sábado, enero 26, 2008

REVOLCANDO A BERTOLT EN SU TUMBA

Guillermo Ruiz Torres

Berlin, 1998. El centenario de Brecht.

Unas cuantas estaciones del tranvía nos separan del que fuera la última parada de Bertolt, el “Berliner Ensemble”. Ambos vivimos en distrito Mitte, en Berlín. No está muy lejos. Bajo un cielo gris de primavera, muy típico para Berlín, atravesamos un escenario que Bertolt seguramente no conoció y quizás ni imaginó: tiendas, galerías, teatros, cafés con gente acicalada como esa de la revista de moda y la renovada sinagoga, en una ciudad casi sin judíos, por supuesto. Apuramos el paso. Mi acompañante, un alemán del este, muy joven, de un hogar nostálgico-socialista pero práctica con capitalista, de espíritu épico, atípico en estos tiempos, teme no encontremos entradas. No puede ocultar su emoción de asistir por primera vez al reducto teatral del que tanto había leído y que había visto solamente al paso después de alguna borrachera camino a casa en su destartalada bicicleta, silueta de ánima que lleva el viento.

No se equivocaba. Al llegar vemos mucha gente desparramada por la plazuela con vista al canal. En el balcón lateral del teatro hay una suerte de performance, preludio de la obra que vinimos a ver: “Der unaufhaltsame Aufstieg des Arturo Ui” (“El incontenible ascenso de Arturo Ui“). Es una de las tantas obras que presenta el “Berliner Ensemble” en el marco de celebraciones del cumpleaños número cien de Brecht. La obra se presenta respetando estrictamente el concepto de dirección de Heiner Müller, fallecido hace algunos años. Müller es sin lugar a dudas el dramaturgo más famoso de la antigua República Democrática Alemana. Tenemos suerte, conseguimos entradas para estudiantes por la mitad del precio, en la penúltima fila de balcón, asientos que nadie quiere, por supuesto, y que son los únicos que podemos pagar. La emoción original de mi amigo se había transformado ya en una suerte de consternación al ver a la entrada del teatro buses de turistas, a quienes seguramente les habían ofrecido una velada cultural brechtiana como parte del paquete. Su sorpresa fue mayor al notar que los turistas iban ataviados casi de gala, y el resto del público también. Por suerte no estábamos en el Perú colonial de saco y corbata, sino, con nuestra pinta, no entrábamos ni por descuido. Yo le pregunté que quién quería que viniese. Él, luego de un corto silencio, me dio la razón. Aun cuando Brecht y Müller sean dos personajes asociados al pasado comunista de Alemania, son hoy parte del establishment y de espectáculos de trajes bien y sonrisas perfumadas como el que se presentaba a nuestros ojos. Resultaba evidente que la acicalada concurrencia no reflexionaba sobre el carácter crítico de la obra. Ésta trata del ascenso de Hitler al poder, alegóricamente representada en una sociedad capitalista, desmitificándola a partir de sus valores de “igualdad y libre albedrío“.

Berlín, 2006. Laudatio a Brecht.

Ocho años después, los eventos en commemoración por los 50 años de la muerte del dramaturgo comunista no son tan numerosos pero no se dejan echar de menos. Contrariamente a las celebraciones por los cien años de su nacimiento, la atención general no se dirigió esta vez a la cartelera del “Berliner Ensemble” sino a la puesta de la “Ópera de Tres Centavos” por Klaus Maria Brandauer. El afamado director escogió nada menos que el “Friedich Stadtpalast” para la puesta en escena. Este teatro acogió durante los años veinte y treinta del siglo pasado inolvidables espectáculos de varieté. Desde su reapertura en los noventa es el reducto de espectáculos para el amplio público de burócratas y amas de casa. Brandauer apostó por una puesta atrevida y con un elenco “de peso”, que incluía a Campino, el cantante del conocido grupo punk “Die Toten Hosen”. La obra ha recibido las más enconadas críticas desde todos los frentes. Las críticas se han centrado no sólo en las carencias estéticas sino en la clamorosa negación del incendiario espíritu brechtiano. Resultaba patético ver un Campino, el otrora punk de los medios masivos, esforzándose por deleitar a una platea ricachona entre los que se encontraba Joseph Ackermann, el director del Banco Alemán. Ackermann es desde hace unos años la personificación del capital en Alemania, ese Capital que se escribe con mayúscula 1 .

Desmontando a Brecht

La desnaturalización del espíritu crítico de Brecht tiene lugar también en el ámbito de la teoría teatral y la prensa escrita. En un artículo aparecido en “El País“ (30.08.98) ya hace más
de una década, el escritor peruano Mario Vargas Llosa presentaba al dramaturgo alemán como un crítico de la búsqueda de utopías, que “encarnan más fatalidad que paraíso“. Con refinadas artes reivindica a Brecht, haciéndolo servir a aquello contra lo cual luchó toda su vida: la injusticia y enajenación de la sociedad capitalista, y lo fariseo del reino de las libertades de la democracia liberal. Y aquí me refiero a Vargas Llosa como uno de los más “refinados defensores“ de Brecht en oposición, por ejemplo, al ex-Ministro de la Presidencia del Estado Federal de Baviera. Este señor, miembro del gobierno conservador de la región más anticomunista de Alemania, se jacta de que Brecht haya venido al mundo en la región bávara y manifiesta que es ante todo expresión del genio alemán. Lo de comunista habría sido más que nada alguna „cuestión coyuntural“. Uno y otro reivindican a Brecht, sin que Brecht lo necesite, porque el libre mercado y la sociedad de consumo se encargaron de ello hace mucho tiempo.

Y es que gente como Brecht es desactivada en todo su potencial rebelde, más aún hoy cuando la contingencia histórica pareciese dar la espalda al espíritu de levantamiento que atizó las almas y el genio creador de mujeres y hombres como Frida Kahlo, Tina Modotti, César Vallejo, Sergej Eisenstein o García Lorca. El mito de la revolución puede ser desterrado de su arte sin mayor problema o confinado a los rincones del accidente histórico. Si damos un vistazo a artistas, dramaturgos o literatos que inspiran tertulias y debates culturales en todo el mundo nos toparemos no sólo con Brecht, sino con un sinnúmero de personajes que, sin bien es cierto, con su talento y genialidad trascendieron su tiempo, haciendo su arte universal, no pueden dejar de ser comprendidos ni al margen de los ideales que nutrieron su espíritu creador ni de su consecuencia práctica. Todo artista que ha trascendido su época, ha podido impregnarse de las pasiones, emociones, delirios y sufrimientos de aquélla, que han marcado surcos para los que han continuado combatiendo contra la opresión y la injusticia social.

Esta posición respecto a la creación artística -sostenida, entre otros, por autores como Vallejo o Sartre- quizás sonará trillada en nuestros tiempos „post-modernos“. Sin embargo, el caso Brecht, tanto en su propuesta escénica como en su compromiso político, se nos presenta con gran claridad. Brecht fue, por ejemplo, uno de los pocos intelectuales alemanes reconocidos que tras el exilio decidió irse a vivir a Alemania Oriental. No sólamente fue alguien que vivió y plasmó su obra sobre la base de sus ideales comunistas, sino que estructuró su creación en función de la politización de los trabajadores y de la construcción de un movimiento revolucionario. Su teatro se fundamentaba en el teatro épico, que a diferencia del teatro dramático apuesta por una línea narrativa, de argumentos, considerando el devenir de la Historia como un proceso, en permanente desarrollo, planteando lo que el ser humano puede hacer y presentando el mundo como podría ser. Piedra angular de su concepto teatral es su “V(erfremdungs)-Effekt“ (efecto del distanciamiento), que estaba destinado a hacer ver al espectador que sólo se trataba de teatro, y así llevarlo a la crítica y reflexión concretas. Asimismo, el uso de operetas -que tenían un carácter popular en aquella época- tenía la intención de que el común de la gente cantase las melodías y se fuese familiarizando cada vez más con sus contenidos críticos o revolucionarios. En esta búsqueda de conceptos y formas, Brecht intentó incluso, inicialmente, devolverle al teatro su carácter cotidiano y de entretenimiento; adonde el público podía llevar comidas y bebidas a la función, sin mayores limitaciones para que quien quisiera comentase el desenvolvimiento de la obra.

Método y conceptos brechtianos se hallaban, pues, íntimamente ligados a la crítica social y más aún al ideal revolucionario. A este respecto, hay quienes objetarán que toda producción literaria o artística que se fundamenta en ideas políticas está destinada a la mediocridad o al “fracaso”. De esta manera, se podría pensar que el concepto brechtiano ha fracasado por lo que se ve de él hoy en Europa: porque su “mensaje” no llega a los trabajadores alemanes, muchos de los cuales más bien se dedican a prender fuego a alojamientos para asilados. Como respuesta, cabe solamente constatar que la obra de Brecht es irreconciliable con el adjetivo “mediocre” y que toda expresión artística va a causar reacciones distintas de acuerdo al marco, contenido y formas bajo los cuales se presente 2 .

Brecht se confrontó intensamente con las más variadas y disímiles expresiones literarias y modelos de pensamiento. A través de la estrecha relación que se observa entre las lecturas de Brecht y su obra, se reconoce, a decir de muchos entendidos, qué textos le han motivado a una mayor profundización en su estudio y trabajo, cuáles han sido utilizados como fuente e incluso cuáles pueden haber sido transcritos. Esta observación refuerza la evidencia que es por demás injusto atribuir a Brecht un pretendido fundamentalismo político o literario. Más aún si se tiene en cuenta que Brecht fue uno de los protagonistas de los álgidos debates en círculos intelectuales de izquierda sobre el carácter del arte a fines de los años 30. Este debate giraba en torno a las formas que debería tomar el arte en la lucha antifascista. Desde una posición fiel a los sovjets, sostenida principalmente por el húngaro Georg Lukàcs, rescataba el arte realista, se manifestaba que existen caracteres generales en el desarrollo de la humanidad que demuestran la existencia de ciertas leyes estéticas. Al otro lado de la trinchera, se encontraban autores como Walter Benjamin o Brecht, quien por su lado, era de la opinión de hacer tabula rasa antes de emprender el acto creativo, rescatando sin embargo aquello que se pudiese utilizar. La creación debería tener como premisas lo espontáneo y experimental. A Brecht le interesaban, por ejemplo, escritores como Dos Passos, Joyce, Kafka o Proust. Su filosofía no le era tan importante, como la alta técnica de estilo alcanzada por ellos.

Este mismo espíritu crítico se expresó también ante los acontecimientos que se sucedían detrás de la agitada “cortina de hierro”. Tras ser abatido el levantamiento popular contra el régimen de la RDA, el 17 de junio de 1953 en Berlín, Brecht dijo: „Si un gobierno no está contento con su pueblo, debería disolverlo y elegirse otro“. Pero de la misma manera como nunca languideció su carácter crítico y rebelde, tampoco renunció a su filiación política. Ejemplo de ello es lo ocurrido con su obra “Die Maßnahme“ (“La Medida“), que trata de un comunista que es ejecutado por sus compañeros por haber condenado al fracaso el trabajo revolucionario a causa de su indisciplina (producto de sus “buenos y humanos“ sentimientos). Brecht autocensuró esta obra para su presentación pública porque sólo despertaba en el público sentimientos de compasión, pudiendo cuestionar, fuera del contexto apropiado, el costo necesario que implica toda revolución. Dos actitudes que revelan que Brecht conocía, desde una aguda lucidez, los dos lados de la medalla: por un lado, que el poder puede convertirse en un fin en sí mismo, y por el otro, que las almas de los explotados pueden dejarse seducir por el reino de “las libertades y el humanismo” burgueses.

