miércoles, enero 20, 2010

JUAN RAMÍREZ RUIZ: EN LA PERIFERIA DEL HOMBRE Y EN LO HONDO DEL POETA


Julio Carmona

Al proponerme hacer la introducción de este artículo, paré en mientes que nunca fui presentado formalmente a Juan Ramírez Ruiz. Pero, desde los “años maravillosos” de la década del setenta, supimos reconocernos y saludarnos, a la distancia. Las décadas de los 70 y 80 estuvieron saturadas de hondos resentimientos o desconfianzas mutuas o recíprocas. Era una suerte de muros invisibles la que distanciaba a los grupos. La pasión política (muchas veces prejuiciosa y la más de las veces no esclarecida) tuvo mucho que ver en ese derrotero (de ruta y derrota).

Mi conocimiento de Juan Ramírez Ruiz hombre fue, pues, periférico, aunque respaldado por el respeto que su primera obra, Un par de vueltas por la realidad, me inspiró (y que la subsecuente, Las armas molidas, reafirmó). Creo haberlo escrito –al poco tiempo de conocida su desaparición física–: la última vez que nos vimos, en una exposición de pintura de Bruno Portuguez, en Chiclayo, nos dimos la mano y nos saludamos con un calor impropio del pasado, pero esclarecedor de que a los hombres no los separan los sentimientos sino los resentimientos.

Releyendo su poesía, me convenzo de que su sentimiento –excluyendo matices– no era diferente del mío. Fueron los resentimientos camuflados como ideología de grupo (Hora Zero, en su caso, y Primero de Mayo, en el mío) los que marcaron la distancia. Por ello, ese reencuentro, cálido, después de más de veinte años, me alegró; aunque también me causó desazón, porque lo vi muy desmejorado, no sólo físicamente porque su vitalidad de antes ya no era la misma, sino porque no vi en él esa fuerza en la mirada que lo singularizaba, aunque sí -siempre- la sonrisa enigmática (que muy bien ha captado la difundida foto en que aparece con su libro, Las armas molidas, en las manos).

No es éste, pues, un testimonio completo (como el de muchos otros manifestantes que tuvieron la oportunidad de tratarlo de cerca). No obstante es la opinión de un lector de su poesía. Seguramente, tampoco es una lectura completa, porque no puedo dejar de parcializarme. Es una costumbre lectora (discriminadora) que quedó como resabio de esa desconfianza política arriba acusada. Y, por ello, voy a pasar por alto el estudio estructural, estilístico o de renovada técnica poética (que la hay, y muy notoria) de su obra. Voy, sí, a incidir en la proyección de su sentimiento que, siendo tan vívido, no puede negligirse, y que no deja de tener vínculos con la posición de clase reflejada, consciente o inconscientemente, en su Un par de vueltas por la realidad, la única que analizaré aquí; abarcar todo su corpus poético, sería entrar en contradicción con los límites concedidos por la revista a este artículo.

La realidad

Un indicio de esa postura tendenciosa de la poética de Juan, aparte su explícita formulación en los textos introductorio y epilogal del libro aludido, está en el mismo título de éste: su palmario vínculo con la realidad. Ésta –la realidad, considero– es la piedra de toque del trabajo poético, en particular, y artístico, en general. Y en el caso de la poesía, específica, de Juan Ramírez Ruiz, la realidad no es un tópico accesorio. No es un telón de fondo ni un abalorio de utilería dramática. Porque aun cuando en ella se traten temas descarnados (la pobreza, la miseria, la angustia humanas: puestas en evidencia con casos puntuales y hasta personales) no deja de sentirse un escondido regocijo de pertenecer a esa realidad, con júbilo, como se manifiesta desde el primer poema, repitiéndose la misma expresión (y otras sinónimas) en todo lo extenso del texto. La soledad, el pesimismo, la angustia, no constituyen una sumatoria conclusiva de esa visión de la realidad: “¡Oiga usted! ¡A qué tanta queja, por qué tanto lamento!” (Un par de vueltas… “Máximo de velocidad”). Y aquí es preciso destacar un elemento técnico, complementario de este subyacente optimismo: los signos de admiración, caídos en descrédito para la lírica, son reivindicados por esta poética (nótese su uso reiterativo en muchos de los poemas del texto elegido).

La solidaridad

Desde el primer poema (“El júbilo”, ya mencionado) se anuncia el rechazo a la soledad (un tópico tan caro al imaginario burgués o pequeñoburgués). Su contrario es el acto solidario, biunívoco o multívoco, y, en el poema “El júbilo”, se manifiesta en principio como un diálogo que aspira a la multiplicación: “(…) Elfina/ deja la tarde en la calle, avisa y que vengan, que se alejen de las ofensas, que descuiden la/ acechanza, el improperio, la alevosía,/ aviso, dilo y abandona las oficinas,/ corre, ven con todos, corre, separa tus dedos/ de las máquinas sumadoras, cierra, cierra,/ los libros, los llaveros, los insultos, éste es el júbilo,/ este es el júbilo, reconócelo, Elfina, éste es el júbilo.”

Y, de inmediato, se señala el camino con un epígrafe extraído de “El (supuesto) Manual de los nuevos ferroviarios”, que me arriesgo en conjeturar como el título proyectivo de otro libro de Juan. Y el epígrafe tiene título “VIA FERREA”. Y alude al viaje (que es, al mismo tiempo, la lectura del libro), que requiere de un medio y, en este caso, el poeta ha elegido la metáfora del tren que es, nos dice: “un conjunto de vagones y cuando un tren se mueve, se mueven todos los vagones”, ¿por qué no pensar en toda empresa humana: en toda acción social que reclama no sólo unidad sino además solidaridad?, porque “cuando un vagón no está enlazado con otros se sale de la vía férrea y termina entre matorrales o estrellado contra las rocas, deshecho.” ¿Es ésta, a la vez, una imagen premonitoria de su propio fin? Cuánta cercanía entre la expresión “termina entre matorrales”, y el verso tan rememorado de Heraud: “morir entre pájaros y árboles”. Juan Ramírez Ruiz, el gran reclamador de la solidaridad (como lo estamos sugiriendo), terminó atenazado por la soledad, y concluyó su viaje como un cadáver anónimo luego de terminar “entre matorrales o estrellado contra las rocas, deshecho”.

Esta contradicción (de fusionar dolor con alegría, solidaridad con soledad) es tan propia de los trágicos, y viene a mi memoria Federico Hölderlin, el gran romántico alemán: “Solamente en el dolor cobramos conciencia de nuestra libertad interior (…) Dolor o alegría son parejamente buenos y quizá también irreales” (pese a que todas las evidencias presentan a esa dupla de dolor y alegría como lo esencial de la realidad, su emparejamiento, su fusión los hace parecer irreales). Pero volvamos a la imagen del tren; no es éste sólo el medio, es también el fin, el viaje en sí, porque en él está el ser humano, por eso nuestro poeta se apresura a rechazar este terrible silogismo: “Un tren vale más que todos los que están dentro de él”. El viaje, que –para nuestro poeta– está constituido por los vagones y los seres humanos que van “dentro de él”, no vale por sí mismo sino por su destino, y “el destino de un vagón es el de todos los vagones”.

La alegría y la solidaridad (y sus opuestos dialécticos, el dolor y la soledad) son elementos consustanciales de la realidad, y lo son, por ende, del realismo poético. Por eso, Juan no admite que se le califique de “poeta puro”: “(Aquí la noche del 14 de mayo/ me enteré que he tenido un aire puro/ porque alguien lo dijo entre botellas de pisco de Ica/ con rabia y para insultarme)”, él prefiere autoproclamarse lo contrario: “poeta realista” (y lo hace –reitero– desde el título del libro) y, por eso, en la continuación de los versos citados del poema “(Paradero)”, dirá: “Y yo salgo a la calle a repartirme como obsequio./ Por las calles de mi país camino con un sonido./ Y soy un lugar con mucha luz, /soy un aullante canto ambulatorio,/ mi cuerpo está lleno de poemas y/ salgo a la calle a repartirme como obsequio.” Para concluir la requisitoria solidaria de este poema: “Y cuando el individualismo se enreda y me llega a las pelotas/ aquí estoy yo vivo y fogoso” (…) “Yo entrego mi vehemencia y mi amor/ a esta vía que se ensancha hacia toda la extensión del universo”. Y la solidaridad es parte de la visión ecuménica de nuestro poeta: “Porque –él sabe con todo realismo que– ningún problema es personal” (verso éste, del último y grandioso poema que da título al libro).

