lunes, abril 30, 2012

La huida y la protesta en Ciudad mutable. Canción subte para Helena



Gustavo Tapia Reyes.

A pesar de los siglos, la poesía suele ser un arte secreto y se mantiene en la misma medida de las exploraciones realizadas por uno u otro vate. Cada quien se acercó a un ideal manejando su propia óptica, aceptando o rechazando la torre de marfil, asumiendo la calle vacía o repleta de gente o guardándose entre las cuatro paredes de una habitación. Con el prólogo de Roger Santiváñez, luciendo los epígrafes de Luis Hernández, Carlos Oliva y Tomás Ruiz y, desde este mismo lado hacia el otro, mostrando un abierto desafío a la tradición encontramos a Ciudad mutable. Canción subte para Helena (2008)[1] de Reynaldo Cruz Zapata (Piura, 1983), volumen en páginas ausentes de numeración, a través de sus cuarenta y un  poemas, en su mayoría versos de arte menor, señalados en arábigos, planteando la posibilidad, acaso distante, acaso no tan absurda, de transformar a la poesía en aquella herramienta que, aún cargando sus falencias, nos sirva para afrontar el rumor del apocalipsis, miles de veces anunciado.

Desde el inicio brotan las resonancias de un tiempo ido, unos versos perteneciendo a otra parte, a un pasado remoto alcanzando materialidad dentro de un ámbito donde la inocencia y el candor formaban la base de toda orientación, no indispensablemente bíblica, aunque bastante lo parece en el tono: En un principio/ las tinieblas cubrían/ la superficie del abismo/. No hay manera de contradecir tal génesis, hasta cuando se habla de los cambios posteriores y absolutamente opuestos: La luz se hizo de repente/ y aparecieron las moles/ de la modernidad/ (poema 1), se mantiene vigente aquello, un anticipo a esas alteraciones presentándose en la medida de considerar como, nuestra civilización, desde las polis griegas del mundo antiguo evolucionó a la ciudades contaminadas de la época contemporánea: el camión de la basura/ se mezcla con olor a pan/ (poema 3). Es el mismo Cruz Zapata disponiendo de aquella voz, todavía distante de la rutina y del oprobio y, no queriendo estar solo en la referida ocasión, se inclina por hacernos partícipes del probable festín: Volveremos todos,/ algún día/ a recordar lo no vivido/ (poema 31), quedando el consabido refugio de la lectura haciendo frente a la rutina: Solíamos no aprender del profesor/ lo que aprendíamos en los libros/ (poema 7), apareciendo el miedo de estar completamente abandonados a la suerte nuestra, sea en este espacio y en todos los espacios posibles, no importa si creados por la desvergonzada poesía (postula Reynaldo Cruz) o por la praxis visceral de un Conde de Lautréamont: Deslízate bajo la sombra/ de un Dios sin nombre/ (poema 12).

Sin embargo, en este mundo inventado, donde aquella pretende encarnar con su blandura lo primigenio, surge igual el fin de la utopía, a través de una especie de cataclismo haciendo añicos los sueños y las nostalgias, el engrandecimiento del alma o la locura del cuerpo, lo sucintamente material aunado a lo espiritual: Para cuando vuelvas/ no habrá boutiques/ ni cinemas comerciales/ (poema 15). Viene a ser el claro resultado, el desgaste de cuánto, en algún momento, se aguardó cambie a más o, según se haya creído, evolucione, habiendo sucedido todo lo contrario: La ciudad nueva es una cloaca,/ con sus luces/ opacando la piel/ de las niñas./ (poema 16). De esta manera, Ciudad mutable. Canción subte para Helena adquiere un tono claramente desgarrador ante el paraíso perdido de nuestro tiempo. El poeta, si bien se aísla en dicho rol, siendo quien es, no puede abstenerse o abstraerse a la totalidad del entorno donde se desenvuelve y respira, mientras ve cundiendo el hambre, la miseria y el desencanto: Las tripas duelen/ la gente dice/ que de amor no se puede vivir/, por lo mismo, contaminándose mucho más de lo externo, tiende hacia lo magníficamente conceptual: Los niños de esta urbe parecen de papel/, haciendo sonar profundamente sarcástica, incluso una invocación de carácter religioso: Roguemos al señor/ para que la carne nos alcance/ para la cena/, llegándose a dudar de la propia democracia como sistema político: para que este gobierno/ no sea más jodido/ que el anterior/ (poema 18).

