"Acabo de leer la obra y tengo unos comentarios" Así es como empiezan muchas de las críticas literarias que leo y así es como dan el primer tropezón. No se puede ni debe escribir tan pronto se acaba de leer una obra. Es como hablar con la boca llena. Y es que, en un primer momento, la visión del crítico es demasiado subjetiva. Tras ser abordado por una creación, el opinante tiende a ser impulsivo; y sus juicios, variables. De ese modo, no es raro que el autor de una crítica cambie su veredicto al poco tiempo. Hay que digerir un poco la obra, hay que ser más racional para que las palabras tengan utilidad y no se lean como un simple arranque de emociones.
"Consideramos", "Creemos", "hemos visto"... ¿Quiénes? ¿Acaso el crítico se llama Legión? Lo ideal es que el opinante hable en primera persona: "Considero", "Creo", "He visto". Hay que tener pantalones y decir yo dije esto y aquello. Total, la crítica corresponde al juicio de uno y por eso es que se firma. Diferente es el caso de una editorial; un texto formal que responde a intereses colectivos que muchas veces no coinciden con nadie.
¿Cómo sé qué obra es buena y qué obra es mala? En mis años como crítico, ésta ha sido la pregunta del millón. Yo siempre respondo: "No hay obras buenas o malas; hay obras expresivas e inexpresivas". En principio, toda producción es buena. Nadie hace arte con malas intenciones (de hecho, la maldad sería no hacer arte). El problema es que a veces la obra no es virtuosa y echa de menos alguno(s) de los tres elementos que ya he diferenciado en un anterior trabajo: Falta de oficio, falta de pasión y falta de conciencia.
Ahora bien, es cierto que cualquier hijo del vecino tiene la potestad de decir que algo está bien o está mal. Todos podemos hacerlo. Somos humanos y tenemos juicio. Pero el crítico no debe quedarse sólo ahí. Comúnmente leo críticas que van así: "tiene un gran dominio del suspenso, una buena construcción de personajes, emplea una genial estructura narrativa..." (Punto final). Mal hecho. El crítico debe ser una luz, debe orientar, debe educar. Es necesario siempre que explique los "porqués", que argumente su juicio, que lo defienda. Una persona que se dedica a este oficio debe tener siempre dos armas: el conocimiento y los recursos para exponerlos. Si no los tiene, mejor que no se meta. Puede salir herido.
¿Las críticas tienen que ser constructivas o destructivas? Ninguna de las dos. Cuando uno quiere ser constructivo acaba siendo un lisonjero. Cuando uno quiere ser destructivo acaba siendo un hígado con patas. Y a los dos da asco leer. El crítico no es un papá. No está por encima ni por debajo de nadie. Es un ser marginal, sus textos son de una tipología aparte: los argumentativos. Por tanto su relación con la obra a opinar es su enfoque. No le dice al escritor cómo escribir ni le dice a la gente qué leer; el crítico da su opinión para que éstos tengan un mejor panorama para decidir. Así queda revelada la principal función de la crítica de arte: "Crear un diálogo cultural alturado". Cuando esto ocurre todo progresa; el arte, los gustos y las personas. Voy a dar algunos ejemplos de distintos tipos de crítica para que se vea mejor lo que quiero decir:
Una crítica constructiva:
"La obra es muy buena, pero tiene unos pequeños problemas con las locaciones. Le recomiendo al autor leer un poco más o viajar para tener un mayor conocimiento de lo que va a escribir".
Una crítica destructiva:
"No entiendo por qué el autor se mete a escribir sobre lo que no sabe, obviamente le hace falta mucho recorrido para siquiera dignarse a publicar".
Una crítica que genera diálogo cultural:
Dígame usted, señor lector, porque quizá yo esté equivocado: ¿Machu Picchu queda a unas cuantas cuadras de la Plaza Mayor de Lima? Quizá en la ficción que construye el autor sea probable pero, en lo personal, creo que le hace falta un poco de verosimilitud geográfica al relato.
Como se ve, los dos primeros ejemplos de crítica son sujetos a comentarios agresivos. En el primer caso, un lector podría decir: "¡Qué huelepedos! ¿No serán amigos el crítico y el autor?". El en segundo caso, el mismo lector podría reaccionar así: "¿Y este señor a quién le ha ganado para decir semejante cosa?". ¿Pero en el tercer caso? Aquí se dejan las cartas puestas sobre la mesa y el lector se encarga de tomar partido: ¿Está bien que en un relato de ficción Machu Picchu quede a unas cuadras de la Plaza Mayor de Lima o ha habido un error geográfico por parte del autor?
Para el intelectual lo importante no es la respuesta, sino la pregunta. La pregunta abre un debate cultural. La respuesta lo cierra con llave. Y en ese sentido hay muchos críticos que ponen distintos "candados" al diálogo cultural. A continuación planteo algunos que he podido encontrar:
El candado del "interesante": Una de las primeras cosas que me prohibieron cuando aprendía a escribir críticas es el adjetivo "interesante". "interesante" se ha convertido en una de las palabras más huecas del diccionario. ¿Qué nos dice? ¿A qué se refiere un crítico cuando escribe, por ejemplo, "interesante manejo de los diálogos"? Probablemente ni él lo sepa. El "interesante" es una muletilla, una excusa para no dar una opinión, una carencia. El crítico no está para decir qué es interesante o qué no (como decir qué es bueno o qué no) debe hacerlo interesante con sus argumentos.
El candado de la excesiva adjetivación: A veces los críticos nos creemos la última chupada del mango y tratamos de demostrar que sabemos más escribiendo más complicado. Utilizamos dos o tres adjetivos rebuscados por cada sustantivo y convertimos nuestros textos en un ladrillo de diez. Pero lo cierto es que debajo de toda esa maraña de palabras casi siempre hay una carencia de argumentos. Las críticas tienen que ser sencillas y entendibles para la gran mayoría. Si nadie entiende la opinión del crítico, difícilmente ésta podrá generar otro diálogo cultural que no sea "¿Alguien entendió qué quiso decir este tipejo?".
El candado de la comparación desconocida: Esta cerradura está muy ligada a lo anterior. Ocurre cuando el crítico quiere demostrar su bagaje cultural a punta de comparaciones entre la obra a opinar y otros libros que nadie conoce. ¿Pero de qué sirve comparar algo conocido con algo desconocido? ¿Cuál es el punto? Nuevamente: las críticas tienen que ser sencillas; y las comparaciones, precisas y de dominio público. Ningún crítico debe escribir sólo para su grupo literario, su élite. Ningún arte ni su debate debe ser el bien de unos pocos, sino de la humanidad.
El candado del "Porque sí": Muchos críticos vienen con prejuicios. Estos pueden ser políticos, sociales, religiosos, morales o sexuales. Por ejemplo: "Este libro es malo porque defiende una ideología liberalista", "Este libro es bueno porque es rarísimo", "Este libro es bueno porque hace quedar mal a la iglesia", "este libro es malo porque parece que te quiere dejar una moraleja", "este libro es bueno porque su protagonista es una mujer trabajadora". Suena contundente, pero en realidad ninguno de estos argumentos dice algo en concreto. Lo pongo de este modo: ¿Podría existir un libro malo que hable del marxismo, uno bueno que sea muy común, uno bueno que hable bien de la iglesia, uno malo que no deje moraleja o uno bueno cuyo protagonista sea un hombre ocioso? Mejor no respondo. Y es que siempre que uno dice que algo es bueno "porque sí"; hay otro que puede decir a la vez: es malo "porque no".
No hay comentarios:
Publicar un comentario