lunes, noviembre 19, 2007

La redentora herejía textual en "Los apóstoles de la muerte”.

Ricardo Musse

En la paródica ficción “Los apóstoles de la muerte” se juega, con autónoma herejía textual, con las nominaciones de algunos seguidores de Jesu-Christo: Juan, Lucas, Matheo, Judas, Pedro y Felipe. A éstos, despojándolos de su evolutiva pulcritud vital, se les sitúa en un imaginario profano depositado dentro de nuestras más desatadas especulaciones. No obstante, se nos engendra también la discursiva sensación que toda la historia evangélica podría ser producto de una alucinatoria y enfermiza disquisición humana.

Esta atmósfera textual, inhóspitamente irredenta, constituye la oscura emanación de la palabra, la infernal humareda de la vacuidad enunciativa: Esa sórdida excrecencia del verbo -más que primordial- ficcional.

Jesús (el hijo de la omnipotente podredumbre) es un ladrón, drogadicto y omnipotente sexual que sólo halla adictiva plenitud durante los precarios coitos con la pérfida María Magdalena. Mientras sus seguidores despliegan una liturgia de la obscenidad: Este Juan, paródicamente, es un afeminado que se prostituye mientras el de los Evangelios permaneció, hasta su muerte, virgen; saliendo remozado y vigoroso después de haber sido echado dentro de una caldera de aceite hirviendo. El traicionero y enfermo Lucas que muere de un tiro en la cabeza; se contrapone al que, siendo médico, sufrió redentor martirio cristiano. El pérfido Mateo, ahorcado con un Rosario dialoga, en clave irónica, con el sacrosanto y leal (ex-cobrador de impuestos) Matheo que fue el que inauguró los Santos Evangelios. Judas es el último sobreviviente y patológico desdoblamiento de Jesús; el beodo e inconsistente Pedro es la literaria versión de la inconmovible Roca Apostólica del Catolicismo y Felipe, una difuminada entidad pálidamente enunciada.

Esta trama (sostenida sobre la fatal recurrencia de infames asesinatos), desde un punto de vista técnico, se va estructurando dentro de secuencias discontinuas que paulatinamente, convergen hacia un sorpresivo desenlace. Además, está contada por un tolerante y omnisciente narrador que permite, infiltrándosele dentro de su verbal respiración enunciativa, el fónico protagonismo de los personajes.

Debiendo solventar -sin embargo- ciertos intersticios sintácticos y temporales de las acciones narradas, pero constituyendo la primera obra dentro de este género; consideramos que el autor aprueba las exigencias formales del relato. En consecuencia, Luber Ipanaqué con “Los apóstoles de la muerte” se condena a redimirse dentro del plan salvífico que le tiene destinado, indefectiblemente, la reveladora y misericordiosa palabra de su expiadora literatura.

Notas:
foto: Lúber Ipanaqué.
Portada del libro "Los apóstoles de la muerte"

No Descansada Vida de Víctor Mazzi . LA OTRA POESÍA DE UN AEDODIDACTA

Roque Ramírez Cueva

Leer la poesía de Víctor Mazzi Trujillo (1925-1989), obrero autodidacta o mejor aedodidacta, nos traslada a ámbitos no comunes y, desde luego, al corazón de otra palabra. Digo otra, porque la de V. Mazzi tiene sus propios sones. Él tenía la virtud de volver dinámicas, mutables, vanguardistas a las voces y expresiones conservadoras o herméticas. Acerca de las alusiones cristianas en la poesía de Vallejo, decía que éste daba vuelta a las acepciones religiosas del dogma católico, por ejemplo para el poeta de dados eternos, “el Dios es él” [el hombre]

Peculiaridad de estilo que Víctor Mazzi la asumió desde su mirada en la segunda mitad de la centuria veinte, justamente en una de sus líneas verso blanco arremanga uno de Fray Luís de León: “¡Qué descansada vida!” Y lo transforma, escribiendo “oh la no descansada vida” de los hombres del trabajo que forma callos y da fibra al cuerpo, argumento éste que se desprende tras la simbología del verso.