Si a Juan, en vida, se le encasilló en un tardío vanguardismo y hasta en un sedicente purismo (expresión que -como hemos visto supra- no le era del todo grata), hoy, que ya pertenece a la inmortalidad, podemos rescatarlo con todo derecho para el realismo poético que es también el realismo político y el realismo vivífico.

domingo, enero 17, 2010

BREVÍSIMA HISTORIA PERSONAL DE LA POESÍA PERUANA (1975-1982). Testimonio de Roger Santiváñez


1) El Oro de Acapulco

Una tarde de enero de 1974, cuando yo era un recien-bajado (de un Faucett que me trajo de mi natal Piura) Armando Arteaga, a quien yo había conocido casualmente en La Colmena por intermedio de Félix Puescas Montero, me convocó a una fiesta en casa de Elsa Sánchez León. Nos encontramos –como es reglamentario- en el Haití de Miraflores. De allí partimos al lugar del tono, pero antes Armando me presentó a sus dos patas –Luis La Hoz y Oscar Aragón- con los cuales editaba los Cuadernos de Berlioz. El primero de la serie fue El Oro de Acapulco con poemas de ambos. A mí me gustó Constanza de La Hoz, cuyos versos finales rezaban: Happiness is a Warm Gun / Los pájaros y los que me robaron la alegría. Y un lindo poema de Aragón Contemplación de una muchacha que monta en bicicleta. A partir de entonces me integré al grupo que –según La Hoz- “se inicia con El Oro de Acapulco” (en Auki # 4, Lima 1976). El estío de 1974 era propicio para este encuentro. Parábamos ondeados (como se decía en esos días) haciendo incursiones en distintas zonas (Apollinaire) de la ciudad. Podían ser los edificios de San Felipe (Blues) o los acantilados de Barranco –la casa de Valdelomar era nuestro tambo- cuando no los bares de Miraflores (el inmortal La Sevillana) o el Wony de la calle Belén en Lima. Esa fue la etapa de mi iniciación poética, escuchando el disco blanco de los Beatles, donde Lennon canta como nadie Happiness is a warm gun –algo así como La felicidad es una pistola caliente o La felicidad es un arma humeante y los atardeceres celestes del verano nos invadían de belleza hasta la fresca madrugada. Aprendí no poco de estos poetas jóvenes, tanto que, se me pasó la fecha del examen de traslado que yo tenía que dar para entrar a San Marcos. Mi padre casi me mata. A la sazón yo era un churre de 17 años y en el otoño de aquella soledad, debí regresar a mi ciudad natal. Felizmente conocí en Piura a Sigfredo Burneo, con quien lanzamos ese 1974, las plaquettes Sueños de Ecce Homo –con poesía erótica que mereció un comentario de JM Oviedo en El Comercio de Lima y Niebla Púrpura –nombre que recoge una canción de Jimmy Hendrix y que se preparó para una lectura realizada en el Club Grau. Pero de súbito viajé a Lima y reunido con Arteaga, Aragón, y La Hoz en su casa de Corpac decidimos lanzar La Peca de la Jirafa /edición especial. Devuelto a la ciudad de los algarrobos, la plaquette se imprimió allí pero circuló en Lima. Llegó el verano de 1975 y con él las primicias del proyecto AUKI. Epistolarmente Lima-Piura-Lima me comuniqué con mis tres poetas amigos y en marzo hice imprimir en la tarjetera de Arturo Rubio el primer ejemplar de la revista en hermosa tinta azul. Así llegué a Lima el 31 de marzo de 1975 –esta vez en Tepsa- con una caja de leche Gloria que empaquetaba AUKI. La little review tuvo buena acogida y lo celebramos con una cerveceada en el Wony para salir luego a degustar sandwiches de triciclo entre la Colmena y el Parque Universitario mientras la noche se desplomaba lentamente en nuestras almas llenas de furor junto a las musas del grupo Amparo Cuadros y Marilyn Palacio. En perspectiva, lo bacan de AUKI fue su cenáculo del Parque Las Mimosas en Barranco –casa de Lucho La Hoz, a quien no dudo de llamar líder de esta movida- y su defensa de una línea off en la poesía que enarbolaba las figuras de Augusto Lunel, Juan Ojeda, Guillermo Chirinos Cúneo y principalmente Luis Hernández –en el plano peruano- José Antonio Ramos Sucre –en el latinoamericano- y el Conde Lautreamont –en el universal-. Igualmente AUKI presentó una singular e insólita muestra de la poesía piel roja norteamericana en su segundo número. Pero lo más hermoso fue la infinita camaradería de aquella hora, en que –para mí- llegar a la jato de Lucho en Barranco significaba elevarme sobre los cielos de la playa y correr por los parques al borde de la mar (Hernández) y ser Los Adolescentes (como llamó La Hoz a un poemario suyo años después) eternos, bebiendo de una botella (Oda al Cinzano de Armando Arteaga sería un poema emblemático) bajo la noche feliz. El Oro de Acapulco –nombre tomado de un verso de Rodolfo Hinostroza- fue mi primer grupo de poetas en Lima. Aquella inocencia permanece intacta –bien guardada en el corazón- y como dijo Luis Hernández: Perdido he la llavecita.

2) Hipócrita Lector & Escritura

En el invierno de 1975 entré (me trasladé) a San Marcos. Conocía desde los días piuranos a Mito Tumi (aunque ligeramente mayor que yo, lo ubicaba de mi barrio Santa Isabel y de mi colegio el San Ignacio) quien me presentó a Luis Alberto Castillo, el poeta joven –por antonomasia- del momento. Castillo había debutado en la prestigiosa Hipócrita Lector y sus poemas –de sabor verasteguiano- aparecidos en Tallo de Habas (de la Católica) y Textos (de San Marcos) principalmente el publicado en ésta última y que principiaba: Melibea negada por las palomas de la Plaza San Francisco / yo habité tu templo lo habían convertido en una especie de emblema de la novísima poesía. En efecto, Edgar O’hara, uno de los más conspícuos líderes de dicha movida funda ese año –con Jorge Caillaux- la revista Melibea con el propósito de convertirla en vocero de la poetería más joven, la cual se reunía todos los sábados en un bar frente a la Plaza San Francisco –centro de Lima- bautizado también como Melibea; todo esto en torno a la figura de Luis Alberto Castillo. Enrique Sánchez Hernani ( quien también había debutado en Hipócrita Lector y Textos) construyó sobre madera un letrero pop que colgamos una buena tarde en el bar donde nos reuníamos. José Morales Saravia, Carlos Orellana, Juan Luis Dammert, Juan Carlos Torrico y Guillermo Niño de Guzmán, completarían la nómina de los más asiduos. Este fue el más remoto origen del grupo La Sagrada Familia fundado en enero de 1977 tras una conversación sostenida entre quien redacta este testimonio y Edgar O’hara, después de la cual decidimos pasarle la voz a nuestros patas más cercanos. O’hara a Sánchez Hernani y Niño de Guzmán y yo –por mi lado- a Mito Tumi y Castillo, con quienes editábamos la revista Escritura de San Marcos, lanzada en el otoño de 1976. Allí publicaron varios de los nombrados y además Cromwell Jara (que había escandalizado a ciertos profesores de San Marcos con su poema Nuestras musas orinan aparecido en Textos ) Jorge Luis Roncal y Rosa Natalia Carbonel, la única mujer de esta hornada. Hablando estrictamente de poesía, justo es mencionar aquí a Mario Montalbetti, quien desde su debut en Nubetonta y Tallo de Habas trajo un sonido distinto al concierto de la poesía peruana en ese instante, en el cual tenía una fuerte presencia todavía el lenguaje de Hora Zero (principalmente Enrique Verástegui y sus epígonos). En igual sentido iba la poesía de Morales Saravia, primicia también de Tallo de Habas y la de Carlos López Degrregori, quien había publicado por vez primera en Hipócrita Lector y a la sazón se encontraba estudiando en Colombia. A su vuelta al Perú en 1978 se integraría a La Sagrada Familia. Cabe señalar que Hipócrita Lector fue fundada en 1971 por Marco Martos, Hildebrando Pérez, Carlos Garayar y Elqui Burgos. Y una nota personal: alcancé a publicar en el último número de Hipócrita Lector (1976) –sin duda- la revista de poesía más importante de esa época. ¿Libros de aquellos días? El (Mi) de Montalbetti (luego se convierte en Perro Negro), Para no hacer cosas desagradables o Los días son trocitos de papel de RN Carbonel, Discurso de las intenciones puras de Roncal, Discurso sobre los animales jóvenes de Oswaldo Chanove (desde Arequipa donde vivía); todos Premio JM Arguedas –de la Asociación Nisei- el galardón más preciado de los jóvenes de esa hora. Y Orígenes y finalidades de Edgar O’hara, Crónica de vientos de JL Dammert, La ciudad va a estallar de Carlos Orellana y el emblemático Melibea & otros poemas de Luis Alberto Castillo.

