martes, julio 30, 2013

Palabras para Diario de batalla, de Jack Flores

Jack Flores

Como a casi la mayoría de mis amigos escritores en Lima, no recuerdo bien cómo conocí a Jack Flores, creo que fue de entre aquel grupo de luminosos nictálopes que consuetudinariamente nos encontramos los viernes en Don Lucho, el hermoso bar con la vieja rockola del Jirón Quilca, en el centro de la ciudad; o tal me lo presentó alguien, quizá el narrador Carlos Rengifo, alguna media tarde de farra luego de una presentación literaria similar a esta; la verdad, no estoy seguro ahora; pero de lo que sí puedo dar fe, es que a Jack Flores, esforzado creador de mundos literarios, peleador callejero de la palabra, fabulador incorregible, lo he encontrado siempre entre el grueso de escritores que acabamos la suela de los zapatos recorriendo mundo por remotas tierras del Perú.

El texto de la solapa de este libro dice a la letra: “Viajero constante”; y lo recalca más abajo: “Ha recorrido el país de palmo a palmo participando en distintos eventos literarios”. Yo doy fe de ello. A mí me consta. Siento que a Jack Flores solo hay que avisarle que la cosa (literaria) es en Andahuaylas, en Huaral, en Huancayo, en Tingo María… o en Puno, y él no lo piensa dos veces: se va hasta cualquier latitud del país para hacer conocer su literatura, aquella narrativa suya posicionada no solo en experiencias propias, en sus reflexiones constantes o en sus puntos de vista acerca de la realidad peruana; sino también aquella literatura que tiene mucho de su personalidad, de su lectura crítica sobre el ser humano, de su sentido del humor que a veces pareciera pesimista, negro; y que, sin embargo, no deja de estar presente como una constante, como un ave que surca el cielo de las páginas de sus libros con mirada perspicaz, o como una de aquellas avionetas que fumigan los campos de cultivo cubriéndolos con el especial color de su temperamento.

Porque en su forma singular de narrar siempre está él. Sino quién puede negar que en aquel cuento “Piensa, piensa…” de su primer libro, Lecciones para un suicida, el protagonista no es el propio Jack autocalificándose en la voz de una abuela que funciona a la manera de su propia conciencia; o díganme sino si uno de los buscadores de la casa de José María Arguedas, en el libro y cuento que llevan el mismo nombre (La casa de Arguedas) no es el mero Jack Flores, situándonos en una de sus facetas, la del viajero curioso, inquisidor, censor de la idiosincrasia del peruano recorriendo con empeño una de nuestras localidades andinas.

Por eso ahora que he leído Diario de batalla, creo haberlo encontrado nuevamente. En este caso llega al lector con el nombre ficticio de Joaquín, un muchacho egresado de la secundaria que se dedica el día entero a atender un locutorio de Internet y de llamadas teléfonicas, a la vez que se entretiene mirando videos de estrategias militares en las batallas más conocidas de la historia mundial. Y junto a ello, un elemento que hace más interesante la trama: su fijación por Fiorella, una hermosa vecinita que llega siempre por su establecimiento a requerir servicio de llamadas.

A partir de aquí, Jack Flores desarrolla una entretenida mirada de la realidad juvenil desde la propia conciencia de un joven limeño; para ello, ha utilizado la técnica del diario, ese documento íntimo que cuando lo lleva un joven, se vuelve dinamita entre sus manos debido a que la adolescencia, la juventud, es la edad de los descubrimientos, del nacimiento de las preferecnias, del enamoramiento, del punto de partida de las importantes decisiones en la vida y, por supuesto, de la rebeldía, de los primeros conflictos personales… en suma, de esa batalla que es la vida y que a Joaquín, por qué no, le gusta vislumbrarla desde su condición de espectador de estrategias militares por Internet.

Pero Diario de batalla es también el título alegórico para aquella lucha aún más específica que libra contra los miembros de su familia: sus padres, sus hermanos Milena y Galván, y su sobrina Mileidy, quienes se oponen a su repentina decisión de alistarse en el servicio militar obligatorio. He aquí el conflicto completo para una historia llevadera, fluida, festiva, pero llena de ese cúmulo de reflexiones y puntos de vista que envuelven a todo joven peruano cuando se encuentra frente a las primeras, difíciles y grandes decisiones de la existencia.

Joaquín, por fortuna, tiene el respaldo de los amigos (en especial de Joan, quien es un verdadero confidente), de su núcleo familiar, del florecido sentimiento hacia Fiorella, del entorno vecinal y de sus preferencias estéticas (escucha música del recuerdo y lee buena poesía) para desarrollar una opinión que lo convierte en un muchacho seguro de lo que quiere, pese a que no deja de enterarse que la vida es siempre un misterio, una caja de contigencias de la que nunca se puede esperar nada seguro, tal como lo descubre a veces cuando se ve obligado a escuchar conversaciones telefónicas ajenas de sus clientes.

No obstante, él está siempre presente, haciéndose carne en estas páginas para contarnos un episodio de su vida en este diario que abrimos con curiosidad y gracias a cuyo lenguaje coloquial nos convertimos en cómplices de sus angustias, anhelos, alegrías, inseguridades y cavilaciones.

Estoy seguro que, de tratarse de un lector joven, este se encontrará en Diario de batalla reflejado perfectamente como ante ese espejo de nuestros días que Jack Flores ha sabido pulir y ofrecer esta vez en forma de libro. Porque es también cierto que en mucho de este Joaquín se encuentra el karma del autor, como adelanté al principio. Yo leo a Joaquín, y me parece escuchar la expresión irónica de Jack cuando nos envolvemos en alguna conversación cotidiana.


Sea bienvenida esta nueva entrega de Jack Flores y le agradezco por permitirme este redescubrimiento permanente con su espíritu humano y creador cada vez que me aproximo a una nueva producción suya. 

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