Reynaldo Cruz
Lo único seguro es que tenemos un pasado. No voy a
mentirte, no busco salvarme. Se acabó el miedo acumulado durante años y las
noches de encierro para gestar fábulas.
Todos han comunicado la noticia, algunos lo han
hecho de mala gana, sin duda, han perdido la careta en el peor momento. Él está
maquinando una salida, estoy convencido de eso. La mentira repetida mil veces
se convierte en verdad, pero la verdad no puede ocultarse mil veces.
Solo tenemos el pasado; el presente es efímero, es
pasado prematuro, ¿y el futuro? El futuro no existe. Conoces estas manos, y
ellas conocen la suavidad de tu ser, y tú dirás ¿Por qué me hablas de tus
manos? Te hablo de estos diez dedos, del tablero qwerty, de las novelas que
deje inconclusas. Ellos son parte de esta la historia.
Quiero abrazarte como no lo he hecho desde lunas
menguantes atrás, quiero comprarte un vestido nuevo, salir a cenar, pedir vino
y mesa para dos. Decirte que me perdones, aunque sigas convencida que sólo se
perdona dos veces el mismo error. Toma mi mano, vamos a danzar, a mirar la ciudad desde la terraza, luego
compartiremos nuestra piel. Ninguna llamada interrumpirá nuestro rito, es una
promesa. No preguntes nada, una verdad es peligrosa si la comparten más de dos.
El dinero, al igual que el amor, se acaba cuando
más se necesita. Soportaste meses, pero el año fue el grito de Eva en tus
entrañas. Te escuché decir algo de la madurez, de los sueños vanos, de ponerme
a trabajar en serio. Cuando tus pasos se descolgaron de la puerta, le dije
adiós al premio Rulfo y otras pretensiones de escritor.
La costumbre es la peor enemiga, te extrañé como
mierda, el dolor fue más hondo con la cerveza, pero como no hay animal que
muera de amor, me consolé con los aromas de burdel, las citas inesperadas, los
trabajos a tiempo parcial y bajo presión. Meses después una llamada me dio una
dirección y un consejo reserva total.
Mira la plaza, todo ha cambiado esta noche. Míralos
como son felices, como gritan en las calles, como celebran después de una
década. La muchedumbre en las avenidas, esa algarabía desbordante me da
nostalgia, como cuando volviste, sin preguntas, ese fue el pacto tácito entre
los dos. El acuerdo fue cumplido, aunque debo confesar que en ocasiones quise
interrogarte como un fiscal ante la presunción de un crimen.
En aquellos días, el trabajo era en casa y el
dinero llegaba la fecha indicada, en un sobre sin destinatario ni emisor, nunca
preguntaste nada, pero ya ves estos dedos y esos libros de ficciones fueron de
utilidad, al igual de la imaginación, aquella cualidad que según tú era propia
de los niños.
En esta historia no importa los derechos de autor,
ni los personajes secundarios, la versión oficial lo prevé de esa forma. Él
está desesperado, es una hiena moribunda, ahora esta ordenando desaparecer
testigos. Un testigo siempre es incomodo, más aún si fue parte de la
organización.
¿Quieres conocer la historia? La historia real, no
aquella que se publica en los diarios. La primera fábula fue la de Fátima,
Guadalupe y Asunción. Un hecho insólito pero verosímil, como toda buena
historia digna de ser contada. Los técnicos se encargaron de hacer las
adaptaciones correspondientes, luego entré a tallar con unas fotografías y un
texto convincente para las salas de redacción. Lo siguiente fue obra y gracia
de la fe.
Bendita religión, que no permite cuestionamientos.
La historia de las vírgenes que lloraban sangre nos dio aliento un par de
meses. El informe en los telediarios de los milagros inesperados, las filas
interminables de fieles con sus rezos; finalizaba con un primer plano del señor
presidente invocando a la reflexión y el perdón.
No todos lo recuerdan, pero en esos días, un edicto
presidencial otorgaba la amnistía a un grupo paramilitar y al verdadero poder
sobre el poder. Ese poder que ahora se extingue como la nada. No voy negarlo,
yo escribí esas historias para los diarios, yo soy parte de la organización. No
me excuso, pero el amor sin dinero, es como la casa sin ti.
Cuando sucedió tu segunda partida, el presentimiento
que lo nuestro no volvería a ocurrir me devoró el alma. Aquel mes, el
presidente candidato ganaba la tercera elección, los adversarios habían sido
demolidos en los diarios. Yo volvería a casa en unos días, cuando todo se
calmara. Todo parecía ideal, pero nuestro jefe ebrio de poder, aparecía sin vergüenza
desafiando a los perdedores y restando protagonismo al señor presidente. El
país era un enjambre de rumores de fraude, nuestra organización perdía su sitio
privilegiado en el régimen.
Tres semanas atrás, llegó el sobre a casa, con tu
fotografía y un pequeño texto: “Se
acabaron las historias”. En ese instante comprendí que pude escribir historias
para el país, pero tú escribiste mi historia, la esbozaste junto a él, o ¿fue
él quien escribió nuestra historia según su parecer? Sabes, un país puede
elegir a su dictador y sobrevivir una década, pero un escritor no puede
sobrevivir una década enredado en sus mentiras.
Mira mis manos, ellas son las culpables de la
verdad divulgada esta noche. Nadie lo sabrá, eso no me importa. Ahora quiero
verte a los ojos, escuchar tu versión, la historia que inventaste alrededor de
mí. Quiero estar seguro que fuiste mi mujer, miénteme, si es preciso.
Miénteme como la primera vez, aún sabiendo que será
la última. El final de nuestra historia está escrito. La crónica de madrugada
está en el escritorio, no hay marcha atrás. Mira la luz, este es el lugar, el
camión ya se aproxima, unos segundos y la noticia de un accidente ocupará el
espacio destinado para la renuncia del señor presidente.
Te equivocas, las historias nunca se acaban,
necesitamos de ellas para sentir que somos inmortales. Te equivocas las
historias no se terminan, ni con tu muerte se terminan.
1 comentario:
Reynaldo: muy buen relato, me gusto mucho, sinceramente.
José Lalupú
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