A propósito, el mencionado verso de Mazzi Trujillo ha sido tomado por los herederos del poeta para dar título a su libro póstumo No descansada vida (Lima, Arteidea editores, 2006, 74 pp.). Conjunto que reúne su poesía edita e inédita, e incluye una autobiografía del poeta. Los poemas editados han sido seleccionados de sus poemarios: Reflejos de carbón, 1947; A lengua viva, 1975; Poemas de vecindad, 1975; Guirnaldas de canciones a Chosica, 1976; Memorial de un tiempo a otro, 1978. Los poemas inéditos confirman la solidez de la antología.

Antes de continuar se hace necesario mencionar que la obra de Víctor Mazzi, en particular el libro publicado, presenta exigencias para leerlos, por lo mismo, las presentes líneas solamente cumplen la intención de apuntes críticos no eslabonados que puedan servir para motivar la lectura y el estudio de su poesía.

Desde el primer poema, con pregunta retórica averiguando por la luz que disipa oscuras y profundas oquedades marinas, por la flecha portadora de innombrables fatalidades, por lo festivo y mágico de la Música, se perciben las imágenes disímiles que de fondo sustentan el armazón poético del citado libro No descansada vida.

En varios poemas nos ofrece esta percepción semántica de la luz o de las claridades imponiendo o extendiéndose sobre oscuridades abisales, dualidad disturbadora de los opuestos propia de la poesía de V. Mazzi. Desde luego no son claridades místicas ni iluminadas sino que enarbolan su humanismo, distinguiendo entre la mera bella palabra y la estética de la otra manera, a la manera proletaria que además de bella extrapola los puntos de vista de la lironda y monda vida de amos y plebeyos, de reinas y obreras.

A partir del segundo poema se percibe la sencillez de la palabra, palabra llana por efecto de decantamiento, es decir, la voz se eleva por digresiones que, al contrario del pensamiento cartesiano, hacen fluir sencilla y puntual la voz poética de nuestro aedodidacta: “existo de natural manera, / susténtome, trabajo, trabajo, canto”. Dimensionalidad de altura que es visible en toda la extensión del conjunto: “golpe a golpe va creciendo / el ritmo de mi canción. / No tengo otro medio / de lograr comunicación” (p. 25), “He aquí el papel / el lápiz y el sonido del río / despertando de pronto / a los dormidos” (p. 53), “una palabra que sepa a buenos días lo mismo / que un clavel abierto al mañana” (p. 71). Para el caso sirven también algunos versos transcritos más adelante.

En No descansada vida los versos son hechura de un comportamiento de vida, son expresión de vivencias cotidianas y sueños de lo mejor del enjambre humano. Imágenes visuales que muestran lo tangible e intangible de la existencia y subsistencia de los hombres situados en comunidades sociales, si están del mismo lado o entre clases cuando no hay comunión de intereses. Por cierto, esta realidad no es sólo percibida en la imaginación del creador, está compuesta ante todo del raciocinio de la voz poética que esculca un real desnaturalizado y un utópico mundo.

Continuando con los versos de Víctor Mazzi, el poeta sabe bien que no basta estar comprometido con las ideas y acciones sino que, al decir de Alfonso Reyes (1), en el campo de la creación: “la poesía es un combate con el lenguaje”. Por ello, y como parte de esa hechura de actitud de vida (ver líneas atrás) Mazzi le confiere autoridad ética y, por supuesto, estética a las palabras: “Necesariamente / palabra de hombre / no solamente tuya y mía / sino propiamente del acento colectivo” (p.44); “apilaré palabras / de las que se piensan / y no se dicen / de las que se dicen / sin pensarlo / de las que saben / a padre y madre / y / ahora son / vástagos de contexto” (p.59); “mirad este canto sobre la albura / del papel nato. Es un canto obrero / de mano y obra limpia y dura,” (p.63).

