jueves, julio 19, 2007

La locura centrada de Ángeles

Julio Carmona

"Importa oler a loco..." (César Vallejo).

"y este loco calato / abre sus alas de lata" (César Ángeles).

"Los locos no son poetas, / Pero el poeta sí es loco." (Julio Carmona).


A rojo es el título del poemario de César Ángeles[1] que, tardíamente, vengo a conocer gracias a su autor -de paso por esta calurosa epidermis piurana.

A rojo es un título que toma como referencia al poema Vocales de Rimbaud (no en vano esos versos del maudit presiden al poemario) aunque sin copiarlo, más bien contradiciéndolo, pues para el simbolista la vocal roja era la I (mientras que a la A correspondía el color negro). Ángeles ha preferido el color rojo para la A. Y, así, ha cargado a esa expresión con otras connotaciones, pues puede referirse al concepto nominal de arrojo, vale decir: audacia, osadía, intrepidez, que -dígase de paso- describen la personalidad del autor, tanto en su asunción poética como vital.[2]

Pero ese título, A rojo, también puede aludir al presente de la primera persona del verbo arrojar y sus sinónimos: lanzar, tirar (hasta en su acepción más peruana) e incluso vomitar. Y todas estas sugerencias bien merecen ir “apadrinadas” por los versos del poeta maldito, y también por los versos que inicia el siguiente: “Hacedores de símbolos, presentaos desnudos en público y sólo entonces aceptaré vuestros pantalones... etc.” de nuestro, no menos loco: César Vallejo, de quien aquí hemos puesto como epígrafe su “Importa oler a loco postulando/ qué cálida es la nieve, qué fugaz la tortuga,/ el cómo qué sencillo, qué fulminante el cuándo.” (“Sombrero, abrigo, guantes”, Poemas humanos).

Porque se trata de eso: de una locura poética, que -al revés de la otra, clínica- es la más lúcida de todas: la más centrada. El orden establecido reclama que nuestra percepción de su fisonomía sea coincidente con su propia aceptación. De tal suerte, que quien contradice sus parámetros es un excéntrico: un loco. Si la insultante propiedad privada de los medios de producción convive con la miseria más extrema, eso -para el orden establecido- es lo más natural, y su aceptación y perpetuación es lo más cuerdo y razonable a que se puede aspirar. Ergo: rechazar dicha propiedad para acabar con la injusta secuela de miseria que prohija, es una locura. Y por eso Ángeles nos recuerda que: “Ginsberg se calateó ante la poderosa sociedad/ norteamericana/ para escandalizar y hacer cambio/ de conciencias” (p. 39). Y sabemos que Ginsberg era otro loco que postulaba el cambio de lo negro por lo rojo.

La locura de Ángeles, pues, no se solaza en sí misma (y esto él mismo lo hace explícito al citar los versos de Vallejo). Porque, no obstante manejar un lenguaje y técnicas poéticos muy propios de la vanguardia (que no se reduce al vanguardismo veintecentista),[3] se plantea a sí mismo o propone al lector una multiplicidad de temas que trasciende al malabarismo formal tan característico de esa tendencia de la aventura, cargando a las palabras -como quería Pound- de profundos significados. Veamos los más saltantes.

El tema del amor. Él es como un hilo vertebrador del libro. En todos los poemas palpita su corazonada, porque: “la paz no existe sin la guerra ni el amor” (p. 24). Y este verso rectifica el famoso lema hipie de “Hacer el amor y no la guerra”. Porque, para César Ángeles -treintaitantos años después del peace and love de los sesenta- el amor solo sin la guerra es una ilusión, es, como diría Marx: pretender parar con la yugular el golpe de la espada; por eso dice nuestro poeta: “(conciencia atenta la mía)/ crujían sus ideas / su amor político/ porque nada es fuera de la política/ ni tu sexo ni mi/ guante”. (p. 40).

Y el tema de la política (otra línea de fuerza del libro) es el que centra las cosas, pero desde la excentricidad que el “orden” no tolera: “y la nave del viejo orden va/ sin culpa con sus cadáveres arrastrados” (p. 24). Esa actitud política contestataria y refractaria al “orden” está “alucinando un/ país que noes” (p. 41), desde una perspectiva popular, porque se trata de “trocar lo viejo por lo nuevo/ y volver al encogimiento un/ sereno erguimiento” (p. 41). Un hacer que lo sometido se yerga flameando toda su dignidad, porque “los héroes no siempre han de ser los rubios (as)/ de mayo del 68/ o estampas para colorear en textos escolares/ los héroes también tienen / crenchas/ y huelen a vicuña” (p. 8). Y es así que en el poema titulado “Poeta en mecedora” el tema de la política se hace extensivo a la poética. Un poco a la manera del primer Andre Gide cuando se refería a la “filosofía de la estufa”. O sea la olímpica manera de hacer poesía y filosofía desde la comodidad del “orden”, bien entornillados en el sistema. Y, por eso, hablándole al poeta de la mecedora, nuestro juglar dice: “he visto sobre tu hombro ciudades/ prósperas/ en un país-vital/ obreros a través de la plaza/ ocupando palacio de gobierno/ artistas y campesinos que arrancaban tubérculos a/ la panza de la tierra/ negros cholos y chinos curioseando en la/ suite de/ los hoteles de luxe”.(pp. 36-37).

