lunes, mayo 17, 2010

Happening en la milla seis


Julio Carmona

Reseña de la última novela de Víctor Borrero Vargas, quien me honró como su comentarista el día de su presentación en público

Víctor Borrero Vargas es uno de los más importantes narradores vivos de Piura y del Perú. Es tanta su importancia, que hasta despertó la codicia de un autor mediocre que le robó el fondo y la forma de uno de sus cuentos. Ahora nos hemos reunido para asistir al alumbramiento de su recién editada novela Happening en la milla seis.

La palabra ‘happening’ se suele traducir por “suceso” u “ocurrencia”, a secas; aunque también se hace la ligazón con el sentido de felicidad que tiene aparejado. Si nos atuviéramos a esa comprensión, diríamos que el título de la novela está aludiendo a una “ocurrencia agradable” o a un “suceso feliz”. Y esta explicación del título la encontramos en la p. 120 de la misma novela, donde se dice lo siguiente: “¿Qué habrá pensado el presidente Francisco Terranova cuando estaba en aquella plataforma levantada en la Milla Seis?, seguramente que estaba en una fiesta, en un happening con los gringos, lleno de esplendor y de soberbia, sabes Aurelio, yo había estado esperando una actuación así, patriótica y alentadora, ahora los farsantes han sido puestos al descubierto…”

Esta cita hace alusión al acta que se firmó, el 03 de agosto de 1968, entre Fernando Belaunde en su primer gobierno y la International Petroleum Company (que, por entonces, había hecho de Talara un territorio yanqui dentro del territorio peruano); mediante dicha acta la compañía yanqui entregaba al gobierno los yacimientos petrolíferos de la Brea y Pariñas; pero asimismo la cita se refiere a la farsa que eso significó con la pérdida de la página 11 de la referida acta, lo cual habría de motivar el golpe de estado liderado por Juan Velasco Alvarado, dos meses después, el 03 de octubre de 1968.

Entonces, como se ve, no es tan cierto que el título aluda a un “suceso feliz”, definitivo; en todo caso, es el preludio de una desilusión, explicación ésta que se nos adelanta en la contratapa del libro, donde se califica a la obra, llamándola “novela de la desilusión”. Aunque –y esto es lo más destacable de ella– es una novela que se mueve en dos planos antitéticos: a) la negatividad de los sucesos histórico-sociales de los que da cuenta, y b) la positividad (valga el neologismo) que constituye el hedonismo erótico del narrador (no necesariamente el autor). Pero, antes de entrar en un análisis más pormenorizado, creo pertinente hacer algunas precisiones generales respecto del género y de las especies de la narración.

El género narrativo es la transformación moderna del género épico antiguo. Es decir, que tanto el género épico como el narrativo tienen el mismo origen etimológico (contar, narrar), pero se diferencian por sus imperativos de época. La narración antigua presentaba hechos que eran de interés general: el origen de un pueblo, el origen del universo, el origen de los dioses. La narración moderna trata de hechos individuales. Un importante estudioso de la literatura, el alemán Wolfgan Kayser, define esta división de la siguiente manera: “A la narración del mundo total (en tono elevado) la hemos llamado epopeya; a la narración del mundo privado en tono privado la llamamos novela.” En la actualidad a nadie se le ocurriría decir que está escribiendo una epopeya, pues para ello tendría que tomar como tema el origen de un pueblo, el origen del universo, el origen de los dioses. Y esto dejó de tratarse desde que don Miguel de Cervantes Saavedra escribió las aventuras de “Don Quijote de la Mancha; desde entonces todos los estudiosos de la literatura han convenido en que con ese trabajo de Cervantes se dio inicio a la novela moderna. Vale decir, pues, que la referencia a una individualidad es lo que caracteriza al texto novelístico: son hechos referidos a un individuo los que en él se nos presentan. Aunque el espacio en que ese individuo actúa y la historia en la que se proyecta tengan dimensiones muy amplias (con referencia a un país o un pueblo específicos), pues siempre éstos se constituyen en telón de fondo para la acción del individuo. Eso es, pues, lo que diferencia a la novela moderna de las formas épicas anteriores a ella.

Pero nótese que hemos hecho alusión a dos elementos importantes: el espacio y la historia, y si a éstos le sumamos otros dos: los personajes y el narrador, tendremos los cuatro componentes básicos con los que se estructura toda obra narrativa: personajes, historia, espacio y narrador. Por lo común, en el cuento, estos elementos son muy reducidos; mientras que en la novela, pueden crecer hasta la desmesura. Entonces ellos son también indicadores que nos permiten diferenciar a una y otra especie: novela y cuento. El cuento es corto (hasta veinte o treinta páginas), la novela es extensa (pasa las cien páginas). Y, por último, hay que decir que el narrador es el que permite determinar el punto de vista desde el que se presentan los hechos de la narración. Que puede ser, de la primera persona, de la segunda persona y de la tercera persona. Entonces, si admitimos todo lo dicho, debemos llegar a la conclusión que el libro presentado hoy tiene las características de una novela. En este caso, hay un narrador, en primera persona, que presenta a otros personajes y refiere su propia historia (o parte de ella), individual, inserta en un espacio (Lima, y el norte piurano en el recuerdo), todo ello dentro de una dimensión extensa (137 páginas).

