miércoles, abril 29, 2009

MERINO, LA PLAZA Y LOS OTROS


Reynaldo Cruz Zapata

30 de Enero. El lugar sigue oscuro, parece que alguien olvido pagar el recibo de luz. Tres niños hurtan las flores de las ofrendas florales para jugar a un velorio, su madre al verlos ha lanzado una serie de improperios. Tres muchachos en bicicletas, de aquellos que frecuentan esta plaza, miran con curiosidad la escena, es el aniversario de este Huevón dice uno, mientras otro refuta que a un muerto no se le puede celebrar su nacimiento.

Noventa y dos años han transcurrido desde el nacimiento de uno de los artistas más representativos del Perú. “En esta casa nació el 30 de enero de 1817 el insigne pintor peruano don Ignacio Merino. Tributo que a nombre de Piura, le rinde el Consejo Provincial. Año de MCMXIX”, es la inscripción en una placa en el interior de la casona donde hoy funciona el Centro Cultural del INC.

Hijo de don José Clemente Merino de Arrieta del Risco y doña Micaela Muñoz de Ostolaza y Ríos, Ignacio Merino viajó a Francia a los 10 años para estudiar bachillerato, pero más pudo su vocación por la cual abandono sus estudios universitarios, convirtiéndose a los 20 años en discípulo de Raymond Monvoisin, afamado retratista francés.
Esta placita, que nadie sabe porque algunos la llaman plazuela limita con la iglesia del Carmen (hoy museo de arte religioso) y la iglesia María Auxiliadora. Aquí en la intersección de la Avenida Sánchez Cerro y la Calle Libertad, retorno de vez en cuando, esperando encontrarme con el misticismo que encontraba años atrás, en que los que no había chiquillos emos y punks que son jovenzuelos que sólo quieren figuran y que todo mundo les mire sus peinados y sus ropas extravagantes.

En 1839, a los 21 años, Ignacio Merino regresa al Perú, luego de haber viajado por Italia, España y Brasil. En Lima fue incorporado a la Academia de Pintura y Dibujo, ejerciendo la dirección de la misma de 1841 a 1850.

Siete años atrás, la plaza era más nuestra. En aquellas noches, solíamos conversar de arte, literatura, política y nos reíamos de los demás, de lo esquematizado que era vivir en una sociedad. Los tiempos han cambiando, algunos se han marchado, otros decidieron quedarse, nuevos rostros aparecen y conocidos regresan cuando pueden.

Ignacio Merino, regresó definitivamente a Francia en 1850, a los treinta y tres años e ingresó al taller de Paúl Delrroche (pintor historicista que influyó en esta etapa de su pintura). Expuso en diversos salones y obtuvo el Tercer Premio en el Salón de París en 1863 con su obra “Colón ante los sabios de Salamanca”.

Tiempos atrás, cuando los abuelos aún vivían, en esta plaza se celebraban las festividades de la Virgen del Carmen y de María Auxiliadora, las bandas populares y las escolares del San Miguel y Salesiano deleitaban a los piuranos en las retretas dominicales. Hay quienes dicen que Francisco Sandoval se inspiró una noche en este lugar para crear el himno a la centenaria Alma Mater de Piura.

El 17 de marzo de 1876, Ignacio Merino muere de tuberculosis, no sin antes declarar ante el cónsul de Perú, en París, Ventura Marco del Pont, que es soltero, no tiene hijos ni herederos, lega sus cuadros a la ciudad de Lima y a su natal San Miguel de Piura todo lo que posee y pueda poseer.

En estos dominios, me inicie como cronista, mirando lo extraño que había en cada uno de aquellos personajes urbanos: los trajes negros de chiquillos punk y tunos, los cabellos hirsutos de los anarquistas; soñando la utopía de que todo podía ser mejor, bebiendo borgoña por motivos inventados, mirando los ojitos de las musas que creían que la poesía era lo mejor de nosotros, aquí conocí a mi primera mujer y a los que posteriormente integrarían el inefable grupo Plazuela Merino.

Teófilo Castillo, pintor peruano, afirma que “La mujer que ríe”, oleo de Ignacio Merino también conocida como “La loca”, es el retrato de Nina Guerin, una amante del artista, una musa, como las cruzan sin detenerse en esta plaza, y es mejor dejarlas pasar, el arte no está hecho para todas.
De lo heredado, 80 mil pesos, se compró para la catedral la pila bautismal, un escritorio y un ropero, también una verja que estuvo en la Plaza de Armas y un puente de madera que el río se llevó a 4 años de su construcción. Es posible que sólo nos quede el monumento de esta plazuela, que fue confeccionado por el escultor Querol en España. Cuentan que en su trayecto a Piura perdió el pincel, el mismo que fue reemplazado y se volvió a perder una noche que unos seres oscuros lo tomaron prestado por siempre. Hace 2 años la placa de bronce que expresaba “Piura a Ignacio Merino, 15 de agosto de 1903” fue robada sin que hasta fecha se conozca su paradero.

En otros tiempos esta plaza era solo una pequeña manzana de casas, que limitaba con una explanada en la iglesia del Carmen, que el alemán Carlos Schafer compró con dinero propio para demolerlas y construir así los dominios donde ayer aprendimos a no ser nadie. Llueve. Los feligreses han salido de la misa. Una nínfula ha robado una azucena de los arreglos florales para colocarla en su cabellera, es casi perfecta bajo la lluvia. Fuegos artificiales anuncian otro año más de memorable ocasión. Parece que hoy no vendrán los amigos, celebraremos otra noche cuando la plaza vuelva a ser tan nuestra como el recuerdo que los piuranos ya no tienen de Merino.

1 comentario:

Unknown dijo...

excelente reseña la que hace.
Muchas veces han robado el pincel de la escultura. Mi padre, entre los años 1991 y 1992, siendo presidente de un Club de servicio que se honra en llevar el nombre del ilustre pintor piurano, regalo uno de los pinceles "perdidos".