3. La Sagrada Familia

En el otoño de 1975, Alex Zisman –estudioso vargasllosiano y estudiante graduado de la Universidad de Cambridge, Inglaterra- preparaba una antología de la novísima poesía peruana –inmediatamente posterior a Hora Zero- y por ese motivo fui convocado al departamento donde se alojaba en la Av.Pardo (Miraflores). Cuando subía el ascensor coincidí con un muchacho de frondoso bigote negro –era Edgar O’hara- portando entre las manos la famosísima antología de Leonidas Cevallos Los Nuevos (sobre la generación del 60) y justo en el instante en que me disponía a comentárselo, se abrió la puerta del ascensor y allí nos esperaba Alex Zisman, quien nos hizo pasar para departir un buen rato sobre su futura antología, trabajo que él completó bajo el título de !Oh dragones abreven! y que nunca llegó a publicarse. Luis La Hoz, Oscar Aragón, Armando Arteaga, Edgar O’hara, Mario Montalbetti, Luis Alberto Castillo, Juan Carlos Torrico, Carlos Orellana, Alonso Cueto (que era poeta) son algunos de los que –recuerdo- estaban en la nómina. Salí caminando –de la jato de Zisman- con Edgar O’hara bajo los árboles de la Av. Pardo y a partir de allí una estrecha amistad nos unió junto a otros poetas jóvenes –amigos comunes- de San Marcos y la Católica que –como ya relaté líneas arriba- nos empezamos a reunir en la Plaza San Francisco, signados por el síndrome de Luis Alberto Castillo, a quien todos admirábamos por su talento y entrega total a la poesía. Inolvidables atardeceres en que la mancha debatía sobre arte poética en aquel innombrado bar (luego se llamó Melibea) del nisei Yoshi –entre ron, cerveza y “marios” –así llamaba O’hara el ir al baño- , ocasionales visitantes como Fredy Roncalla, Tirso Gonzalez, Santiago Lopez Maguiña, Pedro Granados, Alvaro Puga (asiduo en realidad) Juan José Beteta, José Cerna Bazan (que había aparecido en Estos 13) Luis Eduardo Wufarden, Alonso Zar-Zar, Juan Ramírez Ruiz (junto a Jorge Pimentel fundador de Hora Zero, 1970) –que vivía a escasos metros del sitio- y por encima de ellos, la belleza de Pilar Nuñez, entonces estudiante de la Católica y que muy poco después entraría a Cuatrotablas para convertirse en la gran actriz que es hasta el día de hoy. Así pasaron dos años enarbolando la poesía en nuestros corazones, conversaciones infinitas bajo el vuelo de las plomas palomas de la Plaza San Francisco y de las horas, cuya duración no parecía más eterna que nuestra juventud dorada, pletórica de sueños puros, prendidos a las constelaciones de aquella estación perfecta.

A principios de enero de 1977 visité a Edgar O’hara en su casa de Casimiro Ulloa (San Antonio) y en esa conversación nos animamos a organizar un nuevo grupo literario. Yo le pasé la voz a mis camaradas de Escritura Mito Tumi y Luis Alberto Castillo. Y él a Guillermo Niño de Guzmán y a Enrique Sánchez Hernani. Comenzaron las reuniones en el legendario bar Gabino de Miraflores y eventualmente también en Melibea. Todo el verano se nos fue en la empresa pero en abril ya teníamos nuestro Manifiesto –de fuerte impronta vanguardista o neo-vanguardista- y Mito Tumi se había retirado del grupo, no sin antes dejarnos el nombre, que en realidad él propuso como una boutade, pero que pegó, en medio de la alegre camaradería de aquellos crepúsculos inviolados: La Sagrada Familia (quiza porque juntaba gente de San Marcos y la Católica).

Sendas entrevistas y notas en Oiga y Caretas nos pusieron en el tapete de la comidilla literaria de Lima. La presentación del primer número de la revista ocurrió en junio del 77 en el bar Melibea de la Plaza San Francisco, con un after-party tumultuoso y sensacional en el que brillaron las chicas lindas –la incomparable Francesca, verbigracia- y la presencia de los pintores Ramiro Llona (que ilustró el ejemplar) y José Antonio Morales –Cuco- quien se reveló como un eximio intérprete del blues. Marisol Bello, los poetas Luis Rebaza y Dalmacia Ruíz Rosas, así como los narradores Guillermo Saravia (autor de la poco conocida y notable nouvelle Sympathy) y Ernesto Mora se integraron a La Sagrada Familia inmediatamente después. A mediados de 1978 se sumarían los jovencísimos Eleonora Falco, Oscar Malca y Julio Heredia. De la memoria extraigo nombres de amigos de aquella época como Nino Lauro, Enrique Jacoby, Nicolás Lynch, José Luis Velásquez e inspiradoras musas como Luz María Correa, Nelly Plaza, Mónica Avila, Meche Guissecke y Luciana Proaño, la genial bailarina de los 80’s.

Pero algo sucedió el 19 de julio de 1977. Por vez primera –desde el Paro por las subsistencias de 1919- la clase trabajadora de Lima (y de casi todo el Perú) realizó una huelga general que paralizó el país, en demanda de las apremiantes reivindicaciones –puestas a la orden del día- tras la aguda crisis socio-económico-política- desencadenada con el golpe fascistoide del Gral. Morales Bermúdez en 1975, el cual derrocó al Gral. Velasco e interrumpió un muy interesante proceso nacionalista y reformista (que captó la atención del mundo entero) iniciado el 3 de octubre de 1968. La respuesta de los trabajadores no se hizo esperar y el 19 de julio del 77, las masas populares organizadas tomaron el control del país. Como una salida de la crisis, Morales Bermúdez se vio obligado a convocar a una Asamblea Constituyente (1978) y elecciones generales para 1980. La Sagrada Familia no fue ajena a toda esta situación. Conmovidos por lo que venía ocurriendo decidimos estudiar la doctrina marxista-leninista y lo hicimos bajo la batuta del filósofo David Sobrevilla, una de las principales autoridades sobre la materia. Nuestra poesía tambien dio un giro, como puede observarse en el tercer número de La Sagrada Familia – ver Martes Rojo (Paro Nacional) de O’hara o los poemas de Sánchez Hernani- y principalmente el equipo de Poesía Militante (Castillo-O’hara-Sánchez H.-Santiváñez) que compuso material poético para ser volanteado en apoyo a la reposición de los despedidos del Paro (la clase empresarial aprovechó el pánico para botar de las fábricas a la totalidad de los líderes sindicales) durante el candente verano de 1978. Inmediatamente después algunos miembros de LSF participarían en la Comisión de Cultura –dirigida por Rosina Valcárcel- del recién formado frente izquierdista Unidad Democrático Popular (UDP) para representar al pueblo en la Asamblea Constituyente. En este punto es pertinente señalar que para la estricta historia de la poesía lo que ha quedado son las Cinco Razones Puras (para comprometerse con la huelga) del poeta Cesáreo Martínez –gran amigo y compañero de Juan Ojeda desde los late 60’s- por cuyo talento y honesta posición política se convirtió en el signo de aquella radical revuelta de la poesía en ese tiempo.

4. Adios a La Sagrada

Es difícil para mí, escribir sobre la disolución de La Sagrada Familia ocurrida en abril de 1979, según consta en el Comunicado publicado en la sección cultural de la revista Marka. Sucedió que yo viví un intenso proceso de radicalización política hacia el maoísmo (ideología totalmente en boga entre los jóvenes de aquella coyuntura) y mi querido grupo de poetas, me empezó a parecer no lo suficientemente ultra como yo me sentía en mi fuero interno. De los miembros de LSF, sólo Dalmacia Ruiz-Rosas, Sánchez Hernani y Castillo me parecían estar cerca de mi posición. Propiciáronse varias discusiones en torno al asunto que –lamentablemente- fueron tomadas como ataques personales por algunos integrantes, Edgar O’hara y Luis Rebaza entre ellos. Finalmente Sánchez Hernani propuso la disolución del colectivo y así fue. Cabe señalar aquí que meses antes ya se habían retirado los narradores Niño de Guzmán, Saravia y Mora. Asimismo el poeta Carlos Lopez Degregori, quien se había integrado –como queda dicho- cuando regresó de Colombia. Visto a la distancia de casi 30 años, yo puedo reconocer que muy probablemente me extralimité en mi cuestionamiento al grupo (e incluso que estaba equivocado en mis extremos planteamientos) pero al mismo tiempo, debo decir que fui –simple y llanamente- sincero con el modo de pensar que asumía y con los sentimientos que mi corazón bolchevique me exigía, y con los cuales quería ser honestamente consecuente. Ya no me hallaba cómodo en LSF. Yo tenía que ir hacia otra cosa. Lo triste es que se perdió esa hermosa amistad –basada en el amor a la poesía- que nos había convocado cuando nos conocimos en 1975. Y por eso escribo esta especie de homenaje. La Sagrada Familia realizó una importante labor editorial, publicando –aparte de los cuatros números de su revista- libros de varios de sus miembros (Huevo en el nogal de O ’hara, Por la bocacalle de la locura de Sánchez Hernani, Pobación activa de Rebaza , Un buen día de Lopez Degregori) y –en actitud reivindicativa- los Poemas al estilo de una pintura ingenua de Enriqueta Beleván, poeta de la generación anterior. También se hizo una edición de los Poemas Clandestinos de Roque Dalton. Es lícito mencionar que –disuelta LSF- O’hara y Rebaza lideraron las ediciones Ruray, cuya publicación más interesante aquellos días finales de 1979 – a mi juicio- fue el primer libro de José Morales Saravia Cactáceas.