Después, el poemario se orienta hacia la etapa de lo concreto, nunca de lo posible, lamentándose al observar un presente desolador: Ahora,/ al final de los siglos/ sé que no debí/ embriagarme de ti/ (poema 21), con el extravío absoluto del ser en medio de la complejísima nada: Las plazas no conocieron/ de nosotros/ y continué esperándote/ (poema 22), enfrente de la inutilidad de tantos pasos, en la búsqueda de seguridad por miedo al otro y, al mismo tiempo, paradoja cruel, no pudiendo extraerse al afán de cuanto antes encontrarlo, derrumbando aquellas fronteras o murallas, conforme lo soñaba John Lennon: nadie debió ponerlas allí/ no hay razón para evadirse/ ni tranvía qué abordar/ (poema 23), saltando en dicha batahola la desesperante obligación de mantener apenas intactos los recuerdos o los conocimientos, siendo nuestras únicas propiedades enfrente del vacío: Éramos inocentes,/ casi ángeles,/ con ganas de incendiar/ esta ciudad de apariencias/ (poema 25), mas, habiendo acontecido muchos sucesos, paces pocas, miles de conflictos, queda la opción imposible de soslayar, no llevando hacia ninguna parte: Hay que esconderse,/ lanzarse al abismo,/ huir de todo/(poema 26), culminando en una visión atosigante como terrible, en esencia, apocalíptica por donde se le observe, procurando conservar la memoria, en la instancia final de cualquier clave: Cogí el último centavo/ con la esperanza/ de comprar un poco de papel/ (poema 27).

Las oscilaciones temáticas mostradas hasta aquí en Ciudad mutable. Canción subte para Helena van más allá cuando el amor pasa a constituirse en el primer soporte, luego  de la hecatombe anunciada, debido a que logra pervivir: nos vimos fuera del Edén/ sin ropa/ sin nadie a quién temer/ (solos)/ solo con ganas de amarnos/ (poema 28), a consecuencia de aquello fluye la esperanza de recuperar lo perdido e instalar nunca lo mismo sino cuánto siempre habíamos soñado. Pero, el ser del poeta, siempre el centro de lo evolutivo, humano como es sobre este valle de lágrimas -en todos los tiempos-, si hasta en las Sagradas Escrituras se hallaba anotado, impedido de estar solo en el correspondiente periplo, brama en ataque a lo establecido: Tenías nombre de niña/ y fragancia de mujer/ (poema 6), sin obviar una pequeña dosis de erotismo, implicando el despertar sexual: El olor a virginidad/ que se mecía en tu entrepierna/ (poema 24). Pese a ello, siendo la contradicción en sí tan humana, manifestándose delante de nosotros, también es un motivo haciéndose presente dentro de la “ciudad mutable”, cambiante ciudad, planteada de este modo por Reynaldo Cruz: Te amo/ porque te aborrezco/ cuando te tengo cerca,/ y te busco/ en mis pies descalzos/ cuando te marchas/ (poema 9). Se trata de una sucesión individualista, no cuajada, insistiendo en mencionarla bajo la dimensión de ocupar el rol de inseparable compañera: Nos iremos a la puerta de la ciudad/ más allá de estas murallas/ a entonar una canción subte/ y, de hecho, cómplice decidida para afrontar la realidad tan brumosa y acuciante: Gritaremos: /”que se vayan todos/ de una vez”/ (poema 10), aunque, en seguida (lo dijimos es imposible aceptar la soledad), vuelve a señalar la ausencia de la musa de nombre Helena como aquella mítica mujer, cuyo rapto catalizó la guerra de Troya, tema central de la homérica epopeya “La Ilíada”, o sea cuánto trasciende por excelencia: Te has marchado/ dejando tus olores/ en las sábanas de mi habitación/ (poema 35).

La poesía viene a representar el segundo soporte en este poemario que, llegando hacia lo proscrito, dentro de la inagotable sensación de estar sobrando en aquella danza, quizás macabra, quizás elogiable, termina yendo en reversa a lo organizado: Con Decreto Supremo/ escribir poesía/ por posible rebrote de subversión./ (poema 11), una forma de encontrar sobre qué atenerse, considerando la persistencia del maravilloso arte de la palabra, cual aceptable salida, en ese laberinto tan próximo al del Minotauro, en suma, la eternidad de aquello, en otro momento, denominara Nietzsche como “la gaya ciencia”: Quisiera olvidarte,/ pero estos chiquillos/ famélicos de poesía/ siempre preguntan por ti./ (poema 19), siendo la oralidad puesta a un lado, reinstaurando, por vez enésima, la absoluta vigencia de la escritura, cuyo vilipendio está a cargo de quienes se dicen eminentemente “prácticos”: No se escribe en vano/ (poema 33), la misma sirviendo para combatir el olvido en un mundo repleto de valores deteriorados y costumbres desprestigiadas, enunciándose la caducidad con algo de ironía frente a aquellos especímenes, memoristas al fin, para los cuales, primero el divino Aristocles -llamado Platón debido a la anchura de sus espaldas- y después el terrenal Heberto Padilla –exiliado de Cuba a raíz de haber tenido la misma intuición[2]- exigieron el legítimo despido de la sociedad: Silencio./Han muerto todos los poetas./ (poema 27).

