Dibujo de Fernando Vicente |
Hace
tiempo solía ligar el significado de la inspiración al de la motivación.
Proponía que un artista bien motivado por todos sus frentes sería un sujeto
eternamente productivo. Sin embargo, he ido cambiando de opinión hasta el punto
que puedo llegar a contradecirme.
Voy
a poner un ejemplo de la vida real. Un día a fines de 2009 me puse a revisar
las buenas críticas que recibieron mis libros. Por la tarde, una chica
completamente desconocida me reconoció en la calle porque había leído una de
mis obras y me pidió que me tome una foto con ella. Un tiempo después tuve una
presentación en un pequeño colegio donde me acerqué a algunos estudiantes que
habían leído “La comedia piurana” y me acogieron como si yo fuese uno de sus
héroes. La suma de todos estos sucesos me dejaron enormemente contento. Sin
embargo, aquel 2009 y 2010 fue el periodo más infértil de toda mi vida.
Lo
que me lleva a revisar otra cosa que vengo diciendo hace un tiempo: “Si alguien
me pagase un sueldo fijo por escribir, viviría feliz el resto de mi vida”. Pero
¿Qué tan cierto resultaría esto? ¿No sería probable que después de firmar el
contrato, me sienta hastiado de escribir y, eventualmente, todo se convierta en
una pesadilla? He ahí el meollo del asunto. ¿Por qué una condición de motivación
constante y duradera no siempre va a acompañada de un periodo de producción
constante y duradera?
Simple.
La inspiración nunca es constante ni duradera, sino que se manifiesta
periódicamente como chispazos y es caprichosa como ella sola. Podríamos hacer
un viaje alrededor del mundo, podríamos leer todos los libros de la biblioteca
del congreso de EEUU, podríamos escuchar en vivo un concierto de Mozart y aún
así no tener la más mínima gana de producir arte. Y todo lo contrario:
podríamos estar haciendo la cosa más normal del mundo; conducir nuestro auto al
trabajo, mirar a través de la misma ventana que vemos todos los días de nuestra
vida o estar sentados en el excusado y recibir un tremendo golpe de
inspiración.
Entonces,
nos sentiremos prestos a actuar; a perennizar esta experiencia casi
sobrenatural en el medio que más cercano nos resulte. Sentimos que las cosas
tienen que hacerse en ese momento, en ese chispazo de genialidad; porque si se
hacen después, ya no van a quedar igual. Y es peor para quienes tomamos la
iniciativa de embarcarnos en proyectos grandes como escribir todo un libro o
una sinfonía o cualquier arte que requiera más de un día de trabajo: entendemos
que la totalidad de la obra es la sumatoria de todos los momentos de
inspiración que hemos aprovechado.
Pero
¿Qué es la inspiración en sí? Es difícil explicar racionalmente algo tan ligado
al mundo de las pasiones. Sin embargo, aquí expongo mi mejor intento. En el diccionario de la RAE, la tercera
acepción del término “inspiración” es: “Efecto de sentir el escritor, el orador
o el artista el singular y eficaz estímulo que le hace producir espontáneamente
y como sin esfuerzo”. Me quedo con la última frase, “producir espontáneamente como
sin esfuerzo”. Lo cual revela que cuando estamos “poseídos” por la inspiración,
lo arduo se nos hace un juego de niños. Pero vamos más allá. Si tomamos el verbo “inspirar”, vemos que su significado está estrechamente relacionado con la acción de respirar, de tomar aliento. Cuando estamos inspirados, nos aproximamos a la realidad de una forma completamente diferente a lo acostumbrado, y nos apoderamos de ella de una forma tan sencilla y cotidiana como nuestros pulmones inhalando el oxígeno. Se trata de un nuevo e irrepetible acercamiento, el cual se produce con certeza y sin duda. “Estoy inspirado”, decimos.
Casi podría decir que la inspiración es un momento de lucidez en un mundo de locos. Es un instante de luz, un mirar desde el otro lado del vidrio, un movimiento horizontal sobre un camino recto, una sensibilidad que diferencia a un verdadero artista de un operario del arte*.
La inspiración es mágica. Es como un don. Uno lo tiene o no lo tiene y se ve, se percibe. Para ello basta echar una mirada a la obra de cada cual.
*Artesanos, diseñadores, comunicadores sociales, fotógrafos y otros oficios que juegan a ser artistas.
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