Posdata

Mas la historia continúa. Ya en el principio de otra década (los inmarchitables 80s) nuevas amistades, relaciones y publicaciones surgieron en el panorama. Por ejemplo Dalmacia Ruiz-Rosas y quien redacta esta memoria fuimos invitados por Jorge Pimentel a integrarnos a Hora Zero (cuya fundación y Primera Fase dura desde 1970 a 1973, y que se había reagrupado –Segunda Fase- con la crisis de 1977 aunque sin la participación de Ramírez Ruiz) y así lo hicimos en diciembre de 1980. Pero ya se hablaba de una nueva generación. José A. Mazzotti –novísimo de aquella hora- lanza la revista (SIC) con Oscar Malca y Julio Heredia, que –como queda dicho- habían sido de La Sagrada Familia más Patricia Alba. Del mismo modo Mazzotti, ahora con Eduardo Chirinos y Raúl Mendizábal (los tres tristes tigres) publican Trompa de Eustaquio. Un poco después Omnibus de Arequipa –cuyo primer número había salido en 1977- (Chanove, A. Ruiz Rosas) se fusiona con Malca y Alba para originar Macho Cabrío y finalmente en 1982 el autor de estas líneas –en unión con Mariela Dreyfus- fundamos el Movimiento Kloaka. Pero esa ya es otra historia. Hasta aquí nomás. Abraxas.

[Róger Santiváñez, 19 de junio de 2006, a las orillas del río Cooper, Garden State].

lunes, enero 11, 2010

¿Quo vadis, Miguel? - La historia es lo de menos. La forma es lo que importa


Julio Carmona

La frase del subtítulo de este artículo es una fórmula que resume la siguiente propuesta de Miguel Gutiérrez, en su libro La invención novelesca, y que expone de la siguiente manera: "desde la primera frase [de la novela Mientras agonizo, de William Faulkner –dice MG] me subyugó, no por la historia, que hasta la mitad de la novela no logré descifrar, sino por su forma de narrar que yo encontré absolutamente novedosa" (p. 16)1. Luego, en la p. 125, dice: “Leyendo a Dumas comprendí que la novela, no importa qué temas aborde, nunca debe perder su poder encantatorio.” Es, pues, una fórmula que, en términos, muy generales, es aplicable a todas las artes, porque un mismo tema puede ser tratado por todos los artistas (y aun los que no lo son). De donde se sigue que la cualidad artística (de la obra) o su diferente calidad estará dada no por la historia, no por el tema, no por el mensaje o el contenido, no por el qué se dice, sino por el cómo se dice: por la forma que utiliza quien “inventa”, "construye" o “produce” la obra.

Pero –y esto no hay que olvidarlo– aunque el lector entienda o no entienda lo que se dice (que es un aspecto planteado por MG en la cita de arriba) esto "que se dice" (legible o ilegible) está unido a “la forma como se dice". Todo escritor (informativo o literario: en este momento no discutamos la bondad de su producto) procesa en su conciencia (en su mente, en su manera de ver el mundo) la dimensión del suceso que le sirvió de tema, y, desde esa perspectiva, carga a su obra, incluyendo todos sus elementos: de contenido y de forma, con esa su concepción del mundo. O sea que la planteada por MG es una verdad incuestionable: que al hablar de poesía se tiene que partir de su perfección formal. Ya sea mayor o menor, pero nunca nula, pues esto último anula el que se hable de ella.

Detenerse a estudiar los medios técnicos de un poema admitido como bello (y a cuya belleza no agregará nada el que se sepa su trabazón estructural) puede permitir comprender la importancia de los géneros literarios y la historia de las formas y artificios poéticos y, en consecuencia, ayudar relativamente a entender cómo ha sido construido dicho poema; pero no alumbrará nada respecto a su peculiaridad histórica, a su personalidad y originalidad ínsita. La técnica no es precisamente lo que diferencia a un poema de otro, ni siquiera a un poema y un escrito que no merece tal nombre, porque, justamente, lo único que pueden tener en común es una cierta retórica, un conjunto de recursos expresivos, algo insuficiente por cierto para individualizarlos. Pongamos el ejemplo de un mismo hecho: el ataque por parte de las “fuerzas del orden” contra un local en el que supuestamente están parapetados varios subversivos, expuesto por tres narradores diferentes: un narrador espontáneo, un narrador consagrado y un periodista, con textos de también diferente calidad. El primero presenta un hecho de la revolución sandinista, que protagonizara el jefe guerrillero Julio Buitrago, ocurrido en 1969, es narrado por Omar Cabezas2, y es el siguiente:

El comandante Julio Buitrago muere cuando es descubierto en una casa de seguridad de Managua. La Guardia Nacional lo detecta y monta alrededor de la casa un operativo militar sin precedentes en Nicaragua. Rodean la casa, la manzana y el barrio entero, en un tercer cerco. (…) Julio se “fajó” con la G. N. Muere él solo, después de horas de resistencia en aquella casa. (…) La G. N. cometió el error de pasar por televisión el combate. Nosotros vimos sentados frente a la pantalla de la T. V. del Club Universitario de León, cómo una gran cantidad de guardias, colocados en grupos y en diferentes sitios, o de dos en dos, o de tres en tres, de pie, detrás de los árboles o de los vehículos; de rodillas en tierra detrás de los muros; o desde la posición de tendido, disparaban contra la casa. El reportaje era sin sonido, y veíamos nosotros con avidez cómo las armas automáticas expulsaban con una gran velocidad los casquillos. Agudizábamos la vista y veíamos cómo saltaban pedazos de concreto, cemento, madera, vidrios, pintura, cuando centenares de miles de impactos de bala golpeaban contra la casa. Y también veíamos cuando salía el cañón de la sub-ametralladora de Julio por la ventana del balcón y se veía el humo de las ráfagas con que él contestaba. Al rato le veíamos aparecer en la ventana de abajo, del primer piso, o por la otra ventana del primer piso, o por la puerta del segundo piso, que daba a la calle. De repente veíamos que Julio no aparecía, y que la G. N. empezaba a avanzar hacia la casa y de repente aparecía Julio disparando por cualquiera de los puntos que ya dije. Los guardias salían en carrera para atrás; veíamos que la G. N. le tenía miedo a las balas que Julio le tiraba. Y así estuvieron Julio y la G. N. Luego llegó una tanqueta y se vio que los guardias se alegraron. La tanqueta se puso como a quince metros de la casa. Nadie disparaba. Ni los guardias ni Julio. Recuerdo que era de tarde y los guardias se secaban el sudor con pañuelos. Hubo un gran silencio… La tanqueta disparó. Nosotros pelamos el ojo cuando vimos que hizo saltar en pedazos trozos de pared, y decíamos: Tal vez no le dan, tal vez no le dan… Después del disparo de la tanqueta se vio que los jefes gritaban a los soldados para que avanzaran sobre la casa. De la casa no contestó nadie y cuando los guardias estaban cerca, Julio volvió a disparara desde adentro y los guardias volvían a correr de nuevo hacia atrás. La tanqueta volvió a disparar y ocurrió lo mismo. Luego otro silencio como de media hora. Hasta que apareció una avioneta y entonces empezaron a disparar insistentemente con la tanqueta y el avión que casi rozaba la casa. Y entonces vimos como en cuestión de segundos la casa era reducida a escombros. Y nos explicábamos cómo Julio estaba vivo porque veíamos a la guardia esconderse de las balas que él disparaba, y aun veíamos a algunos guardias caer heridos… pero de súbito algo nos conmocionó a todos: vemos salir violenta y estrepitosamente, por la puerta central de la casa, a Julio, corriendo y disparando en ráfaga. Y, segundos después, lo vemos que se empieza a doblar y disparando y doblándose más y disparando y doblándose más, hasta caer al suelo.

