lunes, abril 30, 2012

UN ARRIERO POÉTICO: El volumen de vida de Bethoven Medina

Róger Lázaro, Luis Flores Prado, Bethoven Medina, Teodoro Alzamora,
Robert Jara, Jorge Tume y César Castillo. Foto: Infolectura

Oscar Ramírez

En cierta oportunidad, junto con Gonzalo Del Rosario y Ricardo Calderón Inca, visitamos a un poeta de muchos años y prestigio en la ciudad de Trujillo: Juan Paredes Carbonell. Mientras conversábamos, nos preguntó cómo llegaron a juntarse, y solo atinamos a responder que mediante una revista, formada en un grupo literario al cual pertenecíamos mientras estudiábamos en la universidad; que a pesar de las edades, y las promociones un poco dispares, compartíamos ese alterado placer por la literatura, por la escritura en sí. Eso sucede, nos dijo, los artistas suelen juntarse sin importar las diferencias, ya sea de edad o ideología, siempre hallan momentos para compartir. Puede que a sus años una persona pueda desvariar, pero casi siempre dice la verdad.

Posteriormente, y como suele ocurrir el primer contacto literario con un autor: la lectura, conocí a Bethoven Medina (Trujillo, 1960) por comentarios de amigos lectores, y por un curso universitario (dictado de manera ridícula, con absurda pedagogía y nada de pasión), donde investigábamos y leíamos la literatura que se desarrollaba en la región. Los comentarios vinieron luego. En el sílabo se mencionaban una buena cantidad de libros de poesía y narrativa liberteña. Fui de frente a la poesía. Desfilaron interesantes autores como Santiago Merino, Luis Eduardo García, Lizardo Cruzado, David Novoa (aún no entiendo por qué no figuraba José Watanabe; según las ‘fuentes’ catedráticas, y que por momentos juzgo apropiada, fue “porque Watanabe está ya en un nivel muy superior como para enmarcarlo solamente en el ámbito regional”; dejo a ustedes ese juicio), entre otros. Recuerdo que Bethoven Medina fue también uno de ellos.

Asomas a la ventana,
Vida,
y tiemblo como palabra no creada.

(de Volumen de vida)

 Esto de la literatura te abre puertas y permite que conozcas gente interesante y, en algunos casos, paradigmática. Empecé a leer más vivamente poesía de la región. Aunque muy interesado por la europea (sobre todo francesa y rusa), japonesa y alguno que otro autor suelto por ahí, la poesía me mostraba otros senderos, otros caminos que iniciaba recorrer. No suelo leer un poemario, a menos que sea orgánico, de manera lineal. Recuerdo que conseguí una edición del libro Volumen de vida. Por el momento era el que más fácil podía llegar a mis manos, porque fotocopiar un libro de poesía no es mi estilo. Abro una de las páginas y caigo en este verso:

He caminado lo suficiente como para ser un puerto

Lo que hubiera iniciado como un simple trabajo de estudio para aprobar un mediocre curso, se convirtió en un gusto sustancial y armonioso ante un entorno desconocido hasta el momento. Se abrió ante mí un poemario con una visión del mundo poco común, distinta, versátil y social en su raíz más etimológica, pero sin caer en la argucia de avivar masas insensatas, sino invitando a la reflexión, al salobre requerimiento del intelecto.

Descubrí un poeta no convencional. Y que se entienda esto no en la temática, sino en la forma, en estilos y figuras. Si bien el juego verbal que se requiere en la poética es el de la indirección, este no tiene por qué ser tan hermético; se puede crear estados y momentos atípicos sin necesidad de que las imágenes broten a raudales incomprensibles. Beethoven Medina mide las palabras, las trabaja, las juzga necesarias e incorrectas, las contrae, las vierte en lápidas o flores, en estática o rebeldía. La poesía debe decir mucho en pocas palabras, y descubrí que muchas veces se necesita del corazón para ser entendida:

Cansado de seguirte Vida me emociono entre alamedas de eucaliptos 
Encerrado de mi mismo aleteo
Sobre un caballo plomizo acomodándome el pelo
siento que alguien jala mis dientes y se nubla la tarde

Muchos de los que argumentan ser poetas en esta parte del país, someten la creación a modelos tradicionales y ortodoxos, a creer que solo de tradiciones se puede hablar, buscando irónicamente la restitución histórica de la simplicidad. Nada más falso. La poesía es buscar nuevos medios para hablar de lo antiguo, o volver al origen para crear la novedad; originalidad que le dicen. Otros creen que la primera imagen, tal y como nace, sin orden o coherencia, es poesía. ¿Cómo haría un escultor sino figura la piedra, sino le da forma, sino la pule para darle vida? El poeta es artesano: busca una forma ideal para lo que escribe, aplica análisis, intelecto, razón. La poesía nace del inconsciente, de los intrincados pasadizos de la mente ambigua y voraz, pero es labor creadora brindarle un espacio, una lógica, un sentido. Es labor del poeta reestructurar sus imágenes, hilvanar los caminos, fructificar la esencia del poema hasta sentirlo libre y exacto. Es un proceso difícil, pero vital.

