jueves, agosto 16, 2007

"Los Ángeles del abismo": Contexto histórico

Ricardo Musse

Puesto que los artistas comparten el mismo cielo, pertenecer a una estirpe generacional nos condena a peregrinar en medio de la profunda podredumbre del mundo. Somos una estirpe sentenciada a la función de resucitar míticas utopías. A buscarse dentro de sí para reencontrarse con aquello intuido como esencial e infinito. Pues, no está enjaulado en la finitud de las apariencias el arte. Absolutamente todo se está autogestionando constantemente de nuevo. "Aquí donde la función recién empieza. Y no es como algunos mediocres lo dicen: No. La historia no ha terminado. Está en sus primeros capítulos…". Aún la humanidad no asciende a la cúspide existencial. Cómo llegar a ese estado orgiástico, si la felicidad es atajada por individuos que se revuelcan deliciosamente dentro del estiércol de sus miserias, violentando nuestros autónomos y testiculares sueños. Sueños que atesoran una cristiandad del ser. Porque a pesar del frío deshumanizante evangelizaremos una fluencia y una germinación redentora para la humanidad:

"Creo en los ascensos del alma a las raíces
Raíces supremas en tránsito de luz
Hacia el destino de una lágrima feliz en nuestro
/hallazgo
Cuando esa lluvia fecunda nuestros fondos
Sobre el revés de los témpanos oscuros
Seremos el latido bilingüe del río y la semilla
Invierno nos verá nacer
Sobre las hojas muertas de su pecho".

Enjuiciamos, por otra parte, importante que es imperativo fraguar una racionalidad perceptiva del mundo, procurando exterminar la natural disposición seglar de creer que unos predestinados -gratuitamente- ofertarán la felicidad. Pues, la humanidad edifica la creencia de ser visitada por figuras redentoras capaces de reinaugurar -aplicando sus fórmulas taumatúrgicas- un reino terrenal de la abundancia donde los hombres vivirán en paz entre ellos. Y esta racionalidad perceptiva del mundo se argumenta en la necesidad imperiosa de inmunizarnos contra el síndrome del milenarismo que obnubila y tuerce la conciencia colectiva, convirtiéndonos en estúpidos creyentes del Mesías Fujimori y de su escuadrón de discípulos, sumisos difusores de catecismos neoliberales que dictaminan que el país sólo progresará en la medida que se acepten, incondicionalmente, las recetas "humanitarias" del FMI. Es verdad: "El mundo vive una era de cobardía, oportunismo y entreguismo". Evidentemente que el año mil ha ejercido una honda fascinación sobre el espíritu humano.

Pasando a otro punto conflictivo diremos que la burocracia estatal del país tramita eficazmente un disciplinado y contagioso analfabetismo cultural. No cabe duda que aquélla es una de las responsables del descontento social actual y del surgimiento de movimientos subversivos en el Perú. Ya que su liturgia los convierte en pontífices de la rapiña, insensibles a la problemática nacional, auspiciando con su epidemiológica inconciencia un carnaval de deshumanización y alienación. Pera esto en Latinoamérica no nos debe maravillar: "América…(es un cuerpo social) con la cabeza en el "penthouse" y los pies en las villas miserias, los ranchos, las chabolas (y los asentamientos humanos)… con una sangre infestada, corriendo por las alcantarillas de las venas…" Y concretamente, el Perú es una sociedad donde nada funciona bien por mucho tiempo, un proceso que se repite tercamente y que además siempre acaba mal.

El Perú es un país donde expresar la verdad significa vivenciar el infierno de la represión, donde implacables verdugos no viven en paz si no torturan, sazonan, achicharran y fusilan clandestinamente a sus víctimas. El Perú es un país donde aproximadamente dos millones de peruanos no saben leer ni escribir, donde más del 58 % de la población infantil padece desnutrición, donde la debacle del agro afecta a más de siete millones de peruanos, donde las causas estructurales de la injusticia es denunciada por una manada de cadáveres. El Perú es un país cuyos gobernantes matarifes han despedazado su dignidad y soberanía nacional.

15 de abril de 1996.

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