El precedente es, pues, un texto testimonial (de un, digamos, “narrador espontáneo”), que narra ese hecho en que un solo hombre mantiene en vilo a todo un destacamento oficial. Veamos ahora este otro, con el mismo tema, de Gabriel García Márquez:

… Poco después terminaron los disparos y empezaron a repicar las campanas. La resistencia había sido aniquilada en menos de media hora. Ni uno solo de los hombres de Arcadio sobrevivió al asalto, pero antes de morir se llevaron por delante a trescientos soldados. El último baluarte fue el cuartel. Antes de ser atacado, el supuesto coronel Gregorio Stevenson puso en libertad a los presos y ordenó a sus hombres que salieran a batirse en la calle. La extraordinaria movilidad y la puntería certera con que disparó sus veinte cartuchos por las diferentes ventanas, dieron la impresión de que el cuartel estaba bien resguardado, y los atacantes lo despedazaron a cañonazos. El capitán que dirigió la operación se sombro de encontrar los escombros desiertos, y un solo hombre en calzoncillos, muerto, con el fusil sin carga, todavía agarrado por un brazo que había sido arrancado de cuajo. (Cien años…, p. 99).

E, igualmente, se puede hacer el paralelo con otro hecho similar a los anteriores, pero esta vez narrado por un periodista, ocurrido en la ciudad de Lima el lunes 09 de junio de 1986, y del que da cuenta la revista QUEHACER N° 41, Lima, junio-julio de 1986, p. 99:

A las 6.50 de la tarde (del día antedicho), cuatro militantes del “Movimiento Revolucionario Túpac Amaru” ingresan al local del Casino de Policía, ubicado en la avenida Garcilaso de la Vega, en Lima, y luego de hacer explotar una carga de dinamita en la puerta del céntrico local intentan incendiarlo rociando las alfombras con petróleo de uso doméstico. No logran su cometido porque un oficial se les interpone en el camino, el alférez Juan López, y porque los guardias que custodian el diario Ojo, ubicado al frente del casino policial, disparan y cubren la puerta principal. En el casino se encuentran varios oficiales que pronto se echarán a tierra con el arma en ristre. Quince minutos más tarde, patrullas de las tres fuerzas policiales se reúnen en la puerta del local atacado, rodean la manzana, se apertrechan en los techos, desalojan los locales vecinos, y comienzan a disparar a diestra y siniestra. Del interior del casino también se dispara. La balacera se prolonga por espacio de dos horas, hasta que los que disparan del interior del local, y los de afuera, se dan cuenta que los tupacamaristas han huido por los techos (…) La policía –la de dentro y la de fuera del local– estuvo disparando, por espacio de dos horas, contra un enemigo que había huido y se había puesto a buen recaudo.

De la confrontación de estos ejemplos se constata que, no obstante ser el tema el mismo, los resultados narrativos son diferentes y distinta su calidad literaria, percibiéndose esa diferencia y variable calidad por la forma cómo son trabajados, no por el tema en sí; sin embargo, cada uno de ellos ha utilizado recursos expresivos acordes con su intención, es decir que su “intensidad” (contenido) se corresponde con su “altura” (forma). De donde resultará desfasado descalificar al texto del narrador espontáneo porque su nivel artístico está muy por debajo del texto del narrador consagrado. Lo que se debe hacer es ubicarlo en su propio nivel. Lo mismo debe hacerse con textos poéticos, que pueden ser opuestos no por su tema de fondo sino por su forma, y no es pertinente actuar descalificando y hasta anulando a uno por ser realista y exaltando al otro –hasta considerarlo único en su género– por ser formalista (obviamente, la acción contraria también es recusable). Cada cual debe ser apreciado en su propia dimensión y por sus propios recursos y su propia voluntad. Pongamos ejemplos:

Arte poética

Por si acaso,
Por si necesitáis
Mi filiación
Para que las teorías y la metafísica
No sean requisitorias
Contra mi muerte,
Voy a decir
Cómo se escribe un verso.

Nacer a la vida
Y ser apaleado.

Cruzar con urgencia la niñez
Y ser apaleado.

Creer en la felicidad
Y ser apaleado.

Estar en la verdad
Y ser apaleado.

Una pausa
Porque el lomo del hombre
No es tan fuerte.3

La poesía

Tú que llenas el cielo de la memoria y los sueños
Más allá del pensar y el sentir
Que sonreías sin responder
Porque tú eras la respuesta
Doy testimonio de lo que fuiste en tu hora
Propicia cuando animabas un cuerpo
Y tu huella sangraba en castos sentidos
Creciendo como dorada herida en la tarde
Dime ¿fue menos una palabra
Que volvió sombra junto a tu imagen
Menos que el aire irreparable
Lo que deshizo el tiempo en un grito?4

Y de esta confrontación surge otra verdad (parcializada, es cierto, propia del realismo clasista): Que las diferencias poéticas no las establece la forma poética sino el punto de vista desde el que se refleja la realidad (o el tema tratado). Que pueden ser: a) un acercamiento a la realidad, y b) un alejamiento de ella. Realismo y formalismo son las denominaciones que mejor calzan para cada una de ellas. Pero recalcamos: en ambos casos, habrá una mayor o menor perfección estética. Y no son términos que se descalifiquen mutuamente, de manera genérica y, menos, maniquea. Cada uno de ellos tiene sus respectivos grupos receptivos. Y es en esa disyuntiva que tiene que ubicarse el historiador, el crítico, el investigador, el teórico de la literatura. Destacando su configuración artística (es verdad), es decir, verificando su mayor o menor esfuerzo por alcanzar la perfección estética, lo cual es algo común a ambas líneas. No es, pues, que el formalismo siempre logre la perfección estética ni que el realismo siempre tenga deficiencias en ello.


Lo decisivo en este deslinde es reconocer que tanto la historia como la forma (el tema como la técnica) se consustancian, se imbrican y auto apoyan; en principio, porque –al menos en literatura– la forma no puede erigirse en el vacío, ya que las palabras de todas maneras tienen su propio contenido, significan algo; entonces, ambos niveles (el qué y el cómo) nacen juntos, como el metal de la moneda y la imagen que lleva grabada, ambos hacen una unidad indivisible. La obra no es ya sólo forma, tiene –además de su significado denotativo: su historia, su tema– la carga emotiva o ideológica de su productor –que es su significado connotativo. Por eso cuando alguien dice "yo solo quiero escribir una buena novela evitando incluso la contingencia política y negándome a dar respuestas respecto de la condición humana"5, deberá desilusionarse él mismo porque, aunque no lo quiera, la ‘contingencia humana’ va a denunciar su presencia.

Y esto lo reconoce el mismo MG cuando se auto interroga6 de la siguiente manera: "Dime, ¿la fuerza de los acontecimientos no afectó los aspectos artísticos de las obras que escribiste en este periodo?" (pregunta con la que -dígase de paso- se plantea la disyuntiva orteguiana de si lo humano no es incompatible con lo artístico), y la respuesta de MG no se hace esperar: "Es probable que algunas páginas lleven la marca excesivamente visible de sucesos que me alcanzaron demasiado cerca. No pude evitar, y tampoco me arrepiento, que alguna vez el imperativo artístico haya sucumbido ante el factor humano." Y esta respuesta desconcierta, por decir lo menos, porque hay una mezcla contradictoria de prescripciones. La expresión "es probable" indica que se está admitiendo la tesis de que el escritor no es consciente de incluir en su escritura las pulsiones ideológicas, y eso ratifica lo dicho por nosotros aquí: que la forma está marcada por el fondo y viceversa. Y el "no me arrepiento" de ello, es el trasfondo socialista que se niega a abandonar la conciencia de MG, en lucha con su nueva comprensión individualista del arte que "ve sucumbir el imperativo artístico ante el factor humano", contradiciendo –de paso– el apotegma inicial de que el tema es indiferente a la forma, pues de esto debe seguirse que el "tema humano" también tendrá el valor artístico de la forma que lo trate: alta o baja.

En esa disyuntiva, un escritor que dice lo siguiente: "Tengo convicciones muy arraigadas. Desde niño supe para siempre de qué lado estaba mi corazón. Sigo creyendo que las rebeliones del individuo y las colectividades, no importa cuál sea el sistema social vigente, siempre se justificarán" (IN: 131, cursiva mía). Es verdad, ese escritor tiene todo el derecho y aun la obligación de construir su trabajo literario con el más alto nivel de que sea capaz, pero no puede, no debe, desligarlo del lado que "desde niño" descubrió dónde estaba su corazón: la rebelión contra la injusticia, "no importa cuál sea el sistema social vigente". Obviamente, esta expresión justifica la crítica que MG hace a Sendero Luminoso y al PCCH en el libro tratado, la misma que –no obstante– no puede generalizar a toda la lucha revolucionaria, sin riesgo de estar acercándose a lo planteado por Mario Vargas Llosa en su trabajo sobre “Camus y la moral de los límites”. Y no se puede adoptar la utópica actitud del “francotirador sin bandera” que está decidido a rebelarse incluso contra una revolución socialista o marxista, pues es ésta una actitud desfasada porque –como precisaba Maurice Merlau-Ponty: “La crítica y la acción marxistas constituyen un solo movimiento en la historia. No queremos decir que la crítica del presente derive a título de corolario de las perspectivas del porvenir; el marxismo no es una utopía, pero no lo es porque la acción comunista es, en principio, una crítica continua que se prosigue hasta sus últimas consecuencias y porque la revolución, en definitiva, es la crítica en el poder. Si comprobamos que no cumple las promesas de la crítica no podemos por ello concluir diciendo: guardemos la crítica y dejemos la acción. En la crítica misma debe haber algo que prepare los defectos de la acción. Ese fenómeno lo encontramos en la idea marxista de una crítica encarnada históricamente, de una clase que es supresión de sí7, de lo cual resulta la convicción, en sus representantes, de ser lo universal en acto, el derecho de afirmarse sin restricción, la violencia que no puede verificarse.”8

Acabo de decir que un escritor que declara estar ligado a la lucha de su pueblo, no puede, graciosamente, decir que en su obra evita que aparezcan las urgencias de esa lucha; rectifico el aserto: sí puede hacerlo, pero siempre que reconozca que lo hace desde una perspectiva “genéricamente humanista”, y dejando bien establecido que su humanismo no será ya un humanismo proletario, sino un humanismo burgués.9 Porque la lucha de clases obliga a adoptar una de esas dos opciones (no hay terceras vías). Y en esto no caben los blindajes como aquello de desautorizar a los críticos que, desde el marxismo, le reconvienen el estar abandonando posiciones ineludibles de clase, y –lo que es peor– haciéndolo en nombre de una "poética de la novela" preexistente, común a todos los escritores, indiferente al problema fundamental del marxismo "que es la lucha de clases". Desde el marxismo no se puede reflexionar sobre el arte como si fuera una dimensión independiente de la lucha de clases.

Todos estos son temas tratados por MG en su libro de ensayos ya señalado, La invención novelesca, los mismos que tratamos aquí no para llevarlo “al banquillo de los acusados”, sino para aclarar aspectos decisivos o fundamentales relacionados con la posición del escritor marxista. Es obvio que MG tiene todo el derecho de seguir llamándose "escritor marxista", pero es también derecho de los otros escritores marxistas el hacer los deslindes del caso. Y, en todo caso, podemos decir de MG, como él dice de Lukács, que es "el gran critico [escritor] marxista de gustos conservadores" (IN: 23), o, como decía Mao de los trotskistas, "proletarios en política y burgueses en arte". De otra forma no se explica que sus dos últimos libros de ensayo, La invención novelesca (2008), ya citada, y El pacto con el diablo (2007), tengan como motivo gráfico en sus carátulas, un oleo abstracto de Fernando de Szyslo y una acuarela también formalista de Paul Klee, respectivamente.

En otro momento MG dice: "tengo dos o tres amigos, hombres cultos y refinados que sin ser escritores son felices lectores de novelas de toda la vida" (IN: 17). Y eso está bien, que los lectores disfruten con la lectura literaria. Ellos son los dichosos lectores puros. Aspiración que no debe reservarse para los "hombres cultos y refinados", sino para todos los lectores, porque el disfrute de la belleza es (o debe ser) patrimonio del ser humano, sin discriminación de cultura o de privilegios sociales; claro que es difícil hablar de refinamientos en las clases obrera y campesina, estos son más detectables en la burguesía o en la pequeña burguesía, pero en todos los casos la felicidad de leer una novela les debe ser propia.

De nadie se espera que lo fundamental de leer una novela sea quedar preparado para hacer la revolución, pero si esta posibilidad de hacer la revolución está planteada en la novela (con todo derecho como cualquier tema) debe ser un ingrediente más de ese disfrute. El reducir “lo culto y refinado” y el derecho al disfrute a grupos privilegiados es propio de la mentalidad aristocrática. “El reducido público que escucha a un músico refinado subraya con la presencia de su escasez la ausencia multitudinaria”, ésta es una expresión atribuida al poeta elitista Stephan Mallarmé por José Ortega y Gasset10, y refleja el estado ideal del aristócrata, si vemos que es aseverado por uno de sus representantes más connotados, José Ortega, quien dice de sí mismo que sustenta “una interpretación de la historia radicalmente aristocrática” (op. cit. p. 56).

Por eso, cuando MG busca desvincular al arte de los conflictos sociales, y nos dice que "una de las cosas más terribles de la novela de Liftell (Las benévolas) es que muestra que los que llevaron adelante la guerra y el exterminio de judíos no eran seres anormales ni locos, ni sádicos por naturaleza sino individuos (como lo es el propio narrador de la historia) que amaban la música de Bach o de Beethoven y que se formaron leyendo a Goethe, Kant o Heidegger" (IN: 21), esta incisión en el problema no muestra otra cosa que los objetos artísticos (como todo producto humano o social, incluidas las técnicas artísticas) adquieren una carga ideológica (adquieren una marcada concepción del mundo) al momento de su uso (el valor de uso de que hablaba Marx en economía) y no independientemente de él.

El himno a la alegría (con letra de Schiller y música de Beethoven) puede ser disfrutado tanto por un burgués como por un proletario, disfrutes que pueden ser distintos de los experimentados por su propio autor, pero todos al momento de su disfrute no dejan de cargar a esa obra –a su lectura de esa obra– con sus intereses de clase. Un proletario puede sentir el impulso para creer en un mundo nuevo; un burgués, para solazarse en su propio mundo, y el mismo autor en aspirar a la solidaridad humana. Y todas esas opciones son válidas para cada uno, y hasta en algún aspecto pueden tener coincidencias, pero cada quien no podrá ni querrá validar su opción como si fuera idéntica a la del otro, salvo que hagan coincidir sus concepciones del mundo, llegando al convencimiento de que los intereses sociales y políticos del burgués coinciden con los del proletario, como –por hacer una comparación– hubiera ocurrido en el caso de Marx, intelectual proletario de extracción pequeñoburguesa, y Dietzgen, intelectual proletario de extracción obrera. Pero que Marx y Dietzgen hubieran coincidido con un impromptus hedonista burgués, censurando una obra "porque el imperativo artístico haya sucumbido ante el factor humano" (IN: 158, muy a lo Ortega y Gasset), bien se podría decir que Marx y Dietzgen habrían sucumbido ante la concepción burguesa en arte. Se puede concluir esta observación señalando que si bien la belleza y el arte pertenecen al ser humano, porque, de acuerdo a la libertad de éste, en teoría el acceso a aquellos no le es negado; pero, en tiempos de guerra (¿cuándo no los ha habido?) esa visión ecuménica restringe sus alcances, de acuerdo con los intereses de las partes en contienda, y, en esas condiciones, si se insiste en ‘una visión del ser humano unificado por el arte y la belleza’, ésta se convierte en delatora de traición, a su “par” en la contienda, por parte de quien la dice.


¿Para qué sirve una novela? -pregunta MG- y responde: "Yo conozco tres posibles respuestas: una optimista, otra pesimista y una tercera que llamaré pragmática." Y, seguidamente las describe así: "Según la primera, si bien una novela no puede cambiar el mundo, puede sí cambiar la mente y la conciencia de los lectores -que son siempre minorías o grandes minorías-, y éstos a su vez, imbuidos por un humanismo radical, pueden influir en pequeñas escalas al mejoramiento de los individuos y las sociedades. ¿Es esto posible? Sí, si los lectores son gentes como Mariátegui u hombres o mujeres de buena voluntad, lúcidos y equilibrados o seres atormentados, pero moralmente honestos."

La respuesta pesimista también –según MG– está en relación con los lectores pero de signo opuesto y pone como ejemplo a los asesinos nazis Goebels o Himmler que podrían sentirse motivados por novelas como Los hermanos Karamazov de Dostoievski o En la colonia penal de Kafka, para "una incitación al parricidio" o "para idear o imaginar más perfectas máquinas de tortura", respectivamente.

Y la tercera respuesta –la pragmática, dice MG– "corresponde al leninismo, de acuerdo a la cual una obra literaria puede cambiar el mundo si la literatura es tuerca y tornillo del engranaje partidario para hacer la revolución. Los escritores que opten por este camino en un acto de libertad deberán escribir obras muy ligadas a las coyunturas históricas y a los vaivenes ideológico-políticos de la organización partidaria. El resultado serán relatos épicos (algunos de gran intensidad) o crónicas noveladas como Campos roturados, de Shólojov, o La Joven Guardia de Fadeyev, donde el triunfo final de los valores socialistas está asegurado".

Y en esta última opción, que se podría suponer hubiera servido para que el primer MG (aquel teórico marxista de la revista, fundacional clasista, Narración) aportase con incisivas y sugestivas propuestas para una comprensión cabal de lo que debe entenderse por la construcción de una literatura que apoye a la causa de la liberación del hombre (respondiendo al lado que desde niño supo donde estaba su corazón), esta última opción le sirve al último MG para empezar su propio deslinde con la novela del realismo proletario y adherir a la concepción de la novela del formalismo burgués. Y establece la siguiente y maniquea disyuntiva: el escribir novelas desde convicciones ideológicas férreas (lo que MG compara con la fe católica y amparado en Sartre) dice que "si toda invención novelesca implica una visión problemática del hombre sin salvación posible en una realidad trascendente, no se pueden escribir novelas desde el amparo de una fe", incluso dice que en el caso de un escritor que partiendo de una fe (y pone el ejemplo de Graham Green) ‘descubra que no hay salida ni con la fuerza de esa fe (lo cual sería una herejía o traición a la fe) lo único que se demostraría es que la novela es una lucha entre la ortodoxia y la heterodoxia, es decir, un callejón sin salida’. Y de esa manera MG deja plasmada la concepción de la novela que va a manejar en todo su ensayo, que se resume en la concepción de Sartre: "una visión problemática del hombre sin salvación posible en una realidad trascendente”. Pero cabe preguntarse, esta concepción existencialista (no marxista) de Sartre ¿se convierte en la única concepción del arte?

En el prólogo a su otro libro de ensayos, El pacto con el diablo, MG dice de José Carlos Mariátegui: “siempre he admirado su escritura dialéctica –ágil y elegante en su expresión– y la perspectiva de clase que utilizaba al analizar una obra”. (EPCD: 14). Y obsérvese que –con justicia– MG destaca la forma de la escritura de JCM, calificándola de ágil y elegante, pero no deja de precisar su fondo ligado a la perspectiva de clase. Es más, MG precisa que ese tipo de escritura es calificable de dialéctica, es decir, una escritura que entiende el cuadro en su conjunto y también ve sus partes. Y en el cuadro social no se debe ver las partes, aisladas, sin entender el cuadro en su conjunto. Desde esa perspectiva, la literatura artística proletaria (o de un nuevo realismo clasista) no siempre ha de devenir "relato épico" o "crónica novelada", como sentencia MG; reducir a esas variantes de lo épico a la concepción literaria clasista es buscar su devaluación. Y entonces resulta sintomático que a partir de esta prescripción, sostenida en las primeras páginas de su ensayo (IN: 22), MG la vaya enunciando cíclicamente en lo sucesivo.

Desde el marxismo, pues, es decir, desde la teoría de la lucha de clases (aplicable también a los estudios del arte y la literatura) no existe una sola concepción del arte, de la literatura, de la novela. Y no es así tanto como no lo es la versión de "la novela pragmática" descrita por MG, y que estaría describiendo como lo opuesto a la novela burguesa, es decir: una novela proletaria o clasista, maniquea, de visión estrecha. Y no es así. Esa descripción de la novela realista proletaria o clasista (llamada por MG, pragmática) no necesariamente responde a los intereses del partido, es en todo caso una novela de tendencia, y la tendencia es el realismo proletario, que no se reduce a la visión descrita por MG: "la literatura es tuerca y tornillo del engranaje partidario para hacer la revolución. Los escritores que opten por este camino en un acto de libertad deberán escribir obras muy ligadas a las coyunturas históricas y a los vaivenes ideológico-políticos de la organización partidaria". Esta es, en realidad, una tergiversación del planteamiento leninista, que al hablar de “literatura de partido” no se refería de manera exclusiva a la literatura artística, sino a toda la producción escrita del partido; porque en el mismo texto del que MG toma su versión de lo dicho por Lenin, éste dice: “Sin duda, la labor literaria es la que menos se presta a la igualación mecánica, a la nivelación, al dominio de la mayoría sobre la minoría. Sin duda, en esta labor es absolutamente necesario asegurar mayor campo a la iniciativa personal, a las inclinaciones individuales, al pensamiento y a la imaginación, a la forma y al contenido. Todo esto es indudable, pero sólo demuestra que la función literaria del Partido del proletariado no puede ser identificada mecánicamente con sus demás funciones.”

Fue Paul Valery quien elaboró aquel famoso aforismo que dice: "El primer verso es un regalo de los dioses", el mismo que –aunque pueda ser corroborado por la práctica verídica de muchos poetas– no deja de ser una explicación heredera del irracionalismo propio del pensamiento burgués. Por eso cuando MG se refiere a la "preciosa partícula" o "el luminoso embrión que lleva dentro de sí todas las potencialidades de la novela todavía no escrita", no podemos menos que relacionar ambos preceptos. Y lo más interesante es que lo hace aludiendo a una comprobación de diferentes autores. "Muchos otros novelistas –dice–, de distinta jerarquía estética pero también admirables, han dejado testimonio de este primer momento de la invención novelesca." Pero, detengámonos un momento en esta expresión: "distinta jerarquía estética", para observar que, no existiendo una sola estética, debe aclararse en cuál de esas estéticas se da tal jerarquía, ¿se puede hablar de jerarquía en la estética burguesa? El mismo MG dice que "Frente a libros como Ulises y el desconcertante y hermético Finnegans Wake, las novelas de Mann, con toda su grandeza parecían realizaciones tardías de la novela decimonónica" (23). Pero esa jerarquía no es lícito hacerla entre autores de tendencias estéticas diferentes (la burguesa y la clasista), porque simplemente son distintas e incomparables. Pero, en realidad, MG no se cura de hacer esa desfasada comparación, pues siempre –aunque a veces con insultante benevolencia– reduce las realizaciones novelescas clasistas a las "realizaciones tardías de la épica", dejando de ser propiamente novelas. Y esto no es un recurso novedoso, ya lo hemos visto manejado por Mario Vargas Llosa, al comparar las obras de la "novela moderna" (burguesa) con las que él devalúa incluyéndolas en lo que denomina “novela indigenista”.

Dicen que en estos temas del intelecto o de la reflexión literaria o estética los extremos suelen juntarse: llega un momento, en este terreno, que las líneas paralelas se cruzan; de ser así entonces no nos vemos movidos por la sorpresa cuando descubrimos que algunos conceptos elaborados por Mario Vargas Llosa son manejados de manera desaprensiva por MG. Pruebas al canto. Dice MG: "Lo inesperado y maravilloso de la invención onettiana es que a medida que avanza la novela, la realidad imaginada suplanta a la realidad empírica", propuesta ideológica muy cercana a la teorización de Mario Vargas sobre "la realidad ficticia y la realidad real". Otro concepto vargasllosiano es asumido por MG, cuando dice de Kafka que "como cualquier autor que se respete lo invaden los demonios de la duda sobre la solidez de la construcción" (IN: 53). Y quién no recuerda la tesis demonológica de MV?

Y en otro momento MG dice: "Ninguno de los sucesos de mi vida hubieran adquirido significado de no haber descubierto la literatura" (IN: 65), lo cual aunque sea expresión de un sentimiento sincero no pierde el parentesco vargasllosiano, y lo que es peor con un tinte bastante alejado de la dialéctica y por ende aproximado a la metafísica, porque no se puede hablar de sucesos no ocurridos que habrían perdido sentido, es algo de lo que no se puede hablar porque lo cierto es que "descubrió la literatura", y no puede hablar de lo que hubiera ocurrido si no la descubría, porque como cualquier ser humano se hubiera integrado a su realidad, la misma que mal que bien habría adquirido un sentido o significado, diferente seguro al comprobado, pero no se puede decir que los sucesos ocurridos sin ese "descubrimiento" habrían perdido significado. Es lo que se llama una ucronía que está tan alejada del marxismo; no en vano Marx decía que “no es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”. Y el vínculo con la metafísica se revela a pie juntillas cuando dice que ese descubrimiento de la literatura se dio cuando estaba "imbuido todavía de espíritu religioso", pues, "tuvo el carácter de una revelación o de un anunciamiento" (IN: 65). ¿En algún momento MG dejó de estar imbuido de ese espíritu religioso? Parece que, aunque después dice haberse impregnado de ateísmo, ese primigenio espíritu religioso lo sigue acompañando.

En varios momentos de su ensayo, MG desarrolla la idea de “el espíritu de la novela”, y da por supuesta la existencia y preexistencia de esa entelequia (no renovable o superable) que él llama y reitera “invención novelesca”11. Demás está decirlo que, manejar un argumento de esa naturaleza tiene poco que ver con la dialéctica materialista, porque se aproxima más a la metafísica idealista. Pero analicemos este argumento de MG: “Si el narrador acepta que por principio una novela es una invención, no un reflejo, sino una metáfora o una clave simbólica del mundo, es perfectamente posible que incursione con decoro artístico en realidades sociales que les (sic) son desconocidas de manera directa.” (IN: 288, cursiva-negrita mía). Oponer ‘la invención, la metáfora y el símbolo’ (que son los pilares de la estética idealista) al reflejo –que lo es de la estética materialista– demuestra, en el mejor de los casos, o un desconocimiento de lo que es la teoría del reflejo, como base teórica de la estética marxista, o, en el peor de los casos, que se está renegando de ella.

