domingo, julio 31, 2011

Juan Bosch o el rescate de lo nuestro-americano

Libro de Juan Bosch


Julio Carmona[1]

En principio, debo hacer la siguiente aclaración: que aun cuando me interesa mucho la narrativa, yo me siento más a gusto en el verso, en la poesía, como “el albatros” de Baudelaire, en el aire. Por eso no les aseguro (porque yo mismo no estoy seguro) que mi interpretación de la cuentística boschiana sea la más cercana a su exacta dimensión. Con todo –como dicen los toreros– allá voy.

Pienso que el tema esencial de lo que voy a decir se sintetiza en esta expresión que puede ser su título: Juan Bosch o el rescate de lo nuestro-americano. La expresión “nuestro-americano” se ha difundido por Internet en oposición a lo “norteamericano”, aunque los norteamericanos no sólo se han apropiado de Norteamérica, sino de toda América, y, así, se hacen llamar “americanos”. Pero yo entiendo que lo nuestro-americano opuesto a lo “norteamericano” no es una oposición maniquea sino de justicia o equidad; como ha dicho alguien, no es que seamos o nos sintamos más ni menos que ellos, ocurre que somos diferentes; lo que falta es que –como decía Brecht– estemos parados a la misma altura para saber quién es más grande.

1
Mi conocimiento de Juan Bosch data de mediados del siglo pasado. Recuerdo que allá por los años de 1965 ó 66 en algunas esquinas de las principales calles del centro de Lima, se ubicaron unos kioscos sui generis en los que se ofrecía una colección de libros en edición popular, bajo la denominación precisa de Populibros. Este proyecto editorial lo dirigía el gran escritor Manuel Scorza. Fue un gol. En muchos hogares de esa época se podía ver, con orgullosa ostentación, la colección creciente de Populibros, con atractivos títulos, de poca difusión y difícil acceso, pero cuya obtención tanto se ambicionaba.

Obviamente, esto ocurrió en mi hogar. Por entonces ya había adquirido yo el virus de la endemia literaria, y leía cuanto podía adquirir. La biblioteca de Populibros cumplió una función decisiva en esa afición o sed y hambre lectores. Entre esos importantes títulos figuraba uno: Trujillo: causas de una dictadura sin ejemplo, de Juan Bosch. De este autor, siempre creí que se trataba de un historiador o de un político. Pero lo novedoso era que ese texto no tenía la aridez o escueta presentación de los hechos que en este tipo de trabajos se suele dar, sino que presentaba los datos históricos con un atractivo dominio de la narración literaria. Unos años después, estudiando ya literaturas hispánicas en San Marcos me enteré que se trataba de un importante narrador de Nuestra América. Y pude leer, en antologías, dos de sus más difundidos cuentos: “La mujer” y “Dos pesos de agua”, que me hicieron pensar que se trataba sin lugar a dudas de un singular narrador. Pero recién ahora que, gracias a la Embajada de la República Dominicana, he tenido acceso a la mayoría de sus cuentos reunidos en dos títulos: Cuentos escritos antes del exilio (24), y Cuentos escritos en el exilio (12), puedo decir que mi primera impresión no sólo se ha ratificado sino que se ha ampliado, hasta considerar que los estudios literarios de nuestra América han sido injustos con él, considerándolo sólo como un representante de su país de la tendencia ruralista y/o indigenista: porque, realmente, se trata no sólo de un maestro del cuento, sino de un representante egregio de nuestro realismo literario, del realismo de Nuestra América.

2
Antes de entrar de lleno en la obra de nuestro autor, quiero hacer unas precisiones de carácter general (que seguro se complementan con lo que dirá nuestro entrañable amigo: Roberto Reyes). Digamos –con Wolfgang Kayser– que la estructura narrativa está conformada por “tres elementos creadores de mundo” que son: los actores o personajes, el escenario o espacio y el acontecimiento o historia, son las tres grandes dimensiones de la narración. Las tres se dan unidas. Aunque con el predominio de una, y la complementación de las restantes. Kayser pone como ejemplo de “narración de personaje” al Quijote, pudiéndose apreciar en él que tanto el espacio como la historia (o historias o aventuras) giran en torno al personaje, éste es el que predomina. Para el caso de la “narración de espacio”, la emblemática sería “El Infierno” de la Divina Comedia, en que tanto el personaje con el acontecimiento someten su prestancia a la imponente presencia del espacio. Y para el caso de la “narración de acontecimiento”, Kayser pone como ejemplo a la Ilíada, en que “la cólera de Aquiles” es el detonante, el sostén y la solución de la obra.

3
Otro elemento importante del arte narrativo es el tiempo: pasado, presente y futuro. La perspectiva narrativa de Juan Bosch, el admirable escritor dominicano, se ubica en relación con el pasado. Dentro de la tradición del famoso “había una vez”. Él quizá vislumbró esta metáfora del tiempo que creo haber leído en un trabajo del filósofo francés Alain y que describe al presente como “un reposo entre dos movimientos”, porque es efímero, como las aguas del río que no se detienen en el punto en que se fija nuestra mirada, porque –citando a un autor de la antigüedad oriental, I-ben-Jaldún– dice Juan Bosch: “Sabed que el pasado se parece al futuro como el agua se parece al agua”, y esta cita la complementa diciendo: “Y sin duda está llamado a parecerse mucho más si el pasado que ha producido un hecho social no es removido y ordenado en forma tal que la combinación de valores que él originó resulte de imposible reproducción.” Y aún agrega: “Debido a que no hemos sabido remover nuestro pasado, cada generación latinoamericana ha tenido que luchar contra más de una tiranía.” (Estas citas las he tomado del ensayo sobre Trujillo). Vale decir que nuestra existencia reposa entre esa acelerada acumulación de tiempo que va dejando de ser, y esa otra vertiginosa vorágine de acontecimientos que nos imponen su existir fugaz… ¿cómo hablar de un presente que, segundo tras segundo, ya es pasado? ¿Cómo hablar de un futuro que, por más lejano que lo ubiquemos, está condenado a convertirse en pasado? ¿No le pasó así al famoso “1984” de Orwell, que se veía tan lejano desde –digamos– “1950”? Como dice el mismo Bosch recreando la imagen del primer conquistador que llegó a La Española: “Este oscuro soldado de la conquista es incapaz de suponer que en sus bastas manos están danzando cinco siglos de historia.”
[2] Pero el pasado –dice Bosch– “Ni siquiera podemos suponerlo, y eso nos duele. Desgraciadamente, somos tan sólo dueños, hasta cierto punto, del presente; pero el pasado no nos pertenece, puesto que el hombre no tiene acceso en esa eternidad donde se pierde, con sus acontecimientos, cada minuto que cruza ante nuestros ojos atónitos, camino del ayer.”

Pero también hay que aclararlo. Esa proyección hacia el pasado no debe ser reducida a la requisitoria reaccionaria de añorar lo viejo. Porque el pasado también conserva viva y joven la llama de la rebelión de los pueblos para saber de dónde vienen y caminar seguros hacia dónde van. Juan Bosch pudo haber dicho la siguiente frase: “El árbol que tiene sanas sus raíces alimenta bien sus flores”. Por eso los pueblos de la antigüedad se preocupaban por recuperar su pasado a través de la poesía. Y fue así que nacieron las grandes epopeyas de Homero y de todos los pueblos orientales (el Mahabarata, el Ramayana, el Gilgamesh, etc.). El mismo juglar que conservó la imagen del Cid, que encarna la lucha contra el invasor extranjero, le brindó al pueblo español un paradigma para rebelarse contra la invasión francesa, y les dio heroísmo para enfrentarse a las falanges nazi-fascistas. Obviamente no toda rebelión justa es triunfadora. Los pueblos saben que entre los avatares de una lucha justa se encuentran las posibilidades del triunfo y la derrota. Pero no será la derrota de su estrategia, si está basada en la justicia, será en todo caso la derrota eventual de algunas de sus tácticas.

4
Luego de lo expuesto, podemos resumir que Juan Bosch opta por las dimensiones narrativas del pasado y del personaje. Lo dice expresamente en su reflexión teórica sobre el cuento, un ensayo que titula “Apuntes sobre el arte de escribir cuentos”, en la que destaca de manera reiterativa “El lado humano”. Y así vemos que el 99 % de sus cuentos inciden en la dimensión humana. Llega incluso a precisar que el mismo tema del cuento “ha de ser humano o humanizado” y dice que “el mismo infinito y la materia mensurable existen como reflejo del ser humano”. Ahora bien, la constatación fáctica de esta incisión lectora está dada por la parte más significativa de la obra de nuestro autor, que son sus cuentos (no pasemos por alto que esa obra está constituida también por novelas y ensayos). Y a la luz de ellos puedo decir, sin temor a equivocarme, que Juan Bosch es un maestro del cuento hispanoamericano; de ese cuento que puede bifurcarse en esas dos de sus grandes vertientes: rural y urbana, pero que aspirará siempre a ser un reflejo ternuroso de nuestra realidad, esa ternura que también puede limitar con el odio, en el sentido que le daba nuestro gran César cuando decía: “César Vallejo, te odio con ternura”.

5
Y en el ensayo que acabo de citar “Apuntes sobre el arte de escribir cuentos” nuestro autor presenta asimismo la gran disyuntiva en que se debate el arte literario, en general: la existencia de dos tendencias poéticas: el formalismo y el realismo. En dicho ensayo, refiriéndose al cuento, las menciona así: hermético/figurativo, subjetivo/objetivo, indirecto/directo, interno/externo, psicológico/físico. Y en la obra de Bosch se plasma la segunda opción, lo cual no quiere decir que deje de relevar la importancia de la forma, ésta –hay que subrayarlo– no es de uso exclusivo del formalismo. Por eso Bosch releva la importancia de la forma. Y tanto es así que alguna técnica suya ha sido asimilada por otro de los grandes de la narrativa nuestra-americana: Gabriel García Márquez. Invito a los lectores a comparar los cuentos: “El éxodo”, de Gabo, y “La desgracia”, de Bosch.

6
En esta disyuntiva también Bosch tiene una visión clara, aunque usa otras expresiones para referirse a dichos conceptos: objetivo/subjetivo, directo/indirecto. Y en este sentido se observa que los cánones predominantes en la cultura literaria hispanoamericana se inclinan más por la segunda opción. Y en ese extremo se comprende que las antologías le den preferencia a dos de sus cuentos que se inclinan por lo subjetivo o lo indirecto, es decir, que se acercan al formalismo: “Dos pesos de lluvia” y “La mujer”, respectivamente. No significa esto devaluarlos. Sólo los filiamos. En el primer caso, en el que se contradice al realismo, se incide en un elemento absolutamente subjetivo, irreal, como es el de las “ánimas del purgatorio”, que participan de manera decisiva en la resolución narrativa, es decir prestando su concurso para marcar la desgracia del personaje, dándole incluso un tono tragicómico y hasta de humor negro. Y en el segundo caso –contra la preeminencia del personaje– en que aparentemente la carretera es la que asume la función principal, lo cual de todos modos resulta ser aparente, porque incluso es humanizada (y se la da por “muerta”), y en la que la actuación de los personajes se diluye en un final ambiguo, que no desmerece al cuento. Su calidad es siempre positiva. Pero igual logro se observa en los otros cuentos en los que el realismo es el decisivo, y que, no obstante, no son tomados en cuenta por los antólogos.

7
Por haber centrado su trabajo artístico en esas dos dimensiones narrativas enunciadas: el personaje y el pasado, la crítica oficial ha encasillado a Juan Bosch dentro de lo que, con cierta conmiseración, se llama el ruralismo o, con cierta mala leche, indigenismo. Por eso aquí he preferido revalorarlo dentro de lo que se debe seguir impulsando: el nuevo realismo que tuvo grandes logros en autores americanos tan importantes como él en el siglo XX. Un nuevo realismo que sigue endeudado con el pasado, pero también con el presente y con el futuro de lo nuestro-americano.

Esa visión americanista, que enraíza en su pueblo, es lo que yo interpreto como lo característico del realismo de Bosch, pues a partir de lo particular (el pueblo dominicano) la tendencia es a abarcar lo general: lo nuestro americano. Retomando, pues, la idea que esbocé al comienzo de esta disertación, al explicar el sentido del título de la misma: “Juan Bosch o el rescate de lo nuestro-americano”. Es, pues, una visión americanista que, por último, les pido me permitan ilustrar con un pequeño poema humorístico del casi paisano mío Felipe Angel, “Sofocleto”, que dice:

Americanos son todos
Los que nacieron aquí
No sólo los gringos, ni
Los que tienen gringos modos.
Hablar hasta por los codo
La lengua de Shakespier
No tiene nada que ver
Con llamarse americano
Que es, para todo peruano,
El derecho de nacer.

[1] Este es, propiamente, el esbozo de la intervención del autor en el ciclo de conferencias que organizó la Universidad Ricardo Palma de Lima en coordinación con la Embajada de la República Dominicana al conmemorarse el centenario del nacimiento de Juan Bosch, en el año 2009. Al momento de su lectura, se complementó con otras incisiones y también con la lectura o resumen de algunos de los cuentos aquí mencionados.

[2] Juan Bosch, Indios. Apuntes históricos y leyendas, Santo Domingo, Editora Alfa & Omega, 2000, p. 10.

No hay comentarios: