martes, mayo 03, 2011

La final


La final es, sin duda alguna, un cuento clásico en la narrativa de José Gabriel Sandoval. Este artefacto narrativo ha sido publicado en la revista "Tacreli" del mítico Taller de Creación Literaria de la Universidad de Piura, en "Selección Piurana", en "Estirpe purpura" y "Ciudad percutora", libro de Sandoval. Un clásico de uno de los jóvenes narradores piuranos. Aquí su voz:


A Talandracas


- ¡Penal, carajo, penal!

Fue el grito ensordecedor de la barra de la Asociación de Panaderos de Piura. El milagro se había hecho esperar demasiado, algunos dirigentes estaban perdiendo la fe en los poderes del "hermano Santiago": "Ustedes ganan fácil", les había dicho, después de una mesada de seis horas en la cual se invocó a todos los cerros y huacas de la sierra huancabambina. Corrió el místico san pedro y se arrojaron a los cielos quince camaretazos maleros, uno por cada jugador del equipo Atlético Sporting Heladeros Fútbol Club, incluida la suplencia.

Tras muchas carajeadas, putamadreadas y una que otra patada se logró controlar a los iracundos hinchas heladeros; tremenda turba estaba conformada por heladeros de traje blanco en triciclo tres estrellas (helado, campanita y basurero) y churres vende-bodoques en cajón de corcho; cualquiera en su lugar hubiera actuado igual, ya que según su entender en todo el campeonato les habían hecho trampa: árbitros vendidos, expulsiones injustificadas, incluso no les dejaron jugar en este partido al negro "cuco", porque tenía tremendo turrón que la hediondez hacía que las moscas se le pegaran en la comisura de los labios ¡Tremenda cojudés!.

No podían entender cómo fuera, a criterio del juez, falta penal una simple patadita con la parte interna del pie derecho a apenas veinticinco centímetros bajo el ombligo. Definitivamente el árbitro se había vendido. Pero ante grandes problemas grandes soluciones. Por suerte Juan Quiroga había traído al maestro "cautivito", reconocidísimo curandero ayabaquino, quien minutos antes de iniciarse el partido le había dicho que al equipo completo lo habían brujeado, les habían amarrados las patas. "Tráiganme como sea esa pelota, que yo voy a hacer que vaya a cualquier sitio menos al arco"; ante esto la turba heladeril se metió a la cancha y tras roces con los panaderos obtuvieron el balón, se lo pasaron al maestro "cautivito", éste lo mostró a los cielos y recitando una enrevesada plegaria pidió a San Felipe, San Eduardo y Santa Isabel sus favores hacia el Atlético Sporting Heladeros Fútbol Club. Tras esto tomó de su alforja una botella plástica, amarillenta, tapada con una bolsa negra, de corazoncitos rojos en los que se leía: "With all my heart"; y alzándola bebió su poción secreta, la cual escupió por tres veces sobre el balón, le dio tres palmadas y con patada soberbia la devolvió al área penal, donde el árbitro la reclamaba para que se ejecute la falta.

Los panaderos se vieron perdidos, se lamentaron de no haber traído al "Hermano Santiago".

El "colorado" Jiménez fue el que pidió el balón. Él era el único escéptico en asuntos de brujería, nadie había querido coger la pelota y ejecutar la falta; la puso en los once pasos, la acomodó a su gusto y pensó: "Se la pongo arriba y a la derecha". El "cholo" Kike, arquero de heladeros, se le acercó y le murmuró al oído: "¡Cómo muerde la "chiquita"!". El "colorado" se puso de los mil colores, no podía imaginarse a su "chiquita" besándose con ese Kike inmundo. "Pero claro –se decía-, yo la vi anoche saliendo del callejón por la casa del "cholo"; estaba asustada y hasta sus labios tenían una humedad que no le había visto nunca antes. Sí, seguro, la muy puta me saca la vuelta con este cojudo, yo los mato". Volteó a mirar a su barra y pudo ver a su "chiquita" como saltaba y gritaba: "Saúl, amor, hazle el gol"´. La miró con tal rabia que su "chiquita" palideció y parecía como si la hubieran descubierto desnuda en medio de la multitud, bajó la cabeza y dio unos pasos hacia atrás. Saúl volvió a mirar a Kike y se dijo: "Te la pongo entre los ojos maldito hijo de puta". "Saúl, acuérdate de los mil soles", se le escuchó gritar al entrenador. "Cierto los mil soles, si ganamos son para mí los mil soles... maldita perra, yo te mato...". Sonó el pitazo y Saúl corrió hacia el balón, cerró los ojos y pateó. Al instante vio el arco iris más bello de la creación: un amarillo propio del pecho de un gorrión, el blanco de los nevados andinos, el verde de los pastos de la pradera, el azul de la nobleza más rancia, el anaranjado de las mandarinas más dulces y el rojo concho de vino que manaba de su cabeza partida por tremendo ladrillazo.

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