miércoles, octubre 24, 2007

Cita con el perro

César Ángeles L.

"Si el infierno es una casa, la casa de Hades, es natural que un perro la guarde... Según los textos más antiguos, el Cancerbero saluda con el rabo (que es una serpiente) a los que entran al Infierno, y devora a los que procuran salir." (Jorge Luis Borges con Margarita Guerrero: De El Libro de los Seres Imaginarios)

La mañana que cogí el arma, el cielo estaba cerrado. Palpé su frialdad, odié el mundo, recordaba el romántico vaivén del mar pero ni eso me devolvía la paz por siempre anhelada.

Esa mañana era tal una extensa plancha de acero, y yo estaba en su centro, aguardando que fuese la hora convenida para ir directamente al punto. El teléfono había sonado muy temprano, pero cuando descolgué un terco silencio me informó que nadie diría nada. Leve temblor recorrió mi cuerpo. ¿Nos habían descubierto?

El peso del revolver en mi mano era poco. Y su dimensión cabía perfectamente en la palma con mis dedos extendidos. Casi podría decir que tenía un ave prisionera de mis dedos. Poseer un arma otorga cierta sensación de poder. La capacidad de conceder vidas o cancelarlas.

Pero, ¿quién? ¿A quién uno elige finalmente para decidir sobre su vida?

Me volví a la ventana, y vi el humo de las chimeneas copando el pobre cielo de invierno. Algunos obreros recorrían al pie en dirección a la fábrica O. Sus rostros me eran conocidos, a pesar del poco tiempo transcurrido. Llevaba cerca de un mes en este apartamento, mas mis constantes paseos al borde del río Prod me proporcionaban buena visión panorámica del vecindario. De sus calles, rincones, costumbres y personajes.

La vieja Adelia, artrítica y viciosa del cigarro, instalaba a esta hora su puesto de bebidas calientes en la esquina de Url y Lian. El abuelo Arturo abría su kiosko, con la misma parsimonia de alguien que hace cola para cobrar una magra pensión y no tiene otro remedio que entablar pobres conversaciones con los vecinos. En buena cuenta, el barrio se desperezaba, y yo era mudo testigo tras mi ventana.

El teléfono volvió a sonar. Esperé aún a la cuarta timbrada. Presentí el diálogo.

—¿Hola?
—¿Tiene todo?
—Sí. Ahí nos vemos.
—Bien. Hace frío, ¿no?
—Sí, un poco. Así están los días.
—Adiós.
—Adiós.

Guardé el arma en mi abrigo, apagué la luz (en esas mañanas, es necesaria la luz eléctrica por lo cerrado del cielo), cerré la puerta con doble llave y bajé a paso normal las escaleras. Vivía en un cuarto piso, y la madera crujía un tanto con mis pisadas. Abrí la puerta de la calle en el rellano y salí directamente al aire frío. Tomé Lian y, al cabo de cinco calles, doblé por Zur, hasta bordear el río Prod. Una vez allí me detuve para contemplar unos segundos sus aguas semi heladas. Había una atmósfera fantasmal que me sentó bien: a los solitarios el paisaje sin artificios nos produce bienestar, es como si el entorno nos hiciese compañía y comprendiese.

En ese momento, volví a asegurarme de que llevaba el arma conmigo. Sentí nuevamente su textura al fondo del bolsillo. Pensé en la sangre, pero inmediatamente distraje el pensamiento. Lo peor cuando alguien va a morir es anticipar la escena. Así se paraliza todo. El temor a la muerte suele ser más fuerte que la razón y las convicciones.

Retomé la marcha pegado al curso del río. Era un camino con bancas y arbustos, diseñado para parejas o familias que suelen venir a pasar la tarde o los domingos. El sendero junto al Prod era una larga avenida con apenas algunas curvas, que nunca se alejaban tanto como para perder la visión del río.
Para suerte mía, en el trayecto (duró cerca de veinte minutos o más) no tropecé con nadie conocido. Odio las conversaciones rutinarias. Odio dar o recibir los buenos días. Prefiero mil veces el aislamiento, el silencio. Estoy convencido de que es fruto de mi carcelería durante el primer levantamiento.

Al pie de la bodega antigua, me espera Q. Fuma un cigarro y, además de un abrigo grueso, tiene una bufanda negra enrollada al cuello. Q tiene experiencia en estas acciones. Aún recuerdo la primera vez que lo vi: me alargó cordialmente la mano preguntándome si ya había asistido a otro congreso del Partido. Al saber que era mi primera vez, se interesó por mis ideas y por mis puntos de vista —críticos o dubitativos— en torno a la práctica o la teoría revolucionarias.

Ahora ya había transcurrido un año de eso, y era la tercera acción conjunta de la que participábamos.

—¿Todo bien? —le dije al llegar.
—Sí. Hace frío, ¿no? —contestó con su ancha sonrisa algo cubierta por la bufanda y el cuello levantado del abrigo—. Sígueme —continuó, guiándome de la espalda de la antigua bodega hacia la avenida de Ram que era en subida y al final de la cual quedaba un amplio parque para poder mirar la ciudad.

Mientras ascendíamos, Q me retransmitió las últimas nuevas de la organización, al mismo tiempo que reforzaba los pasos a seguir en el aniquilamiento de nuestro objetivo. De vez en vez, y sin abandonar su franca sonrisa, nos deteníamos a tomar un poco de aire y divisar el camino dejado atrás. Ambos sabíamos sin decirlo que también era para observar si nos seguían los pasos.

—Recuerde: dos disparos en la nuca, me pasa el arma y nos separamos en direcciones contrarias. Toma el tranvía azul y en una hora nos encontramos en el local.
—Entendido —contesté.

Continuamos la subida aún unos minutos. Mientras más nos acercábamos, intentaba aquietar mi ánimo pensando en algo distinto, pero mis esfuerzos no daban mucho resultado. Continuaba la mirada fija en los ladrillos del camino, en las puertas y ventanas cerradas de las pocas casas que pasábamos. De pronto, Q me indicó un rincón con la mirada. Había un rosal lleno de flores con variados colores. "Mire esa bandera", me dijo, sin detener el paso. Esa frase fue poética, y consiguió distenderme más que nada. En silencio agradecí a Q, mientras él proseguía la subida, las manos enfundadas en el abrigo. Nuestras respiraciones arrojaban vaho, y ahora también lo hacíamos por las bocas. Se me vino entonces a la memoria versos sueltos de un poeta del cual he olvidado su nombre. Eran versos sobre la batalla y la muerte, y al final un combatiente muerto volvía a la vida por el amor de todos los hombres. Era un poema hermoso que Hernán me había leído en esos días del levantamiento.

Al llegar a la casa, me hizo una señal con la cabeza para tomar posiciones. Al cabo de cinco minutos, o más (el tiempo ya había perdido sentido, y solo existía ese triángulo imaginario en el que estábamos, como parte dirimente, Q y yo), la gran puerta de madera se levantó y un hombre, de unos cincuenta años, algo calvo y obeso, asomó a la acera antes de encaminarse a su automóvil. Sabía perfectamente quién era, su historial como enemigo, como si nada ni nadie le fuesen nunca a pedir cuentas. Recordé de improviso el rostro de Hernán y de Beatriz, desfigurados entre los demás cadáveres, en el momento que Q me miraba fijamente y con rápido movimiento de cabeza me volvía al triángulo del presente, y yo alargando mis pasos, el sudor en el cuerpo, y la mano que extraía el revólver del bolsillo profundo de mi abrigo para sonar dos veces fulminantes esa fría mañana de acero, ver un cuerpo en sangre caer helado de miedo sobre la vereda y unos gritos lejanos en esa casa, recientes, corriendo unos metros en dirección contraria, Q que toma el revólver y me mira y me dice camina despacio por ahí y toma el tranvía, ahora pasa, nos vemos luego.

Llego a esa esquina, subo; las calles empiezan a quedar atrás. El descenso es más rápido. Sentado en el último vagón reparo en que estoy solo, que al fondo viene el boletero, y en el bolsillo contrario de mi abrigo palpo unas gastadas monedas que habrán de pagar este viaje, porque todo se paga en esta vida, todo cuesta, y es inútil quedarse mirando las heladas aguas del Prod o el océano, cuando en nuestra voz hay un ramo de voces, o cuando en el fondo acústico de nuestro pecho hay cien mil nombres, millones de nombres que se agitan como un bosque de huesos de pronto renacido.

Julio 2003

Notas:

Gráfico: El cancerbero en una acuarela del poeta William Blake.

Biobibliografía: César Ángeles L. (Talara, Piura, 1961) Hizo la licenciatura en Lingüística y Literatura por la Universidad Católica del Perú (Lima). Ha trabajado como docente y periodista. Ha publicado tres libros de poesía: El Sol a Rayas (Lima, 1989), A Rojo (Barcelona-Lima, 1996), y Sagrado Corazón (Lima,2006). También, un libro con dos ensayos breves sobre Rimbaud y Vallejo (Lima, 1998).

La descarnada alegorización en “Espectador Invisible”

Ricardo Musse

“A pesar de las inútiles probabilidades
y aunque sea bendecida por los dioses
y este sea el acto final el amor es un
/juego perdido”.
Amy Winehouse.


En “Hacia el final de mis días”, por la interlocutora y conmovida boca del hijo; la decrépita historia de un viejo es revelada, con amplia y denotativa brevedad alegórica, como inminente e inquietante: Viudo, con Marita –su infeliz hija- visitándolo sólo para que le dé plata (con lagrimones de caimán incluidos) y esa despiadada rutina que nos hará desembocar –no obstante y plenamente- hacia la muerte.

En el segundo cuento “es digno de elogio su atrevimiento para tratar un tema y una historia atípicamente piuranos, sin que uno pueda dejar de reconocer que el espacio en el que la historia transcurre es nuestra soleada Piura (aunque, irónicamente, en la historia ya no quede casi nada de ella). Ángel Hoyos logra ser osadamente original presentándonos una historia futurista, un relato que transcurre en marzo del año 2013. El cuento, por la profusión de imágenes apocalípticas, una ciudad -Piura- invadida inexorablemente por el hambriento desierto, en una trepidante tormenta de arena…, se pone mejor conforme uno avanza en su lectura. La capacidad de Ángel para adentrarnos en un espacio geográfico, en un clima, en una atmósfera ficticia que en ningún momento deja de ser creíble, lo que logra a base de una construcción acertada de paisajes y escenarios; el dominio de los diálogos y el sentido de la acción que nunca deja de discurrir…” (1).

Ese hedor insoportable que se va gestando (que emanándose se adhiere, de manera indeleble y penetrante, en nuestros apestosos corazones) representa la necrótica afectividad de la que estamos –pervertidamente- hechos; sin ninguna misericordiosa posibilidad para una redentora plenitud. Entonces todo -absolutamente todo- está destinado hacia la corrompida rutinización y hacia la irreversible pudrición del amor; puesto que esa desatada malevolencia nos reivindicará para habitar –de manera insalvable- dentro de los tortuosos abismos de la incertidumbre.

La guerra civil acontecida entre Sendero Luminoso y las Fuerzas del Orden es asaltada por la escritura objetivista de Ángel Hoyos: Martín Barrientos, destacado al Alto Huallaga, –quincenalmente con sus subalternos- frecuenta la cantina El Negrito. Entonces nos enteramos que el sargento es –como la inmensa mayoría de los soldados- un ser envilecido -hasta los tuétanos- por su adiestramiento castrense, vulgarizado por una perversa y maniquea visión de la realidad: Ese histórico desprecio hacia los Derechos Humanos que siempre han evidenciado las Instituciones Armadas del Perú.

