lunes, abril 27, 2015

EL DILUVIO DE ROSAURA ALBINA

Portada de la novela

Ricardo Ayllón

Si hiciéramos un rápido cálculo cronológico, podríamos decir que Fernando Cueto (Chimbote, 1964) se inició tarde en la literatura; su primer libro, el poemario “Labra palabra”, apareció en 1999, cuando el escritor frisaba ya los 35 años, edad que resulta en apariencia extemporánea para comenzar a publicar. Pero afirmamos con justicia que lo es en apariencia, pues a la hora de aquilatar su obra no hay duda de que Cueto hizo bien en esperar, y que los inicios literarios no requieren de reglas ni cuantificaciones.

Luego de ese primer libro, su trayectoria no ha podido ir mejor: en 2001 publica el poemario “Raro oficio”, pero es en la narrativa donde revela mejores aptitudes artísticas; luego de dos buenas novelas inaugurales, “Lancha varada” (2005) y “Llora corazón” (2006), obtiene el segundo lugar en el Concurso de Novela Política Premio Pasacalle con “Días de fuego” (2008), y gana contundencia cuando en el 2011 triunfa en la Bienal de Novela Premio Copé con “Ese camino existe”, publicada un año después. 

Luego de la breve “Los Chuchan Boys” (2012), su más reciente libro es la voluminosa novela “El diluvio de Rosaura Albina” (Santuario – Municipalidad de Nuevo Chimbote, 2014) que, según nuestra apuesta, es su más lograda arquitectura narrativa. Quizá algunos estén en desacuerdo con lo dicho debido a que el contenido resulta ‘menos serio’ respecto de la ‘importancia’ de un tema político como el tratado en “Ese camino existe”; pero es imposible negar que el vuelo técnico y el resultado artístico son realmente superiores.

Lo afirmamos porque lo primero que resulta difícil en un proyecto de tan ambicioso volumen (597 páginas) es mantener en vilo al lector, y el tratamiento de esta historia definitivamente lo logra. Además de resultar llamativo y provocador con el tema planteado, el manejo es de una destreza tal que uno avanza con gusto en los entresijos de las vidas de sus personajes. Junto a ello, es admirable la pertinencia de la riqueza verbal, el léxico y los nombres sonoros, la adjetivación constante y audaz, las imágenes ocurrentes y la preferencia por la hipérbole, aquella figura literaria que permite alcanzar mejores efectos cuando (como aquí) es correctamente usada.

No pocas de estas características son particularidades estilísticas del realismo mágico (forma de escritura en la cual se ha insistido en contextualizar a la novela), pero si insistiéramos en ubicar el libro en ese parámetro, seríamos injustos pues olvidamos que su propuesta trae la novedad de un lenguaje más fresco y actual, permitiendo que nos compenetremos con el contenido como si nos estuvieran narrando (oralmente) la historia e invisibilizando al escritor, arte difícil de alcanzar. Para ello el autor ha hecho gala de todas las armas técnicas posibles: frecuentes mudas espaciales y temporales, saltos cualitativos, subtramas de apoyo, etc., práctica que ya había mostrado en “Días de fuego” y que aquí ofrece con mayor sutileza.

La protagonista de la historia es Remedios Beteta Coralillo, una muchacha que –perdidamente enamorada– huye de su casa a los 15 años y asume su condición de prostituta con valentía, en una correntada de tropiezos y logros que le permiten madurar y aceptar con orgullo sus designios; sucesos estos que forman parte de un contexto mucho mayor, el de la actividad de prostitutas de talla mayor (Rosaura Albina, la Huaracina; Altisidora Bustillos, la Española; Gioconda Espejo, la Jorobada; Magnolia Aparecida, la Cubana), madamas fundadoras de los primeros burdeles de Chimbote, cuyas enlazadas existencias ocasionan un verdadero ‘diluvio’, arrastrando consigo las intensas vidas de esos magníficos antagonistas que son el doctor Serafín Beteta y Angustia Remolinos, y de aquellos entrañables personajes secundarios como la Paloma, la Sabihonda o la Koki. Con tan inquietante argumento y ese mítico paisaje chimbotano salido del estupendo pulso de Cueto, “El diluvio de Rosaura Albina” quedará en el escaparate de lo mejor de la narrativa nacional.