No obstante, si alguna palabra suya expresa el ego, el yo narciso, debemos aclarar que en el caso de nuestro aedodidacta, ese YO “es tan indispensable como honesto y probo” fraseando a Victoria Ocampo, (2). Leamos, en la p. 29 se lee: “Según va explicando Hugo Strasser / con el cromo de su saxo alto / y/o con su oscuro clarinete / en tanto YO / suspendido en el andamio / cumplo peligrosamente con ganarme el pan”, y en la p. 31: “y soy testimonio de un tiempo / con el cuchillo entre los dientes”.

Víctor Mazzi Trujillo es un poeta obrero, no cualquier obrero, con un punto de vista zagaz en ristre, es cierto, con una concepción que no es sólo suya, lo sabemos los lectores, porque el sueño de un país que curse utopías socialistas es de millones. Por tanto, en contraste, hay múltiples ojos que lo leen con intención áspera y prejuiciosa, sin someter a estudio su poesía y más bien, sí, su ubicación social, lo vetan porque imaginan reflejada su simpatía política, sin comprobarlo en el rigor de la creación. Ya, el lúcido narrador y crítico que es Miguel Gutiérrez Correa, desmintiendo supuestas carencias, ha sustentado el ascendente desarrollo formal en la poesía de Mazzi. (3).

Si leemos (de entender), él no predica porque quien da fe de lo que vivencia en sí mismo, ofrece un testimonio y no una prédica: “¡Morococha! Yo te grito, / aunque me duela hacerlo / con los dientes mayúsculos del hambre / y con la nieve de mis huesos; / me duele gritarte ahora, / en esta hora, que tu afecto / tiene de rodillas de tiempo hincado”. Claro, hablo de un testimonio poético por si lo dudan.

Incluso, si se le encontrara un verso donde haya “prédica” concuerdo con Martín Heidegger (4): “Pero un poeta que predica es un mal poeta: a menos que comprendamos el verbo ‘predicar’ en un sentido más profundo. Predicar es el ‘predicare’ latino, lo que quiere decir predecir algo, y de ese modo proclamarlo, elogiarlo, y hacer aparecer lo que tiene que decir en todo su esplendor”. Este ‘predicare’ latino es lo sustancial en la poesía de Mazzi Trujillo.

Pruebas al canto, dicen los obreros de la construcción. Aparte de los versos ya vistos: en la p. 20 se lee, “Si tiembla la raíz de mis alas / es porque tarda en su advenimiento / la estrella del próximo amanecer”; en la p. 35, “Hermoso tema el de la lluvia / cuando no llueve ni usted se llama María Antonieta / ni su marido sabe que se prepara el diluvio”; en la p. 45, “pasarán los ogros, pasarán los lobos / y la sombra de los cuervos, / ¿por qué temerlos, mi pequeña? / Sí tú eres el mañana vestida de esperanzas / que trae en sus manitas un cesto de cerezas”.

Yendo a otro asunto, en la poesía reunida de No descansada vida, de una creación a otra, hay una sonoridad verbal donde se aprecian diversos sones: ecos de la rima de los poetas españoles de la guerra civil, preferentemente Miguel Hernández, a veces Lorca; los ritmos jazzísticos de Miles Davis, Dizzy Guillespie, el tono del tango lunfardo, también de percusionistas afros. Son ritmos que subyacen en la construcción de su poesía, los versos han sido trabajados al ritmo de las asonancias españolas o al ritmo cadencioso del jazz y el tango; en particular hizo suya la función de juglaría que cumplieron los cultivadores del soul en tiempos del apartheid. Para ello no se necesita evocar como argumento la adicción (en sano sentido) por el jazz y la música varia con la que enfrentaban su tarea estética, además del propio Mazzi, los poetas del grupo Primero de Mayo, por los años 60 – 70. (5)

En cuanto a su temática, V. Mazzi T. asume confrontar variedad de la misma, desde lo universal a lo latinoamericano, como el amor, el trabajo, la vida, los hombres, la destrucción, las batallas, los tiempos, las revoluciones, etc., con la peculiaridad que los argumenta desde sus colisiones no estáticas: la luz disipa la oscuridad (ya se dijo), se muere para vivir, lo individual forma colectivos, el sueño utópico de uno lo comparten varios, con la lluvia no todos se mojan, en fin es sólo un resumen de lo más que se puede afirmar respecto de la obra completa del poeta, pendiente de editarse.

