miércoles, octubre 24, 2007

La descarnada alegorización en “Espectador Invisible”

Ricardo Musse

“A pesar de las inútiles probabilidades
y aunque sea bendecida por los dioses
y este sea el acto final el amor es un
/juego perdido”.
Amy Winehouse.


En “Hacia el final de mis días”, por la interlocutora y conmovida boca del hijo; la decrépita historia de un viejo es revelada, con amplia y denotativa brevedad alegórica, como inminente e inquietante: Viudo, con Marita –su infeliz hija- visitándolo sólo para que le dé plata (con lagrimones de caimán incluidos) y esa despiadada rutina que nos hará desembocar –no obstante y plenamente- hacia la muerte.

En el segundo cuento “es digno de elogio su atrevimiento para tratar un tema y una historia atípicamente piuranos, sin que uno pueda dejar de reconocer que el espacio en el que la historia transcurre es nuestra soleada Piura (aunque, irónicamente, en la historia ya no quede casi nada de ella). Ángel Hoyos logra ser osadamente original presentándonos una historia futurista, un relato que transcurre en marzo del año 2013. El cuento, por la profusión de imágenes apocalípticas, una ciudad -Piura- invadida inexorablemente por el hambriento desierto, en una trepidante tormenta de arena…, se pone mejor conforme uno avanza en su lectura. La capacidad de Ángel para adentrarnos en un espacio geográfico, en un clima, en una atmósfera ficticia que en ningún momento deja de ser creíble, lo que logra a base de una construcción acertada de paisajes y escenarios; el dominio de los diálogos y el sentido de la acción que nunca deja de discurrir…” (1).

Ese hedor insoportable que se va gestando (que emanándose se adhiere, de manera indeleble y penetrante, en nuestros apestosos corazones) representa la necrótica afectividad de la que estamos –pervertidamente- hechos; sin ninguna misericordiosa posibilidad para una redentora plenitud. Entonces todo -absolutamente todo- está destinado hacia la corrompida rutinización y hacia la irreversible pudrición del amor; puesto que esa desatada malevolencia nos reivindicará para habitar –de manera insalvable- dentro de los tortuosos abismos de la incertidumbre.

La guerra civil acontecida entre Sendero Luminoso y las Fuerzas del Orden es asaltada por la escritura objetivista de Ángel Hoyos: Martín Barrientos, destacado al Alto Huallaga, –quincenalmente con sus subalternos- frecuenta la cantina El Negrito. Entonces nos enteramos que el sargento es –como la inmensa mayoría de los soldados- un ser envilecido -hasta los tuétanos- por su adiestramiento castrense, vulgarizado por una perversa y maniquea visión de la realidad: Ese histórico desprecio hacia los Derechos Humanos que siempre han evidenciado las Instituciones Armadas del Perú.

En este cuento Ángel Hoyos rige, con insospechada maestría, la tensión dramática de los sucesos; suscita un develamiento contundente de la psiquis humana y –aspecto técnicamente portentoso- preventivamente, durante el dinámico curso argumental, esconde relevantes datos para situarnos dentro de una crispada puesta en escena, cuyo desenlace es sorpresivamente letal.

El sentido pleno del cuento “enjaulados” se decodifica –ahondándonos hacia sus connotativas entrañas- dentro de sus entretelones discursivos. Esas referencias ornitológicas que colman la atmósfera argumental tiñen nuestra alma de irredentos escalofríos, puesto que intuimos que alguna desgracia se nos vendrá (mientras sigamos leyendo) furiosamente encima. Ángel Hoyos construye sus historias con aconteceres extraordinariamente triviales, esclarecedoramente sustentadores de nuestra precaria existencia; engendrando una asfixiante estilística de la rutina que nos sobresalta –de manera insalvable- los abisales latidos, pues este mundo inmenso -perversamente diseñado- es esa gran jaula, hecha a nuestra medida.

Los inicios de los cuentos de Ángel Hoyos, no complicándose con revestimientos suntuosos, ni –mucho menos- con retorcimientos en la construcción textual; muestran (para nuestra expectante y coautora disposición) un enrarecimiento de referentes que impulsa, compulsivamente, a seguir discurriendo a fin de alcanzar el progresivo esclarecimiento de la temática. Entonces constatamos que una silente cabaña situada en el Valle del Colca se mimetiza, funestamente, con la vida de unos esposos; eclipsada ésta dentro de la insoportable vacuidad enunciativa, después de veinte años de compañía conyugal. Sin embargo, descubrimos –además- que sólo la ruindad impulsiva, la desgraciada indigencia afectiva, ese cielo indiferente a todo drama; solucionará, precariamente, las disfuncionales relaciones interpersonales.

