lunes, junio 30, 2014

Prisión

Dibujo del autor

Tadeo Palacios Valverde

No sé por cuánto tiempo he permanecido en este vacío absoluto y, por extraño que parezca, tampoco albergo ningún recuerdo anterior al del instante en que me supe en medio de su espesa oscuridad.

Siento un profundo terror a causa de la ignorancia que impregna todo y cuanto se relaciona a mi actual estado. Temo, y eso me ha empujado a ser víctima recurrente de ataques neuróticos al pensar en lo incognoscible del destino que me aguarda. A pesar de ello, sé muy bien que mi existencia no se halla en tela de juicio, pues, aunque la designase blanco de mil cuestionamientos, con ello no conseguiría sino comprobar y reafirmar su veracidad. Existo. Así lo percibo, así lo entiendo. El verdadero problema es que desconozco el instante y el espacio en que mi ser, mi todo, toma tiempo y lugar para hacerlo, para existir.

Por mucho, y contra mi voluntad, he mantenido mi cuerpo estático en la infinita penumbra del vacío en el que floto, tratando sin frutos tanto de moverme como de idear cualquier tipo de razonamiento que pudiera resultar coherente para explicarme, a mí mismo, la naturaleza de mi paradero y el porqué de mi condición. ¡¿Es que jamás obtendré una respuesta que dé fin a esta creciente desesperación?! ¿Es mi existir algo corpóreo o es que solo soy el producto enfermizo de una ensoñación ajena a todo intento de comprensión? Pareciera que de lo único que tengo real certeza es del vaivén sinfín que caracteriza a la bruma casi líquida que me envuelve al compás de sonidos cual si de voces lejanas se tratasen ¿Qué es ese ruido? ¿De dónde vienen aquellas vibraciones? Algo, alguien, me llama cada vez con más fuerza, como si desease tenerme entre sus garras o quizá en el interior de sus fauces. Lo desconcertante de todo esto, es que, en cierta forma, los raros sonidos que solo hasta hace poco he podido captar, merman, rompen, y soslayan momentáneamente el pavor que me aqueja con resistencia.

***

El tiempo avanza lento e inexorable, y aunque soy incapaz de llevarle el paso con exactitud, mi instinto me ha dicho cómo el lugar, e incluso, mi propio yo, han empezado a cambiar vertiginosamente. El espacio que recuerdo haber distinguido durante un inexplicable y profundo periodo plagado de limitaciones sensoriales, resultábame una negra e inhóspita zona sin borde aparente, infinita a mi juicio. Aquel paraje era la causa de mis horrores. Ahora, en cambio, por insólito que fuese, una suerte de seguridad me invade al sentir que aquel horrendo “vacío”  ha sido cercado por irregulares e indefinidas formas que constriñen y enclaustran, opresoras, los músculos y miembros que de momento luchan enérgicos contra aquellos límites, dejando atrás su otrora inmovilidad cuyo efecto me  había llevado incluso a creer que carecía de todo órgano motor.

De cuando en cuando mis ojos pueden percibir rojizos destellos que irrumpen en la penumbra por medio de una de las paredes frontales del lugar, y junto a dicho resplandor, tanto los ruidos como las constantes presiones que mi cuerpo sufre, aquí y allá, se han hecho más fuertes y frecuentes. He llegado a pensar fehacientemente que es muy probable que yo no sea un ente condenado a permanecer en medio de la nada absoluta como solía profesar, sino que hay alguna fuerza exterior jugando conmigo, manteniéndome contra mis propias carnes en esta rudimentaria cámara. Mientras más lo pienso, más seguridad tengo en que este cautiverio responde a las intenciones del mismo ser que me tiene anclado por la cintura a esta burbuja que empequeñece a medida que escucho los ecos de un mundo extraño con mayor claridad.

***

La presión es insoportable y dudo que mi cráneo pueda seguir resistiendo sin antes partirse en dos. Mis manos y piernas han cobrado inusitada fortaleza, la suficiente para propinar certeros golpes a las paredes de mi celda en un intento por liberarme de ella, aunque éstos resultasen totalmente inútiles frente a su elasticidad.  Me desquician las voces y gritos del exterior pero esta vez hay algo diferente en ellas, son fruto de un dolor y sufrimientos únicos pero a la vez se hallan diluidos en un tono de alegría curiosa, de conmoción…

Repentinamente, en lo que lucho por expandir mi apretujado cuerpo con cada extremidad a mi disposición, un temblor sacude la cámara membranosa de arriba hacia abajo, de izquierda a derecha. Las partículas que flotan en la bruma hierven como alborotadas por un violento fragor venido desde el interior. Brilla un rojo fulgor en la pared frontal del calabozo y es cuando me percato, por medio de mis ojos inyectados de adrenalina, que el cuarto, otrora objeto de mis anteriores miedos, dista mucho de ser infinito o de siquiera empequeñecerse.

El cuarto, la zona, el vacío, la “nada”, el calabozo, la cámara, o como quiera que le llamase a este espacio padre de crisis y miedos, de dudas y hasta de un extraño consuelo, resulta ser una cápsula hecha de carne y fibras de líneas azules, rojas y verdes a la que una gruesa vena me une por el abdomen, pues se origina de este mismo…

Resuenan las membranas y se quiebran parte de sus muros en múltiples convulsiones. Es mi oportunidad ¡Al fin, desde que tengo uso de razón, saldré de este hoyo y podré ser libre!

Veo un hilo de luz tenue allá al final del túnel que los violentos temblores han abierto en un recodo del claustro. Aumentan los gritos del exterior. La luz se hace más y más profusa y el miedo comienza nuevamente a inundar mi cavilar. ¿Y si al salir de aquí un destino incluso peor que el encierro vivido me espera? ¿Y si el mundo externo a este resulta ser peor? ¡Qué clase de criaturas harán presa de mí de ponerme sus garras encima! ¡No! ¡No! ¡No!

Me aferro al muro de sangre. La cobardía ha supera- do por completo mis ansias de libertad… ¡Maldición! ¡Algo me ha tomado por la cabeza! Dos palmas gigantes y blancas me halan hacía el final del túnel. Ya no puedo sostener mi agarre y comienzo a ceder. Una orden resuena seguida de alaridos —¡Puje! ¡Puje!—  Siento como mi cráneo es sacado del túnel a tirones seguido por el resto de mi anatomía. Seres cubiertos de blanco me toman entre sus brazos, me golpean el rostro y los muslos. Grito con sumo espanto pero nadie responde a mis súplicas de socorro —Felicitaciones  señora, es una niña sana y hermosa—   La luz blanca me ciega y yo sigo desgarrando mi garganta después de que las criaturas cortasen mi soga de carne e introdujeran en mi nariz algo para sorber el resto de bruma que en mi interior quedaba.

Me envuelven entre trapos. Supongo que a los gigantes les agrada escuchar lo fuerte que resuena mi llanto, están satisfechos. De pronto escucho una voz familiar — ¡Amor, mira, mira! Es mi princesa, nuestra princesita, ¡Por fin en mis brazos!—. Es la misma que en forma de murmullo me acompañase desde que surgiera mi conciencia. Reconozco su olor, ella fue mi captora y carcelera, ella, su cuerpo, fue mi prisión.


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