He observado en los textos de Bethoven ojo curioso, analítico, agresor. Un hombre que viaja y conoce el camino, cuando el movimiento no es necesario:

Sucede que recorro la ciudad sin moverme

porque la mirada transita por siempre aquello que solo una vez estuvo cuando la observamos con interés, con precisión.

Bethoven transita las calles siendo partícipe, no centro. La humildad como parte de un todo que nos permite ser algo, pero al que siempre podemos volver el rostro de manera irascible, se descubre en su poesía sin apuros. Esto lo menciono porque muchos creen que el lenguaje debe ser un interminable monólogo del ego. Argumentan que la poesía es un medio de liberación, y por lo cual un pretexto para ser ellos y no el arte, espacio para la burla, la vulgaridad, para buscar una intimidad que solo promociona el desencanto y la figuración, convirtiendo en espectáculo marketero lo que debe ser reflexión. Eso se denota en cualquier lado, en cualquier espacio frívolo e intolerante. Solo algo más: cuando hablemos de lenguaje, olvidemos los elementos de vanguardia que giran alrededor de imágenes sin sentido, vayamos al eje mismo de la poesía: la palabra.

Hemos nacido para ser más que cuerpo y normas que nos circundan

(de Volumen de vida)

El mérito del poeta no está en recrear, sino en crear; ya sea algo conocido o mera invención, pero al mismo tiempo confesarse y reaccionar, buscar el medio vital de la criticidad, ser un prototipo de inconformidad. El artista observa, analiza, planea y fecunda. Un artista sin motivación es un hombre hueco (dixi T. S. Eliot). El arte sin vida es solo una maqueta superficial; y sin intención, innecesario. Beethoven Medina ha sabido conjugar ambas cosas con precisión.

Compadécete de los vivos que lloran mientras subo las escaleras

(de Volumen de vida)

La primera vez que conocí a Bethoven Medina, conocí también al ser humano sin estereotipos ni poses que bien podría tener alguien con su talento y trayectoria. Dueño de varios premios y reconocimientos internacionales por su obra poética (y alguna narrativa, aunque él no quiera hablar de ello), me mostró cómo realmente debería ser un artista: humilde y respetuoso. Lastimosamente, en todo medio, endiosan la parafernalia, se olvidan totalmente del arte en sí. Se articulan pretextos para crear espacios donde una obra se juzga no por su contenido sino por cuántas ridiculeces haya hecho el creador. Por suerte, aún existen artistas.

El 2009, se realizaba la última Feria Internacional del Libro de Trujillo. Los organizadores permitieron que presentara mi primer libro de poesía, junto con los libros de otros amigos más. La emoción se nubló con la realidad: ¿quién tomaría en cuenta a un muchacho que se anima a publicar un poemario, sin ser meramente conocido en el medio cultural? Sin mucho análisis, descubrimos que por ese motivo buscamos siempre una persona que sirva de apoyo con su trayectoria. Ingenuamente le escribí a Bethoven, y fue más por respeto que por cualquier ánimo incluyente. Sin trabas ni miramientos, accedió, presentamos el libro, compartimos opiniones e iniciamos una amistad fortalecida en el arte y los proyectos.

Tengo pena de morir
porque sólo poseo este cuerpo devorado por los años pirañas de los años

(de Volumen de vida)

Que se entienda que este no es un estudio paralingüístico, protoplasmático, neoestructuralista; no. Es un viaje por nombres y memoria, palabras tratando decir algo sobre el trabajo de jardinero de alguien. La poesía no debería ser analizada por métodos y fórmulas temáticas que enarbolan el irrisorio argumento de la sapiencia; la poesía es espíritu y sentimiento, análisis y raciocinio, imagen e indirección, y desde este conflicto verbal debe ser visto.

No podría desmembrar un poema como si fuera una rana (incluso, no concibo la idea de desmembrar una); lo único que podemos y poseemos es nuestra capacidad para conmovernos, y ese debe ser nuestro único medio deliberante.

Un buen poema es aquel que te hace estremecer, mencionaba el genial Dylan Thomas, que a pesar de su hermetismo poético, destilaba emoción y vitalidad. Y pocas veces uno logra hallar esos textos, aquellos poemas que desnudan al ser y nos conmueven hasta los tuétanos. Esto me ha sucedido con poemas enteros, o versos solamente. Recuerdo la primera lectura de Y la muerte no tendrá dominio, volviendo a mencionar a Dylan: contundente; me conmoví leyendo Junto al cristal de Klaus Rifbjerg; volví a la soledad en el poema XVIII del Trilce vallejiano; quedé en ruinas con La ciudad de la muerte de Justo Jorge Padrón; me envolví en este verso de César Moro: El humo vuelve y se acumula para crear representaciones tangibles de tu presencia sin retorno. Y luego de todo, la humanidad vuelve a su curso. Digo esto, porque si me debiera quedar con un grupo de versos de Bethoven, serían estos, extraídos del poemario Cerrito del amanecer:

Niño:
en la sierra,
cuando te quemen la yema de tus dedos
y estremecido dictes una lágrima
desde tu profundidad,
comprende que la vida
es breve estación en la tierra.

Y es que Beethoven Medina no es solo un libro: es el trabajo paciente de una vida repartida en textos que son carne y aire girando alrededor de nosotros.

La poesía flota, hay que respirarla.

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