Mucho se ha dicho y escrito de Brecht antes y después de su muerte. Controversias y escándalos han matizado su recuerdo. Cierto es que su obra ha marcado el teatro este siglo, encendiendo en más de una generación el sentir épico revolucionario. Ha tenido, sin embargo, una conmemoración acorde con estos de tiempos que pareciesen no conocer de mitos o sueños, más bien sólo de dispersión y deconstrucción. Sin embargo, ha sido posible encontrar el espacio para una recepción diferente de Brecht y sobre todo para poder rescatarlo del triste y empolvado intelectualismo, para poder reencontrarse con él en su significado y trascendencia políticas. Desde su estar en el mundo más allá de la sonrisa complaciente al poder o de los requerimientos de la pura satisfacción individual, evocándolo en su imagen cool: abrigo de cuero negro y habano en mano, lanzando esa mirada entre sarcástica y pensativa, como quien vive el mundo a través de las fibras del malestar y del gozar, abriéndose paso entre los rudos caminos de desolados engranajes grises y humeantes, y sucesivas llamaradas de overoles en trajín.


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1 Joseph Ackermann se hizo tristemente célebre en la opinión pública alemana cuando tras anunciar en el 2006, entre bombos y platillos, los extraordinarios dividendos obtenidos por el Deustche Bank (Banco Alemán) manifestó que habría que despedir personal para mantener la competitividad en el mercado financiero internacional.

2 A este respecto vale recordar la reacción del joven Dalí tras la presentación en París de „El perro andaluz“. Dalí estaba furioso porque la película, en la que había trabajado con Buñuel y que debería escandalizar los flácidos cerebros de la sociedad burguesa, no había logrado tal finalidad sino que había recibido los más enconados elogios. Dalí dijo que el único elogio que aceptaría sería el de Sergej Einjsenstein. La misma presentación hubiera logrado quizás en otro marco la reacción esperada.

martes, enero 22, 2008

DIARIO 99

En los meses de mayo a julio de 1999 Róger Santivánez pasó una temporada en Piura. Escribió las paginas de una especie de diario que es lo que aqui presentamos. El documento finaliza con un poema.

jueves, enero 17, 2008

LAS ARMAS DE JUAN RAMIREZ RUIZ: SUS VERSOS

Roque Ramírez Cueva

Si las armas no se hicieron polvo
un poeta a su muerte menos todavía.


Las Armas Molidas es un libro de poesía denso en símbolos, lato en temas nacionales que son universales, ergo de lectura fácil para el sensible lector en asuntos del País continente de los de Abajo nuestro y no ajeno, un libro pletórico, exultante en significaciones polisémicas que nos muestran el tránsito de la nación ayer, desde luego las muchas naciones que fuimos y de las naciones hoy que somos ¿seremos? Sin embargo este asunto literario tan accesible a ese ojo que mira más de lo que alcanza a ver (parafraseando a Julio Carmona), le esconde, le zafa el cuerpo, apenas si le muestra los sueltos vocablos sin contexto ni texto al lector insensible por dos.

Insensible por su origen del país de los de arriba o insensible siendo de abajo por mirar sin ver la maniobra a los de arriba. Una primera estancia aquí. La construcción antilineal de mis textos tienen una intencionalidad de solidarizarse con la construcción lírica honda pero no insondable del poeta entero que fue y es Juan Ramírez Ruiz, a modo también de un saludo que se soslayó o talvez se entrecruzó en el Jirón Quilca, ese barrio musa de los creadores cuando pisan suelo en Lima.

En Armas Molidas, Ramírez Ruíz muestra y demuestra las naciones nuestras, confirma su transcurrir deconstruyendo la historia: el Perú invadido lo mismo hoy si ayer y presenta la otra cara de la medalla de lo que fuimos o de lo que dicen no fuimos. No por algo la voz lírica de Armas Molidas, susurra en el grito una interrogante actualísima ¿quién dice que los invasores hicieron polvo las armas resistentes? Y enlaza una concatenación no caótica de afirmaciones que no lo son porque nos vienen envueltas en interrogantes signos:

“Cómo se llamaban los yanaconas los mitayos los hatunrunas golondrinos a Manco Inca unidos”
“Quién además de Cahuide – Tampu Aysu Pisac...
Lorenzo Farfán de los Godos.... acompañaron a
Quisu Yupanqui”
El lector lego en historia andina y real debe enterarse de Manco Inca y Cahuide como los hombres de la resistencia rescatados para no los textos escolares; mas no son los únicos, afirma la voz poética, entre millones miles:

“...¡Hasta las briznas son pocas: no se puede
ay, contar con ellas a todos los caídos”
“...La guerra al suelo va aferrada
y sólo acaso con el cadáver de uno mismo
se borrarán las grietas que el suelo le coloca”

Es obvio, este libro de poemas, digo su creador no se conforma con la lírica voz sino que da tribuna a las otras voces, las de los que resistieron y resistirán en esa longura bélica, la cual empezó cuando nos sentimos traicionados por ofrecer, ingenuos, aposento al invasor. Aquestas voces de hoy, como canta la copla popular, quieren hacer florecer del carbón silente su fuego crepitante y así nunca olvidar:

“Pero la brasa encendida atrae y acoge
los nombres venerables – y los deja en el canto”
“Levantando montañas para que mi rumbo pase lego nombres para – por con ellos recordar”

Nos queda claro en plan de no meros lectores que no es la palabra lírica o voz (formal) sino su antitesis desorientando porque orientar no basta si el propósito es construir utopías, a éstas también hay que descodificarlas. Entonces no nos propongamos un Norte porque éste es el Sur, y éste el Norte. Luego, apuntemos en el horizonte a nuestro Sur, allí estuvo y experimentamos el pasmo de la aventura creadora, fazedora. Esta metáfora, por cierto, del Sur que en realidad es el Norte orientador, es una constante en la poesía de Juan Ramírez Ruíz, el tema aparece en el poema en loor a Mario Luna con que los amigos y leales lectores honran la partida, el tiempo finito del propio Juan Ramírez Ruíz, digo finita porque ha pasado a la infinita vida en el parnaso del País de los de Abajo:

“reuní en mí la vida que pasaba Norte
cuando el Perú y yo veníamos Sur..”

Esta breve lectura, reseña no deliberada de si apenas tres cantos (18 – 19 – 20) de Armas Molidas, compuesto de 71 cantos, más dos epílogos e índices decodificadores, publicado en 1996 por Arteidea editores; no es más que un pretexto para decir que ha muerto (fuera de la retórica del parnaso de los de Abajo) un poeta en el bi-estilo peruano: al estilo del Estado que los mantiene en la miseria económica a los creadores e intelectuales anti Quo, pero no en lo moral, espiritual (no es blasfemia) ni en lo ético porque en esto último, en verso de Borges, son altos y cabales que es el estilo de los creadores populares. Un pretexto para despedirlo de la finitud a la infinitud de su obra vida en el abrazo fraterno que en su “soledad sin soledad siquiera” (verso de Juan Luis Velásquez) no tuvo.

Un pretexto para soltar en el descuido válido de la emoción un desatino, quizás acorde al cristal con que se mire (¿anónimo?) y unirse a la protesta, como bien la han enarbolado jóvenes creadores de Chiclayo, para que las instituciones ni funcionarios del Estado se abstengan de ofrecer homenajes a los creadores del País de los de Abajo que en la visión de Juan Ramírez Ruíz no implica estar bajo de, recordando que el Estado tiene su estilo en la estima dada a los creadores del Perú – País doble nación que no es lo mismo que múltiples naciones. Un pretexto para saludarlo en el desde ahora mediante su propia voz no final mañana allá no aquí estaremos estará:

“Quedarán los poetas trajeados con su el rumbo entero
y quedarán mis nombres reunidos en mi nombre nuevo”
quedarán perennes los vuelos de las playas
si del subsuelo del mar parten,
y al suelo perfumado luego suben,
para ir con la multitud
entre la procesión de estrellas...”


Nota: Fotografía: Juan Ramírez Ruiz, Jorge Pimentel y Enrique Verástegui (Chiclayo, 1970).

JUAN RAMIREZ RUIZ Y UN PAR DE VUELTAS POR LA REALIDAD

Raúl Jurado Párraga

Los poetas tienen esa imagen que les da la sociedad: rebeldes, marginales, alcohólicos, drogadictos, enajenados, enjaulados en su castillo de marfil o simplemente lúcidos para morirse de cultura en un país inculto. Es esta sociedad la que encasilla a esos lúcidos seres en los bares, en el desempleo, en el vivir cotidiano haciendo añicos su vida. Es la sociedad y sus instituciones las que tratan con desdén absurdo la cultura, la literatura, la poesía. Un país y una sociedad como la nuestra hecha para la muerte nos acerca al espectáculo del olvido cotidiano del artista y mucho más de un poeta auténtico. Juan Ramírez Ruiz se ha ido sin pedirle nada a nadie. Un país necrofílico realiza homenajes necrofílicos y como tal, hay que morirse de vida miserable y olvido cultural en este país. Los poetas son esos seres que se van cuando nadie se los pide. Pero tras de su muerte queda su obra que lo sobrevivirá y si es un poeta auténtico mucho más. A estas alturas los homenajes son puro excremento discursivo. Frente a estos hechos innobles como no compartir la rabia de los que conocieron mucho más al poeta por mencionar a: Carlos Ostolaza. Jorge Pimentel, Enrique Verástegui, Roger Santivañez, Armando Arteaga, Tulio Mora, Domingo de Ramos, Teofilo Gutiérrez, Willy Gómez, Gustavo Armijos, Jorge Luis Roncal etc. También estamos los “otros” que nos acercamos con respeto y admiración a su obra y persona. Ahí, estaba el autor de Un par de vueltas por la realidad (1971), Vida Perpetua (Editorial Ames 1978) la Armas Molidas (Arteidea Editores 1996), tranquilo y amable al comienzo de la noche, pero lúcido e infernal a la medianoche. Sus poses y palabras son recuerdos que se guardan como alfileres en el corazón. Al enterarme de su partida a la vida perpetua al azar tomé su primer libro y hallé estos versos: sea así o no PONDRE DOS CONSEJOS/ UNO los enamorados que se amen mucho/ no caminen tarde en la noche y/ DOS, tengan cuidado con los carros/ los que han cumplido mas de los 40 años/ y sufren de miopía/ Y cuidado, tengan mucho cuidado ustedes. Y realmente esos versos proféticos me hizo recordar su imagen que apareció con nitidez. Lo vi recostado en el puesto de periódicos frente a Queirolo fue la última vez, que lo salude. Hoy no quiero caer en el dolor, ni menos en la rabia. Mejor recuerdo otros versos del poeta Horaceriano: Mi cuerpo está lleno de poemas y/Salgo a las calles a repartirme como obsequio/ y he demostrado que soy este cuerpo/ estremecido por la rala luz que se confía a mis congéneres,/ este cuerpo amargo sobre el que lloro:/ Mis brazos han crecido increíblemente/ y reconozco que mi semblante me ha traído complicaciones, reconozco que mi cariño infinito me lastima/ ahora que yo se regala incontenible , y cuando la lluvia/ en la plaza Manco Cápac no es lluvia en la Plaza manco Cápac./ Y cuando el individualismo se enreda y me llega a las pelotas/ aquí estoy yo, vivo y fogoso/ Y Latinoamérica devuelve mi carta cuando la miro,/ el Día se abre para que este cuerpo pase,/ el viento roza mis orejas, y fogoso y limpio/ a través de estas avenidas silenciosas. / Aquí estoy yo. Y esta aquí en la esquina más limpia de la amistada Juan Ramírez Ruiz eres el júbilo.


