Eduardo Valdivia Sanz
En uno de esos raros respiros que me concede mi hija recién nacida, pude sentarme a ver la tele por la noche y oh sorpresa, veo a Michael Douglas con barba copiosa, en el papel de Charlie, y a la chica guapa que salía en el film independiente, A los 13, Evan Rachel Wood, en el papel Miranda; en una comedia dramática; el Rey de California.
El film estaba empezado cuando encendí la tele pero rápido me enganché a la trama de la búsqueda de un tesoro de doblones españoles del siglo XVI en medio del cemento de un suburbio californiano. La trama corría ligera, fácil de digerir, sin grandes aspavientos cinematográficos y construida con planos sencillos y una fotografía urbana apenas sugerida, lo importante era mostrar la relación algo inusual entre un progenitor soñador y una adolescente que lleva una vida de hongo, por trabajar en un Mc Donadl’s, vestir una camisa roja y una corbata de payaso, supongo, con la intensión de agradar a comensales mal encarados y a un supervisor psicópata, de origen hispano, que revisa hasta debajo de las uñas de Miranda para sentirse quizá superior a la anglosajona que trabaja doble turno y aguanta los delirios de Charlie, que cree a pie juntillas que el mundo es un lugar diseñado para la diversión de las especies conscientes.
Es de admirar como cuando se concede libertad al director de plasmar sus ideas sin las interferencias de los focus group y todas esas chorradas de los estudios de mercado; se obtiene un cine íntimo, humano y sin todo ese plástico de las películas hollywoodenses.
Busquen la ‘peli’, no la pasarán mal y, por qué no, la felicidad tal vez si se encuentra justo al final del arco iris. No dudemos en alcanzar nuestros sueños; los sueños en los que no terminemos jodiendo a los demás, claro está, ni en los que habitemos en little pink houses en la tierra de los hombres donde casi son libres, como bien reza la letra de un tema de John Cougar Mellencamp.
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