miércoles, junio 13, 2007

Los sueños del alfil rojo

Ricardo Musse

A propósito del libro "Los sueños del alfil rojo" de Eduardo Valdivia Sanz.

En la prosa de Eduardo Valdivia concurren “frases hispanistas”, una manera de construir castizas sintaxis, con inusuales términos que –sin lugar a dudas- son de una manifiesta medievalización enunciativa. Y esta perplejidad semántica se agudiza cuando se introducen palabras como: Alíbayabar, Luxor, Kenyo Takawue, Timothy Leary, Bakunin, Antoine, Sacha Anurei, Joâo Prego, Gautama, Moloc, Faliscos, Cosroes, Abdiel, Belcebú, Samsara, Marseillaise, Mara, Sefer ha – zohar, Bonnard, Van Aeken, Transgénico, Utukhegal, Sheitan, Supercúmulo, mutantes, humorín, Orixás, Hamsum, Aracena, Baxeiras, Umbanda, anfisbenas, basiliscos, fasmidópteros, Ergotamina, Prozac, Psilocybin, Fluoxetina, y Asdrúbal; suscitándose la emergencia de una autósfera ficcional donde el universo literario pareciera no estar inmerso dentro de la facticidad de lo real.

La mayoría de las historias refieren o se desenvuelven en lugares europeos, extraños, remotos y fuera de los entornos regionales (renegando, en consecuencia, de ese nativismo canónico de los Víctor Borrero, los Javier Vílchez y los Elber Agurto): Madrid, Salamanca, Murcia, Carrascosa, Barcelona, Córdoba, Toledo, Peña Fuerte, San Jacinto, Montilla, Tarragona, Sarracena, las zonas: gallegas, gitanas, riojanas, catalanas y andaluzas; Inglaterra, París, Suiza, Noruega, Holanda, Ucrania, Oceanía, Polinesia, Los Ángeles, Río de Janeiro, Copacabana, Cuba, Puerto Rico, Venezuela, Lima, Cañete, Surquillo, Paso Blanco, Coral, Tokio, Marsella, Venecia, Damasco, Palestina, Getsemaní, Siria, La Meca, Magreb, África, Gerona, Sangonia, Guadiaro, Liechtenstein, Orión, Villa Agramunt, La Kaaba, Arakan, Myanmar, Micomicón, entre otros. Así como también transitan personajes de alcurnia: Luisa González de los Fresnos, La Marquesa Pompadour, El Rey Felipe II, Rodrigo Santaroma, Rodrigo Ruesta, El Conde Calella, El Marqués de Santillana, El terrateniente e hidalgo Miguel Mendoza, etcétera.

Otro rasgo estilístico es el que configura una futurista atmósfera donde se engendran islas artificiales, naves siderales, planetas asimovianos, agujeros de gusano, civilizaciones alienígenas y neo-humanos con latidos virtuales que trascienden la muerte después de más de dos siglos.

De los cuentos más sobresalientes -si no el mejor- tenemos a “Los adoradores del carnero”: Por la paródica apropiación de los referentes bíblicos-apocalípticos, por la verosimilitud y tensión descriptiva de los acontecimientos, por la magistral inmanencia textual y por lo sorprendente que resulta saber –finalmente- quién dirigía la expedición de reconquista del reino de los Micomicones.

“Cuando se envejece” resalta, desde el punto de vista técnico, por la impostación de la voz verbal (un decrépito homosexual cuenta la historia), por la dubitativa resonancia discursiva y su eficiente oralidad.

El cuento “De seis a diez” desarrolla, con orgásmica solvencia, el tema del lesbianismo: Estas mujeres malditas Mari Carmen y Pachu (las mujeres condenadas: Delfina e Hipólita de Charles Baudelaire) en su libertina y gozosa entrega, “Lejos de toda vida, errantes, condenadas, a través del desierto como lobos fugáis; cumplid vuestro destino, almas desordenadas, y huid del infinito que en vosotros portáis!”.

“El castillo de la mora” representa, concebido como recreación histórica, la lucha contra los moros: La recuperación de la fortaleza de Córdoba en manos del mozárabe Abben-Aboó, sofocándose entonces la rebelión de Alpujarras, lográndose esto por la acción intrépida de un cusqueño (hijo de un capitán español con una mujer de linaje inca) integrante de las tropas del Marqués de Mondéjar. Es preciso hacer notar que el Premio Copé de Oro de la XIV Bienal de Cuento lleva el título de “El mestizo de las Alpujarras”, extraordinario relato del joven escritor Selenco Vega Jácome.

Ya era hora –finalmente- que aparezca en la región una voz literaria que represente –y redima- a esta indolente burguesía provinciana sin sensibilidad estética, atávicamente discriminatoria, mercantilista, inculta humanísticamente (y elitista, por cierto) que siempre se ha querido erigir como modelo social a seguir. El escritor Eduardo Valdivia erige unos personajes posesos de lo oscuro, idólatras de las apariencias, compulsivos por las disfunciones familiares, autistas sociales (la invisibilidad de los otros) y la fetidez moral de unos irredentos narcisistas: Todos los burgueses deben agradecerle, públicamente y por todo lo que le resta de vida, a Eduardo Valdivia por mostrarlos, con destreza y ética literaria, tal y como realmente son en verdad.

Personajes:
1. Don Quijote: Miguel Mendoza, Ruiz y el Hidalgo Rodrigo Ruesta.
2. Sancho Panza: Saturnino y Bonifacio Aldana.


Foto: Ricardo Musse y Eduardo Valdivia.

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