierta por la bufanda y el cuello levantado del abrigo—. Sígueme —continuó, guiándome de la espalda de la antigua bodega hacia la avenida de Ram que era en subida y al final de la cual quedaba un amplio parque para poder mirar la ciudad.

Mientras ascendíamos, Q me retransmitió las últimas nuevas de la organización, al mismo tiempo que reforzaba los pasos a seguir en el aniquilamiento de nuestro objetivo. De vez en vez, y sin abandonar su franca sonrisa, nos deteníamos a tomar un poco de aire y divisar el camino dejado atrás. Ambos sabíamos sin decirlo que también era para observar si nos seguían los pasos.

—Recuerde: dos disparos en la nuca, me pasa el arma y nos separamos en direcciones contrarias. Toma el tranvía azul y en una hora nos encontramos en el local.
—Entendido —contesté.

Continuamos la subida aún unos minutos. Mientras más nos acercábamos, intentaba aquietar mi ánimo pensando en algo distinto, pero mis esfuerzos no daban mucho resultado. Continuaba la mirada fija en los ladrillos del camino, en las puertas y ventanas cerradas de las pocas casas que pasábamos. De pronto, Q me indicó un rincón con la mirada. Había un rosal lleno de flores con variados colores. "Mire esa bandera", me dijo, sin detener el paso. Esa frase fue poética, y consiguió distenderme más que nada. En silencio agradecí a Q, mientras él proseguía la subida, las manos enfundadas en el abrigo. Nuestras respiraciones arrojaban vaho, y ahora también lo hacíamos por las bocas. Se me vino entonces a la memoria versos sueltos de un poeta del cual he olvidado su nombre. Eran versos sobre la batalla y la muerte, y al final un combatiente muerto volvía a la vida por el amor de todos los hombres. Era un poema hermoso que Hernán me había leído en esos días del levantamiento.

Al llegar a la casa, me hizo una señal con la cabeza para tomar posiciones. Al cabo de cinco minutos, o más (el tiempo ya había perdido sentido, y solo existía ese triángulo imaginario en el que estábamos, como parte dirimente, Q y yo), la gran puerta de madera se levantó y un hombre, de unos cincuenta años, algo calvo y obeso, asomó a la acera antes de encaminarse a su automóvil. Sabía perfectamente quién era, su historial como enemigo, como si nada ni nadie le fuesen nunca a pedir cuentas. Recordé de improviso el rostro de Hernán y de Beatriz, desfigurados entre los demás cadáveres, en el momento que Q me miraba fijamente y con rápido movimiento de cabeza me volvía al triángulo del presente, y yo alargando mis pasos, el sudor en el cuerpo, y la mano que extraía el revólver del bolsillo profundo de mi abrigo para sonar dos veces fulminantes esa fría mañana de acero, ver un cuerpo en sangre caer helado de miedo sobre la vereda y unos gritos lejanos en esa casa, recientes, corriendo unos metros en dirección contraria, Q que toma el revólver y me mira y me dice camina despacio por ahí y toma el tranvía, ahora pasa, nos vemos luego.

Llego a esa esquina, subo; las calles empiezan a quedar atrás. El descenso es más rápido. Sentado en el último vagón reparo en que estoy solo, que al fondo viene el boletero, y en el bolsillo contrario de mi abrigo palpo unas gastadas monedas que habrán de pagar este viaje, porque todo se paga en esta vida, todo cuesta, y es inútil quedarse mirando las heladas aguas del Prod o el océano, cuando en nuestra voz hay un ramo de voces, o cuando en el fondo acústico de nuestro pecho hay cien mil nombres, millones de nombres que se agitan como un bosque de huesos de pronto renacido.

Julio 2003

Notas:

Gráfico: El cancerbero en una acuarela del poeta William Blake.

Biobibliografía: César Ángeles L. (Talara, Piura, 1961) Hizo la licenciatura en Lingüística y Literatura por la Universidad Católica del Perú (Lima). Ha trabajado como docente y periodista. Ha publicado tres libros de poesía: El Sol a Rayas (Lima, 1989), A Rojo (Barcelona-Lima, 1996), y Sagrado Corazón (Lima,2006). También, un libro con dos ensayos breves sobre Rimbaud y Vallejo (Lima, 1998).

La descarnada alegorización en “Espectador Invisible”

Ricardo Musse

“A pesar de las inútiles probabilidades
y aunque sea bendecida por los dioses
y este sea el acto final el amor es un
/juego perdido”.
Amy Winehouse.


En “Hacia el final de mis días”, por la interlocutora y conmovida boca del hijo; la decrépita historia de un viejo es revelada, con amplia y denotativa brevedad alegórica, como inminente e inquietante: Viudo, con Marita –su infeliz hija- visitándolo sólo para que le dé plata (con lagrimones de caimán incluidos) y esa despiadada rutina que nos hará desembocar –no obstante y plenamente- hacia la muerte.

En el segundo cuento “es digno de elogio su atrevimiento para tratar un tema y una historia atípicamente piuranos, sin que uno pueda dejar de reconocer que el espacio en el que la historia transcurre es nuestra soleada Piura (aunque, irónicamente, en la historia ya no quede casi nada de ella). Ángel Hoyos logra ser osadamente original presentándonos una historia futurista, un relato que transcurre en marzo del año 2013. El cuento, por la profusión de imágenes apocalípticas, una ciudad -Piura- invadida inexorablemente por el hambriento desierto, en una trepidante tormenta de arena…, se pone mejor conforme uno avanza en su lectura. La capacidad de Ángel para adentrarnos en un espacio geográfico, en un clima, en una atmósfera ficticia que en ningún momento deja de ser creíble, lo que logra a base de una construcción acertada de paisajes y escenarios; el dominio de los diálogos y el sentido de la acción que nunca deja de discurrir…” (1).

Ese hedor insoportable que se va gestando (que emanándose se adhiere, de manera indeleble y penetrante, en nuestros apestosos corazones) representa la necrótica afectividad de la que estamos –pervertidamente- hechos; sin ninguna misericordiosa posibilidad para una redentora plenitud. Entonces todo -absolutamente todo- está destinado hacia la corrompida rutinización y hacia la irreversible pudrición del amor; puesto que esa desatada malevolencia nos reivindicará para habitar –de manera insalvable- dentro de los tortuosos abismos de la incertidumbre.

La guerra civil acontecida entre Sendero Luminoso y las Fuerzas del Orden es asaltada por la escritura objetivista de Ángel Hoyos: Martín Barrientos, destacado al Alto Huallaga, –quincenalmente con sus subalternos- frecuenta la cantina El Negrito. Entonces nos enteramos que el sargento es –como la inmensa mayoría de los soldados- un ser envilecido -hasta los tuétanos- por su adiestramiento castrense, vulgarizado por una perversa y maniquea visión de la realidad: Ese histórico desprecio hacia los Derechos Humanos que siempre han evidenciado las Instituciones Armadas del Perú.

En este cuento Ángel Hoyos rige, con insospechada maestría, la tensión dramática de los sucesos; suscita un develamiento contundente de la psiquis humana y –aspecto técnicamente portentoso- preventivamente, durante el dinámico curso argumental, esconde relevantes datos para situarnos dentro de una crispada puesta en escena, cuyo desenlace es sorpresivamente letal.

El sentido pleno del cuento “enjaulados” se decodifica –ahondándonos hacia sus connotativas entrañas- dentro de sus entretelones discursivos. Esas referencias ornitológicas que colman la atmósfera argumental tiñen nuestra alma de irredentos escalofríos, puesto que intuimos que alguna desgracia se nos vendrá (mientras sigamos leyendo) furiosamente encima. Ángel Hoyos construye sus historias con aconteceres extraordinariamente triviales, esclarecedoramente sustentadores de nuestra precaria existencia; engendrando una asfixiante estilística de la rutina que nos sobresalta –de manera insalvable- los abisales latidos, pues este mundo inmenso -perversamente diseñado- es esa gran jaula, hecha a nuestra medida.

Los inicios de los cuentos de Ángel Hoyos, no complicándose con revestimientos suntuosos, ni –mucho menos- con retorcimientos en la construcción textual; muestran (para nuestra expectante y coautora disposición) un enrarecimiento de referentes que impulsa, compulsivamente, a seguir discurriendo a fin de alcanzar el progresivo esclarecimiento de la temática. Entonces constatamos que una silente cabaña situada en el Valle del Colca se mimetiza, funestamente, con la vida de unos esposos; eclipsada ésta dentro de la insoportable vacuidad enunciativa, después de veinte años de compañía conyugal. Sin embargo, descubrimos –además- que sólo la ruindad impulsiva, la desgraciada indigencia afectiva, ese cielo indiferente a todo drama; solucionará, precariamente, las disfuncionales relaciones interpersonales.

“De viejos y plazas” está contado desde una penetrante perspectiva –dotado de ese recurrente tono malcriado y descarnado-, con un diestro encapsulamiento -en un mismo espacio discursivo- y entramados perfectamente e íntimamente adosados en una simultaneidad enunciativa, las voces autónomas de los personajes; así como la impiedad y la hilaridad verbal de la omnisciencia narrativa que goza –discursivamente- en enrostrarnos –cruelmente- la ingenua visión que se tiene de la senilidad como evolución existencial de sublime purificación e inmaculada sabiduría.

Claro que suele pasar que de pronto, dentro del subjetivo desciframiento que hacemos de la realidad, extrañas sensaciones nos van delirando (progresiva y misteriosamente) hacia una incuestionable certidumbre: Todavía en la insondable e infinita oscuridad algo roza –de modo escalofriante- nuestro atemorizado ser, aun después del imperfecto –y no tan liberador- despertar. Este cuento linda la perfectibilidad literaria porque–osadamente- se acomete un juego técnico extremadamente delicado y muy complejo –y, además, se hace instrumentando (patológico signo de un textual desdoblamiento) la perspectiva del Tú discursivo- como es el nivel de realidad.

En “Ojo en el cielo” queremos resaltar, ahora, el entretejido sapiencial de los diálogos: Precisos y minimalistas; frescamente estructurados, dotados de una coloquial y desenfadada sonoridad, como también su subyacente ontología discursiva de las contingencias. Y esas descripciones que parecieran que unas emotivas evanescencias les confirieran sus endotímicas textualidades. Sin lugar a dudas, Ángel Hoyos es un escritor pródigo en estrategias procedimentales, las que despliega –diestramente- según sus planes constructivos.


Unos amigos entrañables deciden remontar hacia la primera cima del cerro Vicús. Al mediodía, estos desprejuiciados y sarcásticos jovencitos, repulsivos de creencias supersticiosas, logran su –nada extraordinario- propósito. Empero, cuando ya se han encaminado hacia la otra sima, Arturo (increpando furiosamente a Tete) los abandona, perdiéndose de nuestra vista. A Tete (al que culpan por no recordar el derrotero de retorno), prendado de Sara (la manzana de la discordia, la que también se extravía misteriosamente), no le cae para nada Arturo. Añáz (el chulucanense de la collera) renegando de su cultura primigenia avala las referencias burlonas que hace Beto (atraído por Ana) del encantamiento. Pero maléficamente estos tres también desaparecen del espinoso escenario textual. Pareciera que todo esto es la discursiva vindicación de la atávica sabiduría de los espíritus ancestrales. Ángel Hoyos le saca la vuelta, de modo diversificado y sobresaliente, al tema costumbrista; abordándolo desde enriquecidos ángulos, engendrando –por lo tanto- un angustiante e infausto desenlace cuentístico.

El último cuento del libro constituye la despiadada radiografía (estructurado bajo la forma de montajes yuxtapuestos) del progresivo condicionamiento y domesticación por la que atraviesa –casi ineludiblemente- nuestra sensibilidad dentro de este implacable contexto de estereotipos mortalmente eficaces en nuestra resignada y alienada personalidad.

Los cuentos de “Espectador Invisible” (excepto el titulado “Frío” que contiene una estructuración extremadamente elemental, provisto –además- de descoordinaciones textuales) son la irremediable confirmación de la calidad escritural que pródiga la hornada “Magentiana” (cuyas voces más sobresalientes son -aparte de Ángel Hoyos- Josué Aguirre Alvarado, Eduardo Valdivia Sanz y Luis Gil Garcés), suscitándonos la certidumbre que el relevo generacional ya es una incontrovertible realidad (y el que quiera negarlo trasuntará una obnubilada disposición) dentro de la virtuosa tradición de nuestra evolutiva literatura piurana.


Sullana, 13 de octubre de 2 007.


(1) Lalupú Valladolid José Humberto. Reflexiones sobre I Selección Regional de Cuentos, Piura. En: El Blog de verduguillo de Josué Aguirre Alvarado. Piura, 2 006.

lunes, septiembre 10, 2007

Como expresión vital... Ese arte llamado poesía

Si consideramos a la poesía como un arte, es porque al igual que la pintura y la música, pero con la gran diferencia que utiliza recursos lingüísticos, es una manifestación de la actividad humana mediante la cual se expresa una visión personal y desinteresada que bien puede ser real o imaginativa. Ella es un medio incomparable para la comprensión intercultural.

Miguel Hernández Sandoval.

La palabra poesía procede de la voz griega poiesis y de la latina poésis, cuya equivalencia en castellano puede estimarse que es “creación, invención, ficción”. El diccionario de la Real Academia Española, en su acepción primera de su vigésima segunda edición, define la poesía como “manifestación de la belleza o del sentimiento estético por medio de la palabra en verso o en prosa”.La preocupación griega por fijar ideas sobre el mundo llevaría a considerarla “razón divina” (Sócrates), “entusiasmo” (Platón), “imitación de la naturaleza” (Aristóteles), conceptos que a su vez dieron origen a sucesivas políticas sin que ninguna de ellas sea totalmente exacta. Sobre tan diversas formulaciones queda establecido el hecho de que la poesía es “un arte de disponer las palabras de manera que en un espacio mínimo se obtenga la máxima intensidad de expresión” (Gran Enciclopedia Rial. Tomo XVII p.673).

En cuanto a su origen, resulta casi imposible hacer una determinación en el tiempo, pero es seguro que coincidió con las primeras manifestaciones artísticas de los seres humanos en forma de cantos tribales y folclóricos etc., cuyos vestigios se hallan en testimonios literarios de distintos pueblos y, a tal efecto, cabe recordar a Verdet: “la poesía es el mismísimo lenguaje primitivo”. Desde las antiguas Grecia y Roma el vocablo poesía (llamada también lírica, pues sus composiciones eran cantadas al son de la lira) se aplicaba para expresar lo subjetivo de la vida cotidiana. Hay quienes aceptan que después de ella apareció la épica para dar a conocer de manera objetiva, lo acontecido, y luego la dramática que vendría hacer una combinación de lo subjetivo con lo objetivo.

El poeta sevillano Gustavo Adolfo Bécquer en su rima XXI se preguntaba y respondía: -¿Qué es poesía?, dices, mientras elevas / en mi pupila tu pupila azul / ¿Qué es poesía? ¿y tú me lo preguntas? / Poesía eres tú. Y es que con la poesía el hombre y la mujer poeta pregunta y casi nadie le da una respuesta y cuando responde nadie le pregunta; ante esta situación se confronta consigo mismo, pues el mundo exterior lo atrae irresistiblemente fuera de sí. Dicho arte es como un espacio propicio para formar la sensibilidad que facilita el acercamiento a personas de diversas culturas. En la poesía se combinan tres elementos: sonido, ritmo y significado, con lo que se consigue la máxima intensidad de expresión en un mínimo espacio. Su método es indirecto y sugerente. Habla por paradojas, sugerencias e insinuaciones, y busca expresión mediante analogías metáforas y símbolos.

Para el consagrado novelista Mario Vargas Llosa -que en su juventud se soñó poeta y sólo renunció al comprender, con Jorge Luis Borges, que en poesía sólo vale la excelencia- “la poesía es el género que eleva el lenguaje a su máxima potencia expresiva porque tiene carácter de revelación y porque tiene la capacidad de reproducir belleza, estados de ánimo y los aspectos más desoladores y entrañables de la condición humana”. La poesía toma distancia y va más allá de cualquier realidad natural para condenar al poeta a la soledad y al silencio, pero con estos no corre peligro su existencia, todo lo contrario son necesarios para que el artista se ausculte sin sobresaltos y eche andar su máquina creadora. Con la poesía el vate vence sus propias angustias que lo asaltan a lo largo de su vida y sin rendirle cuentas a nadie llega a proyectarse con fuerza en la sociedad. De ahí que haya gente que admira a los grandes poetas, pues les parecen seres imbuidos en una cierta cualidad trascendente.

Desde hace siglos la poesía es un recurso de la belleza que ha aprendido a valerse por sí misma. Ella es un universo ordenado por la palabra en el que cualquier afirmación es verdadera y cualquier comunicación es información, porque no está para descubrir la verdad sino para hacerla más evidente y eterna, pues creación es eternidad. Escribir poesía no es un acto extraño sin embargo “con ella se alcanza una intensidad a través de las palabras que llega a expresar estados de conciencia que la prosa no alcanza jamás. Eso hace que se asocie a la magia porque la mejor poesía es una forma de espiritualidad que no pertenece a este mundo”, dice Vargas Llosa.

Hay poetas y poetas

Los de noches borrascosas, de depresiones y de insomnios que terminan en la desgracia. Hay los soñadores, es decir, los amorosos y aéreos que paran más en la Luna. Y hay los civiles y domésticos, esos a los que la poesía no les lleva la vida ni viven todo el tiempo en poeta, porque dejar de escribir no les quita el sueño. Quizá estos últimos disfruten más del arte de poetizar y desarrollen mejor su vocación ya que tienen los pies bien puestos en la Tierra, siendo concientes del cumplimiento de sus obligaciones como toda persona normal. Ciertamente y, como dijo Juan Ramón Jiménez “ser poeta es difícil; querer serlo, más difícil todavía; saber serlo dificilísimo”.

Ocurre a veces que con la poesía no se llega a comunicar algo, simplemente se escribe por un problema hermético de comunicación, prevaleciendo en el poema la forma y no el fondo. La poesía es una fuente de catarsis, cuando la vida se lleva al filo de un cuchillo, entonces el poeta se traslada animoso y decidido por las fuentes mínimas y máximas del lenguaje hacia lo más hondo de su ego y hacia lo exterior de alter ego para ser la voz de los desposeídos y excluidos. El poeta no intenta ni quiere demostrar algo; él interviene en la vida comunitaria y se empareja con las otras actividades públicas de los individuos, reclamando, por lo tanto, una consideración social.

Aquellos que se dedican a la poesía (hombres y mujeres) ven al mundo de modo distinto que sus contemporáneos. Además, la mayoría son bastante identificables dado que no tienen por ejemplo, la musculatura de un atleta, la fuerza de un camionero, la voz ramplona de un ingeniero o la audacia verbal que ostentan algunos abogados. Pero no todo el que escribe unos versos es poeta en todo el sentido de la palabra. Seguro lo es en potencia por ese artista que todos llevamos dentro acosado, muchas veces, por los sentimientos más sublimes y descabellados.

Con el transcurrir de los años los poetas se convierten en críticos duros de su propia obra reduciendo su producción, cosa que no sucede con los narradores. A diferencia de éstos aquellos son seres precoces para la poesía, empezando desde que tienen uso de razón y ya de adultos no pueden diferenciar el acto de haber aprendido a escribir y el acto de escribir poesía. El mismo Vargas Llosa admite que “en todo novelista hay un envidioso del poeta. Éste nace y es elegido por los dioses, no se hace, como aquél”. Pero si bien los poetas se inician a corta edad se van extinguiendo relativamente pronto. Y si no desaparecen, escriben cada vez menos. Los verdaderos vates hurgan dentro de sí mismos, para dar testimonio de lo que son, alcanzado una perfección estética imposible en otros géneros. La poesía siempre es un hervor en su sangre y no les cansa estar creando con el empleo del lenguaje. Tarea ardua de indesmallables artesanos de la palabra que suelen alejarse de lo banal y callar ante los mezquinos, ante aquellos infectados de incultura ante los que sólo conocen lo sucedido en lo ordinario, imposibilitados de imaginar lo increíble, condenados a la simpleza y a la rutina.

¿Para qué poetas?

Pero “¿Para qué poetas en tiempos de penuria?” –se preguntaba el filósofo alemán Martin Heidegger. Para que el mundo sea más humano, pues mientras exista vida en nuestro planeta alguien tendrá que poetizar partiendo de un hecho auténtico o inventando situaciones, para deleite de los otros, porque la poesía es una necesidad física y concreta como comer o dormir y una necesidad espiritual y racional como rezar o meditar. Antonio Cisneros reconocido vate nacional dice que “el poeta no inventa nada. El poeta habla de lo que todos saben, sienten y ven. Todas las palabras que usa están en el diccionario. Sólo que aquello que dice lo dice de una manera tal de modo que el lector, tocado por la revelación, pueda decir: Ah caramba, esto es lo que yo quería expresar pero no sabía cómo”.

Por su parte Rocío Silva-Santiesteban, poeta de la generación del 80 afirma que el poeta es el vigía que se da cuenta del témpano y puede gritar a tiempo para poder virar la nave. El problema del poeta, en estos tiempos, es que nadie le cree y la colisión, a pesar de los lamentos desgarrados que hacen feroces y apretados en la garganta, se vuelve inminente”.

Stéphane Mallarmé poeta francés decía que “no hay poemas terminados sino abandonados”. Pero abandonados en el tiempo. Este va de la mano con la poesía y a veces lo ha llegado a capturar para bien del arte. A través de los poemas (lo más noble que el ser humano puede ofrecer a los demás) “queda suspendido el tiempo o tenemos la sensación de que ha quedado suspendido. Esta cualidad que de vez en cuando tiene el poema podría señalarse como su mejor y mayor cualidad si no como la exclusiva”, escribió Emilio Adolfo Westphalen. Se sabe que un poema es un objeto hecho de palabras y dotado de determinada carga afectiva (de intensidad variable). Dada la diversa constitución de las personas es dudoso que las reacciones sean similares o aproximadas.

Un conjunto de poemas publicados nunca proporciona jugosos dividendos. Escribirlos es inevitable, y el poeta para su felicidad ha de perseverar, pues la poesía no es una profesión sino una actividad en la que uno nunca sabe si vale algo lo que hace. En una sociedad son los poetas quienes consiguen dar forma concreta a sus aspiraciones comunes y a sus sueños más íntimos. Por eso se dice que en ellos es donde se reconoce a una cultura. La poesía al igual que la pintura escultura, música y cine, es un arte y es un medio incomparable para la comprensión intercultural. Ella hace patente una actitud del hombre ante el mundo en el cual nos movemos. Por último y como dijo Baltazar Núñez de Arce, “la poesía, para ser grande y apreciada debe pensar y sentir reflejar las ideas y pasiones dolores y alegrías de la sociedad en que vive; no cantar como el pájaro en la selva, extraño a cuanto le rodea, y siempre lo mismo”.

jueves, septiembre 06, 2007

La lluvia terminó

José Lalupú

Existen dos tipos de historias que exigen dos maneras distintas de ser contadas: la primera es la del cuento como círculo. A lo largo del relato el autor nos va entregando una serie de pistas que sólo en la escena final se arman como un rompecabezas maravilloso. Julio Cortázar en “La noche boca arriba” nos plantea la historia de un hombre que intenta sin éxito despertar de una horrible pesadilla, para, en la escena final, revelarnos que no podrá despertar jamás porque lo que era realidad resulta ser sueño; y lo que era sueño termina por ser la terrible realidad: un cuchillo que cae sobre él. Esa última escena es el puñetazo final con el que el cuentista gana por nock out; La segunda es la del cuento como fotografía, como retazo de vida que no necesita argumento ni final sorpresivo para ser una gran historia. La descripción de ambientes, personajes, el encadenamiento de los diálogos son suficientes para crear una obra maestra. Antón Chejov, el maestro ruso, era un gran cultor de este tipo de historias, Ribeyro también.

Cosme Saavedra Apón (Sullana 1977) acaba de publicar “Ya no llovería para julio” una serie de seis relatos en los que apuesta por el cuento fotografía. Tal vez la mejor muestra de ello sea el relato que da título al libro, relato con el cual Cosme ganó el segundo puesto en el Concurso nacional de cuentos organizado por la librería Crisol el año 2002.

Cosme construye una apasionada historia de desamor entre Sigmund y Mariana y le pone como telón de fondo los aguaceros de 1983. Una historia que es pura dermis, puro desenfreno adolescente en una edad en la que, según el autor, “La palabra amor parecía un estorbo porque más importaba vivir...” Desde las primeras líneas Cosme nos planta, con una soltura digna de narrador experimentado, ante una historia cuya mayor virtud es precisamente esa fidelidad para retratar las sensaciones, de manera que los lectores no podemos sino recrearlas con un tufillo de ajena nostalgia: “Mariana dio un brinquito delante de mí (...) se aproximó tanto que ya tenía sus menudos pechos rozando levemente mi nariz; eran duros, virginales y olían a caramelos...”

Un narrador no puede convencer a sus lectores de que sus personajes están realmente vivos o existieron alguna vez, pero puede inventarnos esa ilusión, hacerla creíble mostrándonos sus tribulaciones y alegrías con fidelidad ( algo que Cosme logra limpiamente). Tarea difícil por lo demás, porque las sensaciones son inasibles, aun si se pretende atraparlas entre palabras (y ése, tal vez, sea el mayor acierto de Cosme Saavedra). Ese afán realista se vuelve entonces doble recreación: el autor concibe una historia que contará buscando las palabras exactas. Primero deberá creérsela él, para luego engañar a los lectores. El engaño será total si logra despertar en ellos los mismos sentimientos y sensaciones que él vive, y que, tal vez, irónicamente, nunca vivió en la realidad: “la piel empezaba a encogérseme (...) hasta que sus labios fueron perdiendo frigidez (los de Mariana) y se tornaron como dos mariposas ardientes que se soterraban y quebraban sus alas contra mi pecho y esa furia semiangelical fue despertando la mía, fue removiendo esos inmundos esqueletos de murciélagos y gatos que tenía represados y que fueron encarnándose en mi boca y en mis manos como ciegos...” Nótese el acertado uso de los símiles y las metáforas con los que, a lo largo de todo el libro, Cosme se nos presenta como un narrador que ha madurado y que sigue madurando en la búsqueda de la palabra exacta que nos devuelva frases nuevas, recién inventadas.

Mariana tiene 14 años, una niña - mujer (nínfula en palabras de Nabokov) que Cosme describe como la personificación del fruto prohibido, la tentación que despierta el Eros. Es el gran personaje del libro (Cosme nos encomienda la tarea de reconstruirla, al igual que a otros personajes entrañables del libro, a lo largo de varios relatos en los que aparece como una presencia nítida o como una sombra). “Hasta la palabrita Dios entre sus labios quedaba vibrando como cualquier suculencia, como decir patata o mermelada”.

El único relato en el que Cosme se despoja del realismo que recubre el libro es “La cueva del Egipan”. Se trata de un inquietante relato lleno de símbolos: un chivato se lamenta en la oscuridad de una cueva. Es el ser marginal en el que creemos ver una representación kafkiana de la soledad y la marginación humanas. El chivato, descrito a sí mismo como hijo de mujer casta y de chivato desgraciado, es una especie de ángel caído: “Abajo está el despojo (él), el único ser que escapó de los planes de perfección de las criaturas”. No sería gratuita la referencia a “La casa de Asterión” de Jorge Luis Borges porque el mismo Cosme menciona el laberinto comparándolo con la cueva en que vive el chivato jugando al otro yo: “... ensayo con mis cuernos, embestir a mi propio yo (...) He leído una historia similar a la mía, pero lo mío no es un laberinto, sino una grosera cueva”.

Aunque la calidad de los relatos pueda parecer irregular (Nos sorprende que no haya incluido en el volumen algunos relatos muy buenos que hemos leído en revistas y folletines: “Mariana, su cuerpo en otros cielos” o “El abrazo del monstruo”), Cosme ha construido un universo creíble en el que el amor es imposible (“esa palabra parecía un estorbo”). Nadie le puede regatear, tampoco, el hecho de haber recreado un retrato fiel de la vida misma en el que nada es seguro, ni siquiera la satisfacción del fuego adolescente. Todo está sujeto, como en nuestras vidas, al azar y las circunstancias. La felicidad es efímera, Mariana y Efraín lo saben, por eso la aprovechan mientras pueden, porque acabadas las lluvias ya no tendrán excusa para encontrarse en la casa de ella, a fingir que desaguan la azotea. Ya no llovería para julio, la lluvia se terminará, y compartimos con Sigmund – Cosme la futura nostalgia por Mariana.

jueves, agosto 16, 2007

Los ángeles del abismo: El vanguardismo en la región Piura

Jorge Castillo Fan

Si hay algo que nos permite trascender en el tiempo y en el espacio, como poetas, es el acto de atesorar la originalidad. Originalidad que es el efecto de la intuición, la sensibilidad y la experimentación. Y el vanguardismo se conceptualiza como una constante del espíritu que, en un proceso dialéctico en ascenso progresivo, va añadiendo nuevos plumajes a la poesía. Bajo este perfil, tal como dijera Joan Perucho: "La palabra crece a la medida del hombre". Y crece en la medida que el hombre, como ser sui géneris de la creación, siente las bases de un nuevo sistema acorde con sus sueños. Sueños que deben abandonar su naturaleza incorpórea para tangibilizarse en entes acariciables y eternos. Y es este principio uterino lo que nos seduce a engendrar nuevas propuestas que nos permitan ser partícipes de una generación vanguardista. Una generación que nada tiene que ver con la coetaneidad, sino con las propuestas estéticas innovadoras. De esta manera, Lelis Rebolledo Herrera, José Díaz Sánchez, Ricardo Musse Carrasco, Jorge Castillo Fan, entre otros subterráneos, rebeldes e inconformes; traspasan las fronteras para hurgar otros horizontes.

Pilares de fuego

(1) Lelis Rebolledo Herrera

Estamos seguros que Lelis es un poeta original. Su literatura se nutre de la cotidianeidad (incorporando vocablos de uso corriente entre la "masa ordinaria" -como diría Ortega y Gasset- y asimilando la terminología jerguística), de sus constantes buceos metafísicos y su alto voltaje intuitivo que le permiten engendrar figuras insólitas pero de una textura estética muy singular. Degustemos estos versos lelisianos donde, además de lo expuesto, se evidencia su alta sensibilidad:

"Entonces los perros viringos nos concederán una mirada….".
"El largo redoble de los peces en el viento…".
"Nosotros no podemos ser los cómplices en esta farsa montada por los asesinos del alba…".
"Porque te quiero linda como un cebiche con bastante ají…".
"Caminando de fresa y alfonso…".

(2) Ricardo Musse Carrasco

Es un espíritu rebelde, telúrico y desdeificante. Su postulado vanguardista consiste en hacer explosionar el lenguaje para, de dichos fragmentos, edificar su templo poético; engendrando neologismos y absorbiendo el vocabulario que revolotea en la atmósfera secular. Musse es un ávido explorador que ha rebautizado términos con el óleo poético incorporándolos a su vehículo expresivo:

"Despiojando de prostitutas el amor…".
"Yo gorjeo sin tú lo palpes delante de tus ojos panamsat…".
"Mis ojos desporan a la esacabrosa Giovanna…".
"La empresa estatal de tus aguadañados besos…"."
Holliwoodmente enguitarrado de ti…".

(3) Jorge Castillo Fan

Es tal vez el que más ha experimentado en el manejo del lenguaje (incorporando novedosos términos, la escala musical y donde matematiquiza la poesía). En la experimentación estructural ha creado la copulación vocabular, "eclipsa -sentencia Ricardo Musse- la significación por un momento, obligando a las palabras copularse para compartirse sentido semántico, esto es, solamente quitándole de su naturaleza configurativa una mínima porción significativa, se suscita el enriquecimiento semántico. La estructuración de los versos es la encarnación superlativa de los flujos y reflujos del espíritu vanguardista. En suma, esta estructuración vocabular es la metáfora pictórica del ímpetu de escalar nuevos horizontes poéticos":


"En
i
n
g
u
n
aurora
m
esos
i
l
e
n
c
i
o
suyos…".

"Lo soñado que se hace líquido en tus manos
y se abraza con el líquido triste de tus ojos
la distancia que se hace sólida en tu espalda
y abrasa el témpano de azufre de tu pecho
el adiós que es sólo el humo
de tu cuerpo con mi cuerpo y termina en rastro gaseoso de tu alma:
un perfecto espejo".

"Tu corazón herencia de la lluvia
o ese destino de los ojos imposibles
sabe de memoria este jardín de sueños
este rayo de silencio
y todo lo que no se apaga
más allá de la ceniza hiriendo nuestro espejo".

(4) José Díaz Sánchez (Jodsan)

Es un poeta solemne y filosófico. Su poesía grafica un mar apacible pero en cuyas profundidades se encrespan agitaciones bien definidas. Jodsan reduce su posición vanguardista en fusionar coherentemente la poesía con la filosofía (como Rilke o Gibran), pero dándole a su literatura un matiz social y tratando de experimentar en el trabajo estructural. Bebamos esta agua jodsianas:

"El lugar que uno elige para la muerte
crece en proporción inversa a tu sombra,
y traza un precipicio sin fondo
para los días venideros.
Ausculta en silencio el origen de tus pasos
Y se refleja casi siempre
por el lado opuesto de tus sueños
No tiene nombre,
o tal vez lo tiene,
y está oculto dentro del tuyo".

"Aquí yace la hora que nos hace más ausentes
El destierro que nos va frotando la sangre con el imán de las sublevaciones.
Porque es mejor la NADA que nos lleva al suicidio para amar el TODO
Que el TODO tejiendo los desgarros por algo que siempre nos será AJENO".

Estos poetas representan genuinamente toda una propuesta vanguardista que traspasará al próximo milenio.

Nota: fotografía y artículo tomado de Letras.S.5

"Los Ángeles del abismo": Contexto histórico

Ricardo Musse

Puesto que los artistas comparten el mismo cielo, pertenecer a una estirpe generacional nos condena a peregrinar en medio de la profunda podredumbre del mundo. Somos una estirpe sentenciada a la función de resucitar míticas utopías. A buscarse dentro de sí para reencontrarse con aquello intuido como esencial e infinito. Pues, no está enjaulado en la finitud de las apariencias el arte. Absolutamente todo se está autogestionando constantemente de nuevo. "Aquí donde la función recién empieza. Y no es como algunos mediocres lo dicen: No. La historia no ha terminado. Está en sus primeros capítulos…". Aún la humanidad no asciende a la cúspide existencial. Cómo llegar a ese estado orgiástico, si la felicidad es atajada por individuos que se revuelcan deliciosamente dentro del estiércol de sus miserias, violentando nuestros autónomos y testiculares sueños. Sueños que atesoran una cristiandad del ser. Porque a pesar del frío deshumanizante evangelizaremos una fluencia y una germinación redentora para la humanidad:

"Creo en los ascensos del alma a las raíces
Raíces supremas en tránsito de luz
Hacia el destino de una lágrima feliz en nuestro
/hallazgo
Cuando esa lluvia fecunda nuestros fondos
Sobre el revés de los témpanos oscuros
Seremos el latido bilingüe del río y la semilla
Invierno nos verá nacer
Sobre las hojas muertas de su pecho".

Enjuiciamos, por otra parte, importante que es imperativo fraguar una racionalidad perceptiva del mundo, procurando exterminar la natural disposición seglar de creer que unos predestinados -gratuitamente- ofertarán la felicidad. Pues, la humanidad edifica la creencia de ser visitada por figuras redentoras capaces de reinaugurar -aplicando sus fórmulas taumatúrgicas- un reino terrenal de la abundancia donde los hombres vivirán en paz entre ellos. Y esta racionalidad perceptiva del mundo se argumenta en la necesidad imperiosa de inmunizarnos contra el síndrome del milenarismo que obnubila y tuerce la conciencia colectiva, convirtiéndonos en estúpidos creyentes del Mesías Fujimori y de su escuadrón de discípulos, sumisos difusores de catecismos neoliberales que dictaminan que el país sólo progresará en la medida que se acepten, incondicionalmente, las recetas "humanitarias" del FMI. Es verdad: "El mundo vive una era de cobardía, oportunismo y entreguismo". Evidentemente que el año mil ha ejercido una honda fascinación sobre el espíritu humano.

Pasando a otro punto conflictivo diremos que la burocracia estatal del país tramita eficazmente un disciplinado y contagioso analfabetismo cultural. No cabe duda que aquélla es una de las responsables del descontento social actual y del surgimiento de movimientos subversivos en el Perú. Ya que su liturgia los convierte en pontífices de la rapiña, insensibles a la problemática nacional, auspiciando con su epidemiológica inconciencia un carnaval de deshumanización y alienación. Pera esto en Latinoamérica no nos debe maravillar: "América…(es un cuerpo social) con la cabeza en el "penthouse" y los pies en las villas miserias, los ranchos, las chabolas (y los asentamientos humanos)… con una sangre infestada, corriendo por las alcantarillas de las venas…" Y concretamente, el Perú es una sociedad donde nada funciona bien por mucho tiempo, un proceso que se repite tercamente y que además siempre acaba mal.

El Perú es un país donde expresar la verdad significa vivenciar el infierno de la represión, donde implacables verdugos no viven en paz si no torturan, sazonan, achicharran y fusilan clandestinamente a sus víctimas. El Perú es un país donde aproximadamente dos millones de peruanos no saben leer ni escribir, donde más del 58 % de la población infantil padece desnutrición, donde la debacle del agro afecta a más de siete millones de peruanos, donde las causas estructurales de la injusticia es denunciada por una manada de cadáveres. El Perú es un país cuyos gobernantes matarifes han despedazado su dignidad y soberanía nacional.

15 de abril de 1996.

Ángeles del abismo: Testimonio de una década

César Gutiérrez Alva

Este es un testimonio de parte que puede resultar subjetivo e impreciso, pero es eso: Un testimonio desde la óptica particular de alguien que fue parte de un proceso y tiene algo que decir como juicio de valor y balance puntual.

Los "Ángeles del abismo" cumplen con su presencia -en nuestra provincia y sólo en nuestra provincia- el requisito básico para ser considerados dentro de la generación de los años 90 en el ámbito de la creación artística.

En el contexto regional hay una continuidad en la tradición literaria de casi tres décadas, desde finales de los años 60 hasta la actualidad. El colectivo artístico "Ángeles del abismo", por lo tanto, se inscribe dentro de ese proceso aportando su particular forma de ver el mundo y su interés por construir un lenguaje o código artístico en consonancia con el tiempo y las circunstancias que le tocó vivir.

No sería objetivo hablar de los "Ángeles del abismo" sin hacer referencia a otros grupos o personas que, de alguna manera, hoy podemos considerar referentes o, en el mejor de los casos, compañeros de ruta. Porque si hablamos de proceso, hay que apelar a todas aquellas personas, hechos, eventos y estados anímicos que coincidieron o se suscitaron para dar origen a una determinada circunstancia artístico-cultural. Concibo que somos parte de un proceso en el cual está inmersa mucha más gente de la que habitualmente se cree. Sería miopía y egoísmo no valorar el aporte y aliento de otras influencias y motivaciones como: La narrativa de Víctor Borrero, la poesía de los años 80 de Lelis Rebolledo, Róger Santiváñez, la poesía de José María Gahona, el trabajo literario y el estímulo de Carmen Arrese, la compañía y complicidad de otros grupos literarios locales que irrumpieron en los años 90. No podemos hablar de nuestro grupo sin referirnos a todo lo que fueron las inquietudes artísticas de aquellos años. Hubo mucha inquietud creadora. José Díaz Sánchez hace bien al referirse a ese momento como una "eclosión de grupos y creadores", porque en realidad fue el surgimiento de muchos jóvenes con inquietudes literarias, pictóricas, políticas; algunos -como es lógico- ahora sólo recuerdan ese tiempo como de bellas inquietudes, pero otros, perseveran aún en su convicción y vocación artística. Y son precisamente estos últimos los que hacen posible este testimonio.

Uno de los eventos más bellos que me tocó vivenciar en Sullana fue la exposición de literatura que Carmen Arrese monto en el hall contiguo a la biblioteca de la Municipalidad de Sullana el verano de 1997. Fue bello porque habían dispuesto -en mesas y paneles verticales- libros, revistas, poemarios, plaquetas; toda una colección de poesía y narrativa actual. Para mí fue un hallazgo memorable ver tanta poesía junta y enterarme que existía gente interesada en difundir literatura. Allí encontré la plaqueta de poesía angelabísmica "El fósforo insomne" que se constituyó en la punta de la madeja que tiempo después me llevó a conocer a los poetas Ricardo Musse, Lelis Rebolledo y Justo Gómez, a los pintores Luis Ordinola, Martín Mamani, y Antonio Peralta, al narrador Elber Agurto, a José Díaz Sánchez ya lo había conocido en Trujillo algunos años antes.