Nota: Articulo y fotografía tomados del blog Piel de Brujo

lunes, enero 07, 2008

LA POESÍA SEGÚN SAN TIVAÑEZ

Estirpe Púrpura les presenta parte de la obra de Róger Santiváñez, uno de las voces más sobresalientes de la poesía peruana de las últimas décadas. Hemos creado un blog dedicado exclusivamente para su obra.

Este blog se encuentra linkeado en la sección Poetas. Para empezar les presentamos algunos poemas de sus primeros libros Antes de la muerte (1979), Homenaje para iniciados (1984), posteriormente se añadirán poemas de sus libros restantes.

Salud Róger, ven para Colán para tomarnos unas cervezas bien frías con toda La Mancha

martes, diciembre 18, 2007

La lucha contra el invierno y la dictadura de las hojas muertas

Fabián Bruno

Más que un testimonio personal me enfocaré a dar un testimonio colectivo de unos jóvenes imberbes que un día decidieron dedicarse plenamente a la escritura y “luchar contra el invierno y la dictadura de las hojas muertas”, como poetiza José María Gahona en su poemario “Transparencias”.

El año 2002, en julio, vio la luz la revista literaria Café de Artistas, revista del círculo literario homónimo. Éste estaba conformado en su totalidad por estudiantes de Lengua y Literatura de la Universidad Nacional de Piura, que buscaban un espacio dentro de ella. Fue dirigido por José Lalupú e integrado por Fernando Silva, Sophía Sánchez, José Carlos Zapata y Charles Purizaca. Y este Café de Artistas estuvo lleno de bonitos símiles, como la poesía y […] de aleccionadores, de sobrecogedores hallazgos. El café de artistas es un lugar de eterna tertulia, un nido de poetas flacos y espirituales, de editores exigentes y pintores silenciosos que aplastan las colillas contra el mármol de las mesas. Cada quien fraguando su próxima ficción. Mucha bohemia claro está, tal como apunta el editorial de la revista, en claro homenaje a Camilo José Cela.

Meses después, se unirían a este grupo Yojany Mogollón y el que redacta estas líneas, siguiendo también Dany Cruz Guerrero. Nos integramos y soñamos con la próxima edición de la revista, que aún duerme en los archivos del computador de uno de los miembros del grupo y que jamás se publicó por un sinnúmero de situaciones que aplazó indefinidamente la revista N° 2. Cabe anotar que en ésta se encontraba un trabajo de Javier Vílchez y otro de Cosme Saavedra.

Pero mucho antes, de esta revista fallida, el año 2003 se conformó en la facultad de Educación de la Universidad Nacional de Piura, un taller de literatura que estuvo dirigido por Houdini Guerrero, narrador, mago y editor de Sietevientos. El mes de setiembre de ese año se publicó el primer número (N°o) de la revista del taller, que había adoptado el nombre de Aula 34, en alusión directa al aula donde solíamos reunirnos los integrantes del taller. El Aula 34 era un nuevo espacio para la literatura y los jóvenes Sophía Sánchez, José Lalupú, Yojany Mogollón, Fernando Silva, Dany Cruz Guerrero, Charles Purizaca, Edgar Bruno (Integrantes de Café de Artistas), Reynaldo Cruz}, Henry Córdova (integrantes de Intillaqta, otro novísimo grupo literario de la UNP), Javier Vílchez, Harrinson Talledo, Antonio Navarro y otros.

La Santísima Orden 34, en noviembre del 2004 publicó su segunda revista (N° 1) con ilustraciones de Luis Ordinola; daba a conocer trabajos de Fernando Silva, Javier Vílchez, Dany Cruz Guerrero, José Lalupú, Charles Purizaca y Edgar Bruno; cerrando con esta segunda publicación una etapa fructífera y renovadora para la literatura juvenil piurana.

Este mismo mes, la consagrada revista de literatura Sietevientos, en su publicación décimo primera, daría a conocer los trabajos poéticos de Fernando Silva, Dany Cruz Guerrero[1] y Edgar Bruno, así como una pieza narrativa de Javier Vílchez. Posteriormente, en la entrega décimo segunda y décimo quinta, se publicaría las narraciones de José Lalupú.

Justamente por estos y anteriores meses del 2004, los integrantes de Café de Artistas, conocimos al colectivo artístico Los Ángeles del abismo, de Sullana y de intensa vida cultural. Nos reuníamos con Ricardo Musse, César Gutiérrez, Cosme Saavedra y Luis Ordinola y con ellos compartíamos mucha poesía y los infaltables ceviches de caballa, preparados por las poetas – musas Sophía Sánchez y Yojany Mogollón. También solíamos reunirnos con David Perea y Angel Hoyos, principales gestores de Tacreli (Taller de Creación Literaria) de la universidad de Piura y que sería el embrión mayor de Magenta, actual grupo literario de esta casa de estudios. De esos encuentros, de esas horas perduraría una amistad inigualable. Con Los Ángeles y los Tacreli[2], planeamos algunas publicaciones, pero jamás, por diferentes causas, conocieron el mundo real.

Tiempo después, cada integrante de La santísima Orden 34 cogió nuevas rutas, sólo algunos, Los Otros, se reunían gustosos en una vieja plazuela del centro de la solar Piura. Esta plazuela no es otra que la Plazuela Merino y serviría dar un lugar en le mundo a esos poetas vagabundos, desheredados de la belleza de la cuidad, parafraseando a Carlos Oliva. Nos convertimos en un nuevo y sólido grupo literario que heredaría la tradición de los grupos literarios juveniles de estas tierras. Así nació Plazuela Merino, que lejos de ser un grupo de poetas huascas es una camaradería sui generis.

En noviembre de 2006, dos años después de la última revista de la Santísima Orden 34, se publicaría el primer número de la revista Plazuela Merino, con motivos inflamarios, antiburgueses, callejeros y, en menor grado puros. Los cómplices de este asalto son: Reynaldo Cruz, Henry Córdova, Javier Vïlchez, Dany Cruz Guerrero, Lúber Ipanaqué y Edgar Bruno; también recoge los trabajos de Teófilo Peña y Ricardo Musse (invitados para esta publicación).

Ya para esta publicación varios integrantes habían ganado juegos florales y premios literarios diversos. También se había publicado la plaqueta Desencuentro (setiembre, 2003) de Dany Cruz Guerrero; el poemario Hostia Sideral (Noviembre, 2005) y la plaqueta Epístola los transeúntes (primavera del 2005) de Lúber Ipanaqué; el libro de cuentos Sorpresa (febrero, 2006) de Javier Vïlchez; la plaqueta Suicidas Aedos (Agosto, 2005) que reúne los trabajos de Reynaldo Cruz, Jorge Dávalos y Lúber Ipanaqué; y, por último, Borgoña (octubre, 2006), plaqueta de Reynaldo Cruz.

Este es un recuento (2002 -2006) del itinerario de un grupo de jóvenes poetas que se volcaron a la ciudad, al mundo para agotar sus palabras (Javier Heraud) y llegar al mar con la sola alegría de [sus] cantos (Luis Hernández).

[1] También, un trabajo suyo aparece en Sietevientos 15.
[2] Justamente con David Perea, Angel hoyos y Eduardo Gonzales, amigo que no integraba Tacreli, preparamos la fallida publicación de la Revista Café de Artistas Nº 2.

Foto: Los Tacreli y los Cafés en la casa de Eduardo Gonzales

lunes, diciembre 10, 2007

MERCEDES... in memóriam

Lúber Ipanaqué

1

Mi madre fue campesina.
En el crepúsculo sus ojos se tornaban como las
aguas del río Ucayali.
En el ocaso amaba el vuelo de las garzas.
Nunca dio su corazón a la sonrisa de las flores.
Ni su amor a las serpientes del camino
como los hombres suelen darse a la traición y
a la barbarie.
Pero una tarde- o noche, no recuerdo-
el tiempo no hizo diferencia entre la sonrisa de sus labios
y la contaminación de su sangre derramada por su cuerpo.
Se quedó cautiva de dolor y presa de miedo como una
mariposa en las manos de un niño.

2

Mi madre también amó el crepúsculo.
Muchas veces la vi sentada en la orilla del río
y tomándome la mano me decía: “¿Ves esos pájaros? No, no.
No son garzas, es un ángel. Debes aprender a
mirar con el corazón, vida mía.”
Y amó los vientos que refrescaban su memoria.
Mas ahora que agoniza
y es como el ocaso a punto de ocultarse y
la tarde corre el peligro de morirse con ella,
debe soñar- como dices, Juan Cristóbal-
con el árbol de guanábana que plantamos en
la huerta de la casa
(antes de mi viaje hasta Piura, tenía 11 años)
para calmar la lluvia que cae en el cielo de sus hijos o
la inmensa desolación de nuestras almas.

Los "dolores morales" de Santiváñez

Javier Ágreda.
La República, Lima 02/09/06

El último poeta maldito
El escritor piurano Róger Santiváñez ha reunido toda su obra poética en el libro Dolores Morales (Ed. Hipocampo). Fue fundador y líder del polémico Movimiento Kloaka.


Sinuoso y difícil es el camino recorrido por el poeta Róger Santiváñez desde su Piura natal hasta Filadelfia (EEUU), donde actualmente reside. Entre ambos extremos está su larga permanencia en Lima, que lo convirtió en uno de los más notorios representantes de la poesía urbana, bohemia y marginal. Santiváñez acaba de publicar el libro Dolores Morales. Selección de poesía 1975-2005 (Hipocampo, 2006), en el que reúne casi todos sus poemarios completos, además de una gran cantidad de textos inéditos o recuperados de plaquetas y revistas.

Educado en un colegio jesuita en Piura, el poeta inició sus estudios de Literatura en la U. de San Marcos a mediados de los años 70. Ahí, en el taller que dirigía Marco Martos, conoció a otros jóvenes poetas (Enrique Sánchez, Luis Alberto Castillo, Edgar O'Hara) con quienes formó el grupo La Sagrada Familia (1977-79). Entonces publicó su primer libro, Antes de la muerte (1979), que contenía poemas como "Martín Adán / Oda" y "Homenaje a Ernesto Che Guevara", además de múltiples alusiones a poetas como Rimbaud y Luis Hernández (entonces sus paradigmas vitales) y versos en los que describe la ciudad: 'Centro de Lima. Sucio y maldito. Bello ritmo y pavimento / Jirones golpeados y escupidos/ ...Rabia y droga, rameras y asaltantes...'.