Empero, si creíamos hallar en este primer libro de quien estudiara Ciencias de la Comunicación en la Universidad Nacional de Piura (UNP) y es (o fuera) agente cultural por la Escuela Mayor de Gestión Municipal, un hálito, no importa si leve, de optimismo, posibilitando el sosiego en medio de tanta vorágine, nos equivocamos de extremo a extremo, nos hemos dado contra la pared sin pensarlo, pues vendrán los adioses en sucesivo orden a la fe, a la lectura, al amor en el grado último de la propia extremaunción: La ciudad no existe más,/ mis libros/ siguen bajo la cama,/ he perdido tu fotografía/ (poema 39), obteniéndose la inquietante certeza de hallarnos viviendo en los albores de esta humanidad: Ahora ya es tarde,/ el sol no volverá más/, no faltando tampoco las dudas acerca de suponer, en un futuro no tan lejano, desafortunadamente, repitiéndose la historia, se volverá a lo mismo: Mañana,/ habrá otro sueño/ sin realizar/ (poema 40). Es decir, el tono del más amargo pesimismo no se mengua y, aflorando desde las mismas entrañas con que Reynaldo Cruz Zapata cierra este libro, se dilucida, se afirma, se materializa mediante el Epitafio, un pareado tan oscuramente expresivo: Solo queda un cigarrillo,/ un viejo poema a tu cintura./.

Nótese la consignación de los versos en este ensayo se hace para entender mejor Ciudad mutable. Canción subte para Helena (en tal sentido, el término “poema” es enteramente nuestro), pero, sometiéndolos a un encuadre de conjunto denotamos la mantención de una cierta correlatividad en los mismos. Demuestra cómo Cruz Zapata ha sabido otorgarles una secuencia, de manera invisible, dividiendo al volumen de tapas negras, la portada diseñada por Pablo Palacios, en cinco partes: desde el poema 1 hasta el poema 8 está la parte introductoria en relación a su propuesta poética; desde el 9 hasta el 14 se centra en él como humano y en Dios; desde el poema 15 hasta el poema 20 salta de pronto a la ciudad donde habita o cree habitar; desde el 21 hasta el 27 efectúa una prolongada regresión hacia el pasado tan oscilante y desde el poema 28 hasta el poema 40 se evidencian las traslaciones a lo vivido y a lo evocado, adicionándose el rotundo “Epitafio” que, cual preciso corolario, a esta poesía no empantanada en la densidad de lo conceptual, evita caer en lo difuso o lo enredado de un lenguaje y opta por un coloquialismo aligerado en lo conciso y lo sugerente. “En la aparente sencillez de su estilo, –escribe Roger Santiváñez (2008)[3]- Cruz Zapata es capaz de transmitir toda la profundidad de su angustia”, subyaciendo entre la intencionada simpleza la sabiduría de lo poéticamente expresado, siempre  girando entre el amor, por un lado y, la poesía, por el otro, orillas nunca antagónicas, sino más bien prodigiosamente complementarias. 

Quizás el abuso en el tratamiento de los versos breves: Mi cuarto entiende/ que otra vez/ he soñado/ (poema 8), la desordenada enumeración de elementos, en su pretensión de describir una situación u otra: las avenidas/ los palacios sin princesas/ las madrugadas ebrias/ las musas/ (poema 36) y la involuntaria, suponemos, inclusión de rimas asonantes: ni el viento/ bajo el sol desierto/ (poema 14), resultan perjudiciales en esta poesía aunque, enfrente de lo publicado, nos conduce a abrigar las esperanzas de tener una voz nueva anhelando hacerse pronto de un lugar, bajo el mismo empeño de ir superando sus influencias más notorias, llámese, entre los peruanos, Martín Adán o entre los latinoamericanos, el mexicano José Emilio Pacheco y el chileno Oscar Hahn. Por lo demás, Ciudad mutable. Canción subte para Helena representa un grito de protesta lamentando el transcurrir, donde Reynaldo Cruz Zapata, desde su órbita, se encarga de entonar una acusación buscando restarle la modorra, tanto a la sensibilidad de los hombres lúcidos como de los estólidos hombres, que enfebrecidos por los avances de la tecnología y el desarrollo de la información, se niegan aceptar cuánto están haciendo en detrimento de ellos mismos. Estamos, se entiende, ante una era de gran dominio en los distintos ámbitos del conocimiento, no obstante, nuestra mentalidad sigue perteneciendo a la esfera de lo tribal.


[1] CRUZ, Reynaldo Ciudad mutable. Canción subte para Helena, Luna Negra Editores, Piura, agosto del 2008. En esta edición nos hemos fundamentado para obtener las citas de nuestro ensayo.
[2] Nos referimos indudablemente a los versos: ¡Al poeta, despídanlo!/ Ese no tiene aquí nada que hacer/, pertenecientes al libro Fuera del juego (1968), origen del posterior escándalo internacional denominado “Caso Padilla”.
[3] SANTIVÁÑEZ, Roger Viaje en torno a la ciudad que no conocimos, prólogo a Ciudad mutable. Canción subte para Helena, p. s/n.

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