Edgar Bruno
El trabajo poético es un trabajo de alfarero, como lo poetiza Javier Heraud en su hermoso poema “Arte Poética”. Requiere de una dedicación exclusiva, porque representa una lucha encarnizada; no sólo es un oficio, sino una auténtica forma de vivir, una visión especial del mundo. El poeta pertenece a una “estirpe condenada”, al “linaje púrpura” y sólo le queda recorrer los caminos, aunque terminen “en una negra desembocadura”, llenar sus mochilas trashumantes y revelarnos los más íntimos sueños y experiencias que marcan el itinerario del hombre.
A este “linaje púrpura” pertenece Ricardo Musse, una de las voces más fecundas de nuestras tierras solares. Perteneció a la iconoclasta agrupación literaria ”Ángeles del abismo”, que sentó sus bases en Sullana. Cuenta con cuatro poemarios y un número mayor de premios literarios y menciones honoríficas. Sus tres primeros poemarios son: “Sirodima”, “Cinematografía de una adolescencia” y “El espíritu giratorio del viento”. Su cuarto poemario que nos entrega es “El viento de las heridas".
“El viento de las heridas” constituye un poemario bien estructurado, donde cada verso y cada poema se comunica e interrelaciona íntimamente con los demás, a través de una temática central y predominante; lo que no quiere decir que no dé cabida a otros temas, sino que éstos guardan relación directa con el núcleo poético.
Los versos de Musse nos internan en una vorágine interminable, y nos arrastran hacia la inmersión de uno mismo, quitándonos las atavíos y hundiendo las navajas para conocer plenamente la materia de la que estamos hechos: nuestras oscuridades y transparencias; revelándonos que, a pesar de los avatares y dificultades de la existencia, todo fluye y se incorpora al hombre para, de una u otra forma, enseñarnos que la vida es un cambio eterno y una constante batalla en la que la sangre, eje temático del poemario, es el elemento primordial, porque representa nuestra corporeidad y la búsqueda intensa de la paz y la oculta claridad. Surgiendo, como contraposición, la oscuridad, la noche que nos invade como plaga de langostas, y se apodera de nuestro ser, creciendo geométricamente; y ante ella, el tiempo es la única esperanza que nos queda para cicatrizar la más profunda soledad que “el viento de las heridas” nos esparció por cada uno de los rincones de nuestro ser, comprendiendo que el dolor no acabará totalmente, sino que aumentará en grado sumo. También nos recuerdan que el hombre no puede borrar totalmente las cicatrices de una dura existencia, sino que éstas le deben servir para construirse como un verdadero ser humano, siempre en búsqueda de la claridad y comprendiendo, en cada instante, que estamos hechos de una sangre metafísica que nos redimirá.
El viento de las heridas” no sólo nos hace comprender la vitalidad que ha tenido la sangre desde los primeros tiempos, en que la salvación se alcanzaba manchando las puertas de las casas donde se vivía, sino que nos arrastra a profundizar en su verdadero significado: exterminio y salvación, muerte y eternidad, claridad y opacidad; y el viento arrecia más fuertemente y lleva hacia nuestras mentes las voces olvidadas de los pueblos americanos que han sufrido un sinnúmero de convulsiones; surgiendo, de esta manera, un grito perpetuo que reclama no la venganza, sino la redención. Encontrando en el poema un instrumento mágico en el que fluye la sangre derramada de nuestra gente. Y allí se encuentra la voz estentórea de Ricardo Musse, que nos demuestra que en él mora la poesía y que se ha instalado para no salir jamás, revelándole sus más íntimos y milenarios secretos.
Nota: En la foto Ricardo Musse y Lelis Rebolledo
El trabajo poético es un trabajo de alfarero, como lo poetiza Javier Heraud en su hermoso poema “Arte Poética”. Requiere de una dedicación exclusiva, porque representa una lucha encarnizada; no sólo es un oficio, sino una auténtica forma de vivir, una visión especial del mundo. El poeta pertenece a una “estirpe condenada”, al “linaje púrpura” y sólo le queda recorrer los caminos, aunque terminen “en una negra desembocadura”, llenar sus mochilas trashumantes y revelarnos los más íntimos sueños y experiencias que marcan el itinerario del hombre.
A este “linaje púrpura” pertenece Ricardo Musse, una de las voces más fecundas de nuestras tierras solares. Perteneció a la iconoclasta agrupación literaria ”Ángeles del abismo”, que sentó sus bases en Sullana. Cuenta con cuatro poemarios y un número mayor de premios literarios y menciones honoríficas. Sus tres primeros poemarios son: “Sirodima”, “Cinematografía de una adolescencia” y “El espíritu giratorio del viento”. Su cuarto poemario que nos entrega es “El viento de las heridas".
“El viento de las heridas” constituye un poemario bien estructurado, donde cada verso y cada poema se comunica e interrelaciona íntimamente con los demás, a través de una temática central y predominante; lo que no quiere decir que no dé cabida a otros temas, sino que éstos guardan relación directa con el núcleo poético.
Los versos de Musse nos internan en una vorágine interminable, y nos arrastran hacia la inmersión de uno mismo, quitándonos las atavíos y hundiendo las navajas para conocer plenamente la materia de la que estamos hechos: nuestras oscuridades y transparencias; revelándonos que, a pesar de los avatares y dificultades de la existencia, todo fluye y se incorpora al hombre para, de una u otra forma, enseñarnos que la vida es un cambio eterno y una constante batalla en la que la sangre, eje temático del poemario, es el elemento primordial, porque representa nuestra corporeidad y la búsqueda intensa de la paz y la oculta claridad. Surgiendo, como contraposición, la oscuridad, la noche que nos invade como plaga de langostas, y se apodera de nuestro ser, creciendo geométricamente; y ante ella, el tiempo es la única esperanza que nos queda para cicatrizar la más profunda soledad que “el viento de las heridas” nos esparció por cada uno de los rincones de nuestro ser, comprendiendo que el dolor no acabará totalmente, sino que aumentará en grado sumo. También nos recuerdan que el hombre no puede borrar totalmente las cicatrices de una dura existencia, sino que éstas le deben servir para construirse como un verdadero ser humano, siempre en búsqueda de la claridad y comprendiendo, en cada instante, que estamos hechos de una sangre metafísica que nos redimirá.
El viento de las heridas” no sólo nos hace comprender la vitalidad que ha tenido la sangre desde los primeros tiempos, en que la salvación se alcanzaba manchando las puertas de las casas donde se vivía, sino que nos arrastra a profundizar en su verdadero significado: exterminio y salvación, muerte y eternidad, claridad y opacidad; y el viento arrecia más fuertemente y lleva hacia nuestras mentes las voces olvidadas de los pueblos americanos que han sufrido un sinnúmero de convulsiones; surgiendo, de esta manera, un grito perpetuo que reclama no la venganza, sino la redención. Encontrando en el poema un instrumento mágico en el que fluye la sangre derramada de nuestra gente. Y allí se encuentra la voz estentórea de Ricardo Musse, que nos demuestra que en él mora la poesía y que se ha instalado para no salir jamás, revelándole sus más íntimos y milenarios secretos.
Nota: En la foto Ricardo Musse y Lelis Rebolledo
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