César Ángeles L.
Así que, al final de la obra (lo lamento por los puristas y ortodoxos del teatro), y segundos antes de los merecidos aplausos (la obra estaba bien montada), grité: ¡‘UCHURACCAY’!
Lo hice para dejar siquiera un átomo en el aire sobre aquello que decía de la conducta criticable del novelista, que nunca quiso ver lo evidente (y demostrado por otra comisión, tiempo después, así como por el Octavo Tribunal Correccional de Lima en 1985): que los militares, que habían ocupado la sierra a comienzos de aquella década, instigaban a los campesinos a matar todo sujeto foráneo que se moviera por esos cerros ayacuchanos. En realidad, los militares no querían que los periodistas fueran al fondo de la verdad acerca de fosas clandestinas denunciadas en aquel entonces.
Empero, mi agitprop fugaz fue solo un grito (una suerte de Munch magenta) que resonó en la sala llena, e iba dirigido especialmente a quienes vivieron aquellos años. Ese día, había asistido un grupo de alumnos de un colegio privado de Lima. Al final, algunos de ellos se preguntaban, y a su profesora (quien fue alumna mía a inicios de los 90), qué era ‘Charajay’ (sic).
Luego, entré al camerino a saludar a los actores, y dos de ellos, de mi generación, me comentaron que los otros jóvenes actores se preguntaban al final qué era ‘Uchuraccay’. A lo que Gustavo Bueno había respondido que fue una matanza hecha por campesinos ayacuchanos contra los periodistas. Ricardo Velásquez le replicó que no fue solo así, que también hubo participación militar, etcétera, con lo que se generó un encendido debate entre estos dos actores mayores, y del que, lamentablemente, solo me enteré por el relato de otro que lo presenció.
Así que, en efecto, este tipo de asuntos no se tematiza en la escuela, ni menos aún en las escuelas de arte o teatro. La memoria de los más jóvenes se está entrenando, metódicamente, para olvidar toda esa parte de la historia sobre la guerra interna de nuestros años 80-90 que incomode o cuestione al poder. Se les entrena para repetir el fácil sambenito de que fue una guerra de ‘terroristas’ contra ‘el país’, y que aquellos fueron felizmente derrotados por ‘nuestras heroicas fuerzas armadas’, y que sino cómo estarían ‘el país’ y ‘la democracia’. Como sabemos, con Louis Althusser, la educación (y en este país, la Comisión de la Verdad y Reconciliación –CVR– y su Informe final son parte de dicha labor oficial) es un poderoso aparato ideológico del Estado, por lo cual, dejarla en manos de sus representantes es algo que, quienes creemos en una sociedad justa y democrática, no debemos hacer. Desde nuestras diferentes trincheras es siempre hora de poner los puntos y lo que haga falta sobre la íes. Sobre todo, en las varias íes de ignominia, injusticia e impunidad.
PD:
Recomiendo el siguiente enlace:
Recordando a Mario Vargas: A propósito del Premio Nobel de Literatura.
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Lima la P
agosto 2012
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