“De viejos y plazas” está contado desde una penetrante perspectiva –dotado de ese recurrente tono malcriado y descarnado-, con un diestro encapsulamiento -en un mismo espacio discursivo- y entramados perfectamente e íntimamente adosados en una simultaneidad enunciativa, las voces autónomas de los personajes; así como la impiedad y la hilaridad verbal de la omnisciencia narrativa que goza –discursivamente- en enrostrarnos –cruelmente- la ingenua visión que se tiene de la senilidad como evolución existencial de sublime purificación e inmaculada sabiduría.

Claro que suele pasar que de pronto, dentro del subjetivo desciframiento que hacemos de la realidad, extrañas sensaciones nos van delirando (progresiva y misteriosamente) hacia una incuestionable certidumbre: Todavía en la insondable e infinita oscuridad algo roza –de modo escalofriante- nuestro atemorizado ser, aun después del imperfecto –y no tan liberador- despertar. Este cuento linda la perfectibilidad literaria porque–osadamente- se acomete un juego técnico extremadamente delicado y muy complejo –y, además, se hace instrumentando (patológico signo de un textual desdoblamiento) la perspectiva del Tú discursivo- como es el nivel de realidad.

En “Ojo en el cielo” queremos resaltar, ahora, el entretejido sapiencial de los diálogos: Precisos y minimalistas; frescamente estructurados, dotados de una coloquial y desenfadada sonoridad, como también su subyacente ontología discursiva de las contingencias. Y esas descripciones que parecieran que unas emotivas evanescencias les confirieran sus endotímicas textualidades. Sin lugar a dudas, Ángel Hoyos es un escritor pródigo en estrategias procedimentales, las que despliega –diestramente- según sus planes constructivos.


Unos amigos entrañables deciden remontar hacia la primera cima del cerro Vicús. Al mediodía, estos desprejuiciados y sarcásticos jovencitos, repulsivos de creencias supersticiosas, logran su –nada extraordinario- propósito. Empero, cuando ya se han encaminado hacia la otra sima, Arturo (increpando furiosamente a Tete) los abandona, perdiéndose de nuestra vista. A Tete (al que culpan por no recordar el derrotero de retorno), prendado de Sara (la manzana de la discordia, la que también se extravía misteriosamente), no le cae para nada Arturo. Añáz (el chulucanense de la collera) renegando de su cultura primigenia avala las referencias burlonas que hace Beto (atraído por Ana) del encantamiento. Pero maléficamente estos tres también desaparecen del espinoso escenario textual. Pareciera que todo esto es la discursiva vindicación de la atávica sabiduría de los espíritus ancestrales. Ángel Hoyos le saca la vuelta, de modo diversificado y sobresaliente, al tema costumbrista; abordándolo desde enriquecidos ángulos, engendrando –por lo tanto- un angustiante e infausto desenlace cuentístico.

El último cuento del libro constituye la despiadada radiografía (estructurado bajo la forma de montajes yuxtapuestos) del progresivo condicionamiento y domesticación por la que atraviesa –casi ineludiblemente- nuestra sensibilidad dentro de este implacable contexto de estereotipos mortalmente eficaces en nuestra resignada y alienada personalidad.

Los cuentos de “Espectador Invisible” (excepto el titulado “Frío” que contiene una estructuración extremadamente elemental, provisto –además- de descoordinaciones textuales) son la irremediable confirmación de la calidad escritural que pródiga la hornada “Magentiana” (cuyas voces más sobresalientes son -aparte de Ángel Hoyos- Josué Aguirre Alvarado, Eduardo Valdivia Sanz y Luis Gil Garcés), suscitándonos la certidumbre que el relevo generacional ya es una incontrovertible realidad (y el que quiera negarlo trasuntará una obnubilada disposición) dentro de la virtuosa tradición de nuestra evolutiva literatura piurana.


Sullana, 13 de octubre de 2 007.


(1) Lalupú Valladolid José Humberto. Reflexiones sobre I Selección Regional de Cuentos, Piura. En: El Blog de verduguillo de Josué Aguirre Alvarado. Piura, 2 006.

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