En este cuento Ángel Hoyos rige, con insospechada maestría, la tensión dramática de los sucesos; suscita un develamiento contundente de la psiquis humana y –aspecto técnicamente portentoso- preventivamente, durante el dinámico curso argumental, esconde relevantes datos para situarnos dentro de una crispada puesta en escena, cuyo desenlace es sorpresivamente letal.

El sentido pleno del cuento “enjaulados” se decodifica –ahondándonos hacia sus connotativas entrañas- dentro de sus entretelones discursivos. Esas referencias ornitológicas que colman la atmósfera argumental tiñen nuestra alma de irredentos escalofríos, puesto que intuimos que alguna desgracia se nos vendrá (mientras sigamos leyendo) furiosamente encima. Ángel Hoyos construye sus historias con aconteceres extraordinariamente triviales, esclarecedoramente sustentadores de nuestra precaria existencia; engendrando una asfixiante estilística de la rutina que nos sobresalta –de manera insalvable- los abisales latidos, pues este mundo inmenso -perversamente diseñado- es esa gran jaula, hecha a nuestra medida.

Los inicios de los cuentos de Ángel Hoyos, no complicándose con revestimientos suntuosos, ni –mucho menos- con retorcimientos en la construcción textual; muestran (para nuestra expectante y coautora disposición) un enrarecimiento de referentes que impulsa, compulsivamente, a seguir discurriendo a fin de alcanzar el progresivo esclarecimiento de la temática. Entonces constatamos que una silente cabaña situada en el Valle del Colca se mimetiza, funestamente, con la vida de unos esposos; eclipsada ésta dentro de la insoportable vacuidad enunciativa, después de veinte años de compañía conyugal. Sin embargo, descubrimos –además- que sólo la ruindad impulsiva, la desgraciada indigencia afectiva, ese cielo indiferente a todo drama; solucionará, precariamente, las disfuncionales relaciones interpersonales.

“De viejos y plazas” está contado desde una penetrante perspectiva –dotado de ese recurrente tono malcriado y descarnado-, con un diestro encapsulamiento -en un mismo espacio discursivo- y entramados perfectamente e íntimamente adosados en una simultaneidad enunciativa, las voces autónomas de los personajes; así como la impiedad y la hilaridad verbal de la omnisciencia narrativa que goza –discursivamente- en enrostrarnos –cruelmente- la ingenua visión que se tiene de la senilidad como evolución existencial de sublime purificación e inmaculada sabiduría.

Claro que suele pasar que de pronto, dentro del subjetivo desciframiento que hacemos de la realidad, extrañas sensaciones nos van delirando (progresiva y misteriosamente) hacia una incuestionable certidumbre: Todavía en la insondable e infinita oscuridad algo roza –de modo escalofriante- nuestro atemorizado ser, aun después del imperfecto –y no tan liberador- despertar. Este cuento linda la perfectibilidad literaria porque–osadamente- se acomete un juego técnico extremadamente delicado y muy complejo –y, además, se hace instrumentando (patológico signo de un textual desdoblamiento) la perspectiva del Tú discursivo- como es el nivel de realidad.

En “Ojo en el cielo” queremos resaltar, ahora, el entretejido sapiencial de los diálogos: Precisos y minimalistas; frescamente estructurados, dotados de una coloquial y desenfadada sonoridad, como también su subyacente ontología discursiva de las contingencias. Y esas descripciones que parecieran que unas emotivas evanescencias les confirieran sus endotímicas textualidades. Sin lugar a dudas, Ángel Hoyos es un escritor pródigo en estrategias procedimentales, las que despliega –diestramente- según sus planes constructivos.


Unos amigos entrañables deciden remontar hacia la primera cima del cerro Vicús. Al mediodía, estos desprejuiciados y sarcásticos jovencitos, repulsivos de creencias supersticiosas, logran su –nada extraordinario- propósito. Empero, cuando ya se han encaminado hacia la otra sima, Arturo (increpando furiosamente a Tete) los abandona, perdiéndose de nuestra vista. A Tete (al que culpan por no recordar el derrotero de retorno), prendado de Sara (la manzana de la discordia, la que también se extravía misteriosamente), no le cae para nada Arturo. Añáz (el chulucanense de la collera) renegando de su cultura primigenia avala las referencias burlonas que hace Beto (atraído por Ana) del encantamiento. Pero maléficamente estos tres también desaparecen del espinoso escenario textual. Pareciera que todo esto es la discursiva vindicación de la atávica sabiduría de los espíritus ancestrales. Ángel Hoyos le saca la vuelta, de modo diversificado y sobresaliente, al tema costumbrista; abordándolo desde enriquecidos ángulos, engendrando –por lo tanto- un angustiante e infausto desenlace cuentístico.

El último cuento del libro constituye la despiadada radiografía (estructurado bajo la forma de montajes yuxtapuestos) del progresivo condicionamiento y domesticación por la que atraviesa –casi ineludiblemente- nuestra sensibilidad dentro de este implacable contexto de estereotipos mortalmente eficaces en nuestra resignada y alienada personalidad.

Los cuentos de “Espectador Invisible” (excepto el titulado “Frío” que contiene una estructuración extremadamente elemental, provisto –además- de descoordinaciones textuales) son la irremediable confirmación de la calidad escritural que pródiga la hornada “Magentiana” (cuyas voces más sobresalientes son -aparte de Ángel Hoyos- Josué Aguirre Alvarado, Eduardo Valdivia Sanz y Luis Gil Garcés), suscitándonos la certidumbre que el relevo generacional ya es una incontrovertible realidad (y el que quiera negarlo trasuntará una obnubilada disposición) dentro de la virtuosa tradición de nuestra evolutiva literatura piurana.


Sullana, 13 de octubre de 2 007.


(1) Lalupú Valladolid José Humberto. Reflexiones sobre I Selección Regional de Cuentos, Piura. En: El Blog de verduguillo de Josué Aguirre Alvarado. Piura, 2 006.

lunes, septiembre 10, 2007

Como expresión vital... Ese arte llamado poesía

Si consideramos a la poesía como un arte, es porque al igual que la pintura y la música, pero con la gran diferencia que utiliza recursos lingüísticos, es una manifestación de la actividad humana mediante la cual se expresa una visión personal y desinteresada que bien puede ser real o imaginativa. Ella es un medio incomparable para la comprensión intercultural.

Miguel Hernández Sandoval.

La palabra poesía procede de la voz griega poiesis y de la latina poésis, cuya equivalencia en castellano puede estimarse que es “creación, invención, ficción”. El diccionario de la Real Academia Española, en su acepción primera de su vigésima segunda edición, define la poesía como “manifestación de la belleza o del sentimiento estético por medio de la palabra en verso o en prosa”.La preocupación griega por fijar ideas sobre el mundo llevaría a considerarla “razón divina” (Sócrates), “entusiasmo” (Platón), “imitación de la naturaleza” (Aristóteles), conceptos que a su vez dieron origen a sucesivas políticas sin que ninguna de ellas sea totalmente exacta. Sobre tan diversas formulaciones queda establecido el hecho de que la poesía es “un arte de disponer las palabras de manera que en un espacio mínimo se obtenga la máxima intensidad de expresión” (Gran Enciclopedia Rial. Tomo XVII p.673).

En cuanto a su origen, resulta casi imposible hacer una determinación en el tiempo, pero es seguro que coincidió con las primeras manifestaciones artísticas de los seres humanos en forma de cantos tribales y folclóricos etc., cuyos vestigios se hallan en testimonios literarios de distintos pueblos y, a tal efecto, cabe recordar a Verdet: “la poesía es el mismísimo lenguaje primitivo”. Desde las antiguas Grecia y Roma el vocablo poesía (llamada también lírica, pues sus composiciones eran cantadas al son de la lira) se aplicaba para expresar lo subjetivo de la vida cotidiana. Hay quienes aceptan que después de ella apareció la épica para dar a conocer de manera objetiva, lo acontecido, y luego la dramática que vendría hacer una combinación de lo subjetivo con lo objetivo.

El poeta sevillano Gustavo Adolfo Bécquer en su rima XXI se preguntaba y respondía: -¿Qué es poesía?, dices, mientras elevas / en mi pupila tu pupila azul / ¿Qué es poesía? ¿y tú me lo preguntas? / Poesía eres tú. Y es que con la poesía el hombre y la mujer poeta pregunta y casi nadie le da una respuesta y cuando responde nadie le pregunta; ante esta situación se confronta consigo mismo, pues el mundo exterior lo atrae irresistiblemente fuera de sí. Dicho arte es como un espacio propicio para formar la sensibilidad que facilita el acercamiento a personas de diversas culturas. En la poesía se combinan tres elementos: sonido, ritmo y significado, con lo que se consigue la máxima intensidad de expresión en un mínimo espacio. Su método es indirecto y sugerente. Habla por paradojas, sugerencias e insinuaciones, y busca expresión mediante analogías metáforas y símbolos.

Para el consagrado novelista Mario Vargas Llosa -que en su juventud se soñó poeta y sólo renunció al comprender, con Jorge Luis Borges, que en poesía sólo vale la excelencia- “la poesía es el género que eleva el lenguaje a su máxima potencia expresiva porque tiene carácter de revelación y porque tiene la capacidad de reproducir belleza, estados de ánimo y los aspectos más desoladores y entrañables de la condición humana”. La poesía toma distancia y va más allá de cualquier realidad natural para condenar al poeta a la soledad y al silencio, pero con estos no corre peligro su existencia, todo lo contrario son necesarios para que el artista se ausculte sin sobresaltos y eche andar su máquina creadora. Con la poesía el vate vence sus propias angustias que lo asaltan a lo largo de su vida y sin rendirle cuentas a nadie llega a proyectarse con fuerza en la sociedad. De ahí que haya gente que admira a los grandes poetas, pues les parecen seres imbuidos en una cierta cualidad trascendente.

Desde hace siglos la poesía es un recurso de la belleza que ha aprendido a valerse por sí misma. Ella es un universo ordenado por la palabra en el que cualquier afirmación es verdadera y cualquier comunicación es información, porque no está para descubrir la verdad sino para hacerla más evidente y eterna, pues creación es eternidad. Escribir poesía no es un acto extraño sin embargo “con ella se alcanza una intensidad a través de las palabras que llega a expresar estados de conciencia que la prosa no alcanza jamás. Eso hace que se asocie a la magia porque la mejor poesía es una forma de espiritualidad que no pertenece a este mundo”, dice Vargas Llosa.

Hay poetas y poetas

Los de noches borrascosas, de depresiones y de insomnios que terminan en la desgracia. Hay los soñadores, es decir, los amorosos y aéreos que paran más en la Luna. Y hay los civiles y domésticos, esos a los que la poesía no les lleva la vida ni viven todo el tiempo en poeta, porque dejar de escribir no les quita el sueño. Quizá estos últimos disfruten más del arte de poetizar y desarrollen mejor su vocación ya que tienen los pies bien puestos en la Tierra, siendo concientes del cumplimiento de sus obligaciones como toda persona normal. Ciertamente y, como dijo Juan Ramón Jiménez “ser poeta es difícil; querer serlo, más difícil todavía; saber serlo dificilísimo”.

Ocurre a veces que con la poesía no se llega a comunicar algo, simplemente se escribe por un problema hermético de comunicación, prevaleciendo en el poema la forma y no el fondo. La poesía es una fuente de catarsis, cuando la vida se lleva al filo de un cuchillo, entonces el poeta se traslada animoso y decidido por las fuentes mínimas y máximas del lenguaje hacia lo más hondo de su ego y hacia lo exterior de alter ego para ser la voz de los desposeídos y excluidos. El poeta no intenta ni quiere demostrar algo; él interviene en la vida comunitaria y se empareja con las otras actividades públicas de los individuos, reclamando, por lo tanto, una consideración social.

Aquellos que se dedican a la poesía (hombres y mujeres) ven al mundo de modo distinto que sus contemporáneos. Además, la mayoría son bastante identificables dado que no tienen por ejemplo, la musculatura de un atleta, la fuerza de un camionero, la voz ramplona de un ingeniero o la audacia verbal que ostentan algunos abogados. Pero no todo el que escribe unos versos es poeta en todo el sentido de la palabra. Seguro lo es en potencia por ese artista que todos llevamos dentro acosado, muchas veces, por los sentimientos más sublimes y descabellados.

Con el transcurrir de los años los poetas se convierten en críticos duros de su propia obra reduciendo su producción, cosa que no sucede con los narradores. A diferencia de éstos aquellos son seres precoces para la poesía, empezando desde que tienen uso de razón y ya de adultos no pueden diferenciar el acto de haber aprendido a escribir y el acto de escribir poesía. El mismo Vargas Llosa admite que “en todo novelista hay un envidioso del poeta. Éste nace y es elegido por los dioses, no se hace, como aquél”. Pero si bien los poetas se inician a corta edad se van extinguiendo relativamente pronto. Y si no desaparecen, escriben cada vez menos. Los verdaderos vates hurgan dentro de sí mismos, para dar testimonio de lo que son, alcanzado una perfección estética imposible en otros géneros. La poesía siempre es un hervor en su sangre y no les cansa estar creando con el empleo del lenguaje. Tarea ardua de indesmallables artesanos de la palabra que suelen alejarse de lo banal y callar ante los mezquinos, ante aquellos infectados de incultura ante los que sólo conocen lo sucedido en lo ordinario, imposibilitados de imaginar lo increíble, condenados a la simpleza y a la rutina.

¿Para qué poetas?

Pero “¿Para qué poetas en tiempos de penuria?” –se preguntaba el filósofo alemán Martin Heidegger. Para que el mundo sea más humano, pues mientras exista vida en nuestro planeta alguien tendrá que poetizar partiendo de un hecho auténtico o inventando situaciones, para deleite de los otros, porque la poesía es una necesidad física y concreta como comer o dormir y una necesidad espiritual y racional como rezar o meditar. Antonio Cisneros reconocido vate nacional dice que “el poeta no inventa nada. El poeta habla de lo que todos saben, sienten y ven. Todas las palabras que usa están en el diccionario. Sólo que aquello que dice lo dice de una manera tal de modo que el lector, tocado por la revelación, pueda decir: Ah caramba, esto es lo que yo quería expresar pero no sabía cómo”.

Por su parte Rocío Silva-Santiesteban, poeta de la generación del 80 afirma que el poeta es el vigía que se da cuenta del témpano y puede gritar a tiempo para poder virar la nave. El problema del poeta, en estos tiempos, es que nadie le cree y la colisión, a pesar de los lamentos desgarrados que hacen feroces y apretados en la garganta, se vuelve inminente”.

Stéphane Mallarmé poeta francés decía que “no hay poemas terminados sino abandonados”. Pero abandonados en el tiempo. Este va de la mano con la poesía y a veces lo ha llegado a capturar para bien del arte. A través de los poemas (lo más noble que el ser humano puede ofrecer a los demás) “queda suspendido el tiempo o tenemos la sensación de que ha quedado suspendido. Esta cualidad que de vez en cuando tiene el poema podría señalarse como su mejor y mayor cualidad si no como la exclusiva”, escribió Emilio Adolfo Westphalen. Se sabe que un poema es un objeto hecho de palabras y dotado de determinada carga afectiva (de intensidad variable). Dada la diversa constitución de las personas es dudoso que las reacciones sean similares o aproximadas.

Un conjunto de poemas publicados nunca proporciona jugosos dividendos. Escribirlos es inevitable, y el poeta para su felicidad ha de perseverar, pues la poesía no es una profesión sino una actividad en la que uno nunca sabe si vale algo lo que hace. En una sociedad son los poetas quienes consiguen dar forma concreta a sus aspiraciones comunes y a sus sueños más íntimos. Por eso se dice que en ellos es donde se reconoce a una cultura. La poesía al igual que la pintura escultura, música y cine, es un arte y es un medio incomparable para la comprensión intercultural. Ella hace patente una actitud del hombre ante el mundo en el cual nos movemos. Por último y como dijo Baltazar Núñez de Arce, “la poesía, para ser grande y apreciada debe pensar y sentir reflejar las ideas y pasiones dolores y alegrías de la sociedad en que vive; no cantar como el pájaro en la selva, extraño a cuanto le rodea, y siempre lo mismo”.

jueves, septiembre 06, 2007

La lluvia terminó

José Lalupú

Existen dos tipos de historias que exigen dos maneras distintas de ser contadas: la primera es la del cuento como círculo. A lo largo del relato el autor nos va entregando una serie de pistas que sólo en la escena final se arman como un rompecabezas maravilloso. Julio Cortázar en “La noche boca arriba” nos plantea la historia de un hombre que intenta sin éxito despertar de una horrible pesadilla, para, en la escena final, revelarnos que no podrá despertar jamás porque lo que era realidad resulta ser sueño; y lo que era sueño termina por ser la terrible realidad: un cuchillo que cae sobre él. Esa última escena es el puñetazo final con el que el cuentista gana por nock out; La segunda es la del cuento como fotografía, como retazo de vida que no necesita argumento ni final sorpresivo para ser una gran historia. La descripción de ambientes, personajes, el encadenamiento de los diálogos son suficientes para crear una obra maestra. Antón Chejov, el maestro ruso, era un gran cultor de este tipo de historias, Ribeyro también.

Cosme Saavedra Apón (Sullana 1977) acaba de publicar “Ya no llovería para julio” una serie de seis relatos en los que apuesta por el cuento fotografía. Tal vez la mejor muestra de ello sea el relato que da título al libro, relato con el cual Cosme ganó el segundo puesto en el Concurso nacional de cuentos organizado por la librería Crisol el año 2002.

Cosme construye una apasionada historia de desamor entre Sigmund y Mariana y le pone como telón de fondo los aguaceros de 1983. Una historia que es pura dermis, puro desenfreno adolescente en una edad en la que, según el autor, “La palabra amor parecía un estorbo porque más importaba vivir...” Desde las primeras líneas Cosme nos planta, con una soltura digna de narrador experimentado, ante una historia cuya mayor virtud es precisamente esa fidelidad para retratar las sensaciones, de manera que los lectores no podemos sino recrearlas con un tufillo de ajena nostalgia: “Mariana dio un brinquito delante de mí (...) se aproximó tanto que ya tenía sus menudos pechos rozando levemente mi nariz; eran duros, virginales y olían a caramelos...”

Un narrador no puede convencer a sus lectores de que sus personajes están realmente vivos o existieron alguna vez, pero puede inventarnos esa ilusión, hacerla creíble mostrándonos sus tribulaciones y alegrías con fidelidad ( algo que Cosme logra limpiamente). Tarea difícil por lo demás, porque las sensaciones son inasibles, aun si se pretende atraparlas entre palabras (y ése, tal vez, sea el mayor acierto de Cosme Saavedra). Ese afán realista se vuelve entonces doble recreación: el autor concibe una historia que contará buscando las palabras exactas. Primero deberá creérsela él, para luego engañar a los lectores. El engaño será total si logra despertar en ellos los mismos sentimientos y sensaciones que él vive, y que, tal vez, irónicamente, nunca vivió en la realidad: “la piel empezaba a encogérseme (...) hasta que sus labios fueron perdiendo frigidez (los de Mariana) y se tornaron como dos mariposas ardientes que se soterraban y quebraban sus alas contra mi pecho y esa furia semiangelical fue despertando la mía, fue removiendo esos inmundos esqueletos de murciélagos y gatos que tenía represados y que fueron encarnándose en mi boca y en mis manos como ciegos...” Nótese el acertado uso de los símiles y las metáforas con los que, a lo largo de todo el libro, Cosme se nos presenta como un narrador que ha madurado y que sigue madurando en la búsqueda de la palabra exacta que nos devuelva frases nuevas, recién inventadas.

Mariana tiene 14 años, una niña - mujer (nínfula en palabras de Nabokov) que Cosme describe como la personificación del fruto prohibido, la tentación que despierta el Eros. Es el gran personaje del libro (Cosme nos encomienda la tarea de reconstruirla, al igual que a otros personajes entrañables del libro, a lo largo de varios relatos en los que aparece como una presencia nítida o como una sombra). “Hasta la palabrita Dios entre sus labios quedaba vibrando como cualquier suculencia, como decir patata o mermelada”.

El único relato en el que Cosme se despoja del realismo que recubre el libro es “La cueva del Egipan”. Se trata de un inquietante relato lleno de símbolos: un chivato se lamenta en la oscuridad de una cueva. Es el ser marginal en el que creemos ver una representación kafkiana de la soledad y la marginación humanas. El chivato, descrito a sí mismo como hijo de mujer casta y de chivato desgraciado, es una especie de ángel caído: “Abajo está el despojo (él), el único ser que escapó de los planes de perfección de las criaturas”. No sería gratuita la referencia a “La casa de Asterión” de Jorge Luis Borges porque el mismo Cosme menciona el laberinto comparándolo con la cueva en que vive el chivato jugando al otro yo: “... ensayo con mis cuernos, embestir a mi propio yo (...) He leído una historia similar a la mía, pero lo mío no es un laberinto, sino una grosera cueva”.

Aunque la calidad de los relatos pueda parecer irregular (Nos sorprende que no haya incluido en el volumen algunos relatos muy buenos que hemos leído en revistas y folletines: “Mariana, su cuerpo en otros cielos” o “El abrazo del monstruo”), Cosme ha construido un universo creíble en el que el amor es imposible (“esa palabra parecía un estorbo”). Nadie le puede regatear, tampoco, el hecho de haber recreado un retrato fiel de la vida misma en el que nada es seguro, ni siquiera la satisfacción del fuego adolescente. Todo está sujeto, como en nuestras vidas, al azar y las circunstancias. La felicidad es efímera, Mariana y Efraín lo saben, por eso la aprovechan mientras pueden, porque acabadas las lluvias ya no tendrán excusa para encontrarse en la casa de ella, a fingir que desaguan la azotea. Ya no llovería para julio, la lluvia se terminará, y compartimos con Sigmund – Cosme la futura nostalgia por Mariana.

jueves, agosto 16, 2007

Los ángeles del abismo: El vanguardismo en la región Piura

Jorge Castillo Fan

Si hay algo que nos permite trascender en el tiempo y en el espacio, como poetas, es el acto de atesorar la originalidad. Originalidad que es el efecto de la intuición, la sensibilidad y la experimentación. Y el vanguardismo se conceptualiza como una constante del espíritu que, en un proceso dialéctico en ascenso progresivo, va añadiendo nuevos plumajes a la poesía. Bajo este perfil, tal como dijera Joan Perucho: "La palabra crece a la medida del hombre". Y crece en la medida que el hombre, como ser sui géneris de la creación, siente las bases de un nuevo sistema acorde con sus sueños. Sueños que deben abandonar su naturaleza incorpórea para tangibilizarse en entes acariciables y eternos. Y es este principio uterino lo que nos seduce a engendrar nuevas propuestas que nos permitan ser partícipes de una generación vanguardista. Una generación que nada tiene que ver con la coetaneidad, sino con las propuestas estéticas innovadoras. De esta manera, Lelis Rebolledo Herrera, José Díaz Sánchez, Ricardo Musse Carrasco, Jorge Castillo Fan, entre otros subterráneos, rebeldes e inconformes; traspasan las fronteras para hurgar otros horizontes.

Pilares de fuego

(1) Lelis Rebolledo Herrera

Estamos seguros que Lelis es un poeta original. Su literatura se nutre de la cotidianeidad (incorporando vocablos de uso corriente entre la "masa ordinaria" -como diría Ortega y Gasset- y asimilando la terminología jerguística), de sus constantes buceos metafísicos y su alto voltaje intuitivo que le permiten engendrar figuras insólitas pero de una textura estética muy singular. Degustemos estos versos lelisianos donde, además de lo expuesto, se evidencia su alta sensibilidad:

"Entonces los perros viringos nos concederán una mirada….".
"El largo redoble de los peces en el viento…".
"Nosotros no podemos ser los cómplices en esta farsa montada por los asesinos del alba…".
"Porque te quiero linda como un cebiche con bastante ají…".
"Caminando de fresa y alfonso…".

(2) Ricardo Musse Carrasco

Es un espíritu rebelde, telúrico y desdeificante. Su postulado vanguardista consiste en hacer explosionar el lenguaje para, de dichos fragmentos, edificar su templo poético; engendrando neologismos y absorbiendo el vocabulario que revolotea en la atmósfera secular. Musse es un ávido explorador que ha rebautizado términos con el óleo poético incorporándolos a su vehículo expresivo:

"Despiojando de prostitutas el amor…".
"Yo gorjeo sin tú lo palpes delante de tus ojos panamsat…".
"Mis ojos desporan a la esacabrosa Giovanna…".
"La empresa estatal de tus aguadañados besos…"."
Holliwoodmente enguitarrado de ti…".

(3) Jorge Castillo Fan

Es tal vez el que más ha experimentado en el manejo del lenguaje (incorporando novedosos términos, la escala musical y donde matematiquiza la poesía). En la experimentación estructural ha creado la copulación vocabular, "eclipsa -sentencia Ricardo Musse- la significación por un momento, obligando a las palabras copularse para compartirse sentido semántico, esto es, solamente quitándole de su naturaleza configurativa una mínima porción significativa, se suscita el enriquecimiento semántico. La estructuración de los versos es la encarnación superlativa de los flujos y reflujos del espíritu vanguardista. En suma, esta estructuración vocabular es la metáfora pictórica del ímpetu de escalar nuevos horizontes poéticos":


"En
i
n
g
u
n
aurora
m
esos
i
l
e
n
c
i
o
suyos…".

"Lo soñado que se hace líquido en tus manos
y se abraza con el líquido triste de tus ojos
la distancia que se hace sólida en tu espalda
y abrasa el témpano de azufre de tu pecho
el adiós que es sólo el humo
de tu cuerpo con mi cuerpo y termina en rastro gaseoso de tu alma:
un perfecto espejo".

"Tu corazón herencia de la lluvia
o ese destino de los ojos imposibles
sabe de memoria este jardín de sueños
este rayo de silencio
y todo lo que no se apaga
más allá de la ceniza hiriendo nuestro espejo".

(4) José Díaz Sánchez (Jodsan)

Es un poeta solemne y filosófico. Su poesía grafica un mar apacible pero en cuyas profundidades se encrespan agitaciones bien definidas. Jodsan reduce su posición vanguardista en fusionar coherentemente la poesía con la filosofía (como Rilke o Gibran), pero dándole a su literatura un matiz social y tratando de experimentar en el trabajo estructural. Bebamos esta agua jodsianas:

"El lugar que uno elige para la muerte
crece en proporción inversa a tu sombra,
y traza un precipicio sin fondo
para los días venideros.
Ausculta en silencio el origen de tus pasos
Y se refleja casi siempre
por el lado opuesto de tus sueños
No tiene nombre,
o tal vez lo tiene,
y está oculto dentro del tuyo".

"Aquí yace la hora que nos hace más ausentes
El destierro que nos va frotando la sangre con el imán de las sublevaciones.
Porque es mejor la NADA que nos lleva al suicidio para amar el TODO
Que el TODO tejiendo los desgarros por algo que siempre nos será AJENO".

Estos poetas representan genuinamente toda una propuesta vanguardista que traspasará al próximo milenio.

Nota: fotografía y artículo tomado de Letras.S.5

"Los Ángeles del abismo": Contexto histórico

Ricardo Musse

Puesto que los artistas comparten el mismo cielo, pertenecer a una estirpe generacional nos condena a peregrinar en medio de la profunda podredumbre del mundo. Somos una estirpe sentenciada a la función de resucitar míticas utopías. A buscarse dentro de sí para reencontrarse con aquello intuido como esencial e infinito. Pues, no está enjaulado en la finitud de las apariencias el arte. Absolutamente todo se está autogestionando constantemente de nuevo. "Aquí donde la función recién empieza. Y no es como algunos mediocres lo dicen: No. La historia no ha terminado. Está en sus primeros capítulos…". Aún la humanidad no asciende a la cúspide existencial. Cómo llegar a ese estado orgiástico, si la felicidad es atajada por individuos que se revuelcan deliciosamente dentro del estiércol de sus miserias, violentando nuestros autónomos y testiculares sueños. Sueños que atesoran una cristiandad del ser. Porque a pesar del frío deshumanizante evangelizaremos una fluencia y una germinación redentora para la humanidad:

"Creo en los ascensos del alma a las raíces
Raíces supremas en tránsito de luz
Hacia el destino de una lágrima feliz en nuestro
/hallazgo
Cuando esa lluvia fecunda nuestros fondos
Sobre el revés de los témpanos oscuros
Seremos el latido bilingüe del río y la semilla
Invierno nos verá nacer
Sobre las hojas muertas de su pecho".

Enjuiciamos, por otra parte, importante que es imperativo fraguar una racionalidad perceptiva del mundo, procurando exterminar la natural disposición seglar de creer que unos predestinados -gratuitamente- ofertarán la felicidad. Pues, la humanidad edifica la creencia de ser visitada por figuras redentoras capaces de reinaugurar -aplicando sus fórmulas taumatúrgicas- un reino terrenal de la abundancia donde los hombres vivirán en paz entre ellos. Y esta racionalidad perceptiva del mundo se argumenta en la necesidad imperiosa de inmunizarnos contra el síndrome del milenarismo que obnubila y tuerce la conciencia colectiva, convirtiéndonos en estúpidos creyentes del Mesías Fujimori y de su escuadrón de discípulos, sumisos difusores de catecismos neoliberales que dictaminan que el país sólo progresará en la medida que se acepten, incondicionalmente, las recetas "humanitarias" del FMI. Es verdad: "El mundo vive una era de cobardía, oportunismo y entreguismo". Evidentemente que el año mil ha ejercido una honda fascinación sobre el espíritu humano.

Pasando a otro punto conflictivo diremos que la burocracia estatal del país tramita eficazmente un disciplinado y contagioso analfabetismo cultural. No cabe duda que aquélla es una de las responsables del descontento social actual y del surgimiento de movimientos subversivos en el Perú. Ya que su liturgia los convierte en pontífices de la rapiña, insensibles a la problemática nacional, auspiciando con su epidemiológica inconciencia un carnaval de deshumanización y alienación. Pera esto en Latinoamérica no nos debe maravillar: "América…(es un cuerpo social) con la cabeza en el "penthouse" y los pies en las villas miserias, los ranchos, las chabolas (y los asentamientos humanos)… con una sangre infestada, corriendo por las alcantarillas de las venas…" Y concretamente, el Perú es una sociedad donde nada funciona bien por mucho tiempo, un proceso que se repite tercamente y que además siempre acaba mal.

El Perú es un país donde expresar la verdad significa vivenciar el infierno de la represión, donde implacables verdugos no viven en paz si no torturan, sazonan, achicharran y fusilan clandestinamente a sus víctimas. El Perú es un país donde aproximadamente dos millones de peruanos no saben leer ni escribir, donde más del 58 % de la población infantil padece desnutrición, donde la debacle del agro afecta a más de siete millones de peruanos, donde las causas estructurales de la injusticia es denunciada por una manada de cadáveres. El Perú es un país cuyos gobernantes matarifes han despedazado su dignidad y soberanía nacional.

15 de abril de 1996.

Ángeles del abismo: Testimonio de una década

César Gutiérrez Alva

Este es un testimonio de parte que puede resultar subjetivo e impreciso, pero es eso: Un testimonio desde la óptica particular de alguien que fue parte de un proceso y tiene algo que decir como juicio de valor y balance puntual.

Los "Ángeles del abismo" cumplen con su presencia -en nuestra provincia y sólo en nuestra provincia- el requisito básico para ser considerados dentro de la generación de los años 90 en el ámbito de la creación artística.

En el contexto regional hay una continuidad en la tradición literaria de casi tres décadas, desde finales de los años 60 hasta la actualidad. El colectivo artístico "Ángeles del abismo", por lo tanto, se inscribe dentro de ese proceso aportando su particular forma de ver el mundo y su interés por construir un lenguaje o código artístico en consonancia con el tiempo y las circunstancias que le tocó vivir.

No sería objetivo hablar de los "Ángeles del abismo" sin hacer referencia a otros grupos o personas que, de alguna manera, hoy podemos considerar referentes o, en el mejor de los casos, compañeros de ruta. Porque si hablamos de proceso, hay que apelar a todas aquellas personas, hechos, eventos y estados anímicos que coincidieron o se suscitaron para dar origen a una determinada circunstancia artístico-cultural. Concibo que somos parte de un proceso en el cual está inmersa mucha más gente de la que habitualmente se cree. Sería miopía y egoísmo no valorar el aporte y aliento de otras influencias y motivaciones como: La narrativa de Víctor Borrero, la poesía de los años 80 de Lelis Rebolledo, Róger Santiváñez, la poesía de José María Gahona, el trabajo literario y el estímulo de Carmen Arrese, la compañía y complicidad de otros grupos literarios locales que irrumpieron en los años 90. No podemos hablar de nuestro grupo sin referirnos a todo lo que fueron las inquietudes artísticas de aquellos años. Hubo mucha inquietud creadora. José Díaz Sánchez hace bien al referirse a ese momento como una "eclosión de grupos y creadores", porque en realidad fue el surgimiento de muchos jóvenes con inquietudes literarias, pictóricas, políticas; algunos -como es lógico- ahora sólo recuerdan ese tiempo como de bellas inquietudes, pero otros, perseveran aún en su convicción y vocación artística. Y son precisamente estos últimos los que hacen posible este testimonio.

Uno de los eventos más bellos que me tocó vivenciar en Sullana fue la exposición de literatura que Carmen Arrese monto en el hall contiguo a la biblioteca de la Municipalidad de Sullana el verano de 1997. Fue bello porque habían dispuesto -en mesas y paneles verticales- libros, revistas, poemarios, plaquetas; toda una colección de poesía y narrativa actual. Para mí fue un hallazgo memorable ver tanta poesía junta y enterarme que existía gente interesada en difundir literatura. Allí encontré la plaqueta de poesía angelabísmica "El fósforo insomne" que se constituyó en la punta de la madeja que tiempo después me llevó a conocer a los poetas Ricardo Musse, Lelis Rebolledo y Justo Gómez, a los pintores Luis Ordinola, Martín Mamani, y Antonio Peralta, al narrador Elber Agurto, a José Díaz Sánchez ya lo había conocido en Trujillo algunos años antes.

Los miembros de la Estirpe generacional, como catalogó Ricardo Musse a nuestro grupo constituimos, en su momento, un grupo de artistas jóvenes vinculados por afinidades etáreas y amicales que sentimos la necesidad de articular un discurso, una propuesta, una actitud.

Martín Mamani formuló en una conversación de amigos que tuvo lugar algún día de finales del año 2 004 una pregunta que creo pertinente abordar aquí: "¿Existen aún los "Ángeles del abismo?" Pienso que ya no existe como agrupación, porque el impulso de aglutinación primigenio ya cumplió su ciclo, puesto que ha tenido lugar una suerte de desbande de varios de sus miembros. Pero para entender mejor este proceso de dispersión o extinción del grupo es necesario efectuar un ejercicio retrospectivo.

Hagamos memoria: La génesis del grupo se remonta al 14 de febrero del 95, día en que se presentó el fanzine o plaqueta de poesía "Ángeles del abismo" en un concierto de rock en Piura. Lelis Rebolledo, José Díaz Sánchez y Jorge Castillo Fan fueron los que publicaron en ese fanzine. En aquel año se impulsa una actividad artística muy intensa, se suscitan circunstancias que propician asumir actitudes irreverentes y contestatarias propias de la edad juvenil.

Para el año 1 998 el grupo estaba diseminado o desarticulado. Fue a raíz de la muerte del poeta Ricky Jesús Espinoza (abril del 98) que se inicia la segunda etapa vital del grupo. Una suerte de continuidad y clausura. En esta nueva etapa nos incorporamos Cosme Saavedra, Ramiro Rosas y yo; pero ya habían marcado irreversible distancia Jorge Castillo Fan y Martín Mamani.

Entonces, para completar la respuesta a la pregunta planteada por Martín Mamani , diré que ya no existimos como grupo porque desde el año 2 003, momento en que algunos nos convertimos en "Ángeles domésticos" (sarcástica definición de José Díaz) se registra una segunda y definitiva ruptura entre los miembros del grupo, una especie de distanciamiento cordial y paulatino deterioro del grupo como núcleo para el desarrollo de propuestas creativas. Es decir, que ya cumplió su ciclo y cualquier prolongación de su existencia no pasaría de ser meramente una construcción artificial.

Ricardo Musse o la "contundente resistencia contra la niebla"

Cosme Saavedra Apón

Inexplicablemente la poesía es el único saurio milenario que ha resistido a una posible extinción (es delirantemente conjeturable que aún existan animales prehistóricos involucionados en los corrales domésticos) y como única en su especie está destinada a ocupar un lugar especial, no exactamente en un museo interior sino, en la propia cotidianidad.

Como enfatiza Javier Arango, escritor colombiano, "hay cien modos de escribir bien, pero la sola manera de escribir mal es la de escribir como todos" y la preocupación, justamente, del poeta Ricardo Musse es la de escribir con un estilo muy propio. Hacer de la cotidianidad un manantial de reminiscencias en el cual las imágenes vayan fluyendo y en algunos recodos, se arremolinen y venzan la inexorabilidad del tiempo, en una batalla meramente subjetiva.

"Cinematografía de una adolescencia" poetiza no sólo la movilidad de los tiempos vividos junto a "la mar brava" de la ciudad dejada atrás por el poeta, sino, también esas estelas que inventa la embarcación ya desanclada y los fantasmales tripulantes de los cuales quedan sólo los nombres comunes, algunos propios o los extravagantes apelativos: "Abuela", "Lorena", "Rosita", "Carmen", "Martín", "Doña Tolola", "Chuli", "Mamá Alicia", "La Huguito", "La Pamela", "Papá pelón", "Celeste" o el de "Figurita".

"La contundente resistencia contra la niebla" de la que nos hace confidentes el poeta Ricardo Musse Carrasco no es acaso mirarnos a través de "empolvados espejos" y descubrir que "las furiosas pedradas son tan inútiles para reventar" esa imagen del sujeto que desembarca el navío de la pubertad y sólo le quedan unas obsoletas cartografías y sus adminículos ce marinero.

Es frecuente encontrar entramadas, en los versos musseanos, estas vestiduras de sus salobres peripecias por el Callao que, finalmente, patentan la resistencia emotiva a dejar por completo la adolescencia. Creo firmemente que bitácoras como: "Manoseándonos", "gramputeándonos", "trompearse" o "sacarse a patadas la mierda", son los implementos que han sobrevivido indemnemente al pavoroso naufragio del tiempo. Después el poeta tuvo que moverse en otro medio, en otro orden de cosas y sujetos que probablemente han llenado otros vacíos, pero no la garganta insospechada de donde brotan estos desenfadados poemas que dan la apariencia de un filme en el que algunas imágenes pasan rápidamente y otras se quedan arañando o desbordando la pantalla interna como los poemas dedicados a la abuela, a su encierro y "sus pesadas soledades".

El poeta evoca, además, los interrogantes que no pudo ni podría resolverle la adolescencia, "¿acaso nuestro temor a la oscuridad será para siempre?". Otra interrogante muy propia al descubrimiento psicofisiológico es metaforizada y resuelta en "el espumoso esperma que se vierte sobre aquellas islas/ que se encuentran muy distantes de las azules costas/ de la felicidad", ya no por el adolescente sino por el poeta reposado que recurre a los espejos a evocar y tomar posesión de sus renuentes y, en cierto modo, entrañables fantasmas.

En el poema XXVIII se percibe una limpieza y un desenfado para entretejer el despunte de un tema tan acariciado y poblado de un misterioso hálito matemático, "pero las corrientes de aire desplazan una coordenada oscura/ y recta/ porque la muerte sopla con una letal insipidez/ hundiéndonos", da la impresión que la muerte, para el poeta, no es precisamente el paso a la inercia absoluta sino a unos "… angostos y absorbentes dominios…", donde tal vez, en el futuro, esos viejos cadáveres sepultados en el pecho tengan algo que decir por nosotros y lo hagan en el momento preciso.

El último poema, de estos treinta, denota una melancolía existencial, que sólo atañe a las criaturas que tienen la sensibilidad de mirar a los cuatro ejes, desde el punto de origen a donde llegan infinitamente las reminiscencias y deben continuar fluyendo. El poeta lejos de ser un doloroso confidente de la notable incompatibilidad acerca de lo que buscan los miembros de la familia, audazmente poetizados, con lo que busca él, "ese otro y distinto horizonte", prefiere entonces iluminarlos, llevarlos consigo a cubierta porque los que quedan, finalmente, son los que sobrevivieron al naufragio y llevan un mástil viejo y un puerto atravesados en la memoria y unos cuantos caracoles que deben llegar a la ciudad de exilio alojados en los bolsillos secretos de los que nadie abandonaría al partir.

Las intensas caminatas o los fabulosos periplos en el navío "Ángeles del abismo" me han permitido conocer fidedignamente al Ricardo Musse poeta y compartir junto a José Díaz, César Gutiérrez, Luis Ordinola, Elber Agurto, Antonio Peralta y Lelis Rebolledo sus desvaríos cotidianos, sus excentricidades y, sobre todo, su compromiso leal para con la literatura. Por cuota de este iconoclasta, mordaz y, muy interiormente, sensible forjador de este poemario es que a partir del alumbramiento del mismo la poesía angelabísmika se despoja de genéricos y platónicos trajes para introducirse en un par de zapatos abarquillados y una camisa apolillada y visitar, como es de hacerlo, con el ritual menos ritual, al empolvado "corazón del mundo".

Sullana, junio de 2002.

viernes, agosto 10, 2007

Lelis Rebolledo: El monje solar de los Ángeles del Abismo


Ricardo Musse

El lenguaje de Lelis Rebolledo atesora la sabiduría de los siglos: La verdad vital. Su poesía busca las aberturas. De esta actitud nace su tendencia poética que él llama: Infrarrealismo neorromántico:

“Oquedad de la elegía maternal. Comunica tus recónditos detalles. Lanza tus mordiscos. Y hiere estas telarañas. Pues la caída será tu muerte. Y tu desgarramiento. O sino cierra este acuerdo con tu intimidad. Rompe todas las persianas. Y baja por las escaleras. No supliques a nadie. Ni muevas la cabeza. Has tardado mucho tiempo en venir. No te podrá salvar la quiromancia ni todos tus maleficios”.

Infrarrealismo: un disolverse en los sueños. Neorromántico: Un exaltarse en las eternas agonías.

Lelis hiperboliza su lenguaje poético. Desflora las virginidades semánticas del lenguaje. Su manera de expresar lo existente nos parece tan primigenio, tan recién nacido, que conmueve nuestras más remotas emociones y nuestras más endebles agitaciones pectorales:

“Eso te dio la posibilidad de meterte en el follaje. Pues ya habíamos conocido el antiguo recinto de los Minotauros. Las aguas de Estigia. Las sandalias de Medusa. Por ello viniste a esta cita. El arte fue un irremediable cataclismo de signos y mensajes intraducibles. Los que te empujaban hacia el fondo de estos recuerdos retorcidos por la angustia”.

Lelis “efectúa la traslación de un mundo concreto y objetivo hacia el universo de la creación, a través del uso de tropos y metáforas aparentemente ilógicas e intraducibles, pero que a la postre encierran (un mensaje altamente humanista)” (1).

Otra tendencia de Lelis Rebolledo es el neonativismo y su lenguaje étnico-regionalista, condimentado con terminologías jerguísticas:

“Has comparecido ante todos los tribunales.
Fuiste declarado culpable:
por usar sombrero / latear por las calles /
ponerte pulóver / pegar afiches / ponerte
chaqueta roja / escribir poesía / y usar zapatillas.
Han utilizado contra ti todos sus impuros
métodos de persuasión,
pero no pudieron sacarte nada
ni han podido allanar tu corazón.
Al concluir el otoño te han encerrado
en una isla
donde sigues siendo el Robinson inmarchitable
Ke respira su propia xoledad.

Esta tendencia –el neonativismo étnico norteño- encarna la persistencia en la historia de los rasgos de los grupos culturales autóctonos propios del departamento de Piura. No olvidemos que la conciencia del indio, su problemática y su solucionática ha sido –y sigue siendo- el aporte más significativo de la intelectualidad peruana del siglo XX.

Lelis poetiza –nutriéndose de textos historiográficos- ese inmenso depósito de mitos, leyendas y tradiciones: El pasado Chusís, las culturas Illescas, Vicús y el universo Tallán; pero con una contemporaneidad técnica, utilizando una estructuración textual de vórtice: Lo ancestral –derivación técnica de la ficcionalización de la historia- se transporta hacia la realidad cotidiana de estos tiempos:

“Fundador del desierto y de la inocencia de las aves
tú conoces el retorno y la llegada de nuestros ancestros
el apareamiento de las culturas que nos procuraron el tesoro
y la sabiduría del lagarto de oro
pues tu talismán lo cediste de generación en generación
sacerdote guerrero aquí están tus ñaños hechos de yupisín
y plátano frito”.

Lelis Rebolledo –por otra parte-, su poesía, trasluce un enmarañamiento de imágenes de onírica construcción, unida a una actitud escéptica y vociferante cuyo único mandamiento pareciera ser: “Somos mierda” y cuya profética Buena Nueva es: “No hay solución”. Poesía rebelde, juvenil, de radicalidad rítmica: Neosurrealismo punk:

“Noches de las flores negras y de las admoniciones
Aki no hay atmósferas densas y monótonas
Un cuerpo es un bello homenaje a la desilusión
Pues tus vibraciones no vienen del diapasón de las ondas gamma
La muerte sólo te ha de jurar tu última voluntad porque estas sombras
agoreras han asaltado tus toboganes
Y hoy estos oblongos personajes son la maldición de las florestas
De esto que forma parte de tu poco o mucho amor
De esto que siempre será el día siguiente y el ayer
De esto que se muele con tus dientes y tus acertijos
Como si alguien te diera el pésame o te congratulara
Todo es igual y de repente se te cae una lágrima y al resbalar tu tristeza
incubada en tus ojos
Te sientes que has perdido tu sombra y tus partituras
Y que ya no hay nada que pueda humedecer tus labios
Pues tu cautiverio es una larga línea trazada por el olvido
Por esta injuria que va sellada y refrendada por los cíclopes
Por esta calle que dejó de ser para ti la emoción dark
Como estos relojes de arena reventados por las cuerdas de tu guitarra
Pues mañana incinerarán tus vísceras en la torre de los alucinados”.

Lelis Rebolledo (con su reconstruir raigal y poéticamente oriundo) seguirá poblando sus propios espejismos y aventando frenéticamente sus versos como azules paradojas del tiempo, el espacio y la existencia misma:

“Fiel a los mandamientos de las semillas y de los óvulos
almirabados / a tus descendientes y a tus progenitores de barro/ al virtuosismo
de tus aves y de tus curacazgos / porque ya hemos encontrado nuestro propio
paraíso en la herencia de tus ojos y de tus cabellos/ en el brindis de la chicha
que se invita con el linaje y el séquito de las soñas / para verte marchar en el
vértice del amanecer con las primeras luces del corazón”.


(1) Castillo Fan, Jorge. Lelis Rebolledo y la neocromía epidérmica de la

poiesis, pág. 3. Sullana 1 995.
Nota: "Agua", revista literaria que dirigió Lelis Rebolledo; tomado de Terra ígnea.

Reflexiones al pie de todo

Henry Córdova

César Vallejo, el gran bardo universal, escribió en una parte de sus “Poemas Humanos” la siguiente reflexión: “De veras, cuando pienso/ en lo que es la vida, / no puedo evitar de decírselo a Georgette, / a fin de comer algo agradable y salir, / por la tarde, comprar un buen periódico, / guardar un día para cuando no haya, / una noche también para cuando haya / (Así se dice en el Perú-me excuso), / del mismo modo, sufro con gran cuidado, / a fin de no gritar o de llorar, ya que los ojos / poseen, independientemente, de uno, sus pobrezas, / quiero decir, su oficio, algo / que resbala del alma y cae al alma.”

Ahora cuando yo pienso en lo que es la vida no puedo evitar de decírselo a ustedes que uno puede vivir más de lo que el reloj de la vida de cada uno puede registrar, pues realmente vivimos más de vida que de años, uno suele escuchar: aquél es menor dos años que su hermano, sin embargo otro diría aquél es mayor dos vidas más que su hermano –aún siendo menor de años- a fin de cuentas diría el tiempo es apenas simplemente una unidad de medida arbitraria y concreta; la vida sin embargo no tiene unidad de medida exacta, uno puede empezar a vivir después de muchos años. De aquí surge una diferencia entre acumular años y acumular vida, ciertamente acumular años lo hace a uno viejo, lo envejece, acumular vida rejuvenece, de ahí que en realidad no se nos pasa la vida sino los años; la vida que acumulamos en verdad no se va sino que se queda con nosotros.

Yo ahora tengo, dicen algunos al menos, 21 giros de reloj; que joven debo decir y más joven aun porque he vivido mucho y he visto muchas cosas, más joven aun porque he viajado mucho y conozco el mar y las montañas, más joven aun porque ame a todas las mujeres y eso fue porque todas llevaban tu nombre de mujer universal, y aun te amo, más joven aun porque el tiempo dio 20 vueltas más una por mi patio y yo no quise mirarle el rostro y las arrugas maquilladas así es que pasó de largo. Si me preguntan digo por aquí no ha pasado, soy tan pequeñito precisamente porque he vivido más…

Donde estás pregunto y no respondes, acaso estás desnudando tu cuerpo o estás desnudando tus vestidos, realmente no sé cual es la diferencia, o mejor dicho la sé pero no quiero decírtelo ahora porque prefiero ver desnudo tu cuerpo de vestido y desnudo tu vestido de cuerpo, realmente soy feliz en esa fiesta donde estamos desnudos todos y estás tú sin tu ropita pero no está tu desnudez. Donde estás pregunto y no respondes, acaso estás amándome en secreto o quizás guardando en secreto tu amor por otro así como yo guardo en secreto el nombre de la mujer que amo y mientras tanto estoy amándote en secreto. Sea como fuere te amo, no te sientas mal por lo demás, después de todo Dios ama a todas las mujeres de la tierra y si como dicen estamos hechos a su imagen y semejanza me asemejo a él en este punto; realmente no aspiro a tanto. Igual sigo esperando tu cuerpo desnudo y guardando también tu vestido desnudo.

Más tarde me preguntan: oiga usted, manifieste por favor ¿que halló en sus lecturas? –y en verdad nunca respondo, no debería- porque lo que hallé en las lecturas, en los libros que son inmensos cuerpos, grandes seres humanos inmóviles…por cierto, hago una pausa…que los libros se parecen a mí, y no lo digo porque yo sea un ser humano: mi agnosticismo pone en duda incluso que lo sea; pero se parecen a mí en ese grito callado que nadie quiere oír, excepto tú, árbol que no terminas de ser hombre. A veces mi grito es la lectura prolongada, a veces el libro es mi humano encarcelado. Abrid el libro! Para que el mundo termine de una vez! El libro es una revolución de páginas dormidas que en manos de los hombres puede ser muy peligroso. ¿Qué hallé en mis lecturas? Pero si no he leído nada. He vivido en los libros más que leerlos; me oculté en sus páginas de piedra para esconderme del mundo, de ellos y en especial de ellas… Ah, el refugio de una página guarda un abrazo enorme, un calor que sólo puede ser humano, de ahí su humanidad; y sin embargo es triste, cuando le pregunto al libro de su vida me cuenta historias tristes, su nacimiento fue una guerra siglar, una cruzada no por Dios ni Tierra Santa, sino con Dios y contra él; me dice: cada una de mis páginas es un guerrero muerto, es un humano que llora su desgracia, quizás por eso es negra la tinta: el incansable luto que lleva el libro siglo tras siglo. Lo que hallé en los libros fue dolor y amé el dolor porque el dolor libera; hallé también tus ojos amor mío y amé el placer porque el placer cautiva y acaso esos sean los dos destinos del hombre.

En mis lecturas hallé a Dios que lloraba niño porque estaba encerrado y lloré con él sin lágrimas, le vi indefenso y acaso esa sea su grandeza; le vi, lloré amargamente porque le vi y no le creí, no le creo pero en verdad como le amo en mi duda. Eso es lo que hallaréis en la lectura: la duda; es decir el humano. Usted hará el resto.

La vida, ella –ellas: todas y ninguna- y las lecturas; qué extraña unión de cielos y de infiernos: Dios y el otro de la mano, abrazados siendo uno. Un dolor de cabeza de ambos parió mi razón y el desconcierto.La vida, ella –ellas: todas y ninguna- y las lecturas; qué extraña unión de cielos y de infiernos: Dios y el otro de la mano, abrazados siendo uno. Un dolor de cabeza de ambos parió mi razón y el desconcierto.

jueves, agosto 02, 2007

Unos cuantos cuentos de Julio Carmona

Roberto Reyes Tarazona

“La guitarra”, el primer texto de Unos cuantos cuentos, colección que nos ofrece Julio Carmona, anticipa la condición narrativa de la mayoría de los otros relatos, a pesar de la disímil composición de éstos, así como sus diversas técnicas, personajes y ambientes.

En “La guitarra”, desde las primeras líneas, resalta el tono coloquial, que en este cuento asume un rescate directo de la oralidad, condición que se hallará presente, de una u otra manera, en todo el libro. El narrador es aquí un viejo hombre de pueblo que evoca una historia a partir de una guitarra aparentemente abandonada, solicitada por un joven. Mediante este recurso, el narrador se va adentrando en el pasado y, por lo tanto, en otra forma de pensar y de actuar. A medida que se avanza en el relato, se va revelando la condición del narrador, un viejo poblano, que en su juventud fue “gallero y buen bebedor de chicha” además de gran tocador de vihuela; y así, poco a poco el lector es trasladado al mundo de los bandoleros norteños, en donde al final se agrega el componente que acompaña a “el juego, el guitarreo y el galantear”: la violencia, que actúa como desencadenante de la historia. De bandoleros es también “Cavar un hoyo o ‘La cruz de los Juárez’”, cuento (que tiene como referente histórico, un lugar de Ferreñafe, en el Departamento de Lambayeque) cuyo final es igualmente dramático. Por otra parte, este interés por el pasado regional, se advierte en el último cuento del libro -y también de su producción- titulado “El secreto espejo del primer amor”. Esta vez, la historia se remonta a la época de la esclavitud, en una hacienda de la costa norte, donde se desenvuelven varios conflictos propios de la época.

En “La guitarra”, como en “Cavar un hoyo o ‘La cruz de los Juárez’”, la historia no discurre por el usual cauce de los relatos regionales, pues el soporte estructural descansa en una filosofía de vida –que da soporte al libro y se irá evidenciando sutilmente en la medida que se sucedan los cuentos. En el primero de los mencionados, cuando el narrador-personaje está empeñado en explicar a su interlocutor, a través de términos locales y refranes su punto de vista, ratifica su posición afirmando: “cuando la vida te llama a descanso muere el tiempo y muere el viento”. Y a continuación, refiriéndose a la guitarra, dice que “Ella es como la constancia que la memoria precisa cuando de sacar cuentas se trata”. Lo cual, en conjunto, expande la riqueza del lenguaje.Pero este contrapunto entre el saber popular y las ideas sutiles y hasta poéticas no es el único recurso narrativo de Carmona, quien también se vale del montaje de dos planos temporales diferentes que convergen en un final efectista, como por ejemplo en “Por las buenas” y en “Servicio de turno”. También emplea el monólogo interior de manera efectiva en “Ahora que sí puedo decirle todo esto”.

No estamos, pues, ante un narrador ingenuo que intenta recrear de manera naturalista las historias escuchadas en su localidad, o imaginadas por influencia del ambiente. Y si bien en la mayoría de los cuentos se advierte el uso de localismos –sin abusar de ellos–, y un predominio de historias regionales, todos los cuentos revelan un tratamiento literario consistente y efectivo. En otras palabras, Carmona conoce y domina el oficio de narrador y conduce sus relatos siguiendo los cánones establecidos por la poética del cuento.

De esta manera, va desgranando historias en las que se van apuntalando rasgos que configuran su mundo narrativo. Uno de ellos es la opción por el diseño de personajes de extracción popular, como en los cuentos ya mencionados. En todos los casos -incluyendo los cuentos de tema urbano: como “Cambio de posta”, “El retorno” y “Castración”-, la presencia de lo popular se revela de distintas maneras. En “La alegría por los suelos”, el punto de vista narrativo parte de una colectividad, como que podemos leer: “Nosotros le damos la espalda a la iglesia y también al sol”…; o si no, se desarrolla el enfrentamiento de los débiles contra los poderosos. Así, en “Por las buenas”, un conflicto laboral enfrenta al patrón con los obreros; en “Ahora que sí puedo decirle todo esto”, se expone el abuso de la gente del gobierno sobre un humilde padre de familia; en “Calibán”, se abordan la soledad y el desamparo en el contexto de las relaciones patrón-peón de hacienda.

Otro rasgo importante en la narrativa de Carmona es el humor, que lo consigue mediante la descripción, como en el extenso primer párrafo de “De entierros y desentierros”, pasando por el humor de situaciones, como en “La alegría por los suelos”, e incluso el humor negro, recurso que utiliza para atenuar el peligro de caer en la truculencia, en el final de “Por las buenas”.Además, Carmona, como buen poeta -pues él ha hecho su ingreso a la literatura por la puerta de la poesía- incursiona en el tema del amor, tema difícil si los hay, en la narrativa. “Servicio de turno” corresponde a la secular historia de un triángulo amoroso, que desarrolla de manera irreprochable, sin caer en un final previsible, gracias sobre todo a su adecuado manejo de la trama y de los planos temporales.

Por todas estas razones, que tienen que ver con el adecuado manejo del lenguaje, de las técnicas narrativas, con sustento en un punto de vista coherente con sus ideas y convicciones personales; así como por la riqueza y fuerza del tratamiento de sus textos, y por aquellas razones que no se pueden explicar analíticamente, por corresponder al simple placer que produce seguir una historia bien contada, Unos cuantos cuentos, de Julio Carmona, es un libro que puede colmar las expectativas de todo lector amante de la literatura
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viernes, julio 20, 2007

La poética de Javier Heraud

Julio Carmona

En la actualidad, Javier Heraud (1942-1963) tendría 65 años. Murió a los 21, “entre pájaros y árboles”, como lo intuyó en la “Elegía” de “Yo no me río de la muerte”. Y no se trata de plantear ucronías, pero uno se pregunta: Si hubiera seguido vivo ¿habría madurado más su poesía? Y, desde la lógica, es una pregunta impropia. No obstante, sirve para verificar un hecho incontrastable: que ya su poesía había logrado esa madurez, propia de los elegidos por la vida y los marcados por la muerte: “(…) Ya lo dije, nunca/ suelo reír de la muerte,/ pero sí conozco su blanco/ rostro, su tétrica vestimenta” (Ibid.) Nótese que en el encabalgamiento del tercer verso (“pero sí conozco su blanco”) queda la impresión de que se hace referencia al objetivo del francotirador: ‘el poeta se sabe blanco de la muerte’, como que está marcado por ella.

Pero -también, ‘ya lo dije’-: elegido de la vida, Javier Heraud se expresó a favor de ésta (increpándole a la poesía): “sucede que te vuelves excluyente/ y ya no puedo poseer a la noche ni a la luna,/ ya no puedo poseer a los ríos ni a los mares/ como a la poesía de niño:/ acariciándolos y dejándolos partir”. He ahí la vida y la muerte: conjugadas en un solo ser que sólo la poesía bifurcaba, que sólo la poesía escindía, y que sólo por la poesía atestiguaba.

Javier Heraud, en el Perú de los años sesenta del siglo pasado, inauguró una forma de escribir poesía, sincopada, con versos breves, formados a veces con sólo una conjunción (“y” / “o”): “sólo/ mi soledad/ y/ su/ silencio” (Poema “Solo”, del libro El río); o si no: “Levantarme,/ sentarme,/ recostarme en/ las vertientes/ o/ las orillas/ de los mares…” (Poema “El deseo”, del libro El viaje). Pero también hizo algo más: reivindicó las “poéticas”, es decir, aquellos poemas que convierten a la poesía en tema de sí misma. Ejercicio que había caído en desuso. Él lo revitalizó. Y lo hizo no sólo en textos titulados, ex profeso, así: “poética” o “arte poética”, sino además en otros en que trata diversos temas, como es el caso de la parte II del “Poema para Antonio Machado” (poeta que, dígase de paso, Javier Heraud revaloró para los poetas jóvenes de los sesenta), ahí dice: “… me despido de los sueños y las muertes/ y de un solo tajo acabo para siempre/ con esta poesía. / ¡Ah poesía de la flor y la palabra,/ poesía del viento y de las mieses!”

Sea ésta una oportunidad propicia para analizar uno de los dos poemas titulados “arte poética” de Javier Heraud. Aquél que empieza así: “En verdad, en verdad hablando,/ la poesía es un trabajo difícil”. Y antes de entrar de lleno en el análisis propuesto, vamos a transcribir el poema completo para un mejor disfrute del lector:

ARTE POÉTICA

En verdad, en verdad hablando,
la poesía es un trabajo difícil
que se pierde o se gana
al compás de los años otoñales.


(Cuando uno es joven
y las flores que caen no se recogen
uno escribe y escribe entre las noches,
y a veces se llenan cientos y cientos
de cuartillas inservibles.
Uno puede alardear y decir
“y escribo y no corrijo,
los poemas salen de mi mano
como la primavera que derrumbaron
los viejos cipreses de mi calle”)
Pero conforme pasa el tiempo
y los años se filtran entre las sienes,
la poesía se va haciendo
trabajo de alfarero,
arcilla que se cuece entre las manos,
arcilla que moldean fuegos rápidos.
Y la poesía es
un relámpago maravilloso,
una lluvia de palabras silenciosas,
un bosque de latidos y esperanzas,
el canto de los pueblos oprimidos,
el nuevo canto de los pueblos liberados.

Y la poesía es entonces,
el amor, la muerte,
la redención del hombre.

Evidentemente, en la propuesta de los dos primeros versos: “En verdad, en verdad hablando,/ la poesía es un trabajo difícil”, se percibe un parentesco con esta otra de César Vallejo: “Quiero decir muchísimo y me atollo”. La verdad y la realidad (que están tan integradas en la vida) animan a ambas concepciones de la poesía, y la dificultad de su realización las hace más solidarias. Pero ambas -y es lo decisivo- con sus respectivas requisitorias, se acercan -y/o alimentan- a la poética del realismo. Hagamos, antes de continuar con el análisis del poema de Javier Heraud, una breve aclaración sobre este tópico del realismo.

Creemos que la teoría literaria -en su desarrollo, desde las épocas más remotas - se encuentra dividida en dos grandes tendencias : la realista y la formalista. No siempre se han denominado así (en la historia literaria se han dado como: renacimiento/barroco; clasicismo/romanticismo; puro/social, etc.). Pero siempre se han planteado como concepciones antagónicas en la teoría y en la práctica. Es en las tres últimas décadas del siglo XX que las expresiones sintetizadoras de esa contradicción serán las de ‘realismo’ y ‘formalismo’ (aunque a la primera mejor le viene la denominación de nuevo realismo para no confundirla con la ‘escuela realista’ del siglo XIX ).

A ambas tendencias -realista y formalista- las podemos definir por su relación con la realidad. La primera se caracteriza por su “acercamiento a”, y la otra por su “alejamiento de”: la realidad. Y para ilustrar mejor sus puntos de vista podemos recurrir a la parábola de Emmanuel Kant referida a una paloma que creía que su vuelo era imperfecto debido a la resistencia del aire; ella creía que de no existir el aire, podría volar mejor.

Algo similar ocurre con los formalistas que reniegan de la realidad y rechazan la presencia del referente real en sus obras. Éstas deben parecer sacadas de la nada o sólo de la imaginación. Mientras que los realistas -contrariamente a “la paloma kantiana”- saben que los productos de su imaginación sólo pueden tener un punto de partida: la realidad. Por eso, reconocen su deuda con ella; no se enajenan de ella. Lo que no implica una sumisión servil, sino un reconocimiento de su ligazón con lo real, a partir de la cual pueden dar rienda suelta a la fantasía y a la imaginación.

Y, volviendo al poema de Javier Heraud, él nos dice que es tal la dificultad del trabajo poético “que se pierde o se gana/ al compás de los años otoñales”. Desde luego, ese “perder o ganar” no tiene ninguna carga pragmatista (menos crematística). Es la pérdida o la ganancia del producto poético, de la bondad o la deficiencia de ese trabajo que sólo los años van decantando. Tal vez esa haya querido ser una negación de la creencia romántica según la cual “el poeta nace y no se hace”. Sin embargo -como decía Rubén Darío: “¿Quién que es no es romántico?”- es verdad: ‘el poeta nace, pero también se hace’. Y es ésta una idea que va a ser sustentada en los versos siguientes: “(Cuando uno es joven/ y las flores que caen no se recogen/ uno escribe y escribe entre las noches,/ y a veces se llenan cientos y cientos/ de cuartillas inservibles. Uno puede alardear y decir/ ‘Yo escribo y no corrijo,/ los poemas salen de mi mano/ como la primavera que derrumbaron/ los viejos cipreses de mi calle’)”. Y hagamos la siguiente observación: no es gratuito -ni, mucho menos, descuido- que el fragmento citado se encuentre encerrado entre paréntesis. Es, precisamente, la opción romántica aludida del “poeta que nace”, y que se vuelve provisoria o que se deja en suspenso, porque la otra opción, la realista: que “el poeta se hace”, no debe descuidarse, y que Heraud está poniendo de relieve para dar sustento -ya lo decíamos- a su concepción realista, que es la siguiente: “Pero conforme pasa el tiempo/ y los años se filtran entre las sienes/ la poesía se va haciendo/ trabajo de alfarero,/ arcilla que se cuece entre las manos,/ arcilla que moldean fuegos rápidos.” Digamos primero que entre los dos primeros versos de este fragmento y los dos, ya citados, del comienzo del poema: “(… que se pierde o se gana/ a través de los años otoñales”) vemos “a las canas” y “al otoño”, estableciendo una correspondencia -a la distancia- entre ambas ideas poéticas. Pero también se nos dice que en la madurez poética no sólo hay dedicación y trabajo, sino además modestia. No es trabajo de intelectual. Es “trabajo de alfarero”. El intelectual trabaja con abstracciones. El alfarero trabaja con realidades. Con realidades al alcance de la mano, y que sólo pueden ser asumidas con el fuego del amor (“Con amor sí” -para decirlo con un verso de Fernández Retamar- porque es probable que sea lo único verdadero”).

“Y la poesía es”/ (continúa Javier Heraud) “un relámpago maravilloso,/ una lluvia de palabras silenciosas,/ un bosque de latidos y esperanzas/, el canto de los pueblos oprimidos,/ el nuevo canto de los pueblos liberados”. Y una vez más se expresa la actitud realista de nuestro poeta: la poesía es el canto del pueblo -afirma-; pero también es lo inefable: “relámpago maravilloso”, “lluvia de palabras silenciosas” del “poeta que nace”. Y he ahí el punto clave de la ecuanimidad realista. No se trata de desdeñar los aportes y valores que la tendencia formalista busca acaparar; pero no hacer como ésta: tratar con desdén a los elementos cruciales de la realidad que tan bien vivifican en las manos del pueblo. Y podemos citar también aquí a Juan Benet, quien dice que: “En literatura el tema en sí puede ser poca cosa en comparación con la importancia que cobra su tratamiento.” Pero no debemos olvidar que, como acota el mismo Benet (coincidiendo con Heraud y con el realismo): El tema “es el barro del alfarero”. En un mismo modelo de dos vajillas realizadas por distintos alfareros, se verá que son diferentes por las pericias técnicas de cada uno, pero en ninguna de ellas se habrá podido prescindir del barro.

“La poesía es el campo de quienes luchan por la liberación del hombre”, decía otro grande de la poesía realista: Paul Eluard. Y Javier Heraud, dentro de esa tradición, dice: “Y la poesía es entonces,/ el amor, la muerte,/ la redención del hombre.” He ahí el elemento relevado antes: el amor, que es sinónimo de vida, pues hace pareja con la muerte. Y todo ello: la poesía, el amor, la muerte (grandes dimensiones del hacer humano) no pueden tener otro objetivo que la “redención del hombre”, que no es sólo liberación social y política, que es también su propia liberación humana, para triunfar sobre la naturaleza y hacerla suya, amándola, liberándola a ella misma de sus males. El triunfo total del hombre será su propia felicidad, que sólo se logrará construyendo el reino de la libertad y sabiendo que éste es opuesto al reino de la necesidad.

La vida y la muerte de Javier Heraud son fiel testimonio de ese objetivo. Alguien -con malévolo sofisma- ha sugerido que cuando se valora la poesía de los “poetas héroes” pesa más el heroísmo que la misma poesía. En este caso hay que contrariar ese infundio. A Javier Heraud -como a todo cabal poeta- se le puede atribuir la expresión nerudiana: “Para nacer he nacido”. Porque poetas como él no mueren. Nacen y renacen, como la luz del sol.

jueves, julio 19, 2007

La locura centrada de Ángeles

Julio Carmona

"Importa oler a loco..." (César Vallejo).

"y este loco calato / abre sus alas de lata" (César Ángeles).

"Los locos no son poetas, / Pero el poeta sí es loco." (Julio Carmona).


A rojo es el título del poemario de César Ángeles[1] que, tardíamente, vengo a conocer gracias a su autor -de paso por esta calurosa epidermis piurana.

A rojo es un título que toma como referencia al poema Vocales de Rimbaud (no en vano esos versos del maudit presiden al poemario) aunque sin copiarlo, más bien contradiciéndolo, pues para el simbolista la vocal roja era la I (mientras que a la A correspondía el color negro). Ángeles ha preferido el color rojo para la A. Y, así, ha cargado a esa expresión con otras connotaciones, pues puede referirse al concepto nominal de arrojo, vale decir: audacia, osadía, intrepidez, que -dígase de paso- describen la personalidad del autor, tanto en su asunción poética como vital.[2]

Pero ese título, A rojo, también puede aludir al presente de la primera persona del verbo arrojar y sus sinónimos: lanzar, tirar (hasta en su acepción más peruana) e incluso vomitar. Y todas estas sugerencias bien merecen ir “apadrinadas” por los versos del poeta maldito, y también por los versos que inicia el siguiente: “Hacedores de símbolos, presentaos desnudos en público y sólo entonces aceptaré vuestros pantalones... etc.” de nuestro, no menos loco: César Vallejo, de quien aquí hemos puesto como epígrafe su “Importa oler a loco postulando/ qué cálida es la nieve, qué fugaz la tortuga,/ el cómo qué sencillo, qué fulminante el cuándo.” (“Sombrero, abrigo, guantes”, Poemas humanos).

Porque se trata de eso: de una locura poética, que -al revés de la otra, clínica- es la más lúcida de todas: la más centrada. El orden establecido reclama que nuestra percepción de su fisonomía sea coincidente con su propia aceptación. De tal suerte, que quien contradice sus parámetros es un excéntrico: un loco. Si la insultante propiedad privada de los medios de producción convive con la miseria más extrema, eso -para el orden establecido- es lo más natural, y su aceptación y perpetuación es lo más cuerdo y razonable a que se puede aspirar. Ergo: rechazar dicha propiedad para acabar con la injusta secuela de miseria que prohija, es una locura. Y por eso Ángeles nos recuerda que: “Ginsberg se calateó ante la poderosa sociedad/ norteamericana/ para escandalizar y hacer cambio/ de conciencias” (p. 39). Y sabemos que Ginsberg era otro loco que postulaba el cambio de lo negro por lo rojo.

La locura de Ángeles, pues, no se solaza en sí misma (y esto él mismo lo hace explícito al citar los versos de Vallejo). Porque, no obstante manejar un lenguaje y técnicas poéticos muy propios de la vanguardia (que no se reduce al vanguardismo veintecentista),[3] se plantea a sí mismo o propone al lector una multiplicidad de temas que trasciende al malabarismo formal tan característico de esa tendencia de la aventura, cargando a las palabras -como quería Pound- de profundos significados. Veamos los más saltantes.

El tema del amor. Él es como un hilo vertebrador del libro. En todos los poemas palpita su corazonada, porque: “la paz no existe sin la guerra ni el amor” (p. 24). Y este verso rectifica el famoso lema hipie de “Hacer el amor y no la guerra”. Porque, para César Ángeles -treintaitantos años después del peace and love de los sesenta- el amor solo sin la guerra es una ilusión, es, como diría Marx: pretender parar con la yugular el golpe de la espada; por eso dice nuestro poeta: “(conciencia atenta la mía)/ crujían sus ideas / su amor político/ porque nada es fuera de la política/ ni tu sexo ni mi/ guante”. (p. 40).

Y el tema de la política (otra línea de fuerza del libro) es el que centra las cosas, pero desde la excentricidad que el “orden” no tolera: “y la nave del viejo orden va/ sin culpa con sus cadáveres arrastrados” (p. 24). Esa actitud política contestataria y refractaria al “orden” está “alucinando un/ país que noes” (p. 41), desde una perspectiva popular, porque se trata de “trocar lo viejo por lo nuevo/ y volver al encogimiento un/ sereno erguimiento” (p. 41). Un hacer que lo sometido se yerga flameando toda su dignidad, porque “los héroes no siempre han de ser los rubios (as)/ de mayo del 68/ o estampas para colorear en textos escolares/ los héroes también tienen / crenchas/ y huelen a vicuña” (p. 8). Y es así que en el poema titulado “Poeta en mecedora” el tema de la política se hace extensivo a la poética. Un poco a la manera del primer Andre Gide cuando se refería a la “filosofía de la estufa”. O sea la olímpica manera de hacer poesía y filosofía desde la comodidad del “orden”, bien entornillados en el sistema. Y, por eso, hablándole al poeta de la mecedora, nuestro juglar dice: “he visto sobre tu hombro ciudades/ prósperas/ en un país-vital/ obreros a través de la plaza/ ocupando palacio de gobierno/ artistas y campesinos que arrancaban tubérculos a/ la panza de la tierra/ negros cholos y chinos curioseando en la/ suite de/ los hoteles de luxe”.(pp. 36-37).

Y ese sugerente péndulo histórico está perfectamente delineado en la urdimbre poética de A rojo, en una proyección cinematográfica de espacios y tiempos y personajes que, con una fluidez de río insobornable, se desplazan por sobre “olas (que) parecen montañas de neurosis” (p. 8). Incluido el western del “país sin nombre”: “Sad y Victoria se besaron quizá/ por última vez/ e iniciaron el trote hacia el Chase Manhatan/ Bank”. Y así de sopetón nos vemos puestos frente al pasado inmediato peruano: “así las cosas fuimos sorprendidos/ al inicio de la década siguiente/ por perros ahorcados en los postes/ SL canceló al LSD/ y en plena/ década de los 20 años/ se nos removió el paisaje ameno de / la fingida muerte del mar/ hacia el atardecer naranja de la guerra” (p. 12).

Y es, entonces, que la mayoría de los poemas de A rojo, cuyo título es “SIN TÍTULO”, se encarga de darnos la imagen de un loco que se describe a sí mismo como: “Sicótico, esquizofrénico, raro” (p. 19), y seguro de saber que ama con locura, dice: “Amándote de modo patológico” (Ibidem): cualquier otra forma de amar no es amor, y nuestro poeta es consciente de esto, porque no puede ser de otra manera, porque una sociedad enferma sólo puede engendrar seres afines a ella, seres que sólo se salvan por la locura centrada del amor, de la política y del arte.

Y el símbolo de esa sociedad desquiciada es la ciudad capital, y ésta tiene su representación o imagen fidedigna en “la tapada” colonial, por eso nuestro poeta, en el último poema -titulado, precisamente, “Tapada limeña (feliz 28)”- intuye que la feria durará “hasta que del manto negro en/ pálida faz/ no perdure sino una limpia/ desnudez/ una solitaria y compartida hermosura/ una sonrisa al fin des/ cubierta en/ inteligencia/ ternura y/ ágiles candelas”.(p. 42). Qué mejor vaticinio para un futuro mejor, libre de la neurosis contagiosa a la que es urgente decir NO pero desde un SI, afirmación y negación: el loco que no acepta su locura está perdido. Eso lo sabe nuestro poeta, y no se duele de ello: “me mata seguro que sí una palabra tuya/ bastará para enfermarme”. (p. 39). Y se salva -y nos salva por la política, por la solidaridad, por el amor, que son la locura centrada de Ángeles.

Incluimos dos poemas de A rojo, para solaz del lector:

SIN TÍTULO

la soledad transita
acorazada
entre helechos y árboles
de espaldas
aquí la mayoría dormita
el pequeño burgo
no olvida una vacenica bajo
la cama
porque las noches suelen enfriar demasiado
aquí se juega a la traición mayor
y se llora generalmente o
se sonríe con lágrimas invisibles
reposo herido
sobre una roca del mar
mi primer amor perdió conmigo
la virginidad y
se me adhirió para
siempre
estrella roja sobre piedra bajo las olas
ella sangraba
como sangró mi amigo
en DINCOTE varias noches
pero ella sangraba de hijos microscópicos
y él de las botas del mejor oficial
canciónla vida no siempre es una canción (p. 26).

POEMA ANAFÓRICO O CASA CON REJA

memoria de los olores

memoria de la reja y la fruta reventada

memoria de tu boca sangrando
de amor sobre la playa

memoria del cigoto en tu placenta

memoria de tus pelos y mis pelos extendidos
solitarios sobre las piedras del mar

memoria del perro despanzurrado
bajo la luz bilingüe del poste
y memoria de tu mirada
brillante
entre las rejas y las cejas
una sonrisa en el sol
atrás de los barrotes húmedos o los dientes de perla

memoria sí de la ropa colgada
y dos viejas en lejía
al lado de la nada
dios no es dios: es dunas del desierto

memoria de tus manos y mis manos
volando entre sí
entre fierros (paralelos)
y la flor de tus palabras
y el orín de mi saliva
un arroz con leche desde tu pierna
a la mía

memoria de los olores,
mi alma sobre las piedras


[1] César Ángeles, A rojo, Lima: Posición Editores, 1996.
[2] El ultimo verso del poema titulado “En Italia” -de A rojo- es el siguiente: “Dejo de trabajar”. Y eso es lo que ha hecho nuestro poeta: para venirse a recorrer el norte: Cajamarca, Trujillo, Chiclayo, Piura. Dejar de trabajar, en un país en el que hacerlo es poco menos que un suicidio, es también un arrebato, un atrevimiento, en síntesis: una locura.
[3] Como el romanticismo tampoco es exclusividad de la escuela romántica novecentista.