domingo, mayo 13, 2012

La marioneta y su creador

Apunte de Bruno Portuguez


Oscar Ramírez

A mi madre


He vivido lo suficiente para descubrir que en tu nombre, los cuerpos buscan paz y consuelo. Como lumbre habitas, pero discurres cual infinita cabellera a lo largo de una vida que no llega a pertenecerte, porque logras de tus brazos crear un río que baña al mundo, sus habitantes y los muertos que renacen cotidianamente bajo tus manjares, bajo tu silueta de tiempo entre cañaverales y evocaciones de tierras tropicales, recordando el terreno donde fuiste inicio y partida, la esperanza de un grito abriendo carnes y prole, infantes arrinconados en tus murallas, frutos que el aire reclama con furia para hacerlos testigos del urbe, horarios y rutina.

Así nacieron tus días, creando inocencias y pequeños resplandores al humo que opacan ventanas. ¿Qué sugieren los búhos al verte?: virtudes que nadie comprende pero que todos añoran. Y yo nací en un eco, observando con temor hojas y crustáceos, colores que supiste nombrar y lecciones que entendimos mejor en silencio. Nací en mareas donde flotaban airadas violencia e historias tan lejanas que murmuraban el miedo de nunca repetirse. Fui solo un animal salvaje, sin claustro, un instrumento regocijándose en los vacíos que produce la soledad, toda carencia que nos brindan los dioses al olvidarnos en el terral humano.

¿Quién nos deshoja las alas? ¿Quién nos promete ser vivos? ¿Quién el aire, la fe o nuestra insípida esperanza? ¿Quién o qué posee la medalla del logro, del todo cumplido? Y así deambulamos como muertos que nunca se amaron, sin senderos, sin recintos de vida. Fui un cúmulo de mentiras e ignorancia, una mente vacía perdida entre el vendaval y la maleza de un vientre que nunca ofreció fortuna, aún sin saberme completo. Pero la confusión es nuestra nostalgia, y la placenta aquella primera almohada.

Fui salvaje, una materia musical sorda que a tu nombre moldeaste. Como madera, puliste de rasgos feroces mi frente, limpiando aquel pecado que ninguna plegaria elimina. Cincelaste raíz y tejidos, llenaste de líquidos verbales estos labios que tiemblan cuando aúllan tus lágrimas a lo lejos, a lo lejos. Hiciste del barro siluetas con nombres propios, límpidas enumeraciones que gobiernan sus pasos. Y me vendiste al mundo repleto de fuentes maestras, de virtudes, de sangre, de aquella gracia que todos los misterios aclaman.

Orfebre de metal, o madera, creaste de residuos la fórmula del amanecer. Es natural en ti la bondad, ya que forjaste lo mismo con aquellos que anidaron brevemente tu espacio: te dieron barro y devolviste carne. El cielo ahora teme que vuestro oficio los deje en bancarrota, porque mejor tu cuerpo como retoño, como crisol y lápida que ningún santo sabrá comprender. Tus profecías son el décimo círculo dantesco, y uno existe amando retornar a tus poros, devolver el respiro de tus pulmones, sembrar tu cabellera y enmudecer cuando solo miras aquello que no entendemos pero que sabemos puro.

Ahora que lo salvaje me abandona, y compro del diario bondad y cicatrices, dame una hebra nuevamente para evitar el recreo de mi mente: dime los horarios, el cómo alimentarme, otórgame silencios porque nuestras igualdades hablan de más, sé aquella marea que golpea rocas para dejarme tu espuma en las vocales de mi sangre, porque tuyo es el destino que me habita y las promesas de felicidad. Ahora te dejo, ¿lo sabes?, pero tócame la frente antes de partir y repite la oración gramatical: recuerda siempre que soy tu nombre, una herida que late con la misma sangre, el retorno a tu guarida para encontrar mi libertad.