Por cierto, Víctor Mazzi, el viejo, era muy humano, no concebía lo infalible, conocía muy bien de la ciencia y su principio de falibilidad. Entonces, sí, su poesía que, sin duda alguna, estaba dirigida, particularmente a los obreros y a los trabajadores, a las mujeres y varones del pueblo, está compuesta en algunos versos con símbolos difíciles de decodificar. Tal vez respondan a una codificación muy personal y cerrada a dichos lectores (efecto del celo puesto en su autoformación cultural y académica, la cual era de rigor, que no se dude): “azules mandatos de lluvia”, “Golpeo el canto y lato”, “en la estrechez de este baluarte socio-económico-verbal”, “No estamos solos. Nos asisten voces / de envenenados pinos y penas sin memoria”, “promuevo la mecánica / diferencial de los ruidos”.

Ahora bien, sobre lo anterior no nos atrevemos a decir explícitamente si los significados son los adecuados o no, porque, considerando el principio esencial acerca de que al pueblo debe ofrecérsele lo mejor, cabe preguntarse ¿se trata de códigos personales arcanos o de límites de lectorías con los cuales no debe transar un creador salido del seno del pueblo? Interrogación para una argumentación exclusiva que debe y merece exponerse con mayor detenimiento en otra página y oportunidad.

Concluyendo, debemos no olvidar que Víctor Mazzi T. ingresa al llamado parnaso nacional en los años cincuenta y le da otro matiz, le pone su tono de contrastes. Como ya escribimos, en un diario capitalino (6), él formó parte de aquella hornada de “intelectuales obreros (¡qué osadía!) de esencia [aedodidacta] irrigados por su ideología clasista [que] se ubicaban al margen de las tendencias tradicionales existentes [de los escritores] ‘puros’ y ‘sociales’”. De esta manera fue su ingreso a los sacros claustros literarios, “pero es una permanencia [donde se] brega insolente, conquistando autonomía frente a la élite de la cultura oficial y académica”.

Sin embargo, el poeta Mazzi, inicialmente incursó en la tradición poética del momento, ya los especialistas han señalado la admiración de los poetas de la Generación del 50 (a la cual pertenece Mazzi), por la poesía de los juglares españoles, Generación del 27, de la cual sacian su fe poética, por una parte, Pero, por otra parte, él y los demás miembros del Primero de Mayo, inician para el Perú, y la continúan para el mundo, otra tradición: la poesía universal proletaria, impregnados de la herencia poética del Vallejo de Poemas Humanos y España, aparta de mí este cáliz.

Tradición que se remonta a los tiempos de barricadas por la Comuna de París, con Eugene Poittier y Jules Vallès y se extiende a Jiri Wolker (Polonia), a los escritores de la Revolución Mexicana de 1910; los poetas de la Revolución de Octubre de 1917; al grupo Boedo (Argentina); a los poetas de la Guerra Civil española; a Jacques Prévert (Francia); al grupo literario El Ladrillo, con Oscar Raúl Fernando García y Adrián Desiderio; en Paraguay con Elvio Romero, etc., entre cientos de poetas que se quedan en el tintero por razones obvias de espacio. A leer los versos, de un no descanso a otro.

(1) Cobo Borda. Revista Eco, Nº 249-julio 1982; en “Taller de Octavio Paz”.
(2) OCAMPO, Victoria. T.E. Lawrence, Bs. As., edit. “Sur”. 1963.
(3) Diario El Nacional. Lima, 25 de Marzo de 1990. La cita fue tomada de su libro La Generación del 50: Un mundo dividido.
(4) HEIDEGGER, Martín. Revista Eco, Nº 249-julio 1982; en “Hebel el amigo de la casa”.
(5) Por esas décadas, aparte del autor reseñado, integraron el Primero de Mayo: Algemiro Pérez C., Jorge Bacacorzo, Rosa del Carpio, Artidoro Velapatiño, Julio Carmona, Alberto Alarcón, Raúl Soto, Néstor Espinoza, entre muchos más.
(6) En el Diario El Nacional. Lima, 25 de Marzo de 1990. Suplemento Cara & Sello; en “Poeta obrero de la generación del ‘50”.

Tanta vida y siempre, siempre, siempre

Henry Córdova Bran

Hace aproximadamente 70 años César Abraham Vallejo Mendoza dejaba de existir en un hospital de París, exhalando agónicamente sus últimas palabras “Me voy a España”. “César vallejo ha muerto/ le pegaban todos sin que él les haga nada…” y sin embargo, desde entonces, cuan vivo se nos presentaba a todos nosotros. Con Vallejo uno puede decir esto de para vivir eternamente murió aquél día.

Y es que Vallejo ya nos lo había advertido en sus Poemas Humanos “hoy me gusta la vida mucho menos/ pero siempre me gusta vivir: ya lo decía” y el poeta tenía entonces tanta vida que una sola muerte física –así de simple, cosa de mortales- no podría ser su muerte definitiva “¡Tanta vida y jamás me falla la tonada!”

Cómo iba a estar muerto. Vallejo no podía morir solo para morir y acabar “¿es para eso que morimos tanto?/ ¿para sólo morir,/ tenemos que morir a cada instante?” la muerte representada así por el poeta parece cosa simple, el poeta puede vencer la muerte. Vallejo no murió para sólo morir, murió para vivir. Sucede que el aedo santiaguino ya había dicho antes “sólo para morir hemos nacido” bien se podría decir entonces y bajo esa lógica poética sólo para vivir hemos muerto.

Y el poeta vence a la muerte como el combatiente de su España. Para vencerla necesita de “un ruego común: “Quédate hermano!””. Un ruego común de todos los hombres de la tierra. Vencer la muerte amando tanto, tal la lección del poeta. En Masa todos los hombres de la tierra aman tanto al combatiente que éste emocionado incorporóse lentamente y echa a andar. Vallejo en cambio ama a todos los hombres de la tierra y echa a nadar.

Porque para Vallejo era el hombre el fin supremo “pelear por todos y pelear/ para que el individuo sea un hombre, /para que los señores sean hombres/ para que todo el mundo sea un hombre/…”

Cómo iba pues a morir este hombre a quien le pegamos todos sin que él nos haga nada. Quizá por esta razón Juan Gonzalo Rose se refirió en alguna oportunidad al poeta como “César Vallejo el crístico” haciendo clara referencia a Cristo, a la condición de Cristo. Entonces, vivir como un cristo, morir como un cristo, resucitar como un cristo.

César Vallejo ha muerto. Se nos dice en este poema que Vallejo sólo muere si está solo “Jueves será, porque hoy, jueves, que proso / estos versos, los húmeros me he puesto/ a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto, con todo mi camino, a verme solo”. Sin embargo estamos todos aquí rodeados de Vallejo, cielo Vallejo aire Vallejo, sierra y agua Vallejo. Cómo iba a morir pues, este hombre, si está viviendo, desde luego, con su muerte querida y su café…

“Me gustará vivir siempre, así fuese de barriga, /porque, como iba diciendo y lo repito, / ¡tanta vida y jamás! ¡Y tántos años,/ y siempre, mucho siempre, siempre siempre!

Foto: César Vallejo, Paris 1926