sábado, junio 30, 2012

Nota de redacción



Reynaldo Cruz

Lo único seguro es que tenemos un pasado. No voy a mentirte, no busco salvarme. Se acabó el miedo acumulado durante años y las noches de encierro para gestar fábulas.
Todos han comunicado la noticia, algunos lo han hecho de mala gana, sin duda, han perdido la careta en el peor momento. Él está maquinando una salida, estoy convencido de eso. La mentira repetida mil veces se convierte en verdad, pero la verdad no puede ocultarse mil veces.
Solo tenemos el pasado; el presente es efímero, es pasado prematuro, ¿y el futuro? El futuro no existe. Conoces estas manos, y ellas conocen la suavidad de tu ser, y tú dirás ¿Por qué me hablas de tus manos? Te hablo de estos diez dedos, del tablero qwerty, de las novelas que deje inconclusas. Ellos son parte de esta la historia.
Quiero abrazarte como no lo he hecho desde lunas menguantes atrás, quiero comprarte un vestido nuevo, salir a cenar, pedir vino y mesa para dos. Decirte que me perdones, aunque sigas convencida que sólo se perdona dos veces el mismo error. Toma mi mano, vamos a danzar,  a mirar la ciudad desde la terraza, luego compartiremos nuestra piel. Ninguna llamada interrumpirá nuestro rito, es una promesa. No preguntes nada, una verdad es peligrosa si la comparten más de dos. 
El dinero, al igual que el amor, se acaba cuando más se necesita. Soportaste meses, pero el año fue el grito de Eva en tus entrañas. Te escuché decir algo de la madurez, de los sueños vanos, de ponerme a trabajar en serio. Cuando tus pasos se descolgaron de la puerta, le dije adiós al premio Rulfo y otras pretensiones de escritor.
La costumbre es la peor enemiga, te extrañé como mierda, el dolor fue más hondo con la cerveza, pero como no hay animal que muera de amor, me consolé con los aromas de burdel, las citas inesperadas, los trabajos a tiempo parcial y bajo presión. Meses después una llamada me dio una dirección y un consejo reserva total.
Mira la plaza, todo ha cambiado esta noche. Míralos como son felices, como gritan en las calles, como celebran después de una década. La muchedumbre en las avenidas, esa algarabía desbordante me da nostalgia, como cuando volviste, sin preguntas, ese fue el pacto tácito entre los dos. El acuerdo fue cumplido, aunque debo confesar que en ocasiones quise interrogarte como un fiscal ante la presunción de un crimen.
En aquellos días, el trabajo era en casa y el dinero llegaba la fecha indicada, en un sobre sin destinatario ni emisor, nunca preguntaste nada, pero ya ves estos dedos y esos libros de ficciones fueron de utilidad, al igual de la imaginación, aquella cualidad que según tú era propia de los niños.
En esta historia no importa los derechos de autor, ni los personajes secundarios, la versión oficial lo prevé de esa forma. Él está desesperado, es una hiena moribunda, ahora esta ordenando desaparecer testigos. Un testigo siempre es incomodo, más aún si fue parte de la organización.
¿Quieres conocer la historia? La historia real, no aquella que se publica en los diarios. La primera fábula fue la de Fátima, Guadalupe y Asunción. Un hecho insólito pero verosímil, como toda buena historia digna de ser contada. Los técnicos se encargaron de hacer las adaptaciones correspondientes, luego entré a tallar con unas fotografías y un texto convincente para las salas de redacción. Lo siguiente fue obra y gracia de la fe.
Bendita religión, que no permite cuestionamientos. La historia de las vírgenes que lloraban sangre nos dio aliento un par de meses. El informe en los telediarios de los milagros inesperados, las filas interminables de fieles con sus rezos; finalizaba con un primer plano del señor presidente invocando a la reflexión y el perdón.
No todos lo recuerdan, pero en esos días, un edicto presidencial otorgaba la amnistía a un grupo paramilitar y al verdadero poder sobre el poder. Ese poder que ahora se extingue como la nada. No voy negarlo, yo escribí esas historias para los diarios, yo soy parte de la organización. No me excuso, pero el amor sin dinero, es como la casa sin ti.
Cuando sucedió tu segunda partida, el presentimiento que lo nuestro no volvería a ocurrir me devoró el alma. Aquel mes, el presidente candidato ganaba la tercera elección, los adversarios habían sido demolidos en los diarios. Yo volvería a casa en unos días, cuando todo se calmara. Todo parecía ideal, pero nuestro jefe ebrio de poder, aparecía sin vergüenza desafiando a los perdedores y restando protagonismo al señor presidente. El país era un enjambre de rumores de fraude, nuestra organización perdía su sitio privilegiado en el régimen.
Tres semanas atrás, llegó el sobre a casa, con tu fotografía y  un pequeño texto: “Se acabaron las historias”. En ese instante comprendí que pude escribir historias para el país, pero tú escribiste mi historia, la esbozaste junto a él, o ¿fue él quien escribió nuestra historia según su parecer? Sabes, un país puede elegir a su dictador y sobrevivir una década, pero un escritor no puede sobrevivir una década enredado en sus mentiras.
Mira mis manos, ellas son las culpables de la verdad divulgada esta noche. Nadie lo sabrá, eso no me importa. Ahora quiero verte a los ojos, escuchar tu versión, la historia que inventaste alrededor de mí. Quiero estar seguro que fuiste mi mujer, miénteme, si es preciso.
Miénteme como la primera vez, aún sabiendo que será la última. El final de nuestra historia está escrito. La crónica de madrugada está en el escritorio, no hay marcha atrás. Mira la luz, este es el lugar, el camión ya se aproxima, unos segundos y la noticia de un accidente ocupará el espacio destinado para la renuncia del señor presidente.
Te equivocas, las historias nunca se acaban, necesitamos de ellas para sentir que somos inmortales. Te equivocas las historias no se terminan, ni con tu muerte se terminan.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Reynaldo: muy buen relato, me gusto mucho, sinceramente.

José Lalupú