viernes, junio 19, 2009

BOTELLA LXIX – LAS LÁMPARAS

Cosme Saavedra Apón

Pueden ser varias veces siete. Todas alumbran en diferentes dimensiones. ¡Lámparas! Benditas lámparas, que vencen las sombras de mi recinto y permiten que deslice mi pluma sobre la vertiginosa y vasta blancura del papier. Sin embargo, mis construcciones literales, a pesar de la iluminación interior, parecen estar siempre visitadas, de algún modo, por la niebla.

Sucede que las lámparas pueden existir, como también no pueden ser sino imaginaciones mías. Cuando Magali entra en la casa, donde recientemente nos hemos mudado, se molesta que las tenga todas juntas, encendidas, sobre la mesa. Dice que debería deshacerme de ellas, que no sabía por qué diablos el tal Edison se había esforzado tanto para inventar una bombilla de luz si, a pesar de tenerla sobre la cabeza, yo, desairando la ciencia, elegía esos humeantes armatostes.

Magali jamás entendería la diferencia que existe entre siete flamas crepitando frente a mí y una potente luciérnaga eléctrica capturada en un huevo de cristal. Sucede que a través del fuego natural puede distinguirse lo indistinguible, el olor del keroseno me despercude de algunos años, de muchos años atrás, y puedo ver a papá Ezequiel en la huerta de La Rural, a mi lado, hablándome acerca de un obsequio que debía entregarme; no obstante, la muerte estropeó todos sus planes.

Una vez me asomé al cuarto de papá y lo encontré charlando con las siete lámparas de la vida encendidas, uniformemente celestes, como un ejercito de espectros sobre la mesa a los cuales les preguntaba si debía entregarme la ajorca de oro, toda la tradición familiar, celosamente guardada por nuestra estirpe, o esperar algunos años más. No es que papá estuviera loco, su actitud era parte de una vieja costumbre que seguramente heredó de sus ancestros y yo heredé de él. El fuego, en cierto modo, purifica los pensamientos; hace que, después de contemplarlo, las decisiones tomadas sean, a todas luces, decisiones propias y no paquetes de emociones encontradas o nidales de animalejos raros, apestosos.

El hecho es que Las Lámparas sirven para mirarme a mí misma y a todo lo que me rodea, de un modo distinto. Por eso, a todas luces, después de cierto tiempo, lo que salva la memoria es lo que debe quedar escrito. Por algún propósito, este océano misterioso, llevará en su corazón las navegantes memorias de mi vida.

La capitana Porfiria debe continuar su periplo en otras aguas, espero que aún las de la muerte no acaricien mi embarcación y pueda arrojar mis botellas en los mares de la vida.

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