Y ese sugerente péndulo histórico está perfectamente delineado en la urdimbre poética de A rojo, en una proyección cinematográfica de espacios y tiempos y personajes que, con una fluidez de río insobornable, se desplazan por sobre “olas (que) parecen montañas de neurosis” (p. 8). Incluido el western del “país sin nombre”: “Sad y Victoria se besaron quizá/ por última vez/ e iniciaron el trote hacia el Chase Manhatan/ Bank”. Y así de sopetón nos vemos puestos frente al pasado inmediato peruano: “así las cosas fuimos sorprendidos/ al inicio de la década siguiente/ por perros ahorcados en los postes/ SL canceló al LSD/ y en plena/ década de los 20 años/ se nos removió el paisaje ameno de / la fingida muerte del mar/ hacia el atardecer naranja de la guerra” (p. 12).

Y es, entonces, que la mayoría de los poemas de A rojo, cuyo título es “SIN TÍTULO”, se encarga de darnos la imagen de un loco que se describe a sí mismo como: “Sicótico, esquizofrénico, raro” (p. 19), y seguro de saber que ama con locura, dice: “Amándote de modo patológico” (Ibidem): cualquier otra forma de amar no es amor, y nuestro poeta es consciente de esto, porque no puede ser de otra manera, porque una sociedad enferma sólo puede engendrar seres afines a ella, seres que sólo se salvan por la locura centrada del amor, de la política y del arte.

Y el símbolo de esa sociedad desquiciada es la ciudad capital, y ésta tiene su representación o imagen fidedigna en “la tapada” colonial, por eso nuestro poeta, en el último poema -titulado, precisamente, “Tapada limeña (feliz 28)”- intuye que la feria durará “hasta que del manto negro en/ pálida faz/ no perdure sino una limpia/ desnudez/ una solitaria y compartida hermosura/ una sonrisa al fin des/ cubierta en/ inteligencia/ ternura y/ ágiles candelas”.(p. 42). Qué mejor vaticinio para un futuro mejor, libre de la neurosis contagiosa a la que es urgente decir NO pero desde un SI, afirmación y negación: el loco que no acepta su locura está perdido. Eso lo sabe nuestro poeta, y no se duele de ello: “me mata seguro que sí una palabra tuya/ bastará para enfermarme”. (p. 39). Y se salva -y nos salva por la política, por la solidaridad, por el amor, que son la locura centrada de Ángeles.

Incluimos dos poemas de A rojo, para solaz del lector:

SIN TÍTULO

la soledad transita
acorazada
entre helechos y árboles
de espaldas
aquí la mayoría dormita
el pequeño burgo
no olvida una vacenica bajo
la cama
porque las noches suelen enfriar demasiado
aquí se juega a la traición mayor
y se llora generalmente o
se sonríe con lágrimas invisibles
reposo herido
sobre una roca del mar
mi primer amor perdió conmigo
la virginidad y
se me adhirió para
siempre
estrella roja sobre piedra bajo las olas
ella sangraba
como sangró mi amigo
en DINCOTE varias noches
pero ella sangraba de hijos microscópicos
y él de las botas del mejor oficial
canciónla vida no siempre es una canción (p. 26).

POEMA ANAFÓRICO O CASA CON REJA

memoria de los olores

memoria de la reja y la fruta reventada

memoria de tu boca sangrando
de amor sobre la playa

memoria del cigoto en tu placenta

memoria de tus pelos y mis pelos extendidos
solitarios sobre las piedras del mar

memoria del perro despanzurrado
bajo la luz bilingüe del poste
y memoria de tu mirada
brillante
entre las rejas y las cejas
una sonrisa en el sol
atrás de los barrotes húmedos o los dientes de perla

memoria sí de la ropa colgada
y dos viejas en lejía
al lado de la nada
dios no es dios: es dunas del desierto

memoria de tus manos y mis manos
volando entre sí
entre fierros (paralelos)
y la flor de tus palabras
y el orín de mi saliva
un arroz con leche desde tu pierna
a la mía

memoria de los olores,
mi alma sobre las piedras


[1] César Ángeles, A rojo, Lima: Posición Editores, 1996.
[2] El ultimo verso del poema titulado “En Italia” -de A rojo- es el siguiente: “Dejo de trabajar”. Y eso es lo que ha hecho nuestro poeta: para venirse a recorrer el norte: Cajamarca, Trujillo, Chiclayo, Piura. Dejar de trabajar, en un país en el que hacerlo es poco menos que un suicidio, es también un arrebato, un atrevimiento, en síntesis: una locura.
[3] Como el romanticismo tampoco es exclusividad de la escuela romántica novecentista.

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