En los años 80, Santiváñez formó parte del resurgimiento del grupo Hora Zero, y fundó y lideró el polémico Movimiento Kloaka, conformado por Domingo de Ramos, Guillermo Gutiérrez, Mariela Dreyfus, Mary Soto y otros. La poética de Kloaka estaba basada en la radicalización del vitalismo y el coloquialismo de la poesía urbana previa, llegando al lenguaje lumpenesco. Siguen estas propuestas los libros de Santiváñez Homenaje para iniciados (1984), El chico que se declaraba con la mirada (1988) -en los que se despide de la adolescencia con poemas marcados por el erotismo y la temática amatoria-y Symbol (1991), "escrito en el idioma que se habla por las calles de Lima, después de la medianoche".

Temporada en el infierno

A inicios de los 90, la prolongada bohemia comenzó a generar una serie de problemas y sucesos extraños en la vida del poeta (se cortó las venas en la Plaza San Martín) que lo conducirían a su propia temporada en el infierno: "...he vivido un tiempo -el suficiente, el necesario- en un hospital para enfermos mentales", confiesa en Insane asylum, una plaqueta publicada en 1989 e incluida en este libro. A partir de esa experiencia, sus libros combinan lo urbano y el erotismo con símbolos de carácter religioso y místico, aunque manteniendo siempre un tono irónico e irreverente. Esa nueva etapa se inicia con Symbol y continúa con Cor Cordium (1995), Santísima Trinidad (nouvelle, 1997) y Santa María (2001).

La salida a la crisis ("Esa vida, llena de alcohol y de drogas, me estaba matando", ha declarado recientemente) se le presentó al poeta en 2001, con una beca para continuar sus estudios de Literatura en EEUU. Radicado desde entonces allí, Santiváñez ha optado por una vida más reposada y estable, y ha publicado dos nuevos libros: El corazón de zanahoria (2002) y Eucaristía (2004). A sus 50 años, está culminando su doctorado en Literatura Latinoamericana en la U. de Temple (Filadelfia) y en Dolores Morales ha reunido por primera vez el conjunto de su interesante aunque controversial obra poética.

Perfil

Nacimiento. En Piura, 1956. Estudios en la U. de Piura y en San Marcos (Lima). Desde 2001 estudia y trabaja en la U. de Temple (Filadelfia).
Obra poética. Antes de la muerte (1979), Homenaje para iniciados (1984), Symbol (1991), Cor Cordium (1995), Eucaristía (2004), entre otros.

Notas:
Foto: Róger Santiváñez
Artículo tomado de la web Libros peruanos

lunes, noviembre 19, 2007

La redentora herejía textual en "Los apóstoles de la muerte”.

Ricardo Musse

En la paródica ficción “Los apóstoles de la muerte” se juega, con autónoma herejía textual, con las nominaciones de algunos seguidores de Jesu-Christo: Juan, Lucas, Matheo, Judas, Pedro y Felipe. A éstos, despojándolos de su evolutiva pulcritud vital, se les sitúa en un imaginario profano depositado dentro de nuestras más desatadas especulaciones. No obstante, se nos engendra también la discursiva sensación que toda la historia evangélica podría ser producto de una alucinatoria y enfermiza disquisición humana.

Esta atmósfera textual, inhóspitamente irredenta, constituye la oscura emanación de la palabra, la infernal humareda de la vacuidad enunciativa: Esa sórdida excrecencia del verbo -más que primordial- ficcional.

Jesús (el hijo de la omnipotente podredumbre) es un ladrón, drogadicto y omnipotente sexual que sólo halla adictiva plenitud durante los precarios coitos con la pérfida María Magdalena. Mientras sus seguidores despliegan una liturgia de la obscenidad: Este Juan, paródicamente, es un afeminado que se prostituye mientras el de los Evangelios permaneció, hasta su muerte, virgen; saliendo remozado y vigoroso después de haber sido echado dentro de una caldera de aceite hirviendo. El traicionero y enfermo Lucas que muere de un tiro en la cabeza; se contrapone al que, siendo médico, sufrió redentor martirio cristiano. El pérfido Mateo, ahorcado con un Rosario dialoga, en clave irónica, con el sacrosanto y leal (ex-cobrador de impuestos) Matheo que fue el que inauguró los Santos Evangelios. Judas es el último sobreviviente y patológico desdoblamiento de Jesús; el beodo e inconsistente Pedro es la literaria versión de la inconmovible Roca Apostólica del Catolicismo y Felipe, una difuminada entidad pálidamente enunciada.

Esta trama (sostenida sobre la fatal recurrencia de infames asesinatos), desde un punto de vista técnico, se va estructurando dentro de secuencias discontinuas que paulatinamente, convergen hacia un sorpresivo desenlace. Además, está contada por un tolerante y omnisciente narrador que permite, infiltrándosele dentro de su verbal respiración enunciativa, el fónico protagonismo de los personajes.

Debiendo solventar -sin embargo- ciertos intersticios sintácticos y temporales de las acciones narradas, pero constituyendo la primera obra dentro de este género; consideramos que el autor aprueba las exigencias formales del relato. En consecuencia, Luber Ipanaqué con “Los apóstoles de la muerte” se condena a redimirse dentro del plan salvífico que le tiene destinado, indefectiblemente, la reveladora y misericordiosa palabra de su expiadora literatura.

Notas:
foto: Lúber Ipanaqué.
Portada del libro "Los apóstoles de la muerte"

No Descansada Vida de Víctor Mazzi . LA OTRA POESÍA DE UN AEDODIDACTA

Roque Ramírez Cueva

Leer la poesía de Víctor Mazzi Trujillo (1925-1989), obrero autodidacta o mejor aedodidacta, nos traslada a ámbitos no comunes y, desde luego, al corazón de otra palabra. Digo otra, porque la de V. Mazzi tiene sus propios sones. Él tenía la virtud de volver dinámicas, mutables, vanguardistas a las voces y expresiones conservadoras o herméticas. Acerca de las alusiones cristianas en la poesía de Vallejo, decía que éste daba vuelta a las acepciones religiosas del dogma católico, por ejemplo para el poeta de dados eternos, “el Dios es él” [el hombre]

Peculiaridad de estilo que Víctor Mazzi la asumió desde su mirada en la segunda mitad de la centuria veinte, justamente en una de sus líneas verso blanco arremanga uno de Fray Luís de León: “¡Qué descansada vida!” Y lo transforma, escribiendo “oh la no descansada vida” de los hombres del trabajo que forma callos y da fibra al cuerpo, argumento éste que se desprende tras la simbología del verso.

A propósito, el mencionado verso de Mazzi Trujillo ha sido tomado por los herederos del poeta para dar título a su libro póstumo No descansada vida (Lima, Arteidea editores, 2006, 74 pp.). Conjunto que reúne su poesía edita e inédita, e incluye una autobiografía del poeta. Los poemas editados han sido seleccionados de sus poemarios: Reflejos de carbón, 1947; A lengua viva, 1975; Poemas de vecindad, 1975; Guirnaldas de canciones a Chosica, 1976; Memorial de un tiempo a otro, 1978. Los poemas inéditos confirman la solidez de la antología.

Antes de continuar se hace necesario mencionar que la obra de Víctor Mazzi, en particular el libro publicado, presenta exigencias para leerlos, por lo mismo, las presentes líneas solamente cumplen la intención de apuntes críticos no eslabonados que puedan servir para motivar la lectura y el estudio de su poesía.

Desde el primer poema, con pregunta retórica averiguando por la luz que disipa oscuras y profundas oquedades marinas, por la flecha portadora de innombrables fatalidades, por lo festivo y mágico de la Música, se perciben las imágenes disímiles que de fondo sustentan el armazón poético del citado libro No descansada vida.

En varios poemas nos ofrece esta percepción semántica de la luz o de las claridades imponiendo o extendiéndose sobre oscuridades abisales, dualidad disturbadora de los opuestos propia de la poesía de V. Mazzi. Desde luego no son claridades místicas ni iluminadas sino que enarbolan su humanismo, distinguiendo entre la mera bella palabra y la estética de la otra manera, a la manera proletaria que además de bella extrapola los puntos de vista de la lironda y monda vida de amos y plebeyos, de reinas y obreras.

A partir del segundo poema se percibe la sencillez de la palabra, palabra llana por efecto de decantamiento, es decir, la voz se eleva por digresiones que, al contrario del pensamiento cartesiano, hacen fluir sencilla y puntual la voz poética de nuestro aedodidacta: “existo de natural manera, / susténtome, trabajo, trabajo, canto”. Dimensionalidad de altura que es visible en toda la extensión del conjunto: “golpe a golpe va creciendo / el ritmo de mi canción. / No tengo otro medio / de lograr comunicación” (p. 25), “He aquí el papel / el lápiz y el sonido del río / despertando de pronto / a los dormidos” (p. 53), “una palabra que sepa a buenos días lo mismo / que un clavel abierto al mañana” (p. 71). Para el caso sirven también algunos versos transcritos más adelante.

En No descansada vida los versos son hechura de un comportamiento de vida, son expresión de vivencias cotidianas y sueños de lo mejor del enjambre humano. Imágenes visuales que muestran lo tangible e intangible de la existencia y subsistencia de los hombres situados en comunidades sociales, si están del mismo lado o entre clases cuando no hay comunión de intereses. Por cierto, esta realidad no es sólo percibida en la imaginación del creador, está compuesta ante todo del raciocinio de la voz poética que esculca un real desnaturalizado y un utópico mundo.

Continuando con los versos de Víctor Mazzi, el poeta sabe bien que no basta estar comprometido con las ideas y acciones sino que, al decir de Alfonso Reyes (1), en el campo de la creación: “la poesía es un combate con el lenguaje”. Por ello, y como parte de esa hechura de actitud de vida (ver líneas atrás) Mazzi le confiere autoridad ética y, por supuesto, estética a las palabras: “Necesariamente / palabra de hombre / no solamente tuya y mía / sino propiamente del acento colectivo” (p.44); “apilaré palabras / de las que se piensan / y no se dicen / de las que se dicen / sin pensarlo / de las que saben / a padre y madre / y / ahora son / vástagos de contexto” (p.59); “mirad este canto sobre la albura / del papel nato. Es un canto obrero / de mano y obra limpia y dura,” (p.63).

No obstante, si alguna palabra suya expresa el ego, el yo narciso, debemos aclarar que en el caso de nuestro aedodidacta, ese YO “es tan indispensable como honesto y probo” fraseando a Victoria Ocampo, (2). Leamos, en la p. 29 se lee: “Según va explicando Hugo Strasser / con el cromo de su saxo alto / y/o con su oscuro clarinete / en tanto YO / suspendido en el andamio / cumplo peligrosamente con ganarme el pan”, y en la p. 31: “y soy testimonio de un tiempo / con el cuchillo entre los dientes”.