Y voy a hacer referencia a todo esto, muy someramente, en relación con la novela que ahora nos congrega, no sin antes agregar otro elemento diferenciador de lo narrativo. Y es la famosa prescripción de Federico Schiller, que define a la narración cuando dice que: ‘tanto el que escribe como el que lee una narración (sea cuento o novela) no se precipitan, impacientes, hacia su fin, sino que se demoran con amor a cada paso’. Estas palabras de Schiller han servido de base a los teóricos para formular la ley del arte narrativo: En el ‘demorarse con amor’ reside la validez relativamente autónoma tanto del cuento como de la novela. Si vemos que un texto se “impacienta por llegar a su fin”, diremos que estamos frente a un relato, pues podremos comprobar que no “se demora con amor”, como ocurre con la novela y con el cuento. Pongo un ejemplo. Cualquiera puede relatar el hecho de que un toro embiste a una persona, y lo dirá así: “el toro embistió a Manuel”; pero un escritor literario lo narrará así: “Al terminar el pase, el toro se volvió como un gato cuando dobla la esquina y enfrentó a Manuel.”

Valga esta extensa digresión para señalar que uno de los aspectos destacables de esta novela es que el narrador (no el autor) presenta los avatares de su historia personal en el lapso de los últimos años de sus estudios universitarios en la Facultad de Derecho de la UNMSM. Y esa es la parte eminentemente narrativa, en la que vemos cómo el narrador “se demora con amor”, con delectación en el uso de la palabra y un regodeo en los pormenores de los acontecimientos que presenta. Mientras, paralelamente, va haciendo un relato de los hechos históricos que va develando desde el gobierno de Leguía hasta el de Velasco. Época a la que se define desde el comienzo como la del más desembozado entreguismo. Y desde la primera página se nos dice que la intención es ésa: “(…) escribir la historia del entreguismo desde 1821” (p. 9). Es algo que “alguien debe hacer” (se dice). Y en la p. 121 (faltando poco para el final de la novela) volvemos a leer lo siguiente: “No hay que olvidar, la memoria es necesaria, la historia del entreguismo tiene que escribirse.” O sea que ese relato del entreguismo social, político y económico (de nuestro país a la voracidad del capital internacional) comenzó desde el nacimiento de la República; pero se subraya que adquirió su máxima expresión con Leguía. Lamentablemente, el narrador sólo relata –como ya dijimos– lo ocurrido en el período que va desde la década del veinte hasta la del sesenta del siglo XX. De no haber sido así, ese calificativo de “máxima expresión del entreguismo” tendría que haberla trasladado al nefasto gobierno de Fujimori y a los que le sucedieron, incluido el actual.

Pero como reseñadores de la novela tenemos el límite que ella nos impone. Y lo interesante es que esos dos planos: de lo narrativo propiamente dicho (historia del narrador) y del relato (sucesos de la historia socio-política), en muchos casos se entrecruzan. Pongo dos ejemplos: El narrador (en primera persona) conversa con el personaje Aurelio (que en muchos aspectos de la novela le sirve de contrapunto: como hizo Cervantes con el Quijote y Sancho), y su conversación gira sobre el tema del entreguismo (el relato del entreguismo, llamémosle así); pero esa conversación le sirve al narrador para hacer tiempo, porque a las once y cuarentaicinco de la noche tiene una cita con su enamorada. Y es aquí que se mezclan esos dos niveles de la obra. Y dice: “Ya faltaban quince minutos para las doce. Aurelio se dio cuenta que empezaba mi tiempo crucial. Todos tenemos nuestro cuarto de hora. ¿Crees que Leguía tuvo su cuarto de hora? No uno, sino muchos, tantos que sumaron once años…”. El otro ejemplo de esta imbricación de planos la vemos más adelante cuando dice: “Ella vivía en el último piso, sus padres a esa hora ya estaban durmiendo y le daban permiso para conversar con sus amigas, pero estaba conmigo, y ahí empezaba su entreguismo, pero distinto al entreguismo del que hablaba Aurelio.”

Ese recurso de mezclar los elementos de ambos niveles de la novela constituye uno de los ingredientes humorísticos que dan a la obra una fisonomía especial, que se amplía con otros rasgos de humor que a continuación también ejemplifico, con otros dos ejemplos. Según el narrador, en el Congreso de la República dominaba la coalición del Apra con la derecha (a la que en el libro se le llama aprocarlismo: término que le rogaría a Víctor nos aclare al momento de su intervención), y, textualmente, dice: “Pedro Beltrán ordenó al Apra que lleve obreros del sindicato número dos de Talara a Lima, para que aplaudan sus intervenciones en el Parlamento, pero terminaron aplaudiendo a Alfonso Benavides Correa; el ministro furioso hizo desalojar las graderías.” Más adelante el narrador desarrolla un suceso amoroso en el que un hermano celoso lo amenaza por el hecho de que se esté acostando con su hermana. Y dice: “Estábamos pasados de tragos, y él me dijo, oye desgraciado, hijo de la guanábana, si no te casas con mi hermana, te mato, te corto el pescuezo como un pollo, y se pasó el dedo por el cuello gritando ¡zas! Yo sé que la tienes de conviviente, no te hagas el cojudo, te estoy siguiendo los pasos, la has deshonrado, y la honra para los árabes es una cuestión de vida o muerte, te lo digo por Alá y El Profeta. Lo miré entre las brumas de la borrachera. Sí, te mato y después mato a mi hermana, nadie pisa a una árabe si no se casa con ella. Le dije que era un imbécil y lo mandé al diablo. Decidí dejar a Matilde Trinidad, por falta de garantías.”

Por otro lado hay que señalar que el recurso del relato socio-histórico le proporciona al texto la posibilidad de mencionar a muchos personajes con sus nombres propios. Es el caso del escritor Rigoberto Meza, a quien propiamente –incluyéndolo como personaje– Víctor Borrero ha decidido rendirle un homenaje bien merecido. Pero también lo usa para cuestionar a otros, como es el caso de Enrique López Albújar, a quien –con una suerte de imprecación– le cuestiona su decisión de abandonar a los obreros de Talara que se encontraban en plena huelga, para aceptar el cargo de juez en Huánuco. Claro que, también se pregunta, de no haber sido así, ELA ¿hubiera escrito los Cuentos andinos o El hechizo de Tomayquichua? (obras ambientadas en dicha región). Pero también aprovecha para destacar el hecho de que, muy bien ELA, hubiera podido escribir “la novela del petróleo” en el Perú como hicieron Rómulo Gallegos en Venezuela, y Jorge Amado en Brasil. Lo que, por lo demás, ya Borrero hizo en gran medida con su novela anterior: Jijuneta y Alma mía, de la cual vuelven a aparecer acá algunos de sus personajes, aunque presentados como parte del relato, y no como actores novelescos (como sí ocurre en dicha novela). Y aquí hay que pedir a nuestro autor explique por qué al referirse a quien corresponde identificar como Fernando Belaunde Terry, lo hace cambiándole el nombre, llamándolo Francisco Terranova.

Happening en la milla seis, alude, pues, a ese acontecimiento de la lucha por reconquistar el territorio que la IPC se había apropiado en Talara. En tal sentido, esta novela se convierte en un complemento de la anterior ya citada. Pero, además, le permite a nuestro autor plantear un tema candente que compromete a todos los peruanos: la frustración que significa ver abalanzarse al futuro, con las mismas condiciones de dependencia respecto del capital extranjero y nativo, sin la posibilidad concreta de que la justicia social borre las barreras y los abismos que separan a las clases sociales de los antagonismos extremos establecidos por la existencia de ricos y pobres. Y, por eso, es acertada la calificación que –dije al comienzo– se da de esta novela en la contratapa del libro, llamándola “novela de la desilusión”, porque, finalmente, el protagonista (cuyo nombre no se especifica), es decir el narrador, logra su objetivo no sólo de graduarse de abogado sino, además, de conseguir trabajo en una compañía minera. Y en un determinado momento, agobiado por el trabajo, se olvida de ir a comer y se encuentra solo en la oficina del enorme edificio de la compañía minera, y no sabe cómo salir de él. Y, prácticamente, cree haberse metido en un callejón sin salida (que sería la metáfora de su vida, de la oficina, del país). Leo la parte final: “Ni los ascensores funcionaban, parecía que todo el edificio había sido desocupado súbitamente y me habían dejado solo y abandonado. Salía de un pasadizo para caer en otro y así sucesivamente, era como si me hubiese metido en un laberinto, en un sal si puedes infernal; me provocaba gritar y pedir ayuda, pero no daba con la salida. Bajé dos, tres pisos y nada, me sentí atrapado, engullido, digerido y excretado por las sociedades anónimas, la sociedad de capitales y no de personas; no veía a nadie a quién preguntarle, el sudor me chorreaba por la frente, sentía calor con el saco puesto, subí otra vez al décimo piso y bajé de nuevo al séptimo, hasta que me tropecé con un letrero, cuya lectura me estremeció: “LA SALIDA ES POR LA DERECHA”.

Y esta última frase (con la que culmina la novela) es la metáfora del resto de la historia del Perú (que no se nos refiere en el libro), y que corresponde a lo ocurrido después del golpe de Estado de Velasco Alvarado, es decir, que, desde entonces, la derecha ha seguido gobernando, hasta ahora. Pero cabe preguntarse, ahora, ¿es la derecha una salida, o es, más bien, la puerta tapiada del muro de contención que nos impide conquistar un futuro digno, justo, libre y solidario? Esa es la pregunta que nos echa en cara esta nueva, gran novela de –repito– uno de los más importantes narradores de Piura y del Perú, hoy por hoy. Aplausos para él.

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