Houdini Guerrero es un insolente provocador (su ironía escritural contribuye en este sentido también): La matriz argumental pone en primer plano a un Alejandro Taboada, sustrayéndole esa aureola personal de inmaculada epicidad, sometido a las más gozosas concupiscencias: En el lecho carnal de Natalia Montenegro donde lo encuentra finalmente el teniente Talavera. Y el otro eje de la trama: El zambito Horacio Mimbela delatando a Alejandro por despecho: La viuda Natalia Montenegro no evidencia reciprocidad a sus cortejos. En suma, la reivindicación de los Derechos de los trabajadores petroleros tiene como trasfondo trágico y determinante esas pulsiones arcaicas impresas –desde una visión etológica- en la especie humana.
Houdini Guerrero cuenta la historia al igual como se hace cuando se chismea algún acontecer cotidiano: Poniéndole énfasis a lo más primitivo y truculento (la irracionalidad de los atávicos impulsos).
La obra de Houdini Guerrero –evidentemente, entre otros rasgos estilísticos- se basa en estos enfoques de banalización narrativa donde lo más insustancial es de tal envergadura que realmente revela, de manera descarnada, –muchas veces- el pleno sentido de lo acontecido. Houdini Guerrero entonces difunde (aunque éstas sean especulaciones ficcionales) irrespetuosos rumores para meter cizaña y enojar a los que, en el imaginario popular, han paradigmatizado (entiéndase también, purificado) a Alejandro Taboada.
Estos dos fundamentales chismes y sus sucesos colaterales están encapsulados dentro de un marco técnico que dotan a la historia de una estructura interesante. Houdini Guerrero procede desplegando un conjunto de artificios: Precisas descripciones que llenan el espacio discursivo, la tercera persona que narra ve cómo (por ciertas grietas discursivas dejadas por descuido) se le inmiscuye súbitamente el hablar de un personaje, interrogaciones que pretenden responder sin solucionar absolutamente nada, mudanza de planos temporales, investigación historiográfica, noticias periodísticas, un montaje de diálogos concebido como engranaje estructurador, ludismo y sarcasmo y utilización de frases coloquiales propias de la cotidianidad oral.
Esta historia, cuya coordenada temporal está delimitada en los inicios de la década del treinta del siglo pasado (postrimerías del régimen de Augusto B. Leguía y comienzos del de Sánchez Cerro), para ser un cuento esta poblada por una veintena de personajes en un espacio textual exiguo, sin embargo este hacinamiento no conspira en las acciones desbordadas dentro de su dinámica trama.
En suma: “Alejandro” es una realización cuentística –en términos generales- eficiente, sin embargo es necesario releerla para develar, recién, el sentido y la articulación de los cuatro capítulos y configurarse plenamente el argumento de la historia.
Houdini Guerrero cuenta la historia al igual como se hace cuando se chismea algún acontecer cotidiano: Poniéndole énfasis a lo más primitivo y truculento (la irracionalidad de los atávicos impulsos).
La obra de Houdini Guerrero –evidentemente, entre otros rasgos estilísticos- se basa en estos enfoques de banalización narrativa donde lo más insustancial es de tal envergadura que realmente revela, de manera descarnada, –muchas veces- el pleno sentido de lo acontecido. Houdini Guerrero entonces difunde (aunque éstas sean especulaciones ficcionales) irrespetuosos rumores para meter cizaña y enojar a los que, en el imaginario popular, han paradigmatizado (entiéndase también, purificado) a Alejandro Taboada.
Estos dos fundamentales chismes y sus sucesos colaterales están encapsulados dentro de un marco técnico que dotan a la historia de una estructura interesante. Houdini Guerrero procede desplegando un conjunto de artificios: Precisas descripciones que llenan el espacio discursivo, la tercera persona que narra ve cómo (por ciertas grietas discursivas dejadas por descuido) se le inmiscuye súbitamente el hablar de un personaje, interrogaciones que pretenden responder sin solucionar absolutamente nada, mudanza de planos temporales, investigación historiográfica, noticias periodísticas, un montaje de diálogos concebido como engranaje estructurador, ludismo y sarcasmo y utilización de frases coloquiales propias de la cotidianidad oral.
Esta historia, cuya coordenada temporal está delimitada en los inicios de la década del treinta del siglo pasado (postrimerías del régimen de Augusto B. Leguía y comienzos del de Sánchez Cerro), para ser un cuento esta poblada por una veintena de personajes en un espacio textual exiguo, sin embargo este hacinamiento no conspira en las acciones desbordadas dentro de su dinámica trama.
En suma: “Alejandro” es una realización cuentística –en términos generales- eficiente, sin embargo es necesario releerla para develar, recién, el sentido y la articulación de los cuatro capítulos y configurarse plenamente el argumento de la historia.
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