Víctor Mazzi Trujillo es un poeta obrero, no cualquier obrero, con un punto de vista zagaz en ristre, es cierto, con una concepción que no es sólo suya, lo sabemos los lectores, porque el sueño de un país que curse utopías socialistas es de millones. Por tanto, en contraste, hay múltiples ojos que lo leen con intención áspera y prejuiciosa, sin someter a estudio su poesía y más bien, sí, su ubicación social, lo vetan porque imaginan reflejada su simpatía política, sin comprobarlo en el rigor de la creación. Ya, el lúcido narrador y crítico que es Miguel Gutiérrez Correa, desmintiendo supuestas carencias, ha sustentado el ascendente desarrollo formal en la poesía de Mazzi. (3).

Si leemos (de entender), él no predica porque quien da fe de lo que vivencia en sí mismo, ofrece un testimonio y no una prédica: “¡Morococha! Yo te grito, / aunque me duela hacerlo / con los dientes mayúsculos del hambre / y con la nieve de mis huesos; / me duele gritarte ahora, / en esta hora, que tu afecto / tiene de rodillas de tiempo hincado”. Claro, hablo de un testimonio poético por si lo dudan.

Incluso, si se le encontrara un verso donde haya “prédica” concuerdo con Martín Heidegger (4): “Pero un poeta que predica es un mal poeta: a menos que comprendamos el verbo ‘predicar’ en un sentido más profundo. Predicar es el ‘predicare’ latino, lo que quiere decir predecir algo, y de ese modo proclamarlo, elogiarlo, y hacer aparecer lo que tiene que decir en todo su esplendor”. Este ‘predicare’ latino es lo sustancial en la poesía de Mazzi Trujillo.

Pruebas al canto, dicen los obreros de la construcción. Aparte de los versos ya vistos: en la p. 20 se lee, “Si tiembla la raíz de mis alas / es porque tarda en su advenimiento / la estrella del próximo amanecer”; en la p. 35, “Hermoso tema el de la lluvia / cuando no llueve ni usted se llama María Antonieta / ni su marido sabe que se prepara el diluvio”; en la p. 45, “pasarán los ogros, pasarán los lobos / y la sombra de los cuervos, / ¿por qué temerlos, mi pequeña? / Sí tú eres el mañana vestida de esperanzas / que trae en sus manitas un cesto de cerezas”.

Yendo a otro asunto, en la poesía reunida de No descansada vida, de una creación a otra, hay una sonoridad verbal donde se aprecian diversos sones: ecos de la rima de los poetas españoles de la guerra civil, preferentemente Miguel Hernández, a veces Lorca; los ritmos jazzísticos de Miles Davis, Dizzy Guillespie, el tono del tango lunfardo, también de percusionistas afros. Son ritmos que subyacen en la construcción de su poesía, los versos han sido trabajados al ritmo de las asonancias españolas o al ritmo cadencioso del jazz y el tango; en particular hizo suya la función de juglaría que cumplieron los cultivadores del soul en tiempos del apartheid. Para ello no se necesita evocar como argumento la adicción (en sano sentido) por el jazz y la música varia con la que enfrentaban su tarea estética, además del propio Mazzi, los poetas del grupo Primero de Mayo, por los años 60 – 70. (5)

En cuanto a su temática, V. Mazzi T. asume confrontar variedad de la misma, desde lo universal a lo latinoamericano, como el amor, el trabajo, la vida, los hombres, la destrucción, las batallas, los tiempos, las revoluciones, etc., con la peculiaridad que los argumenta desde sus colisiones no estáticas: la luz disipa la oscuridad (ya se dijo), se muere para vivir, lo individual forma colectivos, el sueño utópico de uno lo comparten varios, con la lluvia no todos se mojan, en fin es sólo un resumen de lo más que se puede afirmar respecto de la obra completa del poeta, pendiente de editarse.

Por cierto, Víctor Mazzi, el viejo, era muy humano, no concebía lo infalible, conocía muy bien de la ciencia y su principio de falibilidad. Entonces, sí, su poesía que, sin duda alguna, estaba dirigida, particularmente a los obreros y a los trabajadores, a las mujeres y varones del pueblo, está compuesta en algunos versos con símbolos difíciles de decodificar. Tal vez respondan a una codificación muy personal y cerrada a dichos lectores (efecto del celo puesto en su autoformación cultural y académica, la cual era de rigor, que no se dude): “azules mandatos de lluvia”, “Golpeo el canto y lato”, “en la estrechez de este baluarte socio-económico-verbal”, “No estamos solos. Nos asisten voces / de envenenados pinos y penas sin memoria”, “promuevo la mecánica / diferencial de los ruidos”.

Ahora bien, sobre lo anterior no nos atrevemos a decir explícitamente si los significados son los adecuados o no, porque, considerando el principio esencial acerca de que al pueblo debe ofrecérsele lo mejor, cabe preguntarse ¿se trata de códigos personales arcanos o de límites de lectorías con los cuales no debe transar un creador salido del seno del pueblo? Interrogación para una argumentación exclusiva que debe y merece exponerse con mayor detenimiento en otra página y oportunidad.

Concluyendo, debemos no olvidar que Víctor Mazzi T. ingresa al llamado parnaso nacional en los años cincuenta y le da otro matiz, le pone su tono de contrastes. Como ya escribimos, en un diario capitalino (6), él formó parte de aquella hornada de “intelectuales obreros (¡qué osadía!) de esencia [aedodidacta] irrigados por su ideología clasista [que] se ubicaban al margen de las tendencias tradicionales existentes [de los escritores] ‘puros’ y ‘sociales’”. De esta manera fue su ingreso a los sacros claustros literarios, “pero es una permanencia [donde se] brega insolente, conquistando autonomía frente a la élite de la cultura oficial y académica”.

Sin embargo, el poeta Mazzi, inicialmente incursó en la tradición poética del momento, ya los especialistas han señalado la admiración de los poetas de la Generación del 50 (a la cual pertenece Mazzi), por la poesía de los juglares españoles, Generación del 27, de la cual sacian su fe poética, por una parte, Pero, por otra parte, él y los demás miembros del Primero de Mayo, inician para el Perú, y la continúan para el mundo, otra tradición: la poesía universal proletaria, impregnados de la herencia poética del Vallejo de Poemas Humanos y España, aparta de mí este cáliz.

Tradición que se remonta a los tiempos de barricadas por la Comuna de París, con Eugene Poittier y Jules Vallès y se extiende a Jiri Wolker (Polonia), a los escritores de la Revolución Mexicana de 1910; los poetas de la Revolución de Octubre de 1917; al grupo Boedo (Argentina); a los poetas de la Guerra Civil española; a Jacques Prévert (Francia); al grupo literario El Ladrillo, con Oscar Raúl Fernando García y Adrián Desiderio; en Paraguay con Elvio Romero, etc., entre cientos de poetas que se quedan en el tintero por razones obvias de espacio. A leer los versos, de un no descanso a otro.

(1) Cobo Borda. Revista Eco, Nº 249-julio 1982; en “Taller de Octavio Paz”.
(2) OCAMPO, Victoria. T.E. Lawrence, Bs. As., edit. “Sur”. 1963.
(3) Diario El Nacional. Lima, 25 de Marzo de 1990. La cita fue tomada de su libro La Generación del 50: Un mundo dividido.
(4) HEIDEGGER, Martín. Revista Eco, Nº 249-julio 1982; en “Hebel el amigo de la casa”.
(5) Por esas décadas, aparte del autor reseñado, integraron el Primero de Mayo: Algemiro Pérez C., Jorge Bacacorzo, Rosa del Carpio, Artidoro Velapatiño, Julio Carmona, Alberto Alarcón, Raúl Soto, Néstor Espinoza, entre muchos más.
(6) En el Diario El Nacional. Lima, 25 de Marzo de 1990. Suplemento Cara & Sello; en “Poeta obrero de la generación del ‘50”.

Tanta vida y siempre, siempre, siempre

Henry Córdova Bran

Hace aproximadamente 70 años César Abraham Vallejo Mendoza dejaba de existir en un hospital de París, exhalando agónicamente sus últimas palabras “Me voy a España”. “César vallejo ha muerto/ le pegaban todos sin que él les haga nada…” y sin embargo, desde entonces, cuan vivo se nos presentaba a todos nosotros. Con Vallejo uno puede decir esto de para vivir eternamente murió aquél día.

Y es que Vallejo ya nos lo había advertido en sus Poemas Humanos “hoy me gusta la vida mucho menos/ pero siempre me gusta vivir: ya lo decía” y el poeta tenía entonces tanta vida que una sola muerte física –así de simple, cosa de mortales- no podría ser su muerte definitiva “¡Tanta vida y jamás me falla la tonada!”

Cómo iba a estar muerto. Vallejo no podía morir solo para morir y acabar “¿es para eso que morimos tanto?/ ¿para sólo morir,/ tenemos que morir a cada instante?” la muerte representada así por el poeta parece cosa simple, el poeta puede vencer la muerte. Vallejo no murió para sólo morir, murió para vivir. Sucede que el aedo santiaguino ya había dicho antes “sólo para morir hemos nacido” bien se podría decir entonces y bajo esa lógica poética sólo para vivir hemos muerto.

Y el poeta vence a la muerte como el combatiente de su España. Para vencerla necesita de “un ruego común: “Quédate hermano!””. Un ruego común de todos los hombres de la tierra. Vencer la muerte amando tanto, tal la lección del poeta. En Masa todos los hombres de la tierra aman tanto al combatiente que éste emocionado incorporóse lentamente y echa a andar. Vallejo en cambio ama a todos los hombres de la tierra y echa a nadar.

Porque para Vallejo era el hombre el fin supremo “pelear por todos y pelear/ para que el individuo sea un hombre, /para que los señores sean hombres/ para que todo el mundo sea un hombre/…”

Cómo iba pues a morir este hombre a quien le pegamos todos sin que él nos haga nada. Quizá por esta razón Juan Gonzalo Rose se refirió en alguna oportunidad al poeta como “César Vallejo el crístico” haciendo clara referencia a Cristo, a la condición de Cristo. Entonces, vivir como un cristo, morir como un cristo, resucitar como un cristo.

César Vallejo ha muerto. Se nos dice en este poema que Vallejo sólo muere si está solo “Jueves será, porque hoy, jueves, que proso / estos versos, los húmeros me he puesto/ a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto, con todo mi camino, a verme solo”. Sin embargo estamos todos aquí rodeados de Vallejo, cielo Vallejo aire Vallejo, sierra y agua Vallejo. Cómo iba a morir pues, este hombre, si está viviendo, desde luego, con su muerte querida y su café…

“Me gustará vivir siempre, así fuese de barriga, /porque, como iba diciendo y lo repito, / ¡tanta vida y jamás! ¡Y tántos años,/ y siempre, mucho siempre, siempre siempre!

Foto: César Vallejo, Paris 1926

miércoles, octubre 24, 2007

Cita con el perro

César Ángeles L.

"Si el infierno es una casa, la casa de Hades, es natural que un perro la guarde... Según los textos más antiguos, el Cancerbero saluda con el rabo (que es una serpiente) a los que entran al Infierno, y devora a los que procuran salir." (Jorge Luis Borges con Margarita Guerrero: De El Libro de los Seres Imaginarios)

La mañana que cogí el arma, el cielo estaba cerrado. Palpé su frialdad, odié el mundo, recordaba el romántico vaivén del mar pero ni eso me devolvía la paz por siempre anhelada.

Esa mañana era tal una extensa plancha de acero, y yo estaba en su centro, aguardando que fuese la hora convenida para ir directamente al punto. El teléfono había sonado muy temprano, pero cuando descolgué un terco silencio me informó que nadie diría nada. Leve temblor recorrió mi cuerpo. ¿Nos habían descubierto?

El peso del revolver en mi mano era poco. Y su dimensión cabía perfectamente en la palma con mis dedos extendidos. Casi podría decir que tenía un ave prisionera de mis dedos. Poseer un arma otorga cierta sensación de poder. La capacidad de conceder vidas o cancelarlas.

Pero, ¿quién? ¿A quién uno elige finalmente para decidir sobre su vida?

Me volví a la ventana, y vi el humo de las chimeneas copando el pobre cielo de invierno. Algunos obreros recorrían al pie en dirección a la fábrica O. Sus rostros me eran conocidos, a pesar del poco tiempo transcurrido. Llevaba cerca de un mes en este apartamento, mas mis constantes paseos al borde del río Prod me proporcionaban buena visión panorámica del vecindario. De sus calles, rincones, costumbres y personajes.

La vieja Adelia, artrítica y viciosa del cigarro, instalaba a esta hora su puesto de bebidas calientes en la esquina de Url y Lian. El abuelo Arturo abría su kiosko, con la misma parsimonia de alguien que hace cola para cobrar una magra pensión y no tiene otro remedio que entablar pobres conversaciones con los vecinos. En buena cuenta, el barrio se desperezaba, y yo era mudo testigo tras mi ventana.

El teléfono volvió a sonar. Esperé aún a la cuarta timbrada. Presentí el diálogo.

—¿Hola?
—¿Tiene todo?
—Sí. Ahí nos vemos.
—Bien. Hace frío, ¿no?
—Sí, un poco. Así están los días.
—Adiós.
—Adiós.

Guardé el arma en mi abrigo, apagué la luz (en esas mañanas, es necesaria la luz eléctrica por lo cerrado del cielo), cerré la puerta con doble llave y bajé a paso normal las escaleras. Vivía en un cuarto piso, y la madera crujía un tanto con mis pisadas. Abrí la puerta de la calle en el rellano y salí directamente al aire frío. Tomé Lian y, al cabo de cinco calles, doblé por Zur, hasta bordear el río Prod. Una vez allí me detuve para contemplar unos segundos sus aguas semi heladas. Había una atmósfera fantasmal que me sentó bien: a los solitarios el paisaje sin artificios nos produce bienestar, es como si el entorno nos hiciese compañía y comprendiese.

En ese momento, volví a asegurarme de que llevaba el arma conmigo. Sentí nuevamente su textura al fondo del bolsillo. Pensé en la sangre, pero inmediatamente distraje el pensamiento. Lo peor cuando alguien va a morir es anticipar la escena. Así se paraliza todo. El temor a la muerte suele ser más fuerte que la razón y las convicciones.

Retomé la marcha pegado al curso del río. Era un camino con bancas y arbustos, diseñado para parejas o familias que suelen venir a pasar la tarde o los domingos. El sendero junto al Prod era una larga avenida con apenas algunas curvas, que nunca se alejaban tanto como para perder la visión del río.
Para suerte mía, en el trayecto (duró cerca de veinte minutos o más) no tropecé con nadie conocido. Odio las conversaciones rutinarias. Odio dar o recibir los buenos días. Prefiero mil veces el aislamiento, el silencio. Estoy convencido de que es fruto de mi carcelería durante el primer levantamiento.

Al pie de la bodega antigua, me espera Q. Fuma un cigarro y, además de un abrigo grueso, tiene una bufanda negra enrollada al cuello. Q tiene experiencia en estas acciones. Aún recuerdo la primera vez que lo vi: me alargó cordialmente la mano preguntándome si ya había asistido a otro congreso del Partido. Al saber que era mi primera vez, se interesó por mis ideas y por mis puntos de vista —críticos o dubitativos— en torno a la práctica o la teoría revolucionarias.

Ahora ya había transcurrido un año de eso, y era la tercera acción conjunta de la que participábamos.

—¿Todo bien? —le dije al llegar.
—Sí. Hace frío, ¿no? —contestó con su ancha sonrisa algo cubierta por la bufanda y el cuello levantado del abrigo—. Sígueme —continuó, guiándome de la espalda de la antigua bodega hacia la avenida de Ram que era en subida y al final de la cual quedaba un amplio parque para poder mirar la ciudad.

Mientras ascendíamos, Q me retransmitió las últimas nuevas de la organización, al mismo tiempo que reforzaba los pasos a seguir en el aniquilamiento de nuestro objetivo. De vez en vez, y sin abandonar su franca sonrisa, nos deteníamos a tomar un poco de aire y divisar el camino dejado atrás. Ambos sabíamos sin decirlo que también era para observar si nos seguían los pasos.

—Recuerde: dos disparos en la nuca, me pasa el arma y nos separamos en direcciones contrarias. Toma el tranvía azul y en una hora nos encontramos en el local.
—Entendido —contesté.

Continuamos la subida aún unos minutos. Mientras más nos acercábamos, intentaba aquietar mi ánimo pensando en algo distinto, pero mis esfuerzos no daban mucho resultado. Continuaba la mirada fija en los ladrillos del camino, en las puertas y ventanas cerradas de las pocas casas que pasábamos. De pronto, Q me indicó un rincón con la mirada. Había un rosal lleno de flores con variados colores. "Mire esa bandera", me dijo, sin detener el paso. Esa frase fue poética, y consiguió distenderme más que nada. En silencio agradecí a Q, mientras él proseguía la subida, las manos enfundadas en el abrigo. Nuestras respiraciones arrojaban vaho, y ahora también lo hacíamos por las bocas. Se me vino entonces a la memoria versos sueltos de un poeta del cual he olvidado su nombre. Eran versos sobre la batalla y la muerte, y al final un combatiente muerto volvía a la vida por el amor de todos los hombres. Era un poema hermoso que Hernán me había leído en esos días del levantamiento.

Al llegar a la casa, me hizo una señal con la cabeza para tomar posiciones. Al cabo de cinco minutos, o más (el tiempo ya había perdido sentido, y solo existía ese triángulo imaginario en el que estábamos, como parte dirimente, Q y yo), la gran puerta de madera se levantó y un hombre, de unos cincuenta años, algo calvo y obeso, asomó a la acera antes de encaminarse a su automóvil. Sabía perfectamente quién era, su historial como enemigo, como si nada ni nadie le fuesen nunca a pedir cuentas. Recordé de improviso el rostro de Hernán y de Beatriz, desfigurados entre los demás cadáveres, en el momento que Q me miraba fijamente y con rápido movimiento de cabeza me volvía al triángulo del presente, y yo alargando mis pasos, el sudor en el cuerpo, y la mano que extraía el revólver del bolsillo profundo de mi abrigo para sonar dos veces fulminantes esa fría mañana de acero, ver un cuerpo en sangre caer helado de miedo sobre la vereda y unos gritos lejanos en esa casa, recientes, corriendo unos metros en dirección contraria, Q que toma el revólver y me mira y me dice camina despacio por ahí y toma el tranvía, ahora pasa, nos vemos luego.

Llego a esa esquina, subo; las calles empiezan a quedar atrás. El descenso es más rápido. Sentado en el último vagón reparo en que estoy solo, que al fondo viene el boletero, y en el bolsillo contrario de mi abrigo palpo unas gastadas monedas que habrán de pagar este viaje, porque todo se paga en esta vida, todo cuesta, y es inútil quedarse mirando las heladas aguas del Prod o el océano, cuando en nuestra voz hay un ramo de voces, o cuando en el fondo acústico de nuestro pecho hay cien mil nombres, millones de nombres que se agitan como un bosque de huesos de pronto renacido.

Julio 2003

Notas:

Gráfico: El cancerbero en una acuarela del poeta William Blake.

Biobibliografía: César Ángeles L. (Talara, Piura, 1961) Hizo la licenciatura en Lingüística y Literatura por la Universidad Católica del Perú (Lima). Ha trabajado como docente y periodista. Ha publicado tres libros de poesía: El Sol a Rayas (Lima, 1989), A Rojo (Barcelona-Lima, 1996), y Sagrado Corazón (Lima,2006). También, un libro con dos ensayos breves sobre Rimbaud y Vallejo (Lima, 1998).

La descarnada alegorización en “Espectador Invisible”

Ricardo Musse

“A pesar de las inútiles probabilidades
y aunque sea bendecida por los dioses
y este sea el acto final el amor es un
/juego perdido”.
Amy Winehouse.


En “Hacia el final de mis días”, por la interlocutora y conmovida boca del hijo; la decrépita historia de un viejo es revelada, con amplia y denotativa brevedad alegórica, como inminente e inquietante: Viudo, con Marita –su infeliz hija- visitándolo sólo para que le dé plata (con lagrimones de caimán incluidos) y esa despiadada rutina que nos hará desembocar –no obstante y plenamente- hacia la muerte.

En el segundo cuento “es digno de elogio su atrevimiento para tratar un tema y una historia atípicamente piuranos, sin que uno pueda dejar de reconocer que el espacio en el que la historia transcurre es nuestra soleada Piura (aunque, irónicamente, en la historia ya no quede casi nada de ella). Ángel Hoyos logra ser osadamente original presentándonos una historia futurista, un relato que transcurre en marzo del año 2013. El cuento, por la profusión de imágenes apocalípticas, una ciudad -Piura- invadida inexorablemente por el hambriento desierto, en una trepidante tormenta de arena…, se pone mejor conforme uno avanza en su lectura. La capacidad de Ángel para adentrarnos en un espacio geográfico, en un clima, en una atmósfera ficticia que en ningún momento deja de ser creíble, lo que logra a base de una construcción acertada de paisajes y escenarios; el dominio de los diálogos y el sentido de la acción que nunca deja de discurrir…” (1).

Ese hedor insoportable que se va gestando (que emanándose se adhiere, de manera indeleble y penetrante, en nuestros apestosos corazones) representa la necrótica afectividad de la que estamos –pervertidamente- hechos; sin ninguna misericordiosa posibilidad para una redentora plenitud. Entonces todo -absolutamente todo- está destinado hacia la corrompida rutinización y hacia la irreversible pudrición del amor; puesto que esa desatada malevolencia nos reivindicará para habitar –de manera insalvable- dentro de los tortuosos abismos de la incertidumbre.

La guerra civil acontecida entre Sendero Luminoso y las Fuerzas del Orden es asaltada por la escritura objetivista de Ángel Hoyos: Martín Barrientos, destacado al Alto Huallaga, –quincenalmente con sus subalternos- frecuenta la cantina El Negrito. Entonces nos enteramos que el sargento es –como la inmensa mayoría de los soldados- un ser envilecido -hasta los tuétanos- por su adiestramiento castrense, vulgarizado por una perversa y maniquea visión de la realidad: Ese histórico desprecio hacia los Derechos Humanos que siempre han evidenciado las Instituciones Armadas del Perú.

En este cuento Ángel Hoyos rige, con insospechada maestría, la tensión dramática de los sucesos; suscita un develamiento contundente de la psiquis humana y –aspecto técnicamente portentoso- preventivamente, durante el dinámico curso argumental, esconde relevantes datos para situarnos dentro de una crispada puesta en escena, cuyo desenlace es sorpresivamente letal.

El sentido pleno del cuento “enjaulados” se decodifica –ahondándonos hacia sus connotativas entrañas- dentro de sus entretelones discursivos. Esas referencias ornitológicas que colman la atmósfera argumental tiñen nuestra alma de irredentos escalofríos, puesto que intuimos que alguna desgracia se nos vendrá (mientras sigamos leyendo) furiosamente encima. Ángel Hoyos construye sus historias con aconteceres extraordinariamente triviales, esclarecedoramente sustentadores de nuestra precaria existencia; engendrando una asfixiante estilística de la rutina que nos sobresalta –de manera insalvable- los abisales latidos, pues este mundo inmenso -perversamente diseñado- es esa gran jaula, hecha a nuestra medida.

Los inicios de los cuentos de Ángel Hoyos, no complicándose con revestimientos suntuosos, ni –mucho menos- con retorcimientos en la construcción textual; muestran (para nuestra expectante y coautora disposición) un enrarecimiento de referentes que impulsa, compulsivamente, a seguir discurriendo a fin de alcanzar el progresivo esclarecimiento de la temática. Entonces constatamos que una silente cabaña situada en el Valle del Colca se mimetiza, funestamente, con la vida de unos esposos; eclipsada ésta dentro de la insoportable vacuidad enunciativa, después de veinte años de compañía conyugal. Sin embargo, descubrimos –además- que sólo la ruindad impulsiva, la desgraciada indigencia afectiva, ese cielo indiferente a todo drama; solucionará, precariamente, las disfuncionales relaciones interpersonales.

“De viejos y plazas” está contado desde una penetrante perspectiva –dotado de ese recurrente tono malcriado y descarnado-, con un diestro encapsulamiento -en un mismo espacio discursivo- y entramados perfectamente e íntimamente adosados en una simultaneidad enunciativa, las voces autónomas de los personajes; así como la impiedad y la hilaridad verbal de la omnisciencia narrativa que goza –discursivamente- en enrostrarnos –cruelmente- la ingenua visión que se tiene de la senilidad como evolución existencial de sublime purificación e inmaculada sabiduría.

Claro que suele pasar que de pronto, dentro del subjetivo desciframiento que hacemos de la realidad, extrañas sensaciones nos van delirando (progresiva y misteriosamente) hacia una incuestionable certidumbre: Todavía en la insondable e infinita oscuridad algo roza –de modo escalofriante- nuestro atemorizado ser, aun después del imperfecto –y no tan liberador- despertar. Este cuento linda la perfectibilidad literaria porque–osadamente- se acomete un juego técnico extremadamente delicado y muy complejo –y, además, se hace instrumentando (patológico signo de un textual desdoblamiento) la perspectiva del Tú discursivo- como es el nivel de realidad.

En “Ojo en el cielo” queremos resaltar, ahora, el entretejido sapiencial de los diálogos: Precisos y minimalistas; frescamente estructurados, dotados de una coloquial y desenfadada sonoridad, como también su subyacente ontología discursiva de las contingencias. Y esas descripciones que parecieran que unas emotivas evanescencias les confirieran sus endotímicas textualidades. Sin lugar a dudas, Ángel Hoyos es un escritor pródigo en estrategias procedimentales, las que despliega –diestramente- según sus planes constructivos.


Unos amigos entrañables deciden remontar hacia la primera cima del cerro Vicús. Al mediodía, estos desprejuiciados y sarcásticos jovencitos, repulsivos de creencias supersticiosas, logran su –nada extraordinario- propósito. Empero, cuando ya se han encaminado hacia la otra sima, Arturo (increpando furiosamente a Tete) los abandona, perdiéndose de nuestra vista. A Tete (al que culpan por no recordar el derrotero de retorno), prendado de Sara (la manzana de la discordia, la que también se extravía misteriosamente), no le cae para nada Arturo. Añáz (el chulucanense de la collera) renegando de su cultura primigenia avala las referencias burlonas que hace Beto (atraído por Ana) del encantamiento. Pero maléficamente estos tres también desaparecen del espinoso escenario textual. Pareciera que todo esto es la discursiva vindicación de la atávica sabiduría de los espíritus ancestrales. Ángel Hoyos le saca la vuelta, de modo diversificado y sobresaliente, al tema costumbrista; abordándolo desde enriquecidos ángulos, engendrando –por lo tanto- un angustiante e infausto desenlace cuentístico.

El último cuento del libro constituye la despiadada radiografía (estructurado bajo la forma de montajes yuxtapuestos) del progresivo condicionamiento y domesticación por la que atraviesa –casi ineludiblemente- nuestra sensibilidad dentro de este implacable contexto de estereotipos mortalmente eficaces en nuestra resignada y alienada personalidad.

Los cuentos de “Espectador Invisible” (excepto el titulado “Frío” que contiene una estructuración extremadamente elemental, provisto –además- de descoordinaciones textuales) son la irremediable confirmación de la calidad escritural que pródiga la hornada “Magentiana” (cuyas voces más sobresalientes son -aparte de Ángel Hoyos- Josué Aguirre Alvarado, Eduardo Valdivia Sanz y Luis Gil Garcés), suscitándonos la certidumbre que el relevo generacional ya es una incontrovertible realidad (y el que quiera negarlo trasuntará una obnubilada disposición) dentro de la virtuosa tradición de nuestra evolutiva literatura piurana.


Sullana, 13 de octubre de 2 007.


(1) Lalupú Valladolid José Humberto. Reflexiones sobre I Selección Regional de Cuentos, Piura. En: El Blog de verduguillo de Josué Aguirre Alvarado. Piura, 2 006.

lunes, septiembre 10, 2007

Como expresión vital... Ese arte llamado poesía

Si consideramos a la poesía como un arte, es porque al igual que la pintura y la música, pero con la gran diferencia que utiliza recursos lingüísticos, es una manifestación de la actividad humana mediante la cual se expresa una visión personal y desinteresada que bien puede ser real o imaginativa. Ella es un medio incomparable para la comprensión intercultural.

Miguel Hernández Sandoval.

La palabra poesía procede de la voz griega poiesis y de la latina poésis, cuya equivalencia en castellano puede estimarse que es “creación, invención, ficción”. El diccionario de la Real Academia Española, en su acepción primera de su vigésima segunda edición, define la poesía como “manifestación de la belleza o del sentimiento estético por medio de la palabra en verso o en prosa”.La preocupación griega por fijar ideas sobre el mundo llevaría a considerarla “razón divina” (Sócrates), “entusiasmo” (Platón), “imitación de la naturaleza” (Aristóteles), conceptos que a su vez dieron origen a sucesivas políticas sin que ninguna de ellas sea totalmente exacta. Sobre tan diversas formulaciones queda establecido el hecho de que la poesía es “un arte de disponer las palabras de manera que en un espacio mínimo se obtenga la máxima intensidad de expresión” (Gran Enciclopedia Rial. Tomo XVII p.673).

En cuanto a su origen, resulta casi imposible hacer una determinación en el tiempo, pero es seguro que coincidió con las primeras manifestaciones artísticas de los seres humanos en forma de cantos tribales y folclóricos etc., cuyos vestigios se hallan en testimonios literarios de distintos pueblos y, a tal efecto, cabe recordar a Verdet: “la poesía es el mismísimo lenguaje primitivo”. Desde las antiguas Grecia y Roma el vocablo poesía (llamada también lírica, pues sus composiciones eran cantadas al son de la lira) se aplicaba para expresar lo subjetivo de la vida cotidiana. Hay quienes aceptan que después de ella apareció la épica para dar a conocer de manera objetiva, lo acontecido, y luego la dramática que vendría hacer una combinación de lo subjetivo con lo objetivo.

El poeta sevillano Gustavo Adolfo Bécquer en su rima XXI se preguntaba y respondía: -¿Qué es poesía?, dices, mientras elevas / en mi pupila tu pupila azul / ¿Qué es poesía? ¿y tú me lo preguntas? / Poesía eres tú. Y es que con la poesía el hombre y la mujer poeta pregunta y casi nadie le da una respuesta y cuando responde nadie le pregunta; ante esta situación se confronta consigo mismo, pues el mundo exterior lo atrae irresistiblemente fuera de sí. Dicho arte es como un espacio propicio para formar la sensibilidad que facilita el acercamiento a personas de diversas culturas. En la poesía se combinan tres elementos: sonido, ritmo y significado, con lo que se consigue la máxima intensidad de expresión en un mínimo espacio. Su método es indirecto y sugerente. Habla por paradojas, sugerencias e insinuaciones, y busca expresión mediante analogías metáforas y símbolos.

Para el consagrado novelista Mario Vargas Llosa -que en su juventud se soñó poeta y sólo renunció al comprender, con Jorge Luis Borges, que en poesía sólo vale la excelencia- “la poesía es el género que eleva el lenguaje a su máxima potencia expresiva porque tiene carácter de revelación y porque tiene la capacidad de reproducir belleza, estados de ánimo y los aspectos más desoladores y entrañables de la condición humana”. La poesía toma distancia y va más allá de cualquier realidad natural para condenar al poeta a la soledad y al silencio, pero con estos no corre peligro su existencia, todo lo contrario son necesarios para que el artista se ausculte sin sobresaltos y eche andar su máquina creadora. Con la poesía el vate vence sus propias angustias que lo asaltan a lo largo de su vida y sin rendirle cuentas a nadie llega a proyectarse con fuerza en la sociedad. De ahí que haya gente que admira a los grandes poetas, pues les parecen seres imbuidos en una cierta cualidad trascendente.

Desde hace siglos la poesía es un recurso de la belleza que ha aprendido a valerse por sí misma. Ella es un universo ordenado por la palabra en el que cualquier afirmación es verdadera y cualquier comunicación es información, porque no está para descubrir la verdad sino para hacerla más evidente y eterna, pues creación es eternidad. Escribir poesía no es un acto extraño sin embargo “con ella se alcanza una intensidad a través de las palabras que llega a expresar estados de conciencia que la prosa no alcanza jamás. Eso hace que se asocie a la magia porque la mejor poesía es una forma de espiritualidad que no pertenece a este mundo”, dice Vargas Llosa.

Hay poetas y poetas

Los de noches borrascosas, de depresiones y de insomnios que terminan en la desgracia. Hay los soñadores, es decir, los amorosos y aéreos que paran más en la Luna. Y hay los civiles y domésticos, esos a los que la poesía no les lleva la vida ni viven todo el tiempo en poeta, porque dejar de escribir no les quita el sueño. Quizá estos últimos disfruten más del arte de poetizar y desarrollen mejor su vocación ya que tienen los pies bien puestos en la Tierra, siendo concientes del cumplimiento de sus obligaciones como toda persona normal. Ciertamente y, como dijo Juan Ramón Jiménez “ser poeta es difícil; querer serlo, más difícil todavía; saber serlo dificilísimo”.

Ocurre a veces que con la poesía no se llega a comunicar algo, simplemente se escribe por un problema hermético de comunicación, prevaleciendo en el poema la forma y no el fondo. La poesía es una fuente de catarsis, cuando la vida se lleva al filo de un cuchillo, entonces el poeta se traslada animoso y decidido por las fuentes mínimas y máximas del lenguaje hacia lo más hondo de su ego y hacia lo exterior de alter ego para ser la voz de los desposeídos y excluidos. El poeta no intenta ni quiere demostrar algo; él interviene en la vida comunitaria y se empareja con las otras actividades públicas de los individuos, reclamando, por lo tanto, una consideración social.

Aquellos que se dedican a la poesía (hombres y mujeres) ven al mundo de modo distinto que sus contemporáneos. Además, la mayoría son bastante identificables dado que no tienen por ejemplo, la musculatura de un atleta, la fuerza de un camionero, la voz ramplona de un ingeniero o la audacia verbal que ostentan algunos abogados. Pero no todo el que escribe unos versos es poeta en todo el sentido de la palabra. Seguro lo es en potencia por ese artista que todos llevamos dentro acosado, muchas veces, por los sentimientos más sublimes y descabellados.

Con el transcurrir de los años los poetas se convierten en críticos duros de su propia obra reduciendo su producción, cosa que no sucede con los narradores. A diferencia de éstos aquellos son seres precoces para la poesía, empezando desde que tienen uso de razón y ya de adultos no pueden diferenciar el acto de haber aprendido a escribir y el acto de escribir poesía. El mismo Vargas Llosa admite que “en todo novelista hay un envidioso del poeta. Éste nace y es elegido por los dioses, no se hace, como aquél”. Pero si bien los poetas se inician a corta edad se van extinguiendo relativamente pronto. Y si no desaparecen, escriben cada vez menos. Los verdaderos vates hurgan dentro de sí mismos, para dar testimonio de lo que son, alcanzado una perfección estética imposible en otros géneros. La poesía siempre es un hervor en su sangre y no les cansa estar creando con el empleo del lenguaje. Tarea ardua de indesmallables artesanos de la palabra que suelen alejarse de lo banal y callar ante los mezquinos, ante aquellos infectados de incultura ante los que sólo conocen lo sucedido en lo ordinario, imposibilitados de imaginar lo increíble, condenados a la simpleza y a la rutina.

¿Para qué poetas?

Pero “¿Para qué poetas en tiempos de penuria?” –se preguntaba el filósofo alemán Martin Heidegger. Para que el mundo sea más humano, pues mientras exista vida en nuestro planeta alguien tendrá que poetizar partiendo de un hecho auténtico o inventando situaciones, para deleite de los otros, porque la poesía es una necesidad física y concreta como comer o dormir y una necesidad espiritual y racional como rezar o meditar. Antonio Cisneros reconocido vate nacional dice que “el poeta no inventa nada. El poeta habla de lo que todos saben, sienten y ven. Todas las palabras que usa están en el diccionario. Sólo que aquello que dice lo dice de una manera tal de modo que el lector, tocado por la revelación, pueda decir: Ah caramba, esto es lo que yo quería expresar pero no sabía cómo”.

Por su parte Rocío Silva-Santiesteban, poeta de la generación del 80 afirma que el poeta es el vigía que se da cuenta del témpano y puede gritar a tiempo para poder virar la nave. El problema del poeta, en estos tiempos, es que nadie le cree y la colisión, a pesar de los lamentos desgarrados que hacen feroces y apretados en la garganta, se vuelve inminente”.

Stéphane Mallarmé poeta francés decía que “no hay poemas terminados sino abandonados”. Pero abandonados en el tiempo. Este va de la mano con la poesía y a veces lo ha llegado a capturar para bien del arte. A través de los poemas (lo más noble que el ser humano puede ofrecer a los demás) “queda suspendido el tiempo o tenemos la sensación de que ha quedado suspendido. Esta cualidad que de vez en cuando tiene el poema podría señalarse como su mejor y mayor cualidad si no como la exclusiva”, escribió Emilio Adolfo Westphalen. Se sabe que un poema es un objeto hecho de palabras y dotado de determinada carga afectiva (de intensidad variable). Dada la diversa constitución de las personas es dudoso que las reacciones sean similares o aproximadas.

Un conjunto de poemas publicados nunca proporciona jugosos dividendos. Escribirlos es inevitable, y el poeta para su felicidad ha de perseverar, pues la poesía no es una profesión sino una actividad en la que uno nunca sabe si vale algo lo que hace. En una sociedad son los poetas quienes consiguen dar forma concreta a sus aspiraciones comunes y a sus sueños más íntimos. Por eso se dice que en ellos es donde se reconoce a una cultura. La poesía al igual que la pintura escultura, música y cine, es un arte y es un medio incomparable para la comprensión intercultural. Ella hace patente una actitud del hombre ante el mundo en el cual nos movemos. Por último y como dijo Baltazar Núñez de Arce, “la poesía, para ser grande y apreciada debe pensar y sentir reflejar las ideas y pasiones dolores y alegrías de la sociedad en que vive; no cantar como el pájaro en la selva, extraño a cuanto le rodea, y siempre lo mismo”.

jueves, septiembre 06, 2007

La lluvia terminó

José Lalupú

Existen dos tipos de historias que exigen dos maneras distintas de ser contadas: la primera es la del cuento como círculo. A lo largo del relato el autor nos va entregando una serie de pistas que sólo en la escena final se arman como un rompecabezas maravilloso. Julio Cortázar en “La noche boca arriba” nos plantea la historia de un hombre que intenta sin éxito despertar de una horrible pesadilla, para, en la escena final, revelarnos que no podrá despertar jamás porque lo que era realidad resulta ser sueño; y lo que era sueño termina por ser la terrible realidad: un cuchillo que cae sobre él. Esa última escena es el puñetazo final con el que el cuentista gana por nock out; La segunda es la del cuento como fotografía, como retazo de vida que no necesita argumento ni final sorpresivo para ser una gran historia. La descripción de ambientes, personajes, el encadenamiento de los diálogos son suficientes para crear una obra maestra. Antón Chejov, el maestro ruso, era un gran cultor de este tipo de historias, Ribeyro también.

Cosme Saavedra Apón (Sullana 1977) acaba de publicar “Ya no llovería para julio” una serie de seis relatos en los que apuesta por el cuento fotografía. Tal vez la mejor muestra de ello sea el relato que da título al libro, relato con el cual Cosme ganó el segundo puesto en el Concurso nacional de cuentos organizado por la librería Crisol el año 2002.

Cosme construye una apasionada historia de desamor entre Sigmund y Mariana y le pone como telón de fondo los aguaceros de 1983. Una historia que es pura dermis, puro desenfreno adolescente en una edad en la que, según el autor, “La palabra amor parecía un estorbo porque más importaba vivir...” Desde las primeras líneas Cosme nos planta, con una soltura digna de narrador experimentado, ante una historia cuya mayor virtud es precisamente esa fidelidad para retratar las sensaciones, de manera que los lectores no podemos sino recrearlas con un tufillo de ajena nostalgia: “Mariana dio un brinquito delante de mí (...) se aproximó tanto que ya tenía sus menudos pechos rozando levemente mi nariz; eran duros, virginales y olían a caramelos...”

Un narrador no puede convencer a sus lectores de que sus personajes están realmente vivos o existieron alguna vez, pero puede inventarnos esa ilusión, hacerla creíble mostrándonos sus tribulaciones y alegrías con fidelidad ( algo que Cosme logra limpiamente). Tarea difícil por lo demás, porque las sensaciones son inasibles, aun si se pretende atraparlas entre palabras (y ése, tal vez, sea el mayor acierto de Cosme Saavedra). Ese afán realista se vuelve entonces doble recreación: el autor concibe una historia que contará buscando las palabras exactas. Primero deberá creérsela él, para luego engañar a los lectores. El engaño será total si logra despertar en ellos los mismos sentimientos y sensaciones que él vive, y que, tal vez, irónicamente, nunca vivió en la realidad: “la piel empezaba a encogérseme (...) hasta que sus labios fueron perdiendo frigidez (los de Mariana) y se tornaron como dos mariposas ardientes que se soterraban y quebraban sus alas contra mi pecho y esa furia semiangelical fue despertando la mía, fue removiendo esos inmundos esqueletos de murciélagos y gatos que tenía represados y que fueron encarnándose en mi boca y en mis manos como ciegos...” Nótese el acertado uso de los símiles y las metáforas con los que, a lo largo de todo el libro, Cosme se nos presenta como un narrador que ha madurado y que sigue madurando en la búsqueda de la palabra exacta que nos devuelva frases nuevas, recién inventadas.

Mariana tiene 14 años, una niña - mujer (nínfula en palabras de Nabokov) que Cosme describe como la personificación del fruto prohibido, la tentación que despierta el Eros. Es el gran personaje del libro (Cosme nos encomienda la tarea de reconstruirla, al igual que a otros personajes entrañables del libro, a lo largo de varios relatos en los que aparece como una presencia nítida o como una sombra). “Hasta la palabrita Dios entre sus labios quedaba vibrando como cualquier suculencia, como decir patata o mermelada”.

El único relato en el que Cosme se despoja del realismo que recubre el libro es “La cueva del Egipan”. Se trata de un inquietante relato lleno de símbolos: un chivato se lamenta en la oscuridad de una cueva. Es el ser marginal en el que creemos ver una representación kafkiana de la soledad y la marginación humanas. El chivato, descrito a sí mismo como hijo de mujer casta y de chivato desgraciado, es una especie de ángel caído: “Abajo está el despojo (él), el único ser que escapó de los planes de perfección de las criaturas”. No sería gratuita la referencia a “La casa de Asterión” de Jorge Luis Borges porque el mismo Cosme menciona el laberinto comparándolo con la cueva en que vive el chivato jugando al otro yo: “... ensayo con mis cuernos, embestir a mi propio yo (...) He leído una historia similar a la mía, pero lo mío no es un laberinto, sino una grosera cueva”.

Aunque la calidad de los relatos pueda parecer irregular (Nos sorprende que no haya incluido en el volumen algunos relatos muy buenos que hemos leído en revistas y folletines: “Mariana, su cuerpo en otros cielos” o “El abrazo del monstruo”), Cosme ha construido un universo creíble en el que el amor es imposible (“esa palabra parecía un estorbo”). Nadie le puede regatear, tampoco, el hecho de haber recreado un retrato fiel de la vida misma en el que nada es seguro, ni siquiera la satisfacción del fuego adolescente. Todo está sujeto, como en nuestras vidas, al azar y las circunstancias. La felicidad es efímera, Mariana y Efraín lo saben, por eso la aprovechan mientras pueden, porque acabadas las lluvias ya no tendrán excusa para encontrarse en la casa de ella, a fingir que desaguan la azotea. Ya no llovería para julio, la lluvia se terminará, y compartimos con Sigmund – Cosme la futura nostalgia por Mariana.