Los miembros de la Estirpe generacional, como catalogó Ricardo Musse a nuestro grupo constituimos, en su momento, un grupo de artistas jóvenes vinculados por afinidades etáreas y amicales que sentimos la necesidad de articular un discurso, una propuesta, una actitud.

Martín Mamani formuló en una conversación de amigos que tuvo lugar algún día de finales del año 2 004 una pregunta que creo pertinente abordar aquí: "¿Existen aún los "Ángeles del abismo?" Pienso que ya no existe como agrupación, porque el impulso de aglutinación primigenio ya cumplió su ciclo, puesto que ha tenido lugar una suerte de desbande de varios de sus miembros. Pero para entender mejor este proceso de dispersión o extinción del grupo es necesario efectuar un ejercicio retrospectivo.

Hagamos memoria: La génesis del grupo se remonta al 14 de febrero del 95, día en que se presentó el fanzine o plaqueta de poesía "Ángeles del abismo" en un concierto de rock en Piura. Lelis Rebolledo, José Díaz Sánchez y Jorge Castillo Fan fueron los que publicaron en ese fanzine. En aquel año se impulsa una actividad artística muy intensa, se suscitan circunstancias que propician asumir actitudes irreverentes y contestatarias propias de la edad juvenil.

Para el año 1 998 el grupo estaba diseminado o desarticulado. Fue a raíz de la muerte del poeta Ricky Jesús Espinoza (abril del 98) que se inicia la segunda etapa vital del grupo. Una suerte de continuidad y clausura. En esta nueva etapa nos incorporamos Cosme Saavedra, Ramiro Rosas y yo; pero ya habían marcado irreversible distancia Jorge Castillo Fan y Martín Mamani.

Entonces, para completar la respuesta a la pregunta planteada por Martín Mamani , diré que ya no existimos como grupo porque desde el año 2 003, momento en que algunos nos convertimos en "Ángeles domésticos" (sarcástica definición de José Díaz) se registra una segunda y definitiva ruptura entre los miembros del grupo, una especie de distanciamiento cordial y paulatino deterioro del grupo como núcleo para el desarrollo de propuestas creativas. Es decir, que ya cumplió su ciclo y cualquier prolongación de su existencia no pasaría de ser meramente una construcción artificial.

Ricardo Musse o la "contundente resistencia contra la niebla"

Cosme Saavedra Apón

Inexplicablemente la poesía es el único saurio milenario que ha resistido a una posible extinción (es delirantemente conjeturable que aún existan animales prehistóricos involucionados en los corrales domésticos) y como única en su especie está destinada a ocupar un lugar especial, no exactamente en un museo interior sino, en la propia cotidianidad.

Como enfatiza Javier Arango, escritor colombiano, "hay cien modos de escribir bien, pero la sola manera de escribir mal es la de escribir como todos" y la preocupación, justamente, del poeta Ricardo Musse es la de escribir con un estilo muy propio. Hacer de la cotidianidad un manantial de reminiscencias en el cual las imágenes vayan fluyendo y en algunos recodos, se arremolinen y venzan la inexorabilidad del tiempo, en una batalla meramente subjetiva.

"Cinematografía de una adolescencia" poetiza no sólo la movilidad de los tiempos vividos junto a "la mar brava" de la ciudad dejada atrás por el poeta, sino, también esas estelas que inventa la embarcación ya desanclada y los fantasmales tripulantes de los cuales quedan sólo los nombres comunes, algunos propios o los extravagantes apelativos: "Abuela", "Lorena", "Rosita", "Carmen", "Martín", "Doña Tolola", "Chuli", "Mamá Alicia", "La Huguito", "La Pamela", "Papá pelón", "Celeste" o el de "Figurita".

"La contundente resistencia contra la niebla" de la que nos hace confidentes el poeta Ricardo Musse Carrasco no es acaso mirarnos a través de "empolvados espejos" y descubrir que "las furiosas pedradas son tan inútiles para reventar" esa imagen del sujeto que desembarca el navío de la pubertad y sólo le quedan unas obsoletas cartografías y sus adminículos ce marinero.

Es frecuente encontrar entramadas, en los versos musseanos, estas vestiduras de sus salobres peripecias por el Callao que, finalmente, patentan la resistencia emotiva a dejar por completo la adolescencia. Creo firmemente que bitácoras como: "Manoseándonos", "gramputeándonos", "trompearse" o "sacarse a patadas la mierda", son los implementos que han sobrevivido indemnemente al pavoroso naufragio del tiempo. Después el poeta tuvo que moverse en otro medio, en otro orden de cosas y sujetos que probablemente han llenado otros vacíos, pero no la garganta insospechada de donde brotan estos desenfadados poemas que dan la apariencia de un filme en el que algunas imágenes pasan rápidamente y otras se quedan arañando o desbordando la pantalla interna como los poemas dedicados a la abuela, a su encierro y "sus pesadas soledades".

El poeta evoca, además, los interrogantes que no pudo ni podría resolverle la adolescencia, "¿acaso nuestro temor a la oscuridad será para siempre?". Otra interrogante muy propia al descubrimiento psicofisiológico es metaforizada y resuelta en "el espumoso esperma que se vierte sobre aquellas islas/ que se encuentran muy distantes de las azules costas/ de la felicidad", ya no por el adolescente sino por el poeta reposado que recurre a los espejos a evocar y tomar posesión de sus renuentes y, en cierto modo, entrañables fantasmas.

En el poema XXVIII se percibe una limpieza y un desenfado para entretejer el despunte de un tema tan acariciado y poblado de un misterioso hálito matemático, "pero las corrientes de aire desplazan una coordenada oscura/ y recta/ porque la muerte sopla con una letal insipidez/ hundiéndonos", da la impresión que la muerte, para el poeta, no es precisamente el paso a la inercia absoluta sino a unos "… angostos y absorbentes dominios…", donde tal vez, en el futuro, esos viejos cadáveres sepultados en el pecho tengan algo que decir por nosotros y lo hagan en el momento preciso.

El último poema, de estos treinta, denota una melancolía existencial, que sólo atañe a las criaturas que tienen la sensibilidad de mirar a los cuatro ejes, desde el punto de origen a donde llegan infinitamente las reminiscencias y deben continuar fluyendo. El poeta lejos de ser un doloroso confidente de la notable incompatibilidad acerca de lo que buscan los miembros de la familia, audazmente poetizados, con lo que busca él, "ese otro y distinto horizonte", prefiere entonces iluminarlos, llevarlos consigo a cubierta porque los que quedan, finalmente, son los que sobrevivieron al naufragio y llevan un mástil viejo y un puerto atravesados en la memoria y unos cuantos caracoles que deben llegar a la ciudad de exilio alojados en los bolsillos secretos de los que nadie abandonaría al partir.

Las intensas caminatas o los fabulosos periplos en el navío "Ángeles del abismo" me han permitido conocer fidedignamente al Ricardo Musse poeta y compartir junto a José Díaz, César Gutiérrez, Luis Ordinola, Elber Agurto, Antonio Peralta y Lelis Rebolledo sus desvaríos cotidianos, sus excentricidades y, sobre todo, su compromiso leal para con la literatura. Por cuota de este iconoclasta, mordaz y, muy interiormente, sensible forjador de este poemario es que a partir del alumbramiento del mismo la poesía angelabísmika se despoja de genéricos y platónicos trajes para introducirse en un par de zapatos abarquillados y una camisa apolillada y visitar, como es de hacerlo, con el ritual menos ritual, al empolvado "corazón del mundo".

Sullana, junio de 2002.

viernes, agosto 10, 2007

Lelis Rebolledo: El monje solar de los Ángeles del Abismo


Ricardo Musse

El lenguaje de Lelis Rebolledo atesora la sabiduría de los siglos: La verdad vital. Su poesía busca las aberturas. De esta actitud nace su tendencia poética que él llama: Infrarrealismo neorromántico:

“Oquedad de la elegía maternal. Comunica tus recónditos detalles. Lanza tus mordiscos. Y hiere estas telarañas. Pues la caída será tu muerte. Y tu desgarramiento. O sino cierra este acuerdo con tu intimidad. Rompe todas las persianas. Y baja por las escaleras. No supliques a nadie. Ni muevas la cabeza. Has tardado mucho tiempo en venir. No te podrá salvar la quiromancia ni todos tus maleficios”.

Infrarrealismo: un disolverse en los sueños. Neorromántico: Un exaltarse en las eternas agonías.

Lelis hiperboliza su lenguaje poético. Desflora las virginidades semánticas del lenguaje. Su manera de expresar lo existente nos parece tan primigenio, tan recién nacido, que conmueve nuestras más remotas emociones y nuestras más endebles agitaciones pectorales:

“Eso te dio la posibilidad de meterte en el follaje. Pues ya habíamos conocido el antiguo recinto de los Minotauros. Las aguas de Estigia. Las sandalias de Medusa. Por ello viniste a esta cita. El arte fue un irremediable cataclismo de signos y mensajes intraducibles. Los que te empujaban hacia el fondo de estos recuerdos retorcidos por la angustia”.

Lelis “efectúa la traslación de un mundo concreto y objetivo hacia el universo de la creación, a través del uso de tropos y metáforas aparentemente ilógicas e intraducibles, pero que a la postre encierran (un mensaje altamente humanista)” (1).

Otra tendencia de Lelis Rebolledo es el neonativismo y su lenguaje étnico-regionalista, condimentado con terminologías jerguísticas:

“Has comparecido ante todos los tribunales.
Fuiste declarado culpable:
por usar sombrero / latear por las calles /
ponerte pulóver / pegar afiches / ponerte
chaqueta roja / escribir poesía / y usar zapatillas.
Han utilizado contra ti todos sus impuros
métodos de persuasión,
pero no pudieron sacarte nada
ni han podido allanar tu corazón.
Al concluir el otoño te han encerrado
en una isla
donde sigues siendo el Robinson inmarchitable
Ke respira su propia xoledad.

Esta tendencia –el neonativismo étnico norteño- encarna la persistencia en la historia de los rasgos de los grupos culturales autóctonos propios del departamento de Piura. No olvidemos que la conciencia del indio, su problemática y su solucionática ha sido –y sigue siendo- el aporte más significativo de la intelectualidad peruana del siglo XX.

Lelis poetiza –nutriéndose de textos historiográficos- ese inmenso depósito de mitos, leyendas y tradiciones: El pasado Chusís, las culturas Illescas, Vicús y el universo Tallán; pero con una contemporaneidad técnica, utilizando una estructuración textual de vórtice: Lo ancestral –derivación técnica de la ficcionalización de la historia- se transporta hacia la realidad cotidiana de estos tiempos:

“Fundador del desierto y de la inocencia de las aves
tú conoces el retorno y la llegada de nuestros ancestros
el apareamiento de las culturas que nos procuraron el tesoro
y la sabiduría del lagarto de oro
pues tu talismán lo cediste de generación en generación
sacerdote guerrero aquí están tus ñaños hechos de yupisín
y plátano frito”.

Lelis Rebolledo –por otra parte-, su poesía, trasluce un enmarañamiento de imágenes de onírica construcción, unida a una actitud escéptica y vociferante cuyo único mandamiento pareciera ser: “Somos mierda” y cuya profética Buena Nueva es: “No hay solución”. Poesía rebelde, juvenil, de radicalidad rítmica: Neosurrealismo punk:

“Noches de las flores negras y de las admoniciones
Aki no hay atmósferas densas y monótonas
Un cuerpo es un bello homenaje a la desilusión
Pues tus vibraciones no vienen del diapasón de las ondas gamma
La muerte sólo te ha de jurar tu última voluntad porque estas sombras
agoreras han asaltado tus toboganes
Y hoy estos oblongos personajes son la maldición de las florestas
De esto que forma parte de tu poco o mucho amor
De esto que siempre será el día siguiente y el ayer
De esto que se muele con tus dientes y tus acertijos
Como si alguien te diera el pésame o te congratulara
Todo es igual y de repente se te cae una lágrima y al resbalar tu tristeza
incubada en tus ojos
Te sientes que has perdido tu sombra y tus partituras
Y que ya no hay nada que pueda humedecer tus labios
Pues tu cautiverio es una larga línea trazada por el olvido
Por esta injuria que va sellada y refrendada por los cíclopes
Por esta calle que dejó de ser para ti la emoción dark
Como estos relojes de arena reventados por las cuerdas de tu guitarra
Pues mañana incinerarán tus vísceras en la torre de los alucinados”.

Lelis Rebolledo (con su reconstruir raigal y poéticamente oriundo) seguirá poblando sus propios espejismos y aventando frenéticamente sus versos como azules paradojas del tiempo, el espacio y la existencia misma:

“Fiel a los mandamientos de las semillas y de los óvulos
almirabados / a tus descendientes y a tus progenitores de barro/ al virtuosismo
de tus aves y de tus curacazgos / porque ya hemos encontrado nuestro propio
paraíso en la herencia de tus ojos y de tus cabellos/ en el brindis de la chicha
que se invita con el linaje y el séquito de las soñas / para verte marchar en el
vértice del amanecer con las primeras luces del corazón”.


(1) Castillo Fan, Jorge. Lelis Rebolledo y la neocromía epidérmica de la

poiesis, pág. 3. Sullana 1 995.
Nota: "Agua", revista literaria que dirigió Lelis Rebolledo; tomado de Terra ígnea.