sábado, marzo 10, 2012

Gabriel García Márquez: El poder de la palabra



Miguel Ángel Hernández Sandoval 

En un texto publicado en el diario mexicano La Jornada, en abril de 1997, Gabriel García Márquez (GGM) escribió: “A mis doce años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura que pasaba me salvó con un grito: ‘¡Cuidado!’. El ciclista cayó a tierra. El señor cura sin detenerse, me dijo: ‘¿Ya vio lo que es el poder de la palabra?’. Ese día lo supe”. Y así fue, pues el nobel colombiano ha cumplido 85 años de edad y nunca ha dejado de crear, con el lenguaje y sabiduría expresiva, historias que todo el mundo admira, convirtiéndose como uno de los escritores más influyentes de la literatura de habla hispana. Y al ser un clásico vivo su gravitación sobre nuestra literatura latinoamericana se va a extender por mucho tiempo más.

Este año se cumplen, además, 65 años de la aparición de su primer cuento, “La tercera resignación”, 45 de la publicación de Cien años de soledad, 30 de la entrega del Premio Nobel y 10 de haber empezado a publicar sus memorias Vivir para contarla. Autor también de títulos como: El coronel no tiene quien le escriba; El funeral de Mamá grande; El otoño del patriarca; Crónica de una muerte anunciada; Del amor y otros demonios, entre otros. Todas historias tremendas con las que oxigenó la narrativa escrita en lengua española, alcanzando fama y renombre casi al final de la década de los años sesenta del siglo pasado. El aliento que le infunde a cada palabra y el deslumbrante uso de esta hace que escribir novelas parezca una tarea sencilla, pero no es así, pues detrás de cada una de ellas, bien escritas y bien contadas, como lo hacen solo los genios, hay todo un trabajo poético del lenguaje, perseverante, largo y paciente. 

Recuerdo que para las clases de Géneros y Estilos periodísticos de la universidad nos hicieron leer Noticia de un secuestro y Relato de un náufrago. Algunos ya habíamos leído Cien años de soledad, pero si bien aquellas no tienen el peso literario de esta, al leerlas confirmamos que estábamos ante un mago de la palabra, y por qué no, un maestro de la redacción periodística. En cada obra con la que ha irrumpido imparable, GGM une -de manera admirable y con la habilidad de aquel que conoce muy bien su oficio- tema (historia), estructura y palabra, dándole mayor importancia al uso de esta; resultado de ello es una prosa eminentemente poética, un esplendor bellísimo del lenguaje que nos abruma gozosamente y que muy pocos saben lograr por muchas páginas que escriban. La dimensión literaria de este creador de universos ambiciosos es casi infinita. A los escritores perezosos y faltos de talento les ha sido muy difícil sacudirse de su sombra que lo cubre casi todo. Él ha tenido tantos imitadores, unos más malos que otros; pero él es único porque su capacidad creativa es imposible de imitar, marcando un derrotero en nuestra literatura.

Quién no se acuerda, por ejemplo, después de haber leído Cien años de soledad, la más elogiada de sus novelas y traducida a más de cuarenta idiomas, sus famosas líneas iniciales: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo". O el inicio de Memorias de mis putas tristes: “El año de mis noventa años quise regalarme una noche de amor loco con una adolescente virgen”. Ese es el poder de la palabra muy bien cuidada, el poder de la prosa sencilla y bella que te hechiza y que te invita a seguir hasta el final de estas y otras historias escritas por GGM; poder que él muy bien ha sabido ejercer durante unos setenta años ininterrumpidos para beneplácito de sus lectores en todo el mundo.

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