Pero hay más, porque –de paso– se está diciendo que el reflejo es incompatible con el decoro artístico, porque éste es patrimonio de ‘la invención, la metáfora y el símbolo’, como si éstos –repito– fueran patrimonio exclusivo de la estética idealista, y que, por serlo, dejan de ser reflejos de la realidad. Y, por último, se sugiere que el escritor (sin el reflejo y sólo con ‘la invención, la metáfora y el símbolo’) puede tratar de ‘realidades sociales que le son desconocidas de manera directa’; es decir que, para esa concepción del reflejo, éste sólo funciona frente a ‘realidades sociales conocidas de manera directa’, y, por este hecho, está lastrado de deficiencia artística. Insisto, si MG dijera esto admitiendo que ya no se considera marxista, de manera abierta y honesta, no tendríamos por qué estar haciendo estas aclaraciones. Lo preocupante es que lo dice insistiendo en que sigue siendo marxista. Pero de un marxista que piensa así, debemos preguntarnos –como Galvano Della Volpe– de la manera siguiente: “¿Qué pensaríamos de un químico que, en lugar de estudiar las leyes reales del intercambio orgánico, y de resolver determinados problemas sobre la base de ellas, quisiera remodelar el intercambio a través de las ideas eternas y genéricas de la naturalidad y de la afinidad?” Y el mismo Della Volpe responde: “Esa clave es el análisis materialista-histórico de la estructura ‘mixtificada’, viciada, de la dialéctica apriorística o especulativa y sus consecuencias extremas, las tautologías o peticiones de principio, no meramente verbales…” (Rousseau y Marx: 143).

Estas inquisiciones no agotan –ni con mucho– las múltiples ideas opinables, revisables, cuestionables que MG desarrolla en el texto aquí comentado. Pero de continuar su revisión aquí nos veríamos obligados a dar un giro distinto a este artículo, pensando mejor en un libro que deslinde lo planteado por MG ahora, confutándolo con lo que dijo en las décadas del 60 y el 80 del siglo pasado, que son –a no dudarlo– opiniones divergentes.

Por último, debo precisar que yo me sigo considerando amigo de Miguel Gutiérrez, y ante cualquier duda respecto de esta consideración, me atengo a la famosa frase de Aristóteles que dijo ser amigo de Platón, pero más amigo de la verdad.


1. Miguel Gutiérrez, La invención novelesca, Lima, Fondo Editorial de Ciencias y Humanidades, 2008.

2. Omar Cabezas, Julio Buitrago Urroz, datos biográficos, Colección Juan de Dios Muñoz, Serie Biografías Populares, Managua, 1980, pp. 19-21.

3. Luis Yáñez, “Arte poética”, en: Poesía revolucionaria del Perú, Antología de Alfonso Molina, Lima, s/e, 1965. p. 123.

4. Leopoldo Chariarse, “La Poesía”, en: Vuelta a la otra margen, Antología de Mirko Lauer y Abelardo Oquendo, Lima, Casa de la Cultura, 1970, p. 191.

5. Es ésta otra paráfrasis de esa idea planteada por MG en varios pasajes de LIN, de los que hacemos un muestreo: “En adelante, mi único partido sería la novela, pasase lo que pasase en mi país, en mi familia, en mi vida.” (206). Y también dice que en China “viví en carne propia la gran contradicción entre mi vocación de novelista y los requerimientos de un accionar de acuerdo a las ideas asumidas.” (273).

6. MG ha tenido ocasión de aclarar que la entrevista incluida en el libro aquí tratado es apócrifa; dice: “Una cierta insatisfacción general que siento con las entrevistas que he concedido hasta el momento y mi viejo hábito de dialogar conmigo mismo, me llevaron a concebir esta suerte de auto reportaje, que puede ser leído también como una ficción” (p. 87). Es, pues, el mismo MG quien se auto interroga, por lo que tanto el “entrevistado” como el “entrevistador” resultan ser las dos caras de una misma moneda, manifiestan ideas de un mismo corpus ideológico; no se oponen, se complementan.

7. Veamos cómo ratifica Marx este aserto: “Por lo que a mí se refiere, no me cabe el mérito de haber descubierto la existencia de las clases en la sociedad moderna ni la lucha entre ellas. Mucho antes que yo, algunos historiadores burgueses habían expuesto ya el desarrollo histórico de esta lucha de clases y algunos economistas burgueses la anatomía económica de éstas. Lo que yo he aportado de nuevo ha sido demostrar: 1) que la existencia de las clases va unida a determinadas fases históricas de desarrollo de la producción; 2) que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado; 3) que esta misma dictadura no es de por sí más que el tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases…” Carlos Marx, “Carta a Joseph Weydemeyer”, en: Obras Escogidas, tomo 1, Moscú, Editorial Progreso, 1973, p. 542.

8. Maurice Merlau-Ponty, Las aventuras de la dialéctica, Buenos Aires, Ediciones Leviatán, 1957, p. 257. (Cursiva del autor).

9. Cf. Aníbal Ponce, Humanismo burgués y humanismo proletario.

10. José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas, p. 50.

11. Y con el uso de la palabra “invención”, parece que Miguel no se ha percatado que está negando la cita de Miguel Ángel Asturias, que puso en el frontis de la primera edición de Hombres de caminos, que decía: “Uno cree inventar muchas veces lo que otros han olvidado. Cuando uno cuenta lo que ya no se cuenta, dice uno, yo lo inventé, es mío. Pero lo que uno efectivamente está haciendo es recordar.”

sábado, enero 09, 2010

El paraíso encendido, “Paraíso en llamas”


Javier Vílchez Juárez

La desesperanza, la sensación de ser parte de un paraíso delirante que se sumerge y desaparece entre lenguas de fuego, el fuego mismo que emana del cuerpo de la mujer amada que engaña vilmente al corazón, la rebelión contra la imagen omnipotente de un ser que lo sabe y lo hace todo a su antojo; son tan sólo algunas características de “PARAÍSO EN LLAMAS”, que el poeta Lúber Ipanaqué pone ahora en nuestras manos.

Si me preguntan acerca del poemario, puedo decir sin temor a equivocarme que es una muestra paradójica de la conciencia y la inconciencia; del trabajo poético meticuloso y la vorágine de los sentidos. Además, es una propuesta artística literaria de muy buen logro, en la que se pueden distinguir tres planos bien definidos, que interactúan entre sí para crear en el poema la atmosfera que necesita: Por un lado, en el primer plano, se puede percibir la voz del poeta que no se deja intimidar por una voz espiritual (en algunos casos Dios y en otros el demonio) que se encuentra en el segundo plano. Las ideas que se exponen en esta lucha constante, son complementadas con la aparición de otras voces que no intervienen en el diálogo, más se perciben como la muestra de otros seres ajenos y que observan sin inmutarse, como los dioses de nuestra tierra que fueron relegados por aquel que tiene aquella discusión acalorada con el poeta.

En cuanto a la manera en que está dividido el poemario, podemos señalar cuatro partes: en la primera: DE LA GÉNESIS Y LAS ALUCINACIONES, que inicia con una discusión del poeta con Dios, a quien no le cree nada de lo que dice, y está expresado en el siguiente verso: “Ese juego ya me lo conozco, tío”; recriminando también a su compañera: “Tú, no eres Eva, pero sí una manzana”, que es el símbolo del pecado. De la misma manera en este primer conjunto de poemas se exaltan temas como la soledad profunda y la nostalgia, no sólo personal sino también acerca del terruño, al que denomina como la “matria”.

La segunda parte, titulada DE LA CONCEPCIÓN Y LA ANUNCIACIÓN, el poeta alza su voz rebelde y se resiste a obedecer las órdenes del Creador: “Lúber, tu mujer dará a luz un niño./ No tengas miedo y llévala a tu casa”./ Hace días estás que me hablas, / yo no quiero caer en tu juego./ No soy tonto y capaz que tú/ ya te has acostado con ella, le contesté aturdido”. Además, esta misma voz, se pronuncia ante el abandono que sienten los artistas en nuestra patria: “El Perú es el Perú y no sirven para nada los poetas”. Sin dejar de lado el inmenso vacío que produce el amor después de muerto: “Pues el amor nos embriagó el corazón/ alucinado de locura/ y nos dejó cruelmente/ abandonados”.

En el MANUAL DEL PURGATORIO, la tercera parte, el poeta hace referencia a la sensación de estar en cayendo a un abismo, a la soledad más profunda y a la desesperanza: “Porque el miedo a caer/ es el pretexto para huir/ de las sombras escabrosas del/ recuerdo”. Pero aún así, tendremos que responder por nuestros actos y no queda más que resistir la crucifixión de los sentidos”.

Y en la VIDA NUEVA, parte última, se percibe el reencuentro del poeta con la poesía, como la esencia más pura y delirante del alma y la vida. Es aquí donde terminan las alucinaciones de Lúber; y es aquí, donde nace la invitación a todos aquellos que deseen aventurarse por los parajes del paraíso que se enciende, del “